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Edy Kaufman durante la entrevista con la diaria.

Foto: Javier Calvelo

Un símbolo de paz

13 minutos de lectura
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Kaufman pide que Uruguay ayude a las diásporas israelí y árabe para que “exporten” hacia Medio Oriente su cultura de convivencia.

El académico y activista Edy Kaufman trabajó desde Amnistía Internacional (AI) en denunciar las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura uruguaya. Entiende que ahora es Uruguay el que tiene una oportunidad de contribuir a la paz, en este caso entre israelíes y palestinos. Para aportar a la solución de ese conflicto, impulsa acciones en Montevideo y en otros países de América Latina. Está convencido de que se puede revertir la tendencia de las diásporas a ser más extremistas que los propios habitantes de los países en conflicto y de que es posible “exportar” la paz.

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Kaufman, de 71 años, nació en Argentina, donde creció su “admiración” por el “civismo” uruguayo, antes de instalarse en Israel. Fue integrante de la junta directiva de AI, director del Instituto Truman para la Paz y es un referente en el trabajo para la resolución de conflictos a partir de la “diplomacia ciudadana”. Escribió 13 libros y 70 artículos académicos, en los que expuso sus investigaciones, entre ellas varias sobre el conflicto en Medio Oriente, pero también otras que tuvieron como objeto Uruguay.

Visitó Montevideo la semana pasada para recibir un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de la República y el título de Visitante Ilustre en la Intendencia de Montevideo, en reconocimiento al trabajo que desplegó durante la dictadura uruguaya, cuando la campaña que él impulsó desde AI colocó lo que ocurría en Uruguay “en el mapa mundial”.

-¿Podría recordar un poco aquellas campañas contra la tortura en Uruguay, durante los años 1975 y 1976, que le valieron los reconocimientos que acaba de recibir?

-Nací en Argentina, me politicé muy joven, y siempre tuve una gran admiración por la cultura cívica de los uruguayos. Cuando empecé como profesor universitario en la Universidad Hebrea en 1970, daba un curso que se llamaba “Movimientos de guerrilla y de protesta en América Latina”. Cuando Salvador Allende llegó al gobierno en Chile, como muchos otros académicos jóvenes fui para allá a ver esa maravilla que era entonces un gobierno marxista que llegaba al gobierno por las urnas y no por la guerrilla. Cada vez que pasaba por Uruguay, entre 1971 y 1973, veía cómo los militares iban tomando más poder. Entrevisté a políticos, reuní declaraciones de la Junta de los comandantes, y me decía “acá está pasando algo terrible”. Cuando cayó Allende dije: “¿qué hago ahora, voy a escribir un libro sobre Chile?”. En ese momento Uruguay todavía tenía presidente civil, Juan María Bordaberry, y después vino lo de Argentina y los desaparecidos. Dije: “De Argentina todo el mundo habla, de Chile todo el mundo habla, pero no de Uruguay, la Suiza, que ya no es Suiza”. Así empecé a escribir un libro, que se publicó en 1979 en Estados Unidos: Uruguay en transición democrática, de gobierno civil a militar.

-¿Cómo fue que comenzó a trabajar en Amnistía?

-En 1975 tuve un año sabático en la Universidad Hebrea por primera vez y pensé en ir a Amnistía en Londres y hacer un año de trabajo práctico, no teórico, en Derechos Humanos, además de terminar el libro sobre Uruguay. Me ofrecieron remplazar a la directora para las Américas, que estaba embarazada, y dije que sí pero que quería trabajar sobre Uruguay. Quedé a cargo de Uruguay y Paraguay. En Europa y Estados Unidos el tema Uruguay había sido totalmente irrelevante comparado con Chile y Argentina. En el 73 hubo una primera conferencia mundial contra la tortura en París y entonces sugerí que la primera campaña internacional contra la tortura fuera sobre Uruguay, porque comenzaban a llegar fotos de muertes por tortura. Cuando devolvían a un detenido que había muerto prohibían a las familias abrir el ataúd. Pero a veces lo abrían -el caso más famoso fue el de Álvaro Balbi- y se veían las marcas de tortura.

