En contra los Wachiturros se dice, para empezar, que son exclusivamente una banda de casting; es decir, un grupo reunido por un manager, empresa u organización. Más allá de que esto es aceptado y hasta defendido por la banda -por lo cual no debería herirla demasiado-, el mismo asunto no parece haber molestado cuando se habla de agrupaciones tan disímiles y existosas como los Sex Pistols, los Backstreet Boys o los Zíngaros. Por lo pronto, queda por el camino una buena chance de discutir de qué modo se arman los grupos artísticos en la actualidad, la importancia de los managers, la noción actual de artista, creador y creación colectiva.
En el mismo sentido, también es llamativa la técnica de mash up (asimilable al collage de temas ajenos) que la banda emplea constantemente, sobre todo en las creaciones de reggaeton. El recurso, que quizás hayan empleado anteriormente con mas éxito tanto Supermerk2 como McCaco, pone sanamente sobre el tapete la cuestión del autor y el aura sagrada que existía en torno a la creación individual íntima y cerrada. Casualmente las dos bandas mencionadas también forman parte de Akkua Management, la productora que no sólo representa a los Wachitorros sino que directamente los reclutó en bailes (estrictamente, como bailarines que acompañarían las creaciones de los DJ, seguramente los verdaderos músicos detrás de Wachiturros).
Tomados en conjunto, los artistas de Akkua Management configuran cierta línea histórica o rumbo estético. No sería difícil asociar como piezas de dominó que se accionan unas a las otras a Supermerka2, La Iguana Mary, posteriormente también al proyecto solista de El Tecla (cantante de La Iguana Mary, autor de “Único en su especie”, uno de los mejores discos de la última cumbia argentina), y a McCaco o El Dipy. Sin embargo, los Wachiturros parecen cortar esa línea completamente, lo cual la deja casi sin ascendencia en el ambiente de la cumbia argentina.
Moda y discurso: a distancia de la cumbia
Aclaremos algo: los Wachiturros no son ni se perciben una banda de cumbia. Si bien participan del circuito de cumbia, tocan en los bailes de la movida tropical (tanto en Argentina como en Uruguay) y en programas de televisión como Pasión, su música se asocia más con ritmos como el reggaeton y el hip hop, o con el trabajo de muchos DJ que realizan versiones electrónicas de cumbias conocidas. De hecho, la productora detrás de Wachiturros nuclea a muchos ex DJ de conocidos bailes de la movida tropical bonaerense y creadores de múltiples versiones de cumbia. Aclarado este punto, resulta entendible el rechazo casi unánime que los Wachiturros y su onda han tenido en el ambiente, sobre todo de los propios artistas de la cumbia de las dos orillas.
Hay dos puntos que vale la pena atender, más allá de lo musical (o, mejor dicho, de lo rítmico), que también marcan diferencias considerables entre la producción de Wachiturros y otras corrientes de la cumbia, como la cumbia villera, género con el que usualmente se suele igualar a la onda wachiturra sin mucho sustento. En primer lugar, y quizás sea lo que más salte a la vista, está la moda que identifica a los músicos-bailarines y a sus fans. Hay una clara intención de diferenciarse del look más característico de los villeros (o de los planchas de este lado del río) y acercarse más al de estrellas del reggaeton y el hip hop, sumado a los residuos que la volátil onda flogger dejó en la vuelta. El gorrito Nike con la visera doblada se cambia por un gorro de visera ancha y rectamente horizontal, las camperas Nike o camisetas de fútbol se cambian por remeritas con cuellito y bucitos Lacoste.
Con respecto a esta empresa francesa de ropa pituca, viene circulando desde hace unos meses el rumor de que sus directivos habrían ofrecido una cantidad importante de dinero a Wachiturros a cambio de que el grupo dejara de usar ropa de la marca. Mientras los productores del grupo lo confirman, de Lacoste sólo ha salido a desmentirlo el representante de la marca en Buenos Aires. Lo cierto es que este hecho no sólo da cuenta de la explosión que provocó Wachiturros en las radios y en las tendencias de moda o comportamiento sino que ubica al grupo en cierto mapa de la sociedad actual: los wachiturros intentan seguir a los raperos o reggaetoneros del norte y, al igual que éstos, son vistos por la clase alta como nuevos ricos que intentan copiar sus costumbres sin el conocimiento, tradiciones, detalles ni códigos.
No obstante, en el caso de los artistas de Norteamérica, efectivamente se trata de tipos que pasan a ganar mucho dinero, por lo que, más allá de la resistencia simbólica que generan, pasan a integrar el circuito de las clases altas. En cambio, ni los pibes de los Wachiturros ni sus fans pueden igualar las costumbres o el poder de compra de quienes en su mismo país usan ropa Lacoste. Por lo general, como ocurrió con los planchas y la ropa Nike, no importa demasiado si la prenda es original o no, sino que lo que importa es la marca. Para la marca esto implica una doble amenaza: que el usuario tradicional (ese que probablemente se arrima a la marca por lo que significa en cuanto estatus) puede no sentirse a gusto usando la misma ropa que un Wachiturro y que a los "compradores" nuevos tal vez no les importe conseguir el cocodrilo original.
