Ingresá

Carlos Liscano

Foto: Nicolás Celaya

Fuera del estante

12 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

El director de la Biblioteca Nacional habla de las políticas culturales del FA, de su vínculo con los funcionarios y de la cuestión del “pasado reciente”.

Vinculado a la escritura desde que fue apresado a principios de los 70 -recientemente fueron publicados sus Manuscritos de la cárcel-, a partir de 1985 Carlos Liscano (Montevideo, 1949) se dedicó profesionalmente a la narrativa, la poesía y la dramaturgia. Desde marzo del año pasado dirige la Biblioteca Nacional.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

-¿Qué evaluación hace del relacionamiento con los funcionarios de la Biblioteca?

-La Biblioteca Nacional tiene cuatro partes: el acervo, el personal, el edificio y el equipo de dirección. La institución no funciona sin todos ellos, o sea que el relacionamiento entre la dirección y los funcionarios es sólo una parte de todo esto. Hay que recordar que la Biblioteca fue dejada al abandono durante 50 años y existe por sus funcionarios, que además son muy pocos. Tienen un promedio de edad muy alto, 58 años, y algunos no tienen formación, vienen de otros organismos del Estado, como ILPE [Industrias Loberas y Pesqueras del Estado]. Y tienen un sindicato, que es la Asociación de Funcionarios de la Biblioteca Nacional, que no todos integran, como ocurre en cualquier lugar de trabajo. La relación con el sindicato ha sido, no diría conflictiva, pero ha sido necesario establecer qué tipo de vínculo teníamos. Esta dirección entiende que la Biblioteca es una unidad ejecutora del Ministerio de Educación y Cultura [MEC] y que, como tal, no debe ser cogobernada ni cogestionada. Hay un director que es el responsable ante el ministro, el presidente y los ciudadanos que financian la Biblioteca. El director es responsable sobre todo cuando las cosas salen mal. Eso no había sido así: durante años hubo una situación de desgobierno. Rota la escala jerárquica, hubo un intento de cogobierno por parte del sindicato, al cual me he opuesto con todas mis energías. El día que no pueda dirigir la Biblioteca Nacional me voy para mi casa. La relación es respetuosa y educada, tenemos diferencias que se deben a que manejamos distintas concepciones de cómo gestionar una unidad ejecutora. Acá no habrá cogobierno o cogestión, al menos mientras yo esté.

Lo dijo

Voluntarios. Hemos contratado por Ley de Voluntariado a más de 30 voluntarios, en su mayoría ex presos políticos, que han sido fundamentales, porque acá no tenemos personal de mantenimiento. Ellos han hecho un trabajo muy pesado, como mudar unas 30 toneladas de papel y sacar 27 camiones de basura. Después del trabajo pesado, ya no vienen como venían antes y se han integrado al equipo de asesores de la dirección. Están registrados como voluntarios en el Ministerio de Trabajo, pero no cobran nada, a pesar de que su aporte es muy importante.

Presupuesto. A partir de 2005 la Biblioteca, como toda la cultura, tuvo un presupuesto generoso del Estado. El tema es que si te dan la plata tenés que saber ejecutarla. Entonces, si a fin de año ejecutaste 5% del presupuesto que tenías para inversiones, es probable que en el próximo período te digan que no precisás tanto. No sé si el presupuesto que tenemos es suficiente, vamos a gastarlo y después vemos. Creo que es generoso, en la puerta estamos haciendo la rampa, que es una obligación legal y moral, y cuesta 1.200.000 pesos; estamos arreglando las 15 claraboyas de la Biblioteca, y cuesta 2.200.000 pesos. El año pasado compramos 25.000 libros por 900.000 pesos, la mayoría para las bibliotecas municipales. Desde 2009 coordinamos las casi 250 bibliotecas municipales que tiene el país, y fundamentalmente les damos libros.

Digitalización. En los últimos años las tecnologías han cambiado mucho y nos obligan a discutir en qué soporte vamos a tener los bancos de datos. Es algo delicado, porque tenemos la obligación de preservar las colecciones más antiguas, la prensa del siglo XIX y XX, unos 40.000 objetos del Archivo Rodó, tiene que estar digitalizado Jesualdo, Julio Herrera, todo. Tenemos que definir el marco teórico de la digitalización y tener cuidado con qué herramienta compramos. Todas las semanas viene alguien a ofrecer un aparato maravilloso, y necesitamos que nos asesoren, porque quizá nos ofrecen algo que ya está obsoleto en su país de origen. Estamos poniendo en marcha el programa Aleph, firmado en diciembre de 2009 entre el MEC y la Udelar, y ya están las bases de datos listas.

