Ingresá

Se pule la colmena, de Buenos Muchachos. Bizarro, 2011.

Alborotando el avispero

5 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Disco | “Se pule la colmena”, de Buenos Muchachos. Bizarro, 2011.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Hace algunos años en una nota en el semanario Brecha, Guilherme de Alencar Pintos sostenía -ante el monumental éxito de la canción “Mayonesa”, de Chocolate- que en realidad el fenómeno de esa canción podía ser considerado un retorno -tal vez un descenso- a cierta normalidad de gustos en un país en el que la música (local) popular en realidad siempre fue distintivamente extraña y jugada. Los ejemplos abundan, pero alcanza con pensar en varios de los mayores éxitos de Jaime Roos, posiblemente el músico más popular de Uruguay, y compararlos con las estructuras de estribillos y repeticiones que suelen distinguir a las composiciones populares del mundo entero, y confirmar que, por más acostumbrados que estemos a los temas de Roos, siguen siendo (repito, en términos de música pop) rarísimos. Es decir, estamos hablando de un país en el que algo tan experimental, extenso y jugado como “Guitarra negra” se convirtió en un clásico frecuentemente programado en las radios…

Todo esto viene a cuento del aparentemente extraño pasaje de Buenos Muchachos a la primera línea del rock nacional, a ese grupo limitado de bandas capaces de convocar y llenar el Teatro de Verano, algo que es extraño simplemente porque -sin desmerecer los logros compositivos de otras bandas con gran audiencia- Buenos Muchachos es tal vez el único exponente más o menos masivo en el rock de esa tradición de rareza de la música uruguaya.

Más allá de algunas influencias notorias (Sonic Youth, los Bad Seeds, Tom Waits, los tristemente olvidados Butthole Surfers), es imposible reducir la combinación de armonías de procedencia clásica, vandalismo vocal y estructuras de volumen que parecen una montaña rusa a una tendencia en particular; Buenos Muchachos tiene como virtud nada menor la de haber definido un sonido propio y personal que hace distintiva cualquiera de sus canciones de las del resto del rock -masivo o underground- del Río de la Plata.

Dejando de lado el recientemente reeditado Nunca fui yo (1996) -originalmente un casete más que interesante para los seguidores de la banda, pero que en muchos aspectos puede considerarse un demo-, la carrera discográfica de Buenos Muchachos ha sido notable tanto en su personalidad como en su imperfección. Su primer disco, Aire rico (1999), era fundamentalmente una recopilación del material acumulado durante los primeros años de la banda y, aunque tal vez sea su mejor colección de canciones, tenía algo de esa disgregación recopilatoria que suelen tener los discos de temas compuestos en un período muy extenso de tiempo. Dendritas contra el bicho feo (2000) era mucho más homogéneo, pero adolecía de cierto exceso de oscuridad y de la ausencia de temas de tanto impacto como “Desestrés” o “Cecilia”. Amanecer búho -el disco que los acercó al gran público- abundaba, en cambio, en esta clase de temas poderosos, temas como “He never wants to see you (once again)”, “Pavimento del buen muchacho” o “La hermosa langosta aplastada en la vereda”, que se volvieron instantáneamente mojones de sus recitales en vivo. En muchos aspectos el disco más redondo de la banda, tenía como única debilidad su larga extensión y la inclusión de algunas canciones menores que lo dispersaban.

Uno con otro y así sucesivamente fue un paso adelante y uno atrás en forma simultánea; estilísticamente propuso una serie de riesgos estructurales que lo diferenciaban de los discos anteriores, predominando las composiciones extensas con varias partes distintas, presentando un material tan bueno como el del disco anterior, pero de más lenta asimilación. Éste no era en realidad el problema, sino más bien un orden un poco desparejo y sin mucha armonía entre los temas más complejos y los más simples (y una portada más bien difícil de apreciar), que terminaba por conformar lo que generalmente se denomina un disco "de transición".

Pero aunque a todos se les pudiera encontrar alguna debilidad, la discografía de Buenos Muchachos es de una uniformidad -en términos de calidad- sorprendente y una de las mejores que se conozcan en el rock local, lo que sin dudas hace más notables los logros de Se pule la colmena.