-¿Cuántos casos documentaron?

-Llegamos a juntar 18 casos de muerte por tortura, seis o siete con fotos. Se me ocurrió el eslogan: “Uno de cada cinco uruguayos en el exilio, uno de cada 50 uruguayos detenido, interrogado y torturado y uno de cada 500 uruguayos en prisión”. Amnistía consideraba preso de conciencia a todo aquel que fuera apresado por sus ideas, su orientación sexual, su etnia o su religión, pero que no hubiera usado la violencia, o abogado por usarla. Le hicimos un expediente a cada preso, con foto, abogado, y en 70 países del mundo había gente de Amnistía que lo adoptaba como “su preso”, para que fuera liberado. Durante 60 o 90 días, en distintas ciudades del mundo -sin avisar en cuál- hubo protestas contra la tortura y por la liberación de los presos. Unos diez días antes estaba listo el folleto para la campaña y fuimos a las embajadas uruguayas de Londres, Washington, París y en la Organización de las Naciones Unidas [ONU] y anticipamos la campaña por si el gobierno tenía alguna observación o comentario. En el diario El País, y en otro que no recuerdo, salió en portada: “Conspiración comunista internacional contra el Uruguay”. Uruguay no estaba en el mapa, pero de repente la campaña hizo un ruido tremendo en 70 países.

-¿Cómo reaccionó la dictadura?

-Los 70 grupos empezamos a juntar direcciones de oficiales del Ejército. Cuando podíamos, en la guía telefónica, buscábamos sus domicilios y si no, los de los cuarteles. Reunimos las de unos 200 oficiales. Los grupos de Amnistía empezaron a escribirle a cada uno: “Estimado comandante tal y tal, somos admiradores de Uruguay en Suiza, creemos que es un país muy bonito y estamos preocupados por la imagen que se ha generado, por el hecho de que se tortura a los presos políticos. ¿Podría ayudarnos?”. El mensaje no decía que era de Amnistía. Las reacciones fueron increíbles. Un general pidió en la prensa que ningún oficial del Ejército contestara cartas de “esa campaña difamatoria” y dijo que Amnistía estaba detrás. Así recibimos las dos primeras fotos originales de torturados, junto con una carta destinada al papa, al Vaticano, con copia a nosotros. Investigamos si el Vaticano había recibido el original, nos dijeron que no había llegado nada, y hasta ahora no sabemos si hubo original. Pero Amnistía siempre verifica la información que recibe de alguien que no conoce, en este caso era de un tal Capitán [Julio César] Cooper que decía que él había torturado, pero que en un momento le tocó un amigo de secundaria y no lo pudo hacer y se fue para Argentina. Un integrante de una ONG católica de Londres fue a Uruguay a abrir una filial y nos ayudó a confirmar la veracidad de las imágenes. Entonces hicimos público el dato en la hora de más audiencia en Londres. Llamaron al embajador uruguayo en Londres a ver qué podía decir de esas fotos, él se confundió y respondió “no coment”. Finalmente Cooper se movilizó a favor de los derechos humanos y habló en Ginebra ante una comisión de la ONU. La otra cosa fue la enmienda Koch, que llevó al fin de la ayuda militar de Estados Unidos a Uruguay.

-En el camino usted trabajó para salvar a Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz y Wilson Ferreira.

-Amnistía quiso llevar a Estados Unidos a uno de esos dirigentes uruguayos que estaban en Buenos Aires para una audiencia pública en el Congreso. Yo también estaba invitado y pensamos que el otro invitado tenía que ser un blanco, por ser de un partido de derecha, ya que estaban los republicanos en el gobierno. Era la administración del presidente Gerald Ford. Pero la Embajada de Estados Unidos en Argentina no daba la visa y mientras esperábamos capturaron a Gutiérrez Ruiz y a Michelini. Sabíamos que los detenidos solían ser asesinados después de 48 horas más o menos de su captura, así que tratamos, contrarreloj, que el Departamento de Estado le dijera al embajador en Buenos Aires que le dijera a Videla: “Mañana, estos tres -Wilson también- tienen que estar en Washington porque tienen una audiencia”. El Congreso de Estados Unidos le pidió al Departamento de Estado que hiciera el pedido, pero el embajador en Buenos Aires dijo que sólo le pidieron que averiguara lo que estaba pasando. En el Departamento de Estado dijeron que como era fin de semana había suplentes y que la orden no fue muy clara, por lo que no pudimos rescatarlos. Todo el esfuerzo se volcó en salvar a Wilson y a Juan Raúl [Ferreira].

