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Luciana Achugar.

Foto: Victoria Rodríguez

Sana danza

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La bailarina y coreógrafa Luciana Achugar desde hoy en la Zavala Muniz.

“Magia, misterio y oscuridad”, todos elementos de inspiración gótica, son los ingredientes esenciales de Puro deseo, la nueva puesta en escena de la bailarina y coreógrafa uruguaya -radicada en Nueva York- Luciana Achugar, que se podrá ver en la sala Zavala Muniz desde hoy hasta el martes.

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Creadora contemporánea con ideas complejas pero claras, Achugar (Montevideo, 1970) propone en sus obras una comunicación tan básica y visceral como intelectual e intrincada, una extraña combinación directamente vinculada con su particular concepción de la danza como una forma de recuperar lo más primitivo del ser y de crear significados a varios niveles para subvertir el orden establecido. Artista interesada en revalorar el costado más intuitivo y naïve de su disciplina, se define a sí misma y a sus bailarinas como “dancer as working class” (parte de la clase obrera), ya que generan su trabajo mediante el esfuerzo físico. Consciente de las dificultades del asunto, Achugar quiere creer que el arte podría ejercer una suerte de sanación aunque por momentos lo encuentra de lo más absurdo. Puro deseo, estrenada en The Kitchen (Nueva York) en 2010 y galardonada con un Bessie Award, es el más reciente conjuro de esta artista que fue definida por la crítica estadounidense como una “downtown wild child from Uruguay” (una malcriada neoyorquina de Uruguay).

-¿En qué consiste Puro deseo y qué ideas te circundaron durante su creación?

-Es un dúo, pero la idea es que es un solo que es a la vez un dúo. Es como que los dos solos ocurren paralelamente en el espacio y luego se encuentran en un dúo. Comenzó con la fantasía de la posibilidad de encantar al público con la idea de la relación entre el teatro y el ritual. Me interesa la pregunta sobre la función que tiene la danza en la historia de llevar algo a la escena, la historia del teatro en nuestra civilización occidental y la conexión de la danza con el cuerpo y con algo que es más ritual, porque la danza empieza con la música, como parte de rituales y de cosas muy primarias, mucho antes de la civilización occidental, la predemocracia y la invención del teatro como contrato social. Me interesa ver la relación entre esas dos cosas y crear desde un lugar más interior, no tanto desde cómo se ve, aunque me interesa el aspecto visual de la danza como forma. Me intriga el aspecto vivencial de la danza y que siempre existe esa separación entre el público y la vivencia que está teniendo el bailarín; cuando creo algo trato de transmitir esa vivencia y generar algo similar o de otro tipo en el público, para que no sea como ver televisión. Me interesa hablar de lo que tiene de especial el espectáculo en vivo, que tiene que ver con que el performer y el público viven el mismo momento en simultáneo. A partir de ese tipo de ideas surge esto, que es como una fantasía del performer como alguien con poderes mágicos que viene a sanar o a hechizar al público. Es algo que tomo en serio pero que a la vez tiene una parte medio absurda, porque soy consciente de que es una fantasía querer hechizar al público. No me creo realmente que voy a lograr eso. No es ritual, es teatro, pero juega con eso: con la idea de que con tu arte podés sanar al público, que como artista tenés una misión, que el arte sirve para algo que no es sólo mostrar algo y se acabó. Viene del deseo como artista de generar un cambio, una transformación en uno mismo y en el público más que nada.

-En la novela gótica el cuerpo es el de una damisela que va a perder su virginidad, el de las criaturas monstruosas. Hay un erotismo misterioso y un hincapié en lo macabro, lo pecaminoso. ¿Por qué te interesó el retrato del cuerpo que hace esa literatura?

-Eran simplemente imágenes que me venían cuando estaba haciendo improvisación o trabajo de búsqueda, por eso de la idea del hechizo y de las brujas. Luego empecé a sentir una conexión entre el misterio de lo que es el cuerpo. Aunque hoy día podés hacerte una resonancia magnética y ver dentro de tu cuerpo, las energías y lo que ocurre dentro de él sigue siendo un misterio, al igual que la capacidad que tiene de sanarse. En la literatura gótica, como en las películas de vampiros y hombres lobo, siempre están presentes la fantasía, el deseo exagerado, la sangre, lo erótico, lo prohibido, el hombre salvaje y el hombre animal, que son temas que he tratado en mi obra. Si bien somos una sociedad avanzada que dispone de internet, máquinas y robots, el cuerpo es algo que todavía nos recuerda de dónde venimos, la conexión con lo animal, las vísceras. Muchos de los movimientos tienen que ver con crear un nuevo cuerpo, cuando hacés un espectáculo estás recreándote, inventándote un nuevo ser, y eso es lo que hace el coreógrafo con los bailarines. Si hacés mucha musculación o ballet tu cuerpo se va a transformar en otra cosa; pienso que el coreógrafo con el bailarín es una especie de Dr. Frankestein. Hay gente que habla de la tendencia del uso del cuerpo como una especie de tecnología, porque si pensás en la técnica de ballet o en la técnica de Merce Cunningham, ambas crean cuerpos capaces de distintas cosas; son como herramientas. Yo cuestiono esa forma de trabajar. Siento que esas películas de misterio, de terror, donde alguien viene y corta un brazo con un hacha que luego crece de nuevo, tienen que ver con los miedos de lo que es estar en nuestro cuerpo, de vivir en estos cuerpos en los que vivimos.