Cambiar para que no cambie nada

Si antes decíamos que Uno con otro y así sucesivamente era un disco de transición, Se pule la colmena es el resultado completo de dicho cambio. En los discos anteriores se podían encontrar siempre dos o tres temas que anunciaban los cambios sonoros de la banda, en el extenso Se pule la colmena son solamente dos o tres los que remiten directamente a su obra previa.

Antes que nada, llama la atención la apertura tímbrica; con Ignacio Gutiérrez plenamente integrado a la banda en teclados, el sonido del grupo -que siempre privilegió lo climático- se abrió perdiendo algo de densidad y reverberación, pero aprovechando esos espacios para llenarlos de pequeñas intervenciones multiinstrumentales que, sin quitarles la predominancia a las guitarras, ofrecen una paleta sonora muy infrecuente en su variedad. Las guitarras de Marcelo Fernández y Gustavo Topo Antuña -tal vez el dúo de violas más reconocible, en su entramado de arpegios del rock local- también experimentan variables inesperadas, abandonando un poco su reconocible estilo arpegiado y optando por rasgeos más pop, arreglos de slide y dándole un espacio mucho mayor a lo acústico. Incluso en las voces hay variaciones importantes, comenzando por el lugar mucho mayor -y en algunos temas central- de Marcelo Fernández como cantante, quien aunque tiene un fraseo muy similar al de Pedro Dalton, tiene una voz mucho más limpia, que funciona muy bien en combinación con el vozarrón desgarrado de su hermano.

Compositivamente los cambios no son menores; las dinámicas de ruido-melodía tan propia de sus sonidos está casi ausente y las canciones tienden a mantener el volumen y la intesidad de sus primeros compases. Lo cual no quita que haya varios de los temas menos convencionales que haya hecho la banda, como “Chispas de luna”, que presenta una combinación de arreglos de cuerdas (violín y viola), voces reventadas de saturación y melodías de guitarra acústica que no se parecen a nada hecho por la banda antes. También hay algunos pequeños instrumentales en los que algunos integrantes dan rienda suelta a su formación clásica moderna, y todo el conjunto mantiene -especialmente en el segundo disco (el álbum está compuesto por un disco de duración normal y otro un poco más breve)- un clima más bien sereno.

Pero también hay cierta transformación conceptual en lo lírico: es difícil para alguien que -como quien esto suscribe- conoce personalmente a los integrantes de la banda y a su universo referencial, sustraerse a las asociaciones de su imaginario lírico, plagado de menciones a personas y lugares cercanos a la banda, una costumbre algo endogámica que generalmente no bloquea la empatía de las canciones. Esto se mantiene -y hasta se profundiza-, así como la particular pluma de Dalton y su característica yuxtaposición de términos poéticos casi arcaicos con palabras hipercoloquiales y poco refinadas (“gargajo”, “rengo”, “afanan”). Pero está prácticamente ausente esa oscuridad tóxica que solía habitar las letras anteriores; sin ser un disco radiante, Se pule la colmena está escrito bajo el signo del aprecio y de cierto optimismo vital que no necesita la tontería para expresarse, sino la pura emoción que emana de canciones como “OoMm”, “Mi rincón” o “Expiación”.

Tal vez lo más destacable es que con todos estos cambios, el disco se siente como una continuidad natural de los anteriores y no deja de ser distintivo de la banda en ningún momento. Pero da una sensación de redondez conceptual que lo convierte -posiblemente- en el mejor trabajo que haya editado. Tal vez no haya estribillos bombásticos, y muchas de sus virtudes son sutilezas que se descubren a la cuarta o quinta escucha, pero desde la primera se tiene la sensación de estar frente a una obra que vale la pena sentarse y escuchar con esa atención y paciencia -tan raras hoy en día- que merecen los discos realmente buenos.

Es discutible -como todo lo que entra en el campo de lo arbitrario y los gustos individuales- el que los Buenos Muchachos sean en este momento la mejor o la más personal de las bandas de rock uruguayas, lo que sería casi imposible negar después de escuchar Se pule la colmena es que son una banda importante.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura