Otro año concluye y, como es habitual, confeccionamos una lista de las que fueron, para los reseñadores de la diaria, las mejores películas del año. A pesar de pasar por un momento de clara decadencia, mucho de lo más notable que se vio durante 2012 provino de EEUU, lo que demuestra que hay cineastas que no le tienen miedo a la crisis y que se puede hacer algo más que películas de superhéroes en 3D, aunque a veces parezca lo contrario. Habiendo delimitado la selección a diez películas, quedan inevitablemente afuera muchas que merecerían estar en este listado y de las que vale la pena mencionar algunas, como Poesía para el alma (Lee Chan-dong), Declaración de guerra (Valérie Donzelli), El último Elvis (Armando Bo) o Essential Killing (Jerzy Skowlimowski) y a varias uruguayas de excelente calidad -en el año de mayor cantidad de estrenos nacionales hasta el momento- como Flacas vacas (Santiago Svirsky), Tres (Pablo Stoll) o El casamiento (Aldo Garay) Aquí están, sin ningún orden en particular, las que nos parecieron las mejores películas del año en el que no se terminó el mundo.
• Shame (Steve McQueen): Así como el alcoholismo nunca volvió a ser el mismo desde The Lost Weekend (Billy Wilder, 1945) la adicción al sexo no volverá a ser la misma a partir de Shame. La imagen de los conocidos playboys, simpáticamente hedonistas, se requiebra para siempre en el retrato del universo circular y asfixiante de la vida sexual de un reputado ejecutivo de Nueva York, en el que el aparente equilibrio aséptico -en muchas líneas el entorno yuppie, minucioso y perfecto recuerda a Psicópata americano- irá gateando hacia lo ominoso tras la llegada inesperada de un incestuoso amor fraternal. Steve McQueen aprieta en los límites del cuerpo, qué es lo que un cuerpo puede hacer, hasta cuánto puede soportar. En este sentido, Shame y la escatológica Hunger forman un díptico de opuestos, las dos caras del apetito más voraz y la anorexia más desintegradora.
• El topo (Tomas Alfredson): El sueco Alfredson había deslumbrado a muchos con su personalísimo film de vampiros Criatura de la noche, y ésta, su primera incursión en el cine anglosajón, confirmó que se trata de un talento distinto. Una adaptación detallista y concentradísima de la extensa novela de John Le Carré en la que está basada, y que presenta a un mundo del espionaje en las antípodas del glamour de James Bond y compañía, dominado por la burocracia, lo marrón y las pequeñas disputas de poder (que muchas veces desembocan en ríos de sangre). Una historia de traiciones, decepciones y lealtades en la que el horror, la tristeza y la mugre se van colando en cada uno de sus perfectos fotogramas, pero en la que también hay lugar para la grandeza de los hombres grises e inadvertidos.
• El árbol de la vida (Terrence Malick): Muchos escépticos la consideraron dos horas y media de fondo protector de pantalla, pero El árbol de la vida es una de las películas más ambiciosas y exuberantes de los últimos tiempos. La muerte de un hijo y una madre que lo busca en algún rincón de la memoria, pero no de su memoria, la memoria histórica, o familiar, sino de la memoria del Universo. Un intento de representación de lo irrepresentable, que es la muerte de un hijo, una búsqueda que lleva a alguien a hurgar en los confines del tiempo, en supernovas, nebulosas y anillos de asteroides. Y al mismo tiempo un finísimo y concreto retrato de época (los 50 norteamericanos) y un drama familiar construido a fuerza de especifiquísimas magdalenas proustianas vinculadas al amor más enloquecedor de un padre hacia sus hijos (posiblemente el mejor rol de Brad Pitt hasta la fecha). Más que una película sobre todo, el todo hecho película.
• Caballo de guerra (Steven Spielberg): Tal vez fue una cierta saturación de Spielberg (que este año estuvo por partida doble con ésta y Las aventuras de Tintín) lo que hizo que esta película pasara más bien desapercibida, lo cual es una lástima, ya que se trata de uno de los mayores despliegues estéticos que haya realizado el director de Tiburón y E.T. Una película antibélica de vieja escuela (la Primera Guerra Mundial vista a través de los ojos de un caballo) en la que la contraposición entre el espanto histórico y la belleza de la naturaleza es manejada con el habitual profesionalismo de un Spielberg que sabe todo lo que se puede saber sobre cinematografía, más allá de su inclinación por lo melodramático y lo unidimensional.
