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Joseph Stiglitz, a su llegada a un encuentro de galardonados en distintas ediciones con el premio Nobel de Economía, en la localidad alemana de Lindau, el miércoles 24 de agosto.

Foto: Efe, Karl-Josef Hildenbrand

Como en el 30

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Nobel de Economía recomienda “mayor gasto” público y creación de empleo para que la crisis no termine en recesión.

Cuando a partir de mediados de 2008 se derrumbaban las economías centrales por efecto de la explosión de la burbuja especulativa del mercado hipotecario estadounidense, inflada por dos décadas en virtud de una política ortodoxa de desregulación normativa aplicada al sistema financiero, economistas de diferente cuño ideológico se encontraron coincidiendo en que el freno al descalabro sólo podía provenir del ámbito común del Estado, y que no significaba otra cosa que más gasto público urgente y no menos. El debate vuelve a cobrar vigencia con el recrudecimiento de la crisis.

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Del entorno de 2 billones de dólares fue el primer gran rescate de entonces, en Estados Unidos (EEUU), y le siguieron otros tramos, tanto en ese país como en Europa y Japón, destinados a cubrir parcialmente -entre otras cosas- la liquidez y el crédito privado aparentemente infinitos que, sin embargo, desaparecían succionados por el agujero negro de las quiebras de bancos de inversión, colaterales, aseguradoras, automotrices y otras.

Extraído del closet y desempolvado, John Maynard Keynes fue recordado súbitamente como el gran teórico del capitalismo en crisis, una crisis a la que unos y otros identificaron como la peor desde la Gran Depresión posterior al crack de 1929. El demócrata Barack Obama tuvo la paradójica oportunidad -qué otro remedio- de aplicar en su entonces flamante presidencia un plan de estímulo fiscal de impronta estatista, que incluso se extendió hacia acciones de matriz intervencionista frente a casos muy delicados como el de la aseguradora AIG o el de algunas compañías automotrices.

Otras regiones que, como América Latina, no recibieron un impacto negativo directo ni decisivo del proceso contractivo gestado en las entrañas del sistema financiero internacional, también volcaron recursos fiscales para sostener planes de estímulo focalizados en sectores afectados en materia de producción, empleo y exportaciones.

Se trató de sumas con varios ceros menos que las dispuestas en el epicentro de la crisis, pero su instrumentación -por ejemplo en Uruguay, a través del apoyo fiscal a cinco cadenas productivas afectadas por la caída de la demanda- dio cuenta de la realidad de la recesión.

Algo más de dos años después, avanzado agosto, la crisis financiera recrudeció en EEUU, la eurozona y, al parecer, Japón bajo la forma de incapacidad fiscal de cumplir con vencimientos de deuda en los dos primeros ejemplos, pero en todos los casos con la inquietante convergencia del estancamiento de la economía real. Desde entonces, la región latinoamericana sigue entre las más dinámicas junto a Asia y los mercados emergentes, haciendo las veces de locomotora de la economía global.

Ahora, la acuciante problemática de endeudamiento en el área del Atlántico norte multiplica la presión sobre el frente fiscal de esos estados. Si aumentan el gasto para estimular la alicaída actividad, como recomiendan desde los "neokeynesianos" hasta los marxistas, el rojo de sus cuentas públicas deviene aún más insolvente como para, por ejemplo, amortizar pasivos. Si no lo hacen, y en su lugar ajustan sus presupuestos, la economía se enlentece, caen los niveles de actividad, producción y empleo, y con ello la recaudación fiscal, configurándose un cuadro de recesión.

Quien quiera oír

El fin de semana se desarrolló, al sur de Alemania, una conferencia de premios Nobel que galardonó a 17 académicos, y uno de ellos fue "la oveja negra" del encuentro, según la descripción que el matutino porteño Página 12 hizo del profesor de Columbia Joseph Stiglitz, adjudicatario del Nobel de Economía 2001. La introducción a la entrevista cuenta que Stiglitz es admirado por los más jóvenes de sus colegas y resentido por los demás, entre quienes se cuentan, claro está, muchos de los responsables y ejecutivos que se desempeñan al frente de instituciones y gobiernos elegidos como blanco de sus críticas, por demás legalistas.

