La ceremonia, que tuvo mucho de desagravio, comenzó en la misma plaza principal de Tacuarembó en la que hace casi 60 años se prendió fuego la totalidad de los ejemplares de "Tata Vizcacha" disponibles en las cuatro librerías de la ciudad. Espontáneamente, dos mujeres se separaron de la pequeña multitud para entregarle jazmines del país al poeta, que procedió a arrojar las flores en el sitio exacto donde décadas atrás se produjo la quema. Luego, recitó a José Martí: “Cultivo una rosa blanca/ en junio como enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca./ Y para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo,/ cardo ni ortiga cultivo;/ cultivo la rosa blanca”.
Otra chapa
Cuando ocurrió la quema de libros, Benavides no estaba afiliado a partido alguno -tampoco lo estaría después- aunque sí era simpatizante de la entonces muy minoritaria izquierda (“era inevitable”). A pesar de lo que puede sugerir el episodio, en 1955 el gobierno municipal no estaba en manos de nacionalistas -como era habitual-, sino de colorados del ala progresista. “Fue un momento formidable en Tacuarembó con el gobierno batllista de Raúl Saturnino Goyenola”, recuerda el poeta. “A través del gran arquitecto Walter Domingo creó los Centros de Barrio, que aún hoy son vanguarida: eran como pequeños centros con todos los servicios que necesitaba la gente y con ilustraciones de grande muralistas, como Jonio Montiel o Anhelo Hernández”. Para los más serios adversarios políticos del gobierno, como Benito Nardone, los batllistas eran “comunistas chapa 15".
Después, homenajeado y homenajeadores (entre ellos, el editor Gustavo Maca Wojciechowski y los poetas Elder Silva y Agamenón Castrillón, la profesora María Estela Olivera Prieto, los músicos Eduardo Larbanois y Enrique Viera) cruzaron la calle hasta la Casa Universitaria que la Universidad de la República tiene en Tacuarembó. “Esa casa era de Celiar Ortiz, político colorado que fue ministro de Defensa de Martínez Trueba”, aclara ahora Benavides, acentuando el vaivén entre política y literatura que domina todos sus recuerdos del episodio.
Para él, "Tata Vizcacha" fue quemado por sus ataques a la moral pueblerina, pero sobre todo por las denuncias que suponía para el statu quo local. El escritor cree firmemente que los jóvenes que llevaron a cabo la acción son los que el 14 de julio de 1955 constituyeron el Movimiento de Acción Democrática (MAD), un grupo cuyo manifiesto fundacional destaca como objetivo el combate a los “rusófilos” que pretendían “deslizar en el seno del estudiantado y la sociedad toda” la semilla del “desapego a las instituciones y la infiltración de normas e ideologías foráneas”.
En esto, el MAD (Benavides recalca el significado en inglés de la sigla -loco-, como si fuera un retroacrónimo) no era un caso aislado. Por esos años se formaban, en Montevideo, agrupaciones similares, como el Movimiento Antitotalitario del Uruguay, la Liga Oriental Anticomunista, el Movimiento Nacional para la Defensa de la Libertad y más tarde -tras el triunfo de la Revolución Cubana- la Asociación para la Lucha Ejecutiva y Repudio de los Totalitarismos de América (cuyo acrónimo, ALERTA, sí era buscado), entre otras organizaciones.
Benavides también vincula la creación del MAD con el ambiente que propiciaba Benito Nardone, el líder ruralista que le dio el triunfo al Partido Nacional en las elecciones de 1958, al romper su alianza con los colorados y acordar con el herrerismo. Tras la consecución del gobierno, la Liga Federal de Acción Ruralista acentuó su cariz nacionalista y anticomunista. “Mucha gente del movimiento Nuevas Bases, como Methol Ferré, Washington Reyes Abadie y Real de Azúa, creyó que el ruralismo podía ser una tercera posición respecto de los partidos tradicionales, pero luego comprendieron su error; el tercerismo recién llegaría con la Unión Popular y luego con el Frente Amplio”, afirma Benavides, en una especie de resumen de la genealogía del tercerismo en nuestro país (que Aldo Solari historió y analizó con énfasis en la bipolaridad mundial y no en nuestro sistema partidario).
“Nunca le llevés la contra”
¿Qué molestó tanto de "Tata Vizcacha"? Aunque Benavides alteró la mayoría de los nombres, su descripción de tipos humanos estaba demasiado cerca de algunos personajes locales. Según él, lo que intentó fue hacer un catálogo de las desigualdades de clase y de las miserias de la sociedad tacuaremboense.
El libro contenía 29 poemas, cada uno precedido (y en algunos casos también cerrado) por una cita de los “Consejos del Viejo Vizcacha” que José Hernández incluyó en la segunda parte de su "Martín Fierro". Por si hiciera falta, Benavides alerta sobre las malas lecturas que se han hecho de este personaje literario: “No es el gaucho, es el antigaucho. Vizcacha es acomodaticio, sumiso, ladino”. El poema introductorio constata el triunfo de su moral: “Tata Vizcacha, estamos en tu tiempo:/ todo te pertenece: tierra y árbol;/ la hacienda, el hombre precavido,/ a lo manso, camina en tus consejos”.
Son consejos que el poeta desoye: los poemas siguientes son biografías someras de patrones prepotentes, solteronas chismosas, intermediarios aprovechadores, jueces indolentes y escritores serviles. Pero también hay empatía: hacia una joven embarazada, hacia un poeta mutilado, hacia un sindicalista asesinado, hacia un veterano de guerra engañado. En el medio, se cuelan algunas consignas de la época, como la de reforma agraria, y la denuncia al clientelismo de los partidos tradicionales.
Tras las guiñadas telúricas, el poemario esconde inspiración y pretensiones universales: el modelo admitido -ahora abiertamente- por Benavides fue la "Spoon River Anthology" publicada en 1915 por el estadounidense Edgar Lee Masters. En sus versos -epitafios escritos por los propios muertos, que suman más de 200- ya está la fórmula de pueblo ficticio más colección de personajes singulares que fascinaría, vía William Faulkner, a escritores como Onetti y García Márquez.
La lectura precoz de Lee Masters -“era un erudito desde niño; no lo digo como una virtud”, aclara Benavides- fue el disparador de "Tata Vizcacha": “Se me ocurrió hacer un poema dividido en cantigas, cada una iba a ser un personaje, un detentador del poder en Tacuarembó, sus seguidores o alcahuetes, y las víctimas”.
“Lo que es yo nunca me aflijo”
La reedición que acaba de lanzar Yaugurú, coordinada por el poeta Agamenón Castrillón -discípulo, como muchos tacuaremboenses, de Washington Benavides, verdadero faro para varias generaciones de artistas norteños-, contiene varios plus. Además de notas de Castrillón, se reproduce la entrevista que Elder Silva le realizó a Benavides en 1986 (para el periódico La Hora), en la que el poeta documentaba por primera vez el episodio de la quema de su libro junto con una carta en la que Benavides le refiere el asunto al intelectual argentino Saúl Sosnowski. Por otra parte, se incluyen reproducciones facsimilares del acta fundacional del MAD y de algunas referencias en prensa a “Tata Vizcacha”.
Todo esto, más el habitual cuidado de las ediciones Yaugurú, hace que la reedición sea “excepcional”, según el autor. El contraste con la original es grande: tenía la mitad de páginas y su edición fue demorada (en la tapa se fecha 1954-1955) porque la imprenta tacuaremboense Coitinho & Cía. no tenía tipos suficientes para componer el libro; cuando finalmente arribó una remesa de tipos desde Montevideo, resultó que eran distintos y la diferencia quedó reflejada en la letra despareja de la edición.
El retraso, además, habría supuesto una desventaja histórica para Benavides, quien considera que los de “Tata Vizcacha” son antipoemas similares a los que por entonces estaba dando a conocer el chileno Nicanor Parra. Entre los pocos críticos que tuvo el poemario de Parra, estuvo Mario Benedetti, quien en su artículo “Canjeables e inadaptados” (publicado en Marcha en 1958) reconocía la originalidad de “Tata Vizcacha” (aunque lo consideraba “vulnerable en lo específicamente literario”). Benavides cree que Benedetti utilizó algunos de los recursos de “Tata Vizcacha” (y de Neruda) en sus Poemas de la oficina, de 1956. Ambos, Benedetti y Benavides, habrían entrado en una alianza tácita contra la poesía anterior, que consideraban, por atildada o por metafísica, estérilmente alejada de las circunstancias del presente.
Dúctil, prolífico, lúdico generador de heterónimos -por su variedad de registros Luis Bravo lo llama “el poeta constelado”-, Benavides siguió publicando asiduamente luego de aquel episodio de 1955, y tendría experiencias más duras durante la dictadura militar: fue apresado y torturado en 1973, según él por su colaboración artística y cercanía personal con Alfredo Zitarrosa (Darnauchans es el otro gran nombre asociado a este creador fuertemente vinculado a la música). Pero ahora, a sus 81 años, el todavía docente universitario confiesa que le duele que aquel episodio de tiempos en que era un joven profesor de literatura haya ocurrido en plena democracia, a metros de la intendencia y de la Jefatura de Policía de Tacuarembó, sin que mediara denuncia o acción judicial alguna.