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Gervasio Troche.

Foto: Pablo Nogueira

Sin palabras

6 minutos de lectura
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El ilustrador Troche presenta su primera muestra individual.

Basta chequear los comentarios que sus seguidores dejan en cada entrada del blog www.portroche.blogspot.com para ver que Gervasio Troche (Buenos Aires, 1976) es popular en más de un país; basta scrollear sus dibujos para ver por qué.

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Lejos de todo virtuosismo, la búsqueda de Troche es la de lo sutil, lo nostálgico, lo naïf, lo mínimo. “Dibujo más con la goma que con el lápiz”, dijo en alguna entrevista. Chaplin, Magritte y los cronopios de Cortázar son algunas de las líneas que se cruzan en su obra, llena de metáforas visuales y personajes mudos. En riguroso blanco y negro, sus trazos aparecieron en la revista ¡Berp!, en el diario La República y en la revista Sidekick, además de la publicación digital española El Estafador y varias muestras en tierras argentinas. Su primera exposicion en nuestro país -se presenta oficialmente hoy a las 19.00 en librería La Lupa- es el pretexto para hacer hablar al hombre de los silencios.

-Tengo entendido que tus primeros contactos con el arte vienen por el lado de tus viejos. Contame un poco acerca del grupo Las Ranas.

-Mi viejo es egresado de la EMAD, dibujaba y escribía, pintaba letreros de negocios, hacía afiches. Pintaba para sobrevivir. Hizo puesta en escena, dirigió obras de teatro... El nombre “Las Ranas” surge del cuento de Rosencof. Mi vieja siempre fue más actriz, pero ambos estuvieron muy vinculados al teatro. En la dictadura mis viejos eran tupas, pero más del ala artística que de la guerrillera. Con Las Ranas salieron dos o tres años en Carnaval, en la categoría Humoristas. En ese momento el humor era muy político, pero no podías decir todo de frente. Como Canciones Para No Dormir La Siesta. Hacían la humorada del Lagarto Juancho, que venía a representar a Bordaberry. Yo no era nacido. Es más o menos el año 1973. En un momento mis viejos se fueron de la EMAD, quemados porque en el momento del golpe de Estado se mantuvo medio en otra; seguían haciendo teatro griego y esas cosas. Ahí se empezaron a vincular con el teatro independiente; hicieron obras como V de Vietnam, ese tipo de cosas combativas. Tomaron bandera. Con Las Ranas se les complicó, porque cuando bajaban estaban los milicos esperándolos, como le pasó a La Soberana, a Araca. Estuvieron en cana, se comieron la tortura. Mi viejo era muy amigo de [Ruben] Sassano, que es mi padrino. Cuando pudieron se exiliaron en Argentina, donde nací yo, en Avellaneda. Cuando tenía seis meses se complicó Argentina, y nos fuimos para Francia, donde Las Ranas siguió como compañía de teatro. Mi viejo escribía monólogos y mi vieja actuaba. Vivíamos en un barrio que estaba lleno de exiliados políticos argentinos, chilenos, argelinos, marroquíes. Cuando hacían las obras, se llenaba.

-Un momento muy fermental, me imagino.

-Sí, incluso había muchos actores y se formó una especie de elenco. Hicieron teatro para niños, circo, marionetas. Se adaptaron enseguida. Eran exiliados políticos, que no está nada bueno, pero vivían de lo que querían. Después pasamos por México, que no estuvo muy bueno. Mis viejos estaban desesperados por volver a algún país de América Latina, y unos amigos les dijeron que les convenía ir. Cuando llegaron era horrible: no había trabajo, fueron dos años perdidos. Cuando volvimos a Uruguay, en el 85, salieron de nuevo con Las Ranas, pero ya no fue lo mismo. El país había cambiado, la relación entre mis viejos ya no era la misma... la dictadura lo hizo mierda a mi viejo. Después de eso ya no hizo más nada. Ya no estaba eso de la primera época, de querer llevarse el mundo por delante.

-En el 85 tenías nueve años. ¿Fue ahí que tuviste tu primer acercamiento a la historieta?

-En realidad fue en Francia. Allá la línea franco-belga es muy fuerte. Se consume mucho: los adultos leen mucho Tintin, Astérix, el padre de un amigo francés tenía de todo. Pero claro, Astérix tenía un nivel de dibujo inalcanzable. También ahí conocí a [Jean-Jacques] Sempé, a [Saul] Steinberg, a [Milt] Gross; los padres del humor gráfico. Allá ese humor mudo, lineal, en blanco y negro pega mucho. Sempé tenía un personaje, Le Petit Nicolas, que me encantaba.

-¿Cómo empezás a publicar?

