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Luis Alberto Spinetta (archivo, mayo de 2009)

Foto: Javier Calvelo

El jardín eternamente bifurcado

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Luis Alberto Spinetta en el panteón del rock argentino.

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Tal vez la definición que se haya escuchado más sobre Spinetta en las horas que sucedieron a su muerte, el miércoles de la semana pasada, haya sido la de “padre del rock argentino” y es bastante adecuada. No fue estrictamente el pionero absoluto en cuanto a poder emular la sonoridad del rock anglosajón -un galardón que habría que concederles a los uruguayos (o rioplatenses, desde un punto de vista porteño) Los Shakers- ni en escribir rock en castellano, algo en lo que lo habían precedido Los Gatos, Manal y Tanguito, entre otros, pero sí fue el que definió al rock en argentino como un género diferenciado y con una personalidad propia que los separaban de la mera emulación subordinada del rock del hemisferio norte.

Lo más asombroso es que esta individualidad ya fue presentada en forma prácticamente completa en los dos primeros temas de difusión de su carrera -“Tema de Pototo (Para saber lo que es la soledad)” y “Muchacha”, de 1968 y 1969, respectivamente-, compuestos por Spinetta cuando apenas tenía 18 años. Escuchándolos con atención se les pueden rastrear sus raíces beatleanas, pero en ambos se nota una personalidad absolutamente propia, que recomponía sus influencias tanto foráneas como locales en un lenguaje nuevo con una seguridad que muy pocos compositores alcanzan en sus primeras obras, y menos aun antes de llegar a los 20.

Esta personalidad fue tan clara y decisiva que de hecho cambió las coordenadas -poéticas y musicales- que habían apuntado (con un anticipo de apenas meses) los rockeros bonaerenses que lo precedieron. Si ellos se inclinaban más por las sonoridades ásperas y bluseras (Manal, Los Gatos) y los textos de espíritu socialmente combativo (Moris), Spinetta y Almendra patearon el tablero para ofrecer una variable musicalmente más dulce (también más libre) y líricamente refinada, llena de erotismo sutil, optimismo espiritual y coqueteos con la alta cultura. Para algunos la llegada de Almendra significó una decantación del rock argentino hacia una personalidad sonoramente amable, etérea y romántica -contra la que el propio Spinetta viviría haciendo esgrima en sus encarnaciones más eléctricas como Pescado Rabioso o Los Socios del Desierto- y que sería calificada en forma dogmática por la revista Pelo como “complaciente”, pero que también era indudablemente más personal. Por otra parte, esta suavidad o “complacencia” está basada más que nada en el habitual (pero no exclusivo) carácter apolítico de sus letras, en la popularidad de sus trabajos más acústicos (Artaud, Kamikaze) -que en realidad son una parte bastante menor de su obra- y en su estilo vocal. Los más atentos a lo musical pueden descubrir sin dificultades a un guitarrista complejísimo y frecuentemente feroz, y a un compositor cuya frecuente negativa a caer en los lugares comunes armónicos lo vuelven cualquier cosa menos “complaciente” con algún gusto general.

Luis Almirante Spinetta

Como suele suceder ante las muertes recientes de artistas estimados, todo fueron adjetivos admirativos en relación con Spinetta después de su muerte, a pesar de que en la práctica su estilo fue tan influyente como resistido. Apenas el siempre interesante Norberto Cambiasso relativizó esta unanimidad -sin dejar por ello de ser emotivo y homenajear el grueso de su obra- en su blog Esculpiendo milagros, recordando que si bien todo su trabajo es personal, no todo es bueno (el conocido crítico español Diego Manrique también fue escéptico, pero se cubrió de vergüenza apelando a un par de impresiones personales y unas teorías más bien ignorantes sobre el Spinetta político en su blog para el diario El País de Madrid).

No hay muchos motivos de queja con respecto a la cantidad de obra dejada atrás; Spinetta fue un compositor extremadamente prolífico, y a pesar de lo reconocible de su estilo, lo bastante variado como para que haya quienes aprecien exclusivamente períodos de su carrera, pero es más interesante ver los aspectos polémicos que perduraron en el tiempo.

La vocalización de excelente afinación pero extremadamente afectada del Flaco es un gusto adquirido, como suele ser en todos los casos de vocalistas realmente personales. Poco amigo de los estribillos -salvo en sus temas más conocidos-, Spinetta elaboraba sus melodías vocales en forma bastante libre sobre las barras de acordes, y éstas no eran siempre tan memorables como las complejas estructuras armónicas que las sustentaban. Esto era irrelevante cuando encabezaba formaciones tan rotundas como Pescado Rabioso o Invisible, pero producía resultados más bien aburridos con bandas más dispersas como Jade o los definitivamente tediosos Socios del Desierto. En los últimos discos de Jade y sus discos solistas de los 80 volvió a recurrir a melodías de corte más definido, pero es difícil encontrarlas en su obra tardía, rara vez defendida hasta por sus fans.