-¿Cómo se llegó a la enmienda Koch?

-El Departamento de Estado pidió una semana de receso en el Congreso y [el subsecretario para América Latina, Hewson Ryan] se fue a Montevideo para volver con noticias frescas y decir que Amnistía estaba desconectada de lo que ocurría. Tuvimos una semana para preparar preguntas y hacerlo caer. Se esperaba que el embajador Ryan dijera que se había exagerado el número de presos, y se esperaba que llevara a la audiencia un número específico y así fue. No me acuerdo del número que dijo pero fue algo así como 2.128. Habíamos hecho cálculos en función de la capacidad de las cárceles, que sabíamos que estaban hacinadas, y de los registros de los tribunales militares, así calculamos alrededor de 5.000 presos. Ante la afirmación de Ryan, se le preguntó: “¿usted los contó?”, y él dijo que no, que eran cifras del Ministerio del Interior [uruguayo]. Le respondimos que no era una fuente fiable y le preguntamos si había consultado a organismos de derechos humanos como el Serpaj [Servicio Paz y Justicia]. Él respondió que no, y en cada pregunta quedaba mal parado. Al final le dijimos: “Acá se ven las violaciones a los derechos humanos y nosotros tenemos una enmienda -la 502B- a la ley de ayuda exterior, que dice que se tiene que cortar la ayuda militar a aquel gobierno que cometa graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos”. Entonces Ryan respondió: “no puede hacer usted eso porque tenemos un treaty like obligation [una obligación semejante a la de un tratado]”. Pero los congresistas preguntaron: “¿Qué es treaty like? ¿un tratado que se hace a las espaldas del Congreso?”. Así que se cortó la ayuda militar. Fue una gran suerte, estábamos muy bien preparados y los congresistas eran simpatizantes, no cabe duda. A Amnistía se le debe que Uruguay haya salido de la oscuridad. El Honoris Causa lo tengo que compartir con esa gente de Amnistía y también con el montón de uruguayos que se movilizaron desde adentro y desde el exilio.

-Ahora usted trabaja enfocado en otros conflictos.

-En esos momentos históricos hubo mucha solidaridad hacia Uruguay desde afuera y yo no veo este doctorado como un reconocimiento por los servicios prestados en el pasado sino como un compromiso con el presente y el futuro. Uruguay y toda América Latina hoy están pasando por una de sus mejores etapas en la historia y quizás por eso ustedes ahora tienen que ayudarnos allá en Medio Oriente, que estamos pasando por una de las peores etapas de nuestra historia, sobre todo en el conflicto israelí-palestino.

-¿En qué consistiría esa ayuda?

-En su momento, Noruega ayudó en el proceso Oslo, entonces que no se achique Uruguay, que tiene la misma población que Noruega. Y Uruguay ha tenido mucha incidencia en los primeros años, cuando el conflicto comienza oficialmente, desde 1947, con Enrique Rodríguez Fabregat [representante uruguayo ante la ONU, integrante de la Comisión Investigadora para Palestina de esa organización], que fue el que inspiró la declaración de división de dos estados, el plan de la partición [de Palestina para la creación del Estado de Israel y el palestino]. Uruguay y América Latina también tuvieron un papel importante en 1967, después de la Guerra de los Seis Días, en la que Israel conquistó muchos territorios: el Sinaí de los egipcios, el Golán de los sirios, Cisjordania y la parte oriental de Jerusalén. En la ONU hubo entonces dos proposiciones. Una era la yugoslava, que era soviética y que decía que Israel debía retirarse incondicionalmente de los territorios ocupados. Otra era la de América Latina, en la que Uruguay jugó un rol muy importante, que decía que Israel debía retirarse -se discutía si de algunos territorios o de todos-, pero esto condicionado a que hubiera una paz justa y duradera. Por eso Uruguay tuvo ese rol muy constructivo, y ahora lo está completando al haber reconocido al Estado palestino [en la Asamblea General de la ONU] y haber completado la otra parte de la ecuación.