Investigación. Tenemos un pequeño, pero fortalecido, departamento de investigadores en historia y letras, y archivólogos. Nos dedicamos a las ciencias humanísticas, historia y literatura, y estamos tratando de incorporar geografía. Tenemos publicaciones, como Cuadernos de Historia, que son trabajos originales, realizados por nosotros, gente del IPA; lo mismo con Cuadernos de Literatura, que estará dedicado a la crítica genética, que hoy no existe en Uruguay. El próximo número de Cuadernos de Historia estará dedicado al fútbol, porque no hay investigación académica sobre el fútbol, sí periodística. También estamos procesando los archivos de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer, con un investigador para cada archivo, y ahí tenemos 70 años de la historia cultural del país. Ahora recibimos en custodia el archivo Barrios Pintos: 400 cajas de libros y documentos que hay que abrir e inventariar.

-¿Fue necesario redefinir el rol del director?

-No sé cómo se lo tomaban otros. Para mí es una empresa del Estado que exige una actitud permanente de querer dirigir. Cuando llegué me instalaron una computadora y a los tres días pedí que se la llevaran, porque no quiero pasar todo el día frente al monitor. Yo camino todo el día por la Biblioteca y eso ha sido un cambio; me lo han señalado los funcionarios. Voy y me siento al lado de ellos, les pregunto qué hacen, en qué consiste su trabajo. ¿Usted qué precisa, una silla, una cámara de fotos, acceso a internet? Hoy todos tienen acceso a internet, cuando vine no tenían. Acá tenemos al MTOP, a una cooperativa del Mides que hace albañilería y pintura, entonces no puedo estar sentado todo el día, tengo que ir a ver qué están haciendo y controlar. Ésa es la tarea de un director, quizás a veces me excedo porque me meto en cosas de manera permanente, pero ocurre que no hay mandos medios, entonces si doy una orden tengo que controlar que se cumpla. Además, tenemos problemas de falta de funcionarios; en 2014, 25% de los funcionarios tiene causal jubilatoria, y entonces ¿qué hacemos?

-En un artículo en Brecha, en el primer gobierno del Frente Amplio [FA], usted decía que faltaba discusión de rumbos en el área de la cultura. ¿Mejoró la situación?

-Pienso que sigue igual. Ese artículo es de diciembre de 2008 y tiene una pequeña historia. Porque después, cuando Tabaré Vázquez me convocó [para la subsecretaría del MEC], me dijo: “Vos me criticaste, ahora tenés la oportunidad de hacer”. O sea que nadie lo tomó como una crítica a la izquierda en un sentido global, sino como algo dicho por alguien de izquierda, votante fundador del FA y preocupado por la situación como un trabajador de la cultura. Creo que no se ha dado el debate y que las urgencias de estos gobiernos han ido por otro lado. Hubo cambios sustanciales en el MEC; nadie ignora que los 100 centros MEC son pequeños motores, o el prestigio que adquirió el SODRE con el ingreso del maestro Julio Bocca. Se está por terminar el Instituto Nacional de Artes Escénicas, para teatro, danza y títeres, que va a ser una maravilla; lo único parecido que existe está en España. Pero seguimos sin debatir, porque no somos eficientes en difundir porqué hacemos lo que hacemos. Yo no acepto críticas contra la Biblioteca -y ha habido pequeñas operaciones periodísticas en ese sentido-, pero no porque sea el director, sino porque es una maravilla de toda la sociedad y la mantenemos con recursos que son de todos. No hay debate ni conciencia del papel transformador de la cultura y de la reflexión sobre la cultura.

-¿Cree que la Biblioteca Nacional como institución, o por intermedio de su director, debe entrar en el debate público sobre cuestiones relativas a la cultura? Lo digo pensando en el caso del argentino Horacio González y todo el tema en torno a Vargas Llosa.

