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Washigton Benavides y Rodolfo Gambini tras finalizar la ceremonia de entrega del "Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual 2012", ayer en la Sala de Conferencias del Teatro Solis.

Foto: Nicolás Celaya

Andar con ambas piernas

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Premio compartido del MEC a la labor intelectual sugirió una síntesis del debate sobre la relación entre humanidades y ciencias.

Con timing envidiable, el Gran Jurado del Premio a la Labor intelectual del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) resolvió distinguir simultáneamente a un representante de la ciencia más teórica y a un poeta que disfruta de divulgación popular. La ceremonia de entrega tuvo lugar anoche en el Complejo Solís, en una sala de actos colmada de científicos, humanistas y curiosos.

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Fue Hugo Achugar el que se acordó de “Las dos culturas” (1959), el clásico de CP Snow que pedía acortar la brecha entre las humanidades y las ciencias. La referencia del director de Cultura, uno de los tantos oradores que anoche presentaron el Gran Premio a la Labor Intelectual del MEC, viene a cuento del reciente debate -que tuvo como principal tribuna a la diaria- sobre el tipo de relación que deben mantener ambas esferas del conocimiento, en momentos en que toda la actividad intelectual nacional parece estar siendo juzgada por el rasero de su utilidad inmediata.

Aunque todos los jurados con los que pudimos conversar lo niegan, haber otorgado el premio de manera compartida a un físico cuántico y a un poeta-docente es todo un comentario sobre la forma en que se debería laudar un debate entre dos campos tal vez distantes, pero amenazados de manera similar por el descrédito presidencial. Este premio del MEC, después de todo, es comparable al “Nobel uruguayo” (la definición se la atribuyó Achugar al director del Instituto Pasteur, Luis Barbeito) y en representación del gobierno nacional estaba el ministro Ricardo Ehrlich, no su jefe inmediato.

La antecesora de Ehrlich en ese cargo, la ingeniera María Simon, fue la encargada de presentar la semblanza de Rodolfo Gambini, en su calidad de integrante del Gran Jurado que fundamentó la postulación del físico al premio. Además de recalcar la importancia de Gambini para el desarrollo de la investigación científica internacional y local -fue promotor de casi todas las instituciones clave del área en nuestro país, desde el Pedeciba a la ANII-, Simon trazó una especie de historia de la física, desde Newton hasta Einstein, que preparó las palabras del propio premiado.

Pero Gambini no habló inmediatamente después de la ex ministra de Educación y Cultura: antes, la historiadora Ana Frega hizo una semblanza de Benavides, también docente en la Facultad de Humanidades de la Udelar, basada en la fundamentación que de la candidatura del poeta tacuaremboense hizo Ricardo Pallares, representante de la Academia Nacional de Letras en el Gran Jurado: se recordó al creador enlazado con la tradición y también con la cultura popular (a través de la apertura de su obra hacia la música, interpretada entre muchos otros por Eduardo Darnauchans), así como al maestro generoso y al divulgador que a su modo resistió a la dictadura.

También antes de que hablaran los premiados se entregaron los trofeos más tangibles: esculturas visiblemente pesadas de la artista Águeda Dicancro, que Achugar desembaló y repartió. Además, cada premiado con este galardón trienal recibirá 
200.000 pesos.

En su discurso, el más breve de la ceremonia, Benavides prometió “una aparcería de ocho cánticos cuánticos”. Allí ensayó un octeto de encuentros cumbre entre “las dos culturas” en el que hilvanó a los presocráticos con Goethe, pasando por Kirkegaard y su compinche Nicanor Parra. Como el antipoeta chileno, Benavides cerró con una bandideada y agregó un noveno motivo para la premiación compartida: “¡Porque sí!”

Parecía complicado que Gambini mantuviera el ánimo risueño, pero el físico supo enganchar con humor para luego desplegar palabras tan claras como estimulantes. Comenzó malversando a Onetti, que se excusaba de los discursos apelando a su condición de escritor (“pero yo ni siquiera escribo”, apuntó Gambini), para luego explicar el origen de su interés por la física: el protagonismo le cupo a una biblioteca de su padre en la que figuraba una serie de obras de divulgación, escritas por figuras como Einstein, James Clark Maxwell y Max Planck. Gambini hizo una fuerte defensa de ese tipo de trabajo de divulgación, al tiempo que atacó la concepción actual de las publicaciones que popularizan la ciencia (aunque no se puede dejar de notar que científicos del calibre de los mencionados, al igual que Gambini, ya no “escriben”).

Con la pasión que dijo recibir de esos mentores juveniles y con las prevenciones que hoy impone un saber cada vez más especializado, Gambini explicó rápidamente cuáles fueron sus contribuciones al esfuerzo internacional para el desarrollo de una teoría unificada de la física -el cálculo de lazos, la gravitación a escala micro y el trabajo sobre la concepción del tiempo, entre otros-, así como abogó por una mayor presencia social de la cultura científica, no basada solamente en sus posibilidades a corto plazo, sino en su propia potencialidad cognoscitiva. Como los viejos buenos positivistas, Gambini invitó a pensar en una gran transformación de nuestra civilización a partir de desarrollos de la física que estima 
inminentes.

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