• Drive (Nicolas Winding Refn): Fetichismo cinematográfico en estado puro. Los guantes de cuero sobre el volante, el reloj marcando tic tac, el plateado de la campera de Ryan Gosling (con el escorpión dorado, una referencia inevitable a Scorpio Rising, Kenneth Anger, 1963) cada vez más sucia de sangre. Drive es un disciplinamiento de los sentidos, un film tan virtuoso en lo que refiere al manejo de tensión, los silencios y los puntos muertos (algo que se ve en la persecución automovilística inicial, donde más que la velocidad y el vértigo priman el engaño y el camuflaje) como a la representación de la violencia, en un Los Ángeles neo-noir que está a la altura de Carretera perdida y algunas escenas de gore impensado, de la factura de Una historia violenta.
• Enter the Void (Gaspar Noé): En realidad todavía se necesitaría un tiempo para dilucidar si este delirio psicodélico es en realidad una gran película transgresora (como lo era el film anterior de Noé, Irreversible) o simplemente un montón de fuegos artificiales vistosos y provocativos, pero de cualquier forma no se puede dejar de reconocer el estar frente a una película realmente distinta y jugada, más allá de lo epidérmicos que puedan resultar sus riesgos. En todo caso es una de esas películas que no dejan indiferente a nadie y eso, en tiempos de gran conservadurismo estético, la hace merecedora de integrar esta lista.
• Secretos de Estado (George Clooney): A diferencia de las grandes películas de intrigas políticas, Secretos de Estado circunscribe su marco al espacio delimitado de los primeros comicios demócratas en Ohio, antes de las verdaderas y más importantes elecciones. Dentro de este espacio acotado, la película se desarrolla finísima dentro de las intrigas, jugarretas y planes b y c de los diferentes bandos del partido demócrata, con protagonistas tan opacos como camaleónicos. Más que un thriller político, una de las primeras señales del pesimismo post Obama que rondaron los años de crisis norteamericanos.
• Los Muppets (James Bobin): En realidad no prometía mucho, pareciendo a priori una actualización a los ritmos actuales (musicales y visuales) de un producto tan anclado en los 70 que dicha transposición amenazaba desastres. Pero al final resultó ser un ejercicio de sanísima nostalgia, que observaba su propio proceso con ironía y cariño, y que demostraba que un carisma y una sensibilidad auténticas nunca están realmente datadas. Con canciones de época sumadas a nuevas composiciones que no desentonaban y un elenco humano desbordante de entusiasmo, Los Muppets resultaron ser mucho más que una simple explotación de marca como Los Pitufos y aberraciones semejantes, planteando una legítima celebración de sí mismos y su tradición. Sin dudas hubo estrenos mucho más profundos que éste, ninguno más alegre.
• El estudiante (Santiago Mitre): Una excelsa cartografía del ajedrecismo político en Argentina, dentro de un terreno mítico que pocas veces es representado con claridad: el ámbito de las facciones gremiales universitarias. La historia del ascenso político de un joven estudiante que pronto se descubre como un natural, entendiendo la maquinaria de anexiones y burocracia que hace funcionar a todo el complejo político argentino, con una precisión y minuciosidad propia del cine de Costa Gavras o Corneliu Porumboiu. Más que un film político de iniciación, El estudiante es un film sobre el poder, sobre los mecanismos de producción y sostén del poder, un mapa, un manual de instrucciones y una denuncia de la función de la Universidad como plataforma política en la distribución de cargos públicos.
• Piratas: una loca aventura (Peter Lord y Jeff Newitt): Uruguay no se enteró de este estreno, algo habitual en relación a las películas animadas de Aardman y que es una pena, ya que fue una de las películas más divertidas de 2012. Engañosamente presentada como un film infantil, Piratas… es un placer familiar y anárquico, lleno de energía y absolutamente carente de moralinas pesadas. De hecho, hay un evidente espíritu punk agazapado en esta película sobre saqueadores de buen corazón, que se enfrentan con reinas y millonarios desalmados y en la que Charles Darwin es un nerd más, más preocupado por conseguirse una novia que por demostrar alguna teoría. No es de extrañar que la banda de sonido esté compuesta por éxitos de The Clash, The Pogues y Ten Pole Tudor.