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XXVI Feria Internacional del Libro (FIL) de la ciudad mexicana de Guadalajara, el 27 de noviembre, cuando se realizaba el tercer homenaje al fallecido Carlos Fuentes en el que participaron los escritores Cristina Rivera Garza, Xavier Velasco, Ángeles Mastretta y Gonzalo Celorio.

Foto: Ulises Ruiz Basurto, Efe

Boom constante en el valle de Atemajac

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Culminó la Feria del Libro de Guadalajara, que busca acentuar su carácter latinoamericano.

28 grados pero nada de humedad, un millón y medio de habitantes o 15 (según a quién se le pregunte y dónde pongamos los límites de la ciudad). También: nueve días, 700.000 visitantes, 38 millones de dólares de ventas de libros y una suma desconocida por transacciones de derechos de autor. Datos de Guadalajara y su Feria Internacional del Libro (FIL), que terminó el domingo pero que ya prepara su próxima edición y que desde ahora puede contar con incursiones uruguayas cada vez más profesionalizadas.

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Carlos Liscano confesó que nunca le interesó la trama y que ahora se dedica a escribir sobre sus dificultades para escribir. Me pareció que esto se conectaba con la obra del último Levrero y lo até a una mención de Gustavo Espinosa de Onetti como “nuestro prócer literario”. Entonces la conversación enfiló al tema del posible centro de la literatura uruguaya actual. Magdalena Helguera denunció por falocéntrico al trío Onetti-Benedetti-Galeano -es decir, a los retratados en gigantografías que presidían el stand uruguayo en la FIL- y reivindicó a María Inés Silva Vila y a Armonía Somers. Claudia Amengual, que había propuesto el rescate de Rodó, apoyó a su colega y recordó a Susana Soca, objeto de su biografía "Rara avis". Espinosa contraatacó: en poesía domina el otro cuadro, el de Delmira, Juana, Idea (¿Amanda?, ¿Circe?). Entonces, justo cuando se estaba poniendo bueno, hubo que terminar.

Fueron menos de dos horas de charla el viernes 30 de noviembre en una de las salas pequeñas de la Expo Guadalajara, que estaba lejos de ser colmada. Los cuatro escritores uruguayos elegidos por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y por la FIL dialogaron sobre sus inicios en la carrera -actividad terapéutica para Liscano y Amengual, prolongación natural de la afición por la lectura para Helguera y Espinosa- y sobre la forma en que dosifican las entradas autobiográficas en sus ficciones. El grupo era heterogéneo -un escritor formado en la cárcel política (Liscano), una autora de género infantil (Helguera), otra más cercana a las reglas profesionales (Amengual) y un representante del posmodernismo criollo (Espinosa)-, pero eso no alcanzó para quebrar las convenciones de amabilidad: cercanía, amortiguación y otros conceptos de Real de Azúa fueron citados y respetados por la comitiva uruguaya antes, durante y después de la charla.

No hay dudas de que el consenso, para un país pequeño que quiere encajar en el circuito internacional de difusión y negocios que encarna la FIL de Guadalajara, es una estretegia necesaria; para entender las miserias de la desunión basta mirar a Venezuela, que concurre a la feria con representaciones divididas de los empresarios del libro y del gobierno. Pero por el tema de la variedad conviene atender al caso chileno.

La vanguardia es así

Chile era el país de honor, pero además de contar con un presupuesto casi ilimitado, apostó a varios caminos para llamar la atención en un megaevento que inevitablemente superpone actividades y castiga a aquellas que tienen menor capacidad de difusión. El escándalo, por ejemplo, llegó con Pedro Lemebel, que el miércoles enardeció a la colmada sala principal de la Expo Guadalajara con su poesía de barricada. “Yo muerdo la mano”, dijo el autor de "Crónicas del sidario" y la emprendió contra la “falta de onda” de los habitantes de Guadalajara (que visita por tercera vez), pero sobre todo contra el gobierno de Sebastián Piñera. “Uno parece una reina y luego sale este vozarrón”, bromeó el poeta: el hilo de voz que le dejó la extracción casi total de laringe -tiene un tajo de oreja a oreja- alcanzó para que atrapara desde la primera palabra. Su explosiva identidad múltiple -niño pobre, loca callejera y militante de izquierda- se adaptó esta vez a la lectura de un texto sobre su madre, otro sobre el papel de Chile en la mediterranización de Bolivia y un tercero sobre un encuentro resacoso con el ministro de Cultura de Piñera en el día de su asunción (sacándole la poesía: el funcionario le ofrece la mano, Lemebel lo escupe y por si hiciera falta recalca: “soy tellible resentida”). Como pocos, el chileno atrapa y poetiza un panorama social claramente dividido pero que nunca cierra la posibilidad del diálogo.

En este campo, de lo mejor que ofreció el batallón chileno en México fue el debate entre el historiador liberal-conservador Alfredo Jocelyn-Holt y el “historiador del presente” Gabriel Salazar. El tema eran los actuales movimientos sociales chilenos y ambos académicos cruzaron la historia reciente chilena, desde las ocupaciones de tierras de 
los años 50 hasta las protestas de los “pingüinos” discutiendo sobre los conceptos de responsabilidad, soberanía popular, gobierno y gobernanza. El moderador era Patricio Fernández, actual director de la revista The Clinic, quien desde su posición como “renegado de la elite” también editó un libro sobre los movimientos sociales.

Fernández también fue el encargado de presentar a Los Tres en la noche del jueves. Los chilenos propusieron un megaespectáculo para cada día de la semana en la bien resuelta explanada semicerrada de la Expo, y si bien cuando tocaron Los Bunkers (una banda de pop rock que reside en México DF desde hace años) quedó muchísima gente afuera, Los Tres también llenaron el local. No sólo son una banda muy conocida en México (los 6.000 presentes corearon muchos de sus temas), sino que además corría el rumor de que iba a subir al escenario alguno de los Café Tacuba. Al final, subieron casi todos y tocaron una decena de canciones, por lo que prácticamente presenciamos un combo locatario.