-La Biblioteca Nacional debe ser popular, querida, pero debe pasar inadvertida. Horacio González, a quien respeto mucho y de quien soy amigo, es un militante político y por lo tanto genera opinión. Yo no me metí con el asunto de Vargas Llosa; la diaria me llamó para consultarme sobre el nombramiento como ciudadano ilustre, cosa de la que tampoco quería opinar, ya que son potestades de la Junta Departamental, un órgano elegido democráticamente. Lo que pasó es que me preguntaron qué opinaba de Vargas Llosa y yo contesté que no lo leía. Desde La tía Julia y el escribidor no lo leo, como lector no me interesa. Y nada más que eso, yo no me voy a morir porque a la inmensa mayoría del mundo no le interese mi obra. Creo que la Biblioteca Nacional debe pasar inadvertida, no ser objeto de discusión política por culpa de su director. Lo que pasa es que cuando hay un director como yo, que le gusta abrir la boca, se corre el riesgo de ser blanco de las críticas políticas, y yo prefiero no serlo, por el bien de la institución. Lo que me interesa en este momento es la Biblioteca Nacional, pero no porque esté haciendo una carrera política: si a los 62 años no empecé una carrera política no voy a empezarla ahora. Es porque me interesa genuinamente esta institución. Por otro lado, y más allá de que es lo que corresponde, trato de ser especialmente educado, cortés y solidario con aquellos intendentes que políticamente no defienden las mismas ideas que yo, porque la biblioteca también es de ellos. La Biblioteca Nacional no es del FA, es de toda la sociedad.

-Claro, pero al tratarse de un cargo político, y al ser usted un intelectual de este gobierno, ¿no cree que deba ser un actor importante en las discusiones y debates sobre la cultura?

-Esto es lo que estamos haciendo. Yo no soy ministro, ni senador, ni diputado. Pero lo que hacemos acá, de algún modo, está diciendo cosas. De hecho, en estos meses la Biblioteca tiene una visibilidad en la sociedad que no tenía hace 17 meses. Creo que ha tenido visibilidad por la discusión con el sindicato, que se hizo pública, yo no me he callado la boca y he dicho lo que pienso. Tiene visibilidad por las obras y las transformaciones que estamos haciendo. Hicimos un simposio, que nunca se había hecho, para discutir la Biblioteca Nacional en el siglo XXI. Reabrimos la sala Vaz Ferreira luego de 15 años de estar cerrada. Son formas de opinar.

-El hecho de no querer hacer carrera política también da cierta libertad.

-Sí, claro. Yo no tengo votos pero tengo el compromiso. Yo soy del FA. El no tener grupo político propio es una debilidad porque no tengo respaldo, no tengo a quién preguntarle si voy bien. Pero, por otro lado, tengo otra libertad, nadie me va a decir lo que tengo que hacer, hago lo que mi conciencia y mi capacidad me permitan. También tengo la libertad de irme para mi casa sin que el FA pierda nada con mi partida. La debilidad es, a su vez, fortaleza y libertad. Yo no soy un bocón, no ando opinando sobre Aratirí, el aborto y el INAU. No opino sobre lo que no sé. Sí opino sobre cosas que conozco y que me interesan. No tengo la postura de ser oficialista y a la vez oposición. Yo soy oficialista, apoyé a Vázquez y a Mujica, sé lo que nos ha costado construir el FA y llegar al gobierno. Con la lupa puesta puede haber cosas en que no estoy de acuerdo. Yo no soy neutral, tengo opiniones sobre la cultura, y puedo llegar a ser criticado. A su vez, puedo criticar la falta de políticas culturales del gobierno y trabajar para el gobierno; ambas cosas no son incompatibles.

-Pertenece a una sensibilidad diferente dentro del FA. A partir de la llegada de Mujica a la presidencia, ¿sintió algún cambio en la identificación con el gobierno en relación a su origen?

-Sí, también me sentía muy identificado con Tabaré, por otras sensibilidades; somos los dos de La Teja, por ejemplo [Liscano es autor del libro Conversaciones con Tabaré Vázquez]. En este gobierno tengo más conocidos que en el anterior. Si yo miro mi escala jerárquica, el presidente, el ministro y yo, los tres estuvimos presos. La posible camaradería o fraternidad no quita el trato de respeto que yo debo tener con mi jefe. Más que afinidad política o ideológica, lo que hay es una de tipo existencial. A mí no me da la cabeza para pensar en un gobierno, cuando estuve en el ministerio me asomé y vi que la realidad era enorme y heteróclita. La realidad en la Biblioteca es también heteróclita pero más pequeña, manejable.

-Con respecto a eso, parece haber puntos de vista diferentes sobre temas como el pasado reciente. Criticó la idea de que las heridas de la dictadura iban a cerrar cuando todos estuvieran muertos, defendida, por ejemplo, por el propio Mujica.