Como sea, de confirmarse la oferta de Lacoste al management de Wachiturros sería algo inaudito; una banda de pibes del under del conurbano bonaerense puso en vilo a una multinacional de vestimenta y accesorios.
El otro punto que aleja a Wachiturros de la cumbia es la distancia que hay etre sus letras y su comportamiento escénico de cierto machismo salvaje y heterosexual que aparece en las expresiones más superficiales del género. En los Wachiturros, el discurso agresivo muta hacia una postura más friendly, conciliatoria, integradora, en la que lo que se fomenta no es un tipo de deseo heterosexual paradigmático sino que se celebra el deseo y el encuentro en sí, más allá de la opción sexual. Esto también distingue a los Wachiturros de una de sus influencias más evidentes, el reggaeton, ya que éste hace gala de uno de los sexismos más violentos y discriminadores del ambiente de la música, y, por el contrario, los acerca a la tendencia de la música electrónica.
Hacia una Wachipedia
Ni siquiera se podría decir que los Wachiturros sean una banda en el sentido tradicional del término. Quien canta es uno solo, mientras los demás no tocan ningún instrumento ni hacen coros, sino que simplemente se dedican a bailar y a tirar pasos. Los temas los componen diferentes DJ vinculados a la banda y a la productora. Pero, además, plantean nuevos escenarios en el plano de la difusión.
Los Wachiturros no sacaron nunca un disco y son quizás el primer caso en la región de una banda que explota casi en exclusiva gracias a las redes sociales. Su primer hit, “Tirate un paso”, tomó fuerza a partir de un video colgado en YouTube en el que hacían su ya famosa coreografía pidiendo que la gente los copiara. A partir de ese momento, el trabajo se hizo solo: una buena cantidad de videos caseros con niños, adultos y hasta con animales al ritmo del hit, se encargaron de multiplicar la presencia de la banda en la red, y la conquista de las radios llegó inmediatamente.
Esto permite analizar posibles hipótesis del rápido éxito de los Wachiturros. Quizás este estado que plantean, en que el consumidor no es meramente un consumidor sino también un productor de contenido, demuestre la habilidad de la banda o de sus productores para un evento estrechamente ligado al estado 2.0 de la sociedad actual, que implica mucho más que un montón de adolescentes con acné paveando todo el día enfrente de un monitor. De hecho, muchos de los DJ que forman parte de la productora de la banda comenzaron haciendo en Internet versiones libres y sin autorización de cumbias conocidas.
Arte, web 2.0 y mercado: sin dudas el fenómeno puede abrir nuevas líneas de investigación sobre una relación cambiante. Después de todo, los Wachiturros tocaron en un acto de Cristina, fueron al programa de Susana Giménez y la hicieron tirarse un paso, se enfrentaron con Lacoste, son superfamosos, y hasta ya tienen sus primeras peleas internas mediáticas.
Por eso, no es muy entendible la especie de fobia que padece cierto progresismo de clase media políticamente correcto respecto a la banda y su fenómeno. Ya no corre aquella crítica que se le hacía a la cumbia villera sobre la incitación a la violencia o al ilícito, y si el prejuicio viene de la saturación que los medios han generado en estos últimos meses, habría que ver por qué no genera lo mismo la murga Agarrate Catalina o el insoportable éxito de Michel Teló “Eu te pego”. a su vez, se cae reiteradas veces en el calificativo, empleado muchas veces contra la cumbia, de que se trata de un enlatado que los medios masivos meten por los oídos a la gente idiota, como si el idiotismo y la permeabilidad ante el mercado y la sociedad de consumo no fuese patrimonio de todos y como si no fueran productos de los medios el jazz, la murga, la bossa nova o el canto popular, o al menos como si no fuera tamizada por lo mediático la valoración que de estas expresiones se tiene en la actualidad (sobre la murga como género imposible de criticar se recomiendan los últimos posts de Ramiro Sanchiz en su blog http://particulasrasantes.blogspot.com ).
Todo parece ir por el lado de que los defensores de la “buena” cultura necesitan un enemigo que los nucleé, un oponente al que quede bien criticar en una reunión social, nota periodística o declaración, eso que funciona como el opuesto que uno no es, y que de algún modo separa entre buenos y malos. Porque si la razón fuera que tocan mal o que su música es un embole estaríamos simplemente ante un caso de valoración artística y no en este estado de pánico sociocultural que muchos parecen experimentar ante el nombre de una banda que, a más tardar en un año, nadie va a recordar.