-¿Qué efecto piensa que puede tener este reconocimiento del Estado palestino?

-Yo personalmente estoy contento de que Uruguay haya apoyado esto porque, en primer lugar, le da más prestigio a la Autoridad Nacional Palestina [ANP], que es el sector moderado palestino, que quiere hacer la paz con Israel en dos estados, y así saca cierto prestigio ganado por Hamas unos días antes, en esa guerra corta de Gaza, de la que Hamas sale medio convertido en héroe para algunos países árabes y otros del mundo. Hamas es un movimiento que se opone a reconocer a Israel en cualquier frontera: Israel no existe. Es un movimiento islámico fanático que habla del califato, entiende que donde el islam gobernó debe volver a gobernar, incluso en parte de España. Lamentablemente del lado judío también tenemos algo parecido con unos judíos muy fanáticos, que son los asentados en Cisjordania, que hablan de la tierra prometida. Y por cierto que si uno se va a buscar la historia, las 13 tribus que se instalaron en la tierra prometida incluían no sólo Cisjordania sino también Jordania. Muchos palestinos y muchos israelíes dicen que el único lenguaje que entiende el otro es la fuerza. Con esa premisa, Hamas es el héroe. En cambio, la ANP está por la lucha no violenta, y es algo que ha aprendido en forma muy dura.

-En este punto, ¿piensa que Uruguay tiene un papel por desempeñar en los conflictos de Medio Oriente?

-Uruguay jugó un papel histórico, y ahora en el marco del Mercosur. Estuve en Brasil y vi que Itamaraty está también muy interesado, y también Argentina. Yo creo que un papel que no sea a favor de un lado o del otro, sino a favor de la paz, puede cumplirse al estimular a las comunidades árabe y judía a trabajar conjuntamente por la paz, y en buscar la forma de no importar el conflicto palestino-israelí acá. Si uno no hace nada para ayudar a que llegue la paz, está el peligro de que se importe el conflicto, como pasó por ejemplo en Argentina, donde voló la embajada de Israel y la mutual israelita AMIA, algo que podría volver a pasar si Israel bombardea las instalaciones nucleares de Irán. Lo que se puede hacer es, a la inversa, exhortar a las comunidades árabe y judía a que exporten allá la buena experiencia de convivencia que ha habido en Uruguay, en Brasil, Argentina, en Chile. La situación de guerra que hay allá está polarizando a las diásporas. Está generando lo que en los estudios que yo he hecho, y también mucha otra gente, se llama “nacionalismo de larga distancia”. Significa que las cúspides de las comunidades organizadas en el exilio o en la diáspora tienen a veces posturas más extremas que la gente que vive el conflicto cada día. Pasa con los armenios, con los católicos irlandeses, con los kurdos. Hay razones psicológicas que explican que es más fácil luchar la guerra de Israel desde Montevideo que desde allá.

-¿Están en marcha trabajos de diplomacia ciudadana enfocados en esa región?

-Estamos trabajando con gente de la comunidad judía y de la comunidad árabe. Hemos tenido varias reuniones. Si hay gente en ambos lados que tiene los mismos valores en democracia y derechos humanos, ¿por qué no se juntan y hacen una voz cantante unida que nos ayude allá, en lugar de aportar voces más extremas? Por suerte en los países en los que intentamos experimentos de este tipo, al golpear las puertas de la cancillería encontramos que ya están abiertas, que ellos ya están en eso. Sobre todo Brasil. Allí han hecho reuniones que se llaman “Lado a lado, diáspora judía y diáspora árabe”. A mí me han invitado. Estoy hablando también de Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, Costa Rica. Hay un gran interés de que estos grupos -que son pequeños, obviamente- de árabes y judíos dialoguen. En mi experiencia en Brasil, la comunidad árabe y la judía fueron a Brasilia porque cuando quien convoca es la cancillería, tiene respuesta. Entonces empezó un diálogo, un poco forzado al principio, porque ellos no estaban dialogando para nada. Es un gran desafío.