Tobi(n) club

Alemania, Francia e Italia son, en ese orden, las tres economías más grandes de la eurozona y de Europa, junto a Inglaterra, que no integra la moneda común. La gravedad de la fase actual de la crisis es tal que sectores conservadores como los gobiernos alemán y francés resucitaron una idea normalmente rechazada desde su orientación, la de aplicar el largamente discutido tributo a las transacciones financieras o 'tasa Tobin'. La canciller germana Angela Merkel y el presidente galo, Nicolas Sarkozy, manejaron esa opción en la reunión que mantuvieron a inicios del mes. El economista estadounidense James Tobin concibió en 1972 un moderado impuesto a los flujos de capital destinado a desalentar la operativa de los especuladores y a generar más ingresos para las arcas de los estados. La agencia española de noticias EFE consignó que ambos gobiernos llevarán la iniciativa a consideración de la próxima cumbre del G20. La semana pasada, la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, destacó el hecho de que la idea vuelva a ser manejada en este momento, y el organismo a su cargo estima que un impuesto a las transacciones financieras internacionales con una tasa de 0,05% permitiría recaudar unos 661.000 millones de dólares, suma equivalente al 1,21% del PIB mundial.

El economista estadounidense remite a la crisis actual sin nombrarla y su análisis no registra diferencias entre aspectos de estancamiento y fiscales o de endeudamiento, ni entre los disparadores de la crisis en EEUU y Europa. Y al preguntársele por qué evalúa errados los planes de ajuste fiscal que se están aplicando en la eurozona a cambio de préstamos para pagar la deuda, el Nobel de Economía responde pensando políticamente: "Esas políticas llevan al estancamiento, se necesitan más planes de estímulo fiscal para recuperar el crecimiento y alcanzar menores niveles de desempleo en EEUU y Europa. La política monetaria hoy no es efectiva. Los primeros paquetes de estímulo fiscal en 2008 funcionaron bien, si no la desocupación hubiera sido mucho mayor". En este punto, el propio Stiglitz señala inmediatamente que aquella expansión del gasto "generó importantes déficits presupuestarios" de elevada incidencia relativa en las actuales crisis fiscales, realidad en la que se apoyan los sectores liberalistas para promover y exigir la opción del ajuste. "La mejor forma para enfrentar esos déficits es con mayor gasto, la austeridad va en la dirección contraria. Es una visión equivocada, es la misma receta que aplicó el FMI en la Argentina. Sabemos lo que pasa: la economía se desacelera, luego entra en recesión y finalmente termina con una depresión", razona el entrevistado en la isla de Lindau, escenario del prestigioso evento. "Sin crecimiento no es posible salir de la crisis. Cuanto más se demore el resultado político mayores serán la inestabilidad y los costos", augura. Al recordársele los argumentos antiestímulo basados en la idea de evitar que crezca el déficit, el premiado contesta que "el problema no son los déficits presupuestarios, ni siquiera la recesión, el problema es el déficit de empleo. Hoy en Estados Unidos tenemos 14 millones de desocupados, pero en realidad son 25 millones las personas que no pueden conseguir un empleo de tiempo completo. Esta situación sólo va a empeorar con los planes de austeridad".

JMK

Keynes fue el reformador teórico de una economía ya industrializada que se precipitó en el abismo de la más profunda recesión tras experimentar un largo y complejo proceso, que incluyó múltiple manipulación monetaria de los países centrales y políticas de crédito barato masivo, todo basado en la variable de la emisión. La respuesta pensada por el economista británico a la contracción de la actividad fue movilizar recursos fiscales y disponer medidas monetarias para estimular el consumo, la producción y el empleo, apuntando a expandir la actividad y generar más riqueza como antídotos contra la depresión. El economista, que supo descollar y ganar dinero como corredor bursátil, pensaba que el fenómeno del desempleo se origina en bajas tasas de inversión. El tema clave para Keynes en situaciones como la actual fue el mismo definido por Stiglitz para el diario argentino: “La mejor forma para enfrentar la crisis es crear puestos de trabajo”.

El estadounidense tiene la convicción de que “la teoría económica tradicional fracasó”, y para demostrarlo explica en qué consiste “un principio muy simple llamado 'multiplicador presupuestario': Si uno recauda impuestos y gasta dinero en forma balanceada de forma tal que no crezca el déficit, la economía crecerá. En el mediano plazo, esa política tiende a reducir el déficit y asegura la sustentabilidad de la economía porque el PIB crecerá y la deuda y el déficit serán más pequeños en términos relativos”. Keynes descubrió características de la demanda y de su relación con la inversión que la ciencia económica no manejaba hasta entonces, como tampoco el estrecho vínculo entre ésto y las políticas activas en materia fiscal y monetaria. En otra crisis, nacida de economías y valores de magnitudes muy superiores a las de entreguerras, Stiglitz detalla que “si uno diseña bien el multiplicador, el estímulo fiscal puede ser muy grande. En ese sentido, en EEUU se pueden cobrar impuestos al 1% más rico que concentra 25% del ingreso, y gastar el dinero en inversiones que aseguren mayor crecimiento. Esa dinámica es una forma de resolver este dilema”.

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