Zombis... Cuando el director George Romero tomó prestado el término con el que el vudú denomina a ciertos muertos (o no-muertos) más o menos revividos -pero prestándoles los atributos de los guls, esos muertos necrófagos del folclore árabe- para hacer su clásico La noche de los muertos vivientes (1968), seguramente no imaginaba que estaba creando un monstruo aún mayor y más peligroso que una horda de cadáveres caníbales. Ahora, casi medio siglo después, no sólo existen cuatro secuelas de su pesadilla dirigidas por el mismo Romero, sino que ya se han filmado más de 200 películas que tienen a los muertos vivientes como protagonistas y como horrores por excelencia. Ahora hay zombis que en realidad no están muertos (los definidos por Danny Boyle en Exterminio), zombis más rápidos, inteligentes y difíciles de matar que los de Romero (los de Dan O’Bannon y los de Zack Snyder, hay algunos graciosos, algunos explicables por la ciencia, otros absolutamente sobrenaturales (los de Sam Raimi o los de Lucio Fulci y toda la tradición italiana), hay zombis más o menos gore. Pero no sólo hay zombis cinematográficos, también hay exitosos zombis televisivos (The Walking Dead) y zombis de videojuego (Resident Evil, Left 4 Dead), bandas de rock dedicadas a ellos (Cannibal Corpse), cómics de Marvel en los que sus principales superhéroes se vuelven zombis hambrientos y hasta manifestaciones zombis como la que se desarrolló -con un dudosísimo o estupidísimo gusto para elegir la fecha- el pasado Día de los Muertos por 18 de Julio. Es decir, zombis, zombis, zombis... ¿En qué formato no se había explotado aún a estos muertos podridos, descerebrados y desagradables que encarnan todo el miedo y el asco actual de la cultura occidental hacia la muerte? Bueno, no se había hecho una película animada para niños. Hasta ahora, al menos, hasta que llegó ParaNorman.
Entre dos mundos
ParaNorman es el segundo largometraje producido por el estudio Laika, un superequipo de animadores fundado por Phil Knight (uno de los dueños de Nike), que en general ha dedicado sus talentos a crear sorprendentes anuncios televisivos animados, pero que comenzó a incursionar en la ficción con la magnífica Coraline (2009), que había sido dirigida por Henry Selick -director habitual de las películas animadas producidas o escritas por Tim Burton-, quien evidentemente dejó su impronta en el estudio a la hora de utilizar la animación stop-motion (realizada cuadro a cuadro con marionetas o con figuras de plasticina) en combinación con técnicas de animación digital de 3D, algo de lo que Coraline fue pionera en muchos aspectos.
ParaNorman recupera esta técnica mixta -que desde Coraline tuvo otro excelente ejemplo con la aún no estrenada en nuestro medio The Pirates! del estudio de los maestros de la stop-motion, Aardman- y lo lleva a un nuevo nivel de excelencia, en el que lo orgánico y lo digital van tan entrelazados que son casi indistinguibles, y donde la 3D no es simplemente un recurso para arrojar objetos a la cara del espectador, sino que también tiene su propia lógica expresiva. La producción de ParaNorman, además, realizó un particular esfuerzo en el que suele ser el aspecto más flojo de las películas animadas, sus personajes humanos. El pueblo de Massachusetts en el que se desenvuelve la película tal vez no esté habitado por más de un par de centenares de personajes reconocibles, pero cada uno de ellos se diferencia de los demás en mucho más que simplemente el pelo y la ropa. La minucia de los detalles de expresión de cada personaje de ParaNorman es realmente excepcional y en el caso de los personajes principales casi podría hablarse de una auténtica actuación en relación a la variedad de matices faciales, pero también hay decenas de pequeñas observaciones físicas (panzas prominentes, maquillajes desprolijos, arrugas y ojeras que no dependen exclusivamente de la edad designada para el personaje) y de indumentaria que le dan una particular personalidad, así como el diseño general de dibujo, que sintetiza con personalidad tanto las líneas generales de los humanos de la escuela Pixar como los de Aardman, es decir, exactamente la síntesis que también se propone en la animación. En resumidas cuentas se puede decir que ParaNorman es una gran película en lo técnico, pero sólo esto no hace a los grandes films, por lo que vale la pena resaltar otros aspectos de esta película distinta.
Veo gente muerta
ParaNorman cuenta la historia de un niño de un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra que es ridiculizado y acosado por su capacidad -descreída incluso por su familia- de ver y conversar con los fantasmas de los muertos locales. Al conmemorarse los 300 años de un infame juicio de brujería realizado en el pueblo, el niño es contactado por un tío enloquecido y con su misma capacidad que lo incita a realizar un ritual que lo libraría de una ominosa presencia sobrenatural que suele aparcérsele con cada vez mayor frecuencia. El ritual sale mal y el resultado es que el pueblo se llena de zombis que los persiguen, a él y a sus eventuales compañeros, por las calles.
El tono general es bastante extremo para una película en un principio orientada hacia el público infantil; los elementos de horror son, para esta clase de productos, bastante terroríficos y siniestros, sin las pinceladas físicamente macabras de las películas animadas de Tim Burton, pero con referencias tremebundas al hiperviolento mundo cinematográfico de los zombis. Hay personajes que mueren y amenazas bastante fuertes que pueden impresionar a los más pequeños, pero también hay algunos elementos de sexualidad -el voluptuoso trasero de la hermana mayor de Norman, la confesión de homosexualidad de uno de los personajes- que no son para nada habituales en las películas de animación, en las que lo escatológico suele ser permitido pero lo sexual parece inexistente.
Pero no son sus libertades temáticas lo que llama más la atención de la película, sino la humanidad de su desarrollo; ParaNorman da una inesperada vuelta de tuerca al tema de los zombis, que hasta ahora no ha dado ninguna de las películas del tema para adultos, reflexionando en cierta forma sobre los excesos de este universo apocalíptico. Si en algún momento los zombis ideados por Romero funcionaban como una suerte de metáfora sobre el consumismo desaforado, hoy en día su proliferación parece celebrar ese mismo consumismo y la deshumanización definitiva. Un ejemplo de la conversión del muerto en un enemigo al que hay que hacer desvanecer de la faz de la Tierra de cualquier forma. Pero ParaNorman elige otro camino más sensible y respetuoso, que la convierte en una película que luego de oscilar entre el humor y el horror, termina acercándose a una sensibilidad más profunda y lo hace -algo que sí es excepcional- sin caer en excesos discursivos o melodramáticos. No hay tampoco ninguna lectura maniquea y todos los personajes, aun los presentados en forma más estereotipada, tienen su oportunidad de revelar facetas inesperadas y de mayor riqueza.
Si el género de las películas animadas es uno de los más distintivos de este siglo, y uno de los pocos en los que Hollywood ha conseguido realizar algunas obras maestras en las últimas dos décadas, ParaNorman coloca al estudio Laika como una interesantísima tercera posición entre el vanguardismo no pocas veces emotivo de Pixar y el encantador tradicionalismo de Aardman, y en el camino cuenta una buena historia con humor, corazón y maestría técnica. Más que suficiente para lo que amenazaba ser simplemente la versión infantil del apocalipsis zombi.