Una maniobra parecida a la de Los Tres con Café Tacuba ocurría en los paneles organizados por los chilenos, que incluían muchas veces algún panelista mexicano. De los más interesantes, Yuri Herrera y Juan Villoro -activísimo, era casi inevitable pechárselo en algún pasillo-, quienes también presentaron un par de libros propios por cabeza.

Como mencionábamos la semana pasada, los chilenos recurrieron además a Ricardo Lagos, quien parece haberle arrebatado a Fernando Henrique Cardoso el rol de intelectual de referencia entre los ex presidentes latinoamericanos. En otro extremo, Pedro Peirano, de 31 minutos, animó varias actividades sobre historieta (otro de los mundos paralelos de la feria, que contó con el mítico Rius para el día de cierre) y también presentó un libro.

Por si hiciera falta, los chilenos editaban un periódico en el que destacaban las actividades y personajes que venían desarrollando en la feria; al menos las fotos de portada eran registro fiel de lo que ocurría en los escenarios de la FIL. Como empujoncito extra, la chilena -radicada en Nueva York- Lina Meruane ganó el premio de literatura femenina Sor Juana Inés de la Cruz, que se entrega durante la feria.

Por supuesto, el pabellón chileno recibió críticas. Las más notorias, del disidente oficial Lemebel (“es un palafito, una casita de madera, quieren hacerse los pobres”), pero lo cierto es que físicamente combinaba un auditorio, varias bibliotecas de exposición y una sobria pero completa librería. En el auditorio, las presentaciones y charlas se sucedían durante todo el día, y aunque algunos personajes se repetían, era difícil ignorarlas, porque el stand/casa chileno estaba ubicado prácticamente en la entrada principal de la feria. Con notoria comodidad, los de la comitiva oficial chilena -unas 300 personas- se turnaban para debatir en sillones del living de su casa; por ahí podría venir otro cuestionamiento, ya que por momentos parecían más interesados por sus dinámicas internas que por explicar al público local quiénes eran y por qué y de qué discutían. De todos modos, cuesta pensar en personalidades de la cultura chilena ausentes en Guadalajara: desde Raúl Zurita a Jorge Edwards estuvieron allí, y aunque Nicanor Parra ya no viaja, una impactante muestra de sus artefactos tenía lugar en el no menos impactante Hospicio Cabañas, poblado de amenazantes murales de Orozco. La de Chile, será una marca difícil de superar para los próximos invitados de honor; por lo pronto, el de 2013, Israel, tenía este año un modestísimo y solitario stand.

Volviendo a Carrasco

La chilena Meruane ganó el Sor Juana y ese día su rostro, aunque no era omnipresente como el del mexicano Carlos Fuentes, estaba en muchas partes. La uruguaya Amengual también ganó el Sor Juana en 2006, pero se quejó de que hoy sus libros no son distribuidos por su editorial, Santillana, en México. La Cámara Uruguaya del Libro agotó en pocas horas la veintena de Levreros que llevó a la feria, pero el autor de “El lugar” no tuvo mayor destaque institucional en nuestra delegación, cuando posiblemente sea el autor “nuevo” que mayor atención concita. Los chilenos, en cambio, aprovechan al máximo el “efecto” Bolaño -muerto en 2003, un año antes que Levrero- y allí estaba el coqueto español Ignacio Echeverría, representante de Bolaño en la Tierra, adornando infatigablemente el stand trasandino con su monótona prédica sobre el rol de la crítica. Galeano, otro atractor uruguayo potente, estuvo sólo en retrato, y, como ya dijimos, sus libros son más mexicanos (de Siglo XXI) que orientales. Dispersos había también trabajos de más artistas uruguayos (pequeños poemarios de Saúl Ibargoyen, el hit “A dos voces” de Viglietti y Benedetti, el estudio sobre Lautréamont que Ruperto Long concurrió a presentar), que en una próxima visita bien podrían ser reunidos, si no en un mismo local, sí en una pequeña guía propia.

Como contaba Alicia Guglielmo, presidenta de la Cámara del Libro, hasta hace poco el objetivo era costear, con la venta de libros in situ, la presencia en Guadalajara de un par de personas que se ocupan del stand uruguayo y que en algunos casos asisten a cursos de formación. Pero mientras conversábamos en el stand -donde ya se promociona a Montevideo como Capital Iberoamericana de la Cultura 2013- se nos acercó un hombre de acento brasileño preguntando por la biografía de José Mujica escrita por Miguel Campodónico. Ya no quedaban ejemplares, pero al presunto brasileño lo que le interesaba eran los derechos para editarla en portugués. Negocios, inmaterialidad y no necesariamente alta literatura: de eso se trata, o también de eso se trata, la FIL, y paulatinamente tanto la Cámara como el Departamento de Industrias Creativas del MEC buscan insertarse más plenamente en un circuito en el que la competencia es dura. La presencia de una agente literaria estatal en el inmenso Salón de Derechos -especie de VIP con licencia para negociar- es una señal fuerte en ese sentido y convendría trabajar con paciencia: según Victoria Estol, recién ahora están llegando las primeras respuestas de los interesados por sus representados en la Feria de Frankfurt de hace dos meses. En ese plan de larga duración, tanto o más conveniente que invertir en la difusión en nuestro país de lo que representa la FIL de Guadalajara sería promover en la propia Guadalajara lo que hacen los autores uruguayos que, aunque ahora un poco menos, siguen siendo 
desconocidos.

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