-La novela gótica también antepone lo irracional a lo racional, el caos al orden. ¿Qué otros elementos de lo gótico te llevaron a crear?

-El cuerpo lleno de vida, de sangre. Como artista tenés que escribir propuestas para juntar fondos, entonces pensé: “¿Cómo puedo juntar fondos para algo que no tengo la menor idea de lo que es?” Entonces pensé que podía hablar de mi ideología sobre la danza, del momento previo al diseño, el momento antes de moverte cuando estás lleno de deseo, ese momento en el que estás sintiendo algo que viene pero no sabés qué es y que todos lo pueden sentir. Unos lo transforman en danza, eso que puede ser un deseo sexual pero va más allá de algo puntual, del sexo, como una especie de energía primitiva. Eso para mí tiene que ver con decir “no” a lo ultradiseñado, a lo civilizado, con cambiar las jerarquías y cuestionar que lo racional está por encima de todo. Por esa idea cartesiana todavía estamos sufriendo mucho.

-¿De qué manera usás la repetición?

-Hago las cosas, no las cuento, lo hago en el momento hasta que es hora de pasar a otra. Hay muchos movimientos que repetimos hasta que pasan… hay una parte hacia el final, con movimientos y símbolos con los brazos que refieren a un culto inventado que repetimos hasta que el significado cambia. Aunque no está claro que tengan un significado, parecen tenerlo de manera específica, como el lenguaje, pero al repetirlos se transforman en una experiencia y lo que queda va más allá del significado. Los movimientos se van acelerando, ya no podemos seguirlos con la cabeza y el sistema nervioso sigue generándolos. Es un poco esotérico. También hay una referencia a los mantras y existe esa imagen o fantasía o metáfora del artista como chamán; toda la obra tiene ese tinte. Me lo propuse como una posibilidad de arte como sanación… pero a la vez me burlo de mí misma, de creer que se puede lograr eso.

-Parte de tu credo como creadora podría resumirse de la siguiente manera: contra la tiranía del intelecto y a favor de una concepción más natural del cuerpo como forma de subvertir los poderes reinantes. ¿Puede la danza librar semejante batalla?

-Claro, desde mi humilde lugar yo quiero hablar de eso pero también soy consciente de que es casi una utopía: hay algo de ella y me voy a lo absurdo porque hago la autocrítica de si realmente vale la pena. Hay una autocrítica en cuanto a creerse que realmente cambia algo en el mundo el rol de ser artista. A veces creo en eso y a veces no y me parece creído y muy egocéntrico o narcisista, entonces me voy hacia lo absurdo: si soy artista vamos a intentar decir que vamos a sanar a la gente, ¿por qué no?

-Venís del lugar que vio nacer la danza posmoderna. ¿Qué está pasando 50 años después?

-En los 90, cuando yo llegué a Nueva York, hubo una especie de estancamiento, parecía que no se generaba nada nuevo, todo el mundo estaba haciendo lo mismo. Entonces surgió en Europa un movimiento muy importante de danza conceptual. A partir de 2000, en mi generación de la danza contemporánea en Nueva York surgió una rebeldía respecto a la frivolidad de la danza, algo más profundo, más conceptual, y una intelectualidad de la danza. Y ahora hay una especie de hartazgo de eso y una necesidad de volver. Siento que esa intelectualidad, el partir de lo conceptual, ha hecho que al estar pensando tanto no estés en el cuerpo, que al fin y al cabo, te estreñiste, digamos que no podés cagar o hacer nada porque estás pensando demasiado. Por eso ahora hay una vuelta al cuerpo, para mí lo que ocurrió nuevo en Nueva York es la búsqueda de lo vivencial, la exageración de estar en el cuerpo y un reenamoramiento con lo espectacular, con el teatro. Como que todos hemos estado diciendo “no” al espectáculo porque tiene que ver con algo materialista y comercial, pero hubo una vuelta al espectáculo, a decirle sí a los trucos del teatro, sin que por eso sea superficial, comercial o capitalista.

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