-Lo he dicho públicamente, lo he escrito, no estoy de acuerdo. Creo que la búsqueda de la verdad es una tarea permanente, vivos o muertos los protagonistas. Luego la vida me dio la chance de trabajar para eso: a pedido de la ministra María Simon, creé la Comisión de Reparación, la presidí, elaboramos el protocolo de funcionamiento y las primeras reparaciones a los nacidos en cautiverio. Pienso que hay que seguir trabajando con constancia y seriedad como lo hacen los familiares de desaparecidos. Ahora, esto se va para años; en España todavía se sigue discutiendo la Guerra Civil, los franceses están discutiendo la Segunda Guerra Mundial, después que terminen les queda Indochina y Argelia para discutir. Acá la cosa va para rato, quedan cosas por investigar, por ejemplo los diferentes puntos de vista. Cuando los jóvenes empiecen a discutirnos a nosotros, nos van a mostrar cosas que nosotros no habíamos visto o que nos negábamos a aceptar. Y así los que ahora son niños. Es imposible esperar que el tiempo pase para comenzar la investigación, la investigación está todos los días. Pero las preguntas siguen sin respuesta, están ahí, y siempre aparecen cosas nuevas. Por ejemplo, el libro de Leonardo Haberkorn [Milicos y tupas], del cual participé como entrevistado y al que públicamente le corregí algunas inexactitudes, de algún modo refuerza una idea en la que creí siempre y es que los militares participaron en la dictadura por reivindicaciones económicas propias, como un sindicato armado: tenían bajos sueldos, pésimas condiciones de trabajo.

-De algún modo el MLN abonó también la teoría de los dos demonios. ¿Se trató de un error?

-Yo me fui del MLN en el año 1972, cuando estaba en la cárcel. Políticamente hace 36 que no obedezco a ese movimiento. Tenía y tengo diferencias, una de ellas con respecto al pasado. Podemos seguir tratándonos como hermanos pero sabiendo que tenemos diferencias.

-Pero para juzgar determinada opción política de un movimiento, no hay necesidad de estar dentro de él.

-Claro. Pero cuando yo te digo que me fui del MLN estando preso, ese hecho en sí es una opinión muy fuerte. En ese momento empecé una revisión que tiene que ver con mi propia vida, yo tenía que construir otro cuento para mí mismo. Ese cuento terminó en que me hice escritor. Cuento cosas en el libro de Haberkorn que el 99% de los tupamaros no sabían o no querían saber. Porque yo sé cómo fueron, y creo que debo tener una actitud de lealtad con la verdad, las digo. Sin embargo, no digo todo: hay cosas que no estoy dispuesto a contar. Por otra parte, prefiero no decir nada antes que inventar cosas sobre el pasado; no voy a mentir, no quiero inventar historias. Hay libros publicados en los que las fuentes utilizadas por el periodista no son las más indicadas.

-Ese cuento que terminó transformándolo en escritor tuvo su génesis en los manuscritos de la época en que fue detenido, que ahora han sido publicados en edición facsimilar. ¿Cómo llegó a esa decisión que toca un costado íntimo?

-Eso fue un proyecto de la Universidad de Lille. Una investigadora especializada en la crítica genética estuvo por mi casa, le mostré los manuscritos y enseguida quiso publicarlos. Es una cosa íntima, yo no frecuento ese libro porque sé, según el tipo de letra, el estado de ánima que tenía. No es una cosa que yo disfrute al ver. Creo que es un testimonio importante que yo le debo a la sociedad: eso se produjo en una cárcel. Yo mismo me sorprendo del fanatismo con que escribía. No lo tomo como una obra literaria, es parte de la memoria colectiva, es lo que pasaba en las cárceles, así se vivía. Hace 30 años no hubiese aceptado publicarlo, algunos teníamos cierto pudor en cuanto a hablar de lo que habíamos vivido. No queríamos que se interpretara que creíamos que quien estuvo preso era más importante que el que no. No queríamos ser ex presos profesionales, nos ganábamos la vida de otro modo. No quise hablar de esa etapa hasta que escribí El furgón de los locos [2001]; ése fue mi acceso a la parte testimonial. No me interesa hacer espectáculos públicos ni show con el tema de la cárcel, pero no me arrepiento para nada de esos 13 años, sin esa etapa no sería quien soy, no tendría esta cara ni los amigos que tengo. Quiero que me reconozcan como escritor o por mi trabajo en la Biblioteca Nacional.

-¿Piensa que lo que pase con este gobierno de Mujica tendrá cierta incidencia en lo que se diga y se escriba en el futuro sobre el MLN?

-El hecho de que el presidente tenga orígenes en el MLN ya es histórico. Los únicos lugares donde la guerrilla ha llegado al gobierno son El Salvador y Uruguay. Hubo un reciclaje muy importante de una generación de militantes que venían de la lucha armada que se insertó con una actitud genuina de reconocimiento del sistema democrático y que obtuvieron resultados valiosos. Lo que pase en este gobierno no le va a dar la razón histórica, pero va a dejar en claro la capacidad de adaptación de este movimiento. Todos nos hemos adaptado.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura