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Helena Pimenta.

Foto: Pablo Nogueira

Después de la fiebre del oro

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Helena Pimenta, directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico de España volvió hace dos semanas al teatro Solís, esta vez con el drama más popular del teatro de Calderón de la Barca, El Alcalde de Zalamea. La institución, que ya había montado en Montevideo Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina y La Estrella de Sevilla, de Lope de Vega, llegó ahora con una nueva directora artística. Para Helena Pimenta (Salamanca, 1955) además de cumplir con los objetivos de la compañía fundada en 1986 -dar difusión e investigar sobre los textos clásicos, con énfasis en el Siglo de Oro-, cobra importancia el intercambio con creadores y compañías de Latinoamérica.

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-Sos la primera mujer en ocupar el cargo de directora artística de la Compañía de Teatro Clásico, ¿cómo te sentís ocupando ese lugar?

-Bueno, esta compañía tiene un peso de tradición y es una institución simbólicamente muy especial y muy querida. Creo que mi nombramiento ha sorprendido para bien, pero bueno, nadie deja de pensar que es la primera vez. Alguna vez hubo una mujer en el Centro Dramático Nacional, sobre todo en lo que se refiere a la gestión, y luego Nuria Espert compartió con otros directores (eran cuatro directores, en un momento), pero en la Compañía Nacional de Teatro Clásico es la primera vez y pienso en el valor simbólico que puede tener y sobre todo, en las mujeres que vienen detrás. Porque cuando yo empecé en todo esto había una dificultad de modelos, y el hecho de tener simplemente la referencia de que hay mujeres que pueden estar ahí puede impulsar a otras mujeres que vienen detrás. En ese sentido me siento honrada y a veces hasta responsable por la representatividad que supone, de una manera de entender las cosas, de una sensibilidad. Intento no pensarlo porque seguramente me sentiría más presionada aún, pero me siento muy honrada como representante del género también.

-¿Por cuánto tiempo ocuparás ese cargo?

-Por cinco años. Entré a un concurso público; éste es el primer año que ha habido un concurso público y lo ha habido para los distintos teatros nacionales. Existe la posibilidad de prórroga de dos años si las dos partes quieren. Forma parte de las “buenas prácticas” y creo que es importantísimo: es una actitud que se está aplicando a niveles de gestión, política y demás, fue un compromiso en Europa de distintos países de aplicar la norma de las buenas prácticas y ser ejemplar en la manera de funcionar, y forma parte de esto hacer una convocatoria pública, siempre objetivando y potenciando lo democrático y el intento de que sean instituciones con independencia artística, es decir que atraviesen los distintos gobiernos y de hecho yo he coincidido en dos espacios distintos.

-¿Cómo afecta la crisis a estos teatros oficiales?

-En España estamos en un momento tan complicado... Yo me río y lo comento con mis compañeros y es que nos ha tocado uno de los momentos más difíciles de estas instituciones. Teníamos todos una ilusión enorme, y bueno, de donde venimos casi siempre hemos estado haciendo trabajos “de resistencia”. Yo vengo de una compañía que es heredera de las compañías independientes, así que no es algo que me asuste, te duele que coincida este momento también en el país, te duele que sea un momento doloroso para todo el mundo y la cultura se ve afectada, lógicamente. Pero bueno, si es desde el punto de vista de la institución, pues adelante con eso y a buscar soluciones.

-Según el proyecto que presentaste intentarás abordar otras épocas, no sólo trabajar sobre textos del Siglo de Oro.

-Lo que pasa es que es una etapa muy esplendorosa la del Barroco español y se frecuentan mucho estos textos, pero yo estoy convencida -tras 25 años de institución que han permitido que el público esté muy cerca de estos textos y esté muy sensibilizado- de que ya puedes tener la oportunidad de abrirte a textos más desconocidos, de otras épocas, incluso anteriores al siglo XVII. No es tan frecuente, porque no en vano la época gloriosa es la época gloriosa; esto es así y son textos impresionantes. Lo que estamos haciendo ahora es un proyecto de dramatizaciones que no son exactamente lecturas dramatizadas, sino que son una puesta en espacio de textos que seguramente no se puedan abordar en las producciones pero sí en este tipo de propuesta escénica diferente. Hemos hecho un texto del siglo XVIII, y haremos dentro de un mes otro más del Duque de Rivas, una comedia que apenas se conoce. Estamos haciendo el siglo XVI también, o sea que cada dos meses se presenta en forma de dramatización con actores, músicos, con iluminación, proyectos que tardan mucho menos tiempo en hacerse, que no tienen los mismos medios y eso está siendo un ciclo muy hermoso y está gustando mucho.

-Has manifestado la importancia de hacer hincapié en el actor, la palabra y el verso.