En la parte lírica Spinetta divide aguas tanto como en lo melódico. Spinetta era un letrista de visiones importantes y raro contacto con un mundo que no fuera espiritual. En sus aciertos consiguió versos hermosísimos, en sus excesos en ocasiones se aproximó al tono de los gurús de autoayuda. Pero esta inclinación a lo existencial, lo metafísico y la Poesía con estrictas letras mayúsculas era claramente voluntaria; sus escasas aproximaciones a lo social y a lo urbano -como “Resumen porteño” o “Todos estos años de gente”- lo muestran cómodo y con una intensa expresividad que hubiera sido agradable encontrarle más a menudo (al igual que la simpleza rocker esbozada en temas casi guarangos como “Rutas argentinas” o “Me gusta ese tajo”).

Como letrista Spinetta inauguró también una tradición incómoda -continuada hasta el ridículo por Fito Páez, quien parece convertir en canción cada libro que lee- de referirse en sus temas a figuras intelectualmente legitimadas del mundo literario, sin necesariamente dominar la obra referenciada. Posiblemente Artaud sea uno de los discos más importantes de la historia del rock argentino (la revista Rolling Stone lo calificó como el mejor de todos, lo cual -si uno cree en esas definiciones superlativas- es bastante adecuado) y también el motivo por el que centenares de jóvenes se aproximaron a la obra del más oscuro de los surrealistas. Sin embargo, sus experimentos líricos de dicho disco revelan, más que nada, una profunda incomprensión de la negatividad artaudiana.

Tal vez quien haya hecho más patentes las debilidades de Spinetta como letrista y melodista haya sido Capusotto con su ácida parodia al Flaco en el personaje de Luis Almirante Brown, parodia que -al menos públicamente- Spinetta recibió con notable buen humor y comprensión a pesar de ser bastante destructiva. Pero el autor de Kamikaze era mucho más que un Luis Almirante Brown, y eso es lo que vale la pena recordar y revisar.

Mañana es mejor

El caso de Spinetta es en ciertos aspectos similar al de Borges: era un compositor mucho más conocido y respetado que escuchado. Salvo algunos contados hits (“Muchacha”, “Me gusta ese tajo”, “Seguir viviendo sin tu amor”) su obra nunca fue realmente masiva, y en todo caso fue mucho menos popular que la de seguidores más o menos afortunados como Fito Páez o Juan Carlos Baglietto. Fue bastante patético ver que, junto a “Muchacha”, la canción más irradiada y referenciada en las notas relativas a su muerte fue “Rezo por vos”, sin duda una de los mejores temas que haya dado el rock argentino, pero que el propio Spinetta admitía que había sido obra casi exclusiva de su cocompositor Charly García. Pero a diferencia de éste, cuyo mayor valor está justamente en los aspectos más populares de su obra -García es esencialmente un gran baladista al piano y sus experimentaciones estrictamente musicales no dejan de ser emulaciones del contexto internacional-, lo mejor de Spinetta no es de acceso inmediato y exige bastante del oyente. Posiblemente su mejor trabajo pueda encontrarse en los largos temas exploratorios de Pescado Rabioso 2 o en sus discos con Invisible, o también en la engañosa sencillez -hasta que se trata de sacarlos en la guitarra- acústica de los bellos Artaud y Kamikaze. En todo caso, rara vez es una seducción de primera escucha. Pero el premio a las audiciones reiteradas está ahí, cuando al repasar esas canciones se nota la naturalidad con la que consiguió la fusión de una herencia que incluye el trabajo de Piazzolla sin citarlo explícitamente.

No deja de ser conmovedora la resistencia habitual de Spinetta a tocar “Muchacha” cuando le era pedida durante un recital, y era exasperante confirmar que siempre le era pedida. No es algo malo; “Muchacha” adelantaba todo lo que hizo luego y tal vez sea la canción más redonda que escribió, incluso la más rica poéticamente, pero reducir su treintena larga de discos a ese tema es tan brutal como resumir el cancionero de Charly García en “Confesiones de invierno”, algo que por suerte no se hace.

Luego de su muerte León Gieco declaró: “Se va a compensar esta tristeza con la magnitud de su obra, que ahora va a ser reconocida. Hoy me di cuenta de que la magnitud que va a alcanzar esta persona es increíble”. Es difícil saberlo; en realidad, los caminos musicales apuntados por Spinetta no han sido los más seguidos en el rock de la vecina orilla, y al igual que lo sucedido en Uruguay con Mateo, muchos de sus seguidores optaron por reproducir sus estilemas más accesibles y desechar sus exploraciones más profundas (Pez y Palo Pandolfo tal vez sean las excepciones a esto). En realidad, y si Gieco tiene razón, hay muchísimo material fermental sobre el que trabajar a partir de su legado.

En todo caso -y es tan triste como humano hacerlo-, es sorprendente para alguien que nunca fue un gran seguidor de su obra, como quien suscribe esta nota, comprobar, ante su muerte y la evidencia de una obra concluida, que una canción lleva a otra y que el conjunto de composiciones notables, desde “Parvas” hasta “La montaña”, que contiene su obra posiblemente no tiene comparación en el Río de la Plata, al menos en el campo del rock, dentro del cual es difícil encerrarlo. Es decir, frente a la muerte de un artista esquivo y calibrado generalmente en términos más emocionales que justos, redescubrir tardía pero finalmente no sólo a un modelo de ética artística y búsqueda creativa, sino simplemente a alguien a quien no le prestamos suficiente atención.

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