En este momento las diásporas son parte del problema pero pueden ser parte de la solución. Con un esfuerzo así, inteligente y con buenas políticas de cancillería, que en este momento están a flor de piel en América Latina, el continente puede jugar otro papel. Yo creo que el Mercosur y la Unasur están interesados. En estos días, en la cancillería uruguaya, hay reuniones de delegados de varios países de la región y también encuentros de representantes de la sociedad civil judíos y árabes, de jóvenes de las dos comunidades, de mujeres. Estos grupos que se están construyendo se llaman Consenso Uruguay (toman el nombre de cada país) por la Paz palestino-israelí.

-Usted decía que mientras la ANP, que gobierna Cisjordania, es moderada, Hamas, que gobierna Gaza, es intransigente. ¿Qué piensa de las varias señales de acercamiento recientes entre Hamas y la ANP?

-Eso sube y baja. Ojalá lo haya, porque de lo contrario, Israel podría aceptar un acuerdo sólo con Cisjordania y no con Gaza, lo que sería una situación bastante irregular. Pero yo, personalmente, creo que el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, tiene que decirle al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu: “Soy el representante del Estado palestino reconocido internacionalmente y quiero negociar”. No sólo yo pienso así. También lo piensan muchos amigos palestinos. Lo mismo piensa un colega palestino que ahora es embajador en Londres y con el que doy clases todos los veranos desde hace 18 años en la universidad de Maryland. Si Abbas dice esto y recibe una respuesta negativa, lo puede denunciar. Abbas había dicho que no negociaría porque Israel está construyendo asentamientos, y queda como que es él quien no quiere negociar. Creo que es un buen momento para hacerlo una vez que pasen las elecciones de enero en Israel, cuando ya pasaron las de Estados Unidos, con un mayor involucramiento de Barack Obama y también del mundo, con América Latina empujando fuerte. Claro que no se trata de que todo se solucione desde afuera, sino que también debe solucionarse desde adentro. El movimiento pro paz [en Israel] tiene que estar fuerte y los palestinos tienen que usar la lucha no violenta, a mi juicio, a lo Ghandi. Yo he investigado el potencial de la lucha no violenta de los palestinos ante un pueblo judío, que ha sido tan traumatizado, y creo que después de cierto tiempo, la estructura de culpa que tenemos no nos va a dejar actuar con violencia. Si todos estos factores confluyeran, algo puede moverse. Pero sabes lo que dicen en Medio Oriente, que el pesimista es un optimista informado.

-Usted se refirió a las elecciones israelíes de enero. ¿Es posible que su cercanía haya incidido en las decisiones que ha tomado Netanyahu en el conflicto con los palestinos? Me refiero a los ataques sobre Gaza o a las represalias contra los palestinos por su iniciativa ante la ONU.

-Sí, en mi opinión, es posible. Cuanto más miedo y preocupación existe, la gente se inclina a votar a un partido más militarista. También es posible que sea sólo su manera de pensar, no oportunismo. Netanyahu es hijo de un padre extremadamente antiárabe. El papá falleció y existía la suposición de que si eso ocurría, él podía cambiar de posición. Eso no pasó. Y por otra parte, él quiere ser reelecto. Todo eso ocurre, pero no por esto yo puedo decir que Hamas no provocó. Hamas sí provocó. Estaba jugando con fuego. Hubo causa y efecto. El efecto fue la acción israelí, pero hubo causa, una causa inmensa. Y también hubo responsabilidad de Hamas en la muerte de civiles. Si no hubo más civiles israelíes muertos no fue porque Hamas no quisiera, porque sus objetivos siempre son civiles, no son militares, ni políticos. Nada justifica matar a civiles ni quitarse los uniformes para mezclarse con la población civil.

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