-Para mí el texto literario, este repertorio con el que nosotros trabajamos, es parte del patrimonio excepcional, de una grandeza estética única. La institución nuestra es la que lo lleva a lo escénico, por lo que el actor tiene un espacio fundamental. Estamos hablando de la palabra y luego de un código muy particular que es el verso. Eso que parece muy poco, en definitiva es todo. Con el asentamiento que tiene la institución con el público y también con los intérpretes y los distintos creadores de los distintos lenguajes -iluminación, escenografía y vestuario- parece obligatorio seguir arriesgando, porque yo creo que si no arriesgamos no dejaremos nada para el futuro. Parte de ese riesgo está en la constante búsqueda en el trabajo de interpretación. Tenemos que seguir indagando en cómo se dice el verso, aunque creamos que lo sabemos tenemos que seguir creando poéticas nuevas con la mezcla de distintos elementos: el actor vinculado al espacio, el actor y el movimiento, el actor y la música. Es muy importante que la palabra sea analizada rigurosamente y que se cree poética y visiones distintas de los mismos textos. Al fin y al cabo es nuestra tradición y como a mí me gusta decir: no es lo que está detrás, sino lo que tenemos dentro, es una tradición muy rica en ideas, en reconocimiento de toda una experiencia vital.

-¿Se hacen intervenciones sobre los textos?

-Se hacen pequeñas intervenciones, con mucho rigor, con mucho cuidado, pero es que en fin, las condiciones de representación han cambiado mucho, por lo tanto hay información y textos que han cambiado mucho. Por ejemplo, recuerdo que dirigí La noche de San Juan de Lope de Vega y era una obra que se hacía para los reyes, entonces había una cantidad de textos que se referían a dónde estaban colocados los miembros de la corte; era como un halago, un dar la bienvenida al rey, una descripción de situaciones como metateatrales. Entonces estas cosas como que llegado el momento no pueden ser. También sucece a veces que la comicidad hace referencia a una época y ya han desaparecido los referentes. La intervención sobre los textos la hacen dramaturgos, autores contemporáneos importantes que saben muy bien lo que están haciendo. Y luego en la puesta en escena creo que es ineludible, somos todos contemporáneos, por lo cual tenemos que descubrir mundos nuevos, aunque si hay alguien que lo quiera hacer muy museístico, bien, pero no es mi camino. Tenemos intérpretes que son de hoy, tenemos escenógrafos, tenemos otros medios, con todo el rigor y con todo el respeto leído desde el hoy.

-Dirigiste Antígona en Mérida, de Miguel Murillo, donde convive el mito de Antígona con hechos reales como la entrada de las tropas franquistas en Mérida y con la participación como personaje de Margarita Xirgu, de gran peso en nuestra tradición teatral.

-Murillo hace un traspaso de la documentación de la época. Fue muy duro; yo me lo había ficcionado pero estando ahí fue muy impresionante. Eran muchas memorias juntas, fue intensísimo. Yo recuerdo haberme puesto a estudiar a la Xirgu y fue un viaje impresionante. Luego también he trabajado con el actor Walter Vidarte [integrante de la primera generación de la EMAD, alumno de Margarita Xirgu, fallecido el año pasado] y su actuación en España era muy querida, verdaderamente brillante. Soy consciente de la importancia que tenía Xirgu aquí. En Mérida la adoran, allí hay una estatua de ella presidiendo la entrada al anfiteatro de la ciudad, donde ella representó a Medea, de Séneca. Cuando estoy haciendo una obra yo me enamoro de los materiales y para mí su imagen, sus ojos me impresionaban mucho y me la imaginaba caminando por la ciudad con Unamuno. Fue una experiencia muy fuerte, entre el teatro de Mérida, la memoria de la guerra española y la Xirgu, yo acabé agotada emocionalmente, es una historia muy tierna, muy humana pero también de mucho peso.

-¿Existen dentro del plan de la compañía proyectos de intercambio con Latinoamérica?

-Con Iberoamérica la institución tiene una relación que está asentada y desde allí el intento es continuar trabajando en forma muy cercana, sobre todo con espacios o lugares que tengan una sensibilidad hacia lo que nosotros hacemos, que les interese. Yo pretendo organizar alguna forma de producción compartida. No sé si llamarla coproducción, pero sí trabajar sobre aquello que originen obras de nuestro teatro español aquí en Latinoamérica con la fonética de aquí. Quiero decir, no intentando ponerle ninguna cortapisa con lo que significa el verso, para que arrastremos en esa manera de entenderlo la cultura que nos une. Y después llevarlo a España y enviar desde allí gente especializada para que se pueda hacer un laboratorio continuo de investigación. Lo estoy haciendo con Guillermo Heras con Los áspides de Cleopatra de Rojas Zorrilla y ahora estamos diseñando cómo se va a hacer con la intención de recibir nosotros ese trabajo también. No sólo hacerlo nosotros, sino recibir otras maneras de entenderlo.

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