Segundo disco de Diego Azar, esta vez con Santiago Lorenzo acompañándolo desde la portada y compartiendo cartel. O un disco que mira atrás, ahondando en la experimentación de la canción popular uruguaya, y que además no es un disco que uno pueda escuchar de un tirón y conversando. Estamos ante un disco complejo, que mucha gente se ha encargado de elogiar. Un disco de quiebre con lo preestablecido, de actitud netamente punk-basando en la transgresión, por decirlo de alguna manera- pero sin distorsión y nadando aguas de la música popular uruguaya hacia los confines de la canción latinoamericana.
La idea: retomar las vanguardias experimentales de la canción uruguaya de generaciones anteriores, que refieren principalmente a Jorge Lazaroff y Los que Iban Cantando, pero que es extensiva a Fernando Cabrera, Leo Maslíah, Coriún Aharonián, Asamblea Ordinaria, Daniel Viglietti y allegados latinoamericanos.
Un disco abordado desde la canción -experimental, intrincada y rebuscada-, que pretende la provocación antes que el agrado, cual si fuese pintura abstracta. En una búsqueda caprichosa y obstinada de nutrirse de quienes los influenciaron, o -¿por qué no?- de un tributo.
“Cables pelados” entraría dentro de esta última categoría, una milonga rara, a guitarra y charango, ejecutados de forma no convencional -a juzgar por lo que se oye-, percutiendo las cuerdas o similar, cercanas a las experimentaciones de aquella generación, 30 años después. Lo mismo “Leiru leirah” en texto, estilo y coros.
Milonga, gato, joropo, cumbia, vidalita o tango pueden ser los vehículos para que este dúo multiinstrumentista se embarque en la aventura. Y tal vez aventura no es la palabra justa, ya que no son simples exploradores, sino conocedores de los terrenos que transitan, como la cumbia a la que trataran con bandoneón, incluso las voces, que por momentos adoptan colores pensados que pueden conducir a incautos a especular que están copiando deliberadamente.
Así aparecerán Lazaroff, Cabrera, Rubén Olivera y algún cantor antiguo de tangos previamente filtrado por la amplitud modulada de la radio, camuflados en la formas de cantar, agregando la cuestión lúdica íntimamente ligada a la experimentación. La intención está planificada con detenimiento, conocimiento de causa y chistes acordes a la cuestión. Tampoco las letras estarán exentas de este tratamiento: “No sé que no” junta en un minuto y medio (1.38) a Leo Maslíah, Fernando Cabrera y Marc Ribot; al primero en el estilo machacante de la melodía que repite una y otra vez, a Cabrera en la forma de cantar, y a Ribot por las guitarras eléctricas libres y amorfas que entran y salen en ruidos y notas por fuera de la armonía dominante, cual free jazz.
Once canciones agrupadas bajo el sugestivo titulo “No”; canciones que les dicen no a muchas cosas, pero hacen énfasis en la música actual, preferentemente la que es masiva. No abre con “Lunas nuevas”, de melodía cansina y lúgubre, sobre un alienado que desde su cuarto marca cruces sobre un plano que lo llevarán al encuentro de un amor ideal. Y luego dice “tengo fotos en alguna parte,/ llaves de conversaciones/ cuando hay que reír”. Canciones que logran sus mejores momentos cuando adoptan ritmos como el joropo, que da nombre a una canción que dice “Un traje me viá comprar/ y zapato de ocasión/ pa gastarlo en el galpón / meta rumba y bandoneón”, de alegre tonada y con un trabajo formidable de Azar en tiple.
Grandes momentos tiene también “Cumbia baldía” dignificando este ritmo como noble, aunque poco tiene de cumbia y más de buena canción, haciendo guiños a la música desde su letra “de cantar chueca lumpen/ corre la voz que abre la noche/ quien la escuche puede avisar”, haciendo implícitos así a Viglietti y Rumbo.
Concluyendo: la virtud está en escapar de los corrales genéricos tan marcados a fuego hoy día, retomando sendas no colapsadas por la superpoblación. Haciendo música que remite a este continente, no contaminada de elementos “foráneos”, que, de utilizarse, son resignificados. Una tribu que se autoabastece en comunidad, produciendo, arreglando y grabando sin participaciones externas al clan que conforman desde la salida de Almohadones, el debut solista de Diego Azar. Un músico desconocido que despertaba elogios y que hoy se afianza en el camino exhibiéndose más libre y como un gran ejecutante de instrumentos, con buenos momentos tanto en tiple como guitarra criolla, eléctrica o charango. Y qué decir de Santiago Lorenzo que aporta la mayoría de las composiciones de este álbum, quien merecidamente deja el anonimato y ocupa cartel. Sin embargo, el dividendo está signado en el dúo y en el diálogo entre dos músicos no frecuentes.
No es un disco que deja contentos a los habituales inconformistas y que al escucharlo detenidamente una y otra vez, puede y debe convencer. Un disco bien de Ayuí en sus 40 años.