El 9 de febrero la multinacional Eastman Kodak Company anunció que no fabricaría más cámaras digitales, cámaras de video y otros productos relacionados con la fotografía digital, como por ejemplo portarretratos digitales; la licencia del uso de la marca, además, será entregada a otros fabricantes de cámaras. Esta decisión surgió como respuesta a la bancarrota declarada el 19 de enero, y se calcula que el cambio en los negocios (se anunció además que la compañía pasará a dedicarse solamente a la impresión de imágenes) evitará pérdidas de alrededor de 100 millones de dólares anuales.
¿El fin de una era? Kodak fue fundada en 1880 por George Eastman y mantuvo a lo largo del siglo XX una posición central en la fabricación a nivel mundial de película fotográfica. En 1976 poseía 90% de las ventas de ese tipo de productos -así como 85% de la venta de cámaras- en Estados Unidos. Esta hegemonía se vio amenazada, hacia la década de 1980, por la compañía japonesa Fujifilm, que ingresó en el mercado estadounidense con productos y suministros más baratos, además de una campaña de marketing más agresiva.
A partir de fines de la década de 1990 las ventas llegaron a decaer aun más. La creciente popularidad de las cámaras digitales, como era de esperar (aunque eso es fácil de decir ahora), contribuyó al declive en los negocios de la compañía, y ésta, como respuesta, se abrió a los formatos digitales. Sin embargo, las estrategias adoptadas no estuvieron a la altura de los niveles que exigía la competencia. En su mejor momento -gracias a la línea Easy Share, cuya publicidad focalizada asumía que el público femenino tenía un gran interés en la fotografía digital pero encontraba difícil mover las fotos a las computadoras- Kodak llegó a alcanzar un segundo puesto por debajo de Sony.
Avanzada la década del 2000 las ventas de cámaras digitales decayeron aun más, en gran medida debido a la creciente popularidad de nuevas tecnologías como los celulares equipados con cámara, los smartphones y, más adelante, las computadoras de tipo tablet, como por ejemplo el iPad. El periodista Greg Beato (http://ladiaria.com.uy/Ui ) sugiere que la compañía tiene un largo historial de ninguneo hacia la emergencia de nuevas tecnologías, un poco basándose en la idea de que “de aquí a diez años se van a seguir vendiendo rollos y va a haber que revelarlos”, como dijo un ejecutivo de la compañía en 2009, seis meses antes de que fuera discontinuada la clásica línea Kodrachrome.
En cualquier caso, sería difícil imaginar el auge contemporáneo de la fotografía (basta mirar cualquier perfil de Facebook) sin el esfuerzo de la Kodak por fomentar “el placer y la aventura de tomar fotografías, capturar objetos en momentos cándidos, grabar viajes a lugares exóticos”, como escribe Nancy West en su libro Kodak y los lentes de la nostalgia, también citado por Beato. Todos recordamos aquello de momento Kodak: la idea de que la vida nos regala constantemente instantes dorados que querremos recordar, que querremos preservar del olvido y de aquello a lo que tan elocuentemente aludió el androide Roy Batty hacia el final de Blade Runner cuando habló de todo lo que habría de perderse “como lágrimas en la lluvia”; para que las cosas (o alguna forma de las cosas) perduren, entonces, hay que tener siempre a mano una cámara Kodak.
Ese fetichismo del momento, por llamarlo de alguna manera, parece ser un elemento fundamental del zeitgeist contemporáneo. Cualquier momento puede ser (cualquier momento deviene en) un momento Kodak; el “valor” de cada suceso, encuentro, gesto, lo que fuese, está dado por su irrepetibilidad esencial… y allí hace su entrada la tecnología: sacamos la foto porque podemos sacar la foto; porque la foto, de alguna manera, ya está allí.
La idea de “Kodak cayó víctima de la era digital” parece haber recorrido el mundo. No faltará quien retome el recurrente (y aburrido, y erróneo) problema de los libros de papel versus los libros digitales, con sus conexiones con la música en MP3 versus la música en CD y vinilos, con el vaciamiento del sentido y el valor en las nuevas redes sociales, con el imperativo de la comunicación en estos tiempos de SMS, con todos los gestos humanistas al estilo del rechazo de Ray Bradbury a los auriculares en Fahrenheit 451 (Bradbury, quien supo aprovechar astutamente su humanismo reaccionario para hacerse un lugar entre sus colegas pro ciencia y pro tecnología como Arthur Clarke e Isaac Asimov, ambos catalogados como “menos literarios” que el autor de Crónicas marcianas). Lo cierto, en cualquier caso, es que no era fácil imaginar en 1970, 1980 o incluso 1990 un mundo en el que cualquier persona camina por la calle con un teléfono que le permite no sólo enviar mensajes a cualquiera (a cualquier persona conectada, se entiende) sino, además, tomar en cualquier momento fotografías a lo que sea, más allá de la cosa vagamente epifánica propuesta por la hipótesis del “momento Kodak”.
Entonces, si cualquier momento puede ser un momento Kodak, en tiempos en los que mi propia cara haciendo muecas para el perfil de Facebook o de Twitter es tan significativa como un doble arcoíris o como un chimpancé de zoológico arreglándoselas para hacer una herramienta con un palo, o, ¿por qué no? como un auto estrellado contra una columna, la kodakicidad de cada momento es un valor a problematizar o, quizá, a descartar; no es raro, entonces, que la compañía que lo inició todo haya sido la primera en caer.