-Llegué a La República porque iba a todos lados a mostrar la carpeta de dibujos, y un día me llamó el secretario de Fasano. Ahí estuve cinco o seis años, desde 2006.

-¿Y en el medio, entre tu llegada a Montevideo y La República?

-Dibujaba mucho para mí, pero en esos años también publiqué en el periódico de La Teja, El Tejano, estudié en el taller de Tunda y Ombú [Luis Prada y Fermín Hontou, respectivamente]. Después hice algunos chistes para La mano que mira, que animó el hijo de Tunda. En 2000, a través del taller, la editorial Alma Zen me publicó una revistita de mi personaje Mangrullo.

-Volvamos a La República. Hace poco dejó de salir la página de historietas y varios autores salieron a contar las nada fáciles experiencias de su trabajo en el diario.

-Fue una experiencia muy oscura, que me enriquece por el lado de que un dibujante no puede estar peor que ahí. Yo publicaba por la necesidad de ver mis dibujos impresos en papel de diario. Los últimos años la fui remando. No tenía sentido, pero yo andaba sin trabajo y era mi único ingreso. Trabajábamos a destajo, no llegábamos al salario mínimo nacional, no estábamos en caja. No nos reconocían como trabajadores del diario pero nos atomizaban con cosas como “este dibujo no va”. Vos ibas al diario y le entregabas al secretario de Fasano una carpeta con los siete dibujos de la semana siguiente, él los llevaba a la oficina del director y al rato volvía diciéndote “éste va, éste no”. No trataba con él directamente, salvo algunas veces que me llamaban la atención por algo.

-No se me ocurre qué aspectos podrían molestar. No hacés un humor agresivo ni politizado.

-En realidad yo no sé si no decía que no por el solo hecho de marcar rigor. Creo que ni siquiera miraba los dibujos. Él no quería que fuese demasiado intelectual, porque supuestamente el público de La República era más tercera edad, perfil popular, pero yo publiqué cosas que no tenían nada que ver. Por ahí no te pagaban el sueldo de un mes, te pagaban de menos pero tenías que reclamar, te pagaban aguinaldo a veces. Y después lo de publicar 31 chistes por 2.000 pesos por mes era jodido. También hice cartón político, que es una ilustración para la página editorial sobre la noticia del momento. Eso también pasaba por el filtro. A veces me llamaban a las diez de la noche porque un dibujo no iba, y tenía que hacer uno nuevo. Todo por muy poca plata. Me desgastó bastante.

-Pero después de esa etapa te va un poco mejor. A partir del blog empezás a pegar en Argentina, te invitan a muestras.

-Sí. El blog me salvó un poco la cabeza. Estaba un poco cansado de Mangrullo, el personaje que hacía en el diario, y me lo quería sacar de encima. A mis 32 años decidí armar el blog sin esperar nada. Estaba medio perdido y no sabía para dónde arrancar. Subía dibujos, probaba cosas nuevas, experimentaba, podía jugar; no tenía editor. Me di cuenta de que el blog era mi propio medio, mi propio semanario. Pegó en Argentina, porque allá hay más movida, y también en Brasil, en España.

-Últimamente te volcaste a un lado no tan secuencial, no tan de historieta.

-Sí, ese formato me venía interesando hacía rato. Me di cuenta de que cuando hacía tiras había muchos cuadros que estaban sobrando. Ponía cada vez menos texto, hacía historietas mudas. Me gusta el formato de una imagen sola. Si junto todos mis dibujos se forma una obra conceptual, pero la vida está en cada uno por separado.

-Justamente, ese trabajo de recopilación es lo que estás haciendo ahora para la editorial Sudamericana, ¿no?

-Sí. Hace unos años fui a la editorial porque Kioskerman [Pablo Holmberg], un dibujante de Argentina, me decía que yo tenía que tener un libro. Me recomendó a la gente de Sudamericana. El libro va a salir el año que viene, en marzo.

-Hablemos un poco de la muestra.

-Son los dibujos del blog que más me gustan. Tengo temáticas, como los equilibristas, las linternas, el cine. Hay ejes temáticos, y elegí dos chistes de cada tema, los que más me llegan.

-¿Los considerás chistes?

-Es humor gráfico.

-Claro, pero tus dibujos por lo general no buscan precisamente la carcajada.

-No busco hacer reír, y tampoco busco a los artistas que me quieren hacer reír. Está todo bien, pero no me interesan. Lo que hago no es humor, es cierto. En realidad está dentro de la línea del gag visual. Quino también terminó haciendo cosas que no hacían reír mucho. Algunos dicen que es poesía, pero poesía es ser poeta. No sé en qué línea está.

-No te importa mucho la clasificación, tampoco.

-Y no. Algunos dicen que es ilustración pero yo no creo, porque hay un guión de fondo, una idea.

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