El libro realmente es un homenaje. No sólo a la figura protagónica, sino también a todo lector, por lo que encierra y también por cómo se encuentra orquestado: a manera de círculos concéntricos que nos aproximan pausadamente a la figura de José Pedro Díaz. Primero aparece un ensayo de Alfredo Alzugarat sobre su diario, lo que significa (tanto de una manera individual como social) y sobre la manera en que se inserta en el 45 y en la propia biografía de una figura emblemática en el entorno de su generación, como lector, como crítico, como autor, como pedagogo. A continuación, una cronología detallada en la que se conjugan vida y obra con una bibliografía exhaustiva. Por último, una autobiografía que escribiera el autor en setiembre de 1998. A todo esto hay que agregar las fotografías finales, las notas a pie de página y las cartas que, en conjunto, redondean una edición más que atrayente.
Todos los fuegos
Nacido en 1921 -es decir, cerca del año que según Ángel Rama concentró más nacimientos de miembros de la “generación crítica”-, José Pedro Díaz publicó su primer poemario, "Canto pleno", en 1939, en la misma imprenta en la que por esos meses Onetti (a quien frecuentaría tiempo después) editaba El pozo. Su debut en novela, El habitante, apareció diez años después y fue recibido como una novedad; su contacto estrecho con la producción europea -y, especialmente, francesa- traslucía en el uso de la ambigüedad y la administración del supenso para encubrir hasta las últimas páginas una historia de fantasmas. Aunque en el interregno publicó varios relatos, su siguiente novela demoró 15 años en aparecer. Protagonizada por “José Pedro”, "Los fuegos de San Telmo" no ahorraba datos autobiográficos ni referencias literarias en la descripción del reencuentro de un hombre con sus raíces en el viejo mundo.
En esa atracción por el arte europeo, y en la vocación de difundirlo y “traducirlo”, Díaz fue un exponente típico de la generación del 45, cuya labor de puesta al día con los cánones globales fue clara hasta empezados los 60. También en su unión de la labor intelectual y la producción cultural en sentido más material Díaz entró en el paradigma de su generación. Un hito fue la imprenta-editorial La Galatea, que manejó junto con su esposa Amanda Berenguer desde 1947 (la figura del matrimonio de escritores imprenteros había tenido un antecedente en Leonard y Virginia Woolf). Allí publicaron la primera novela de José Pedro y la poesía de Berenguer, como también trabajos de contemporáneas como Ida Vitale (por entonces pareja de Rama) e Idea Vilariño. En 1962 fundaría, junto con Rama, la editorial Arca, que llegaría a publicar a Onetti, Felisberto Hernández y a un García Márquez que ya tenía "Cien años de soledad" casi terminada.
Como crítico e investigador, Balzac y Gérard de Nerval fueron algunas de sus especialidades -hasta fines de los 90 fue el catedrático de Literatura Francesa en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República, y también había enseñado en el Instituto de Profesores Artigas y en Secundaria-, y sus trabajos sobre Onetti, y especialmente, sobre Felisberto, resultaron esenciales para el estudio de estos autores uruguayos. Díaz no sólo apoyó como editor a Felisberto -tras el entusiamo inicial de Rama-, sino que se transformó en su crítico más sistemático; reunió esa labor crítica y de investigación en "Felisberto Hernández, su vida y su obra", hasta hoy la principal referencia para el abordaje crítico del autor de "Nadie encendía las lámparas". Entre otras cosas, en aquélla Díaz inaugura la aplicación del concepto marxista “alienación” -la perspectiva dialéctica sería más evidente en su trabajo tardío "Novela y sociedad"- para encuadrar la obra del autor compatriota.
El diario que no es íntimo
Junto con algunos de los integrantes de la ya mítica generación del 45 es habitual encontrarse con su diario íntimo: Amanda Berenguer, Ángel Rama e Idea Vilariño estuvieron entre los fieles practicantes de esta forma híbrida de la literatura. El grueso de lo que acaba de publicarse son 11 cuadernos manuscritos por José Pedro Díaz; en principio, digamos que se trata de un diario cuyas páginas contienen el racconto de viajes que el autor hizo a partir de 1947 por Rocha, Mercedes, Salto, Durazno y Europa (este último gracias a la beca Gallinal, en noviembre de 1950) y que además registra los procesos de construcción de una escritura y su evolución, tanto positiva (las novelas "El habitante" y "Los fuegos de San Telmo") como negativa (la novela "Presente perdido" y varios cuentos). También refleja aspectos de su temprana actividad como conferencista, pedagogo y editor. Pero, sobre todo, aparecen sus reflexiones como lector, en su mayor parte de literatura francesa y uruguaya, así como sus opiniones en tanto espectador (ante un cuadro, una película, un lugar o espacio).
Ahora bien, en "El pacto autobiográfico" Philipe Leujenne define certeramente que el diario “es un relato restrospectivo en prosa que una persona real hace de su existencia, poniendo énfasis en su vida individual y en particular en la historia de su personalidad”. José Pedro Díaz sigue el diario de André Gide; en la página 108 de su diario se lee: “Breves lecturas del Journal de Gide, con la plenitud que siempre me provoca”. El diario de Gide fue editado en 1946. Aunque lleno de datos, chismes y hasta detalles eróticos, es un texto que muy pocas veces aborda la intimidad. Gide apunta, más que a la construcción de un diario, a la imagen de uno. Así, el escritor francés se convierte en su propia máscara, en su doble. De forma similar, los textos de José Pedro Díaz contienen una forma de diario, pero en su contenido se acercan más a memorias, principalmente por el espacio que ocupa el acto de recordar de una manera cruda y desde el yo sucesos fundamentales y externos: a quién vi, con quién me relacioné, qué opino de ellos, cómo me ven, cuál fue mi papel en tal o cual acontecimiento literario o histórico. Por ejemplo, las llegadas a Montevideo de Juan Ramón Jiménez, Albert Camus, Borges, José Bergamín o María Elena Walsh o las ruedas del café Metro y el Libertad. También la partida hacia a Europa, hacia el París existencialista de los años 50, viaje iniciático para los intelectuales rioplatenses. O el crudo testimonio de uno de los focos emblemáticos de la generación del 45, el grupo Mangaripé, que funcionaba de forma similar a un taller literario actual. Vale decir que la propuesta es la de una lectura que se comenta a sí misma de una manera crítica, obsesiva y voraz.
No todo es lineal, sin embargo. Por momentos el diario se convierte en una confesión: “Me es tanto más necesario escribir cuanto el diario satisface poco, ahora, mi necesidad sin reposo para pensar en casa despreocupadamente, anoto cosas en el diario como un almacenero en el suyo. Y todo es negocio al menudeo. Casi no hay -creo- en las últimas páginas, anotaciones que se refieran a un pensamiento que yo quiera realmente recordar, o a una impresión que me haya brotado espontáneamente, sin que yo la pueda contener”.
En otros tramos, Díaz intenta separar la vida novelada de la autobiografía: “Pienso -para fijar observaciones sobre personajes, diarios, fragmentos de diálogo, actitudes a novelar- comprar un cuaderno especial. Las anotaciones de índole puramente literaria, o crítica, quiero que sigan quedando aquí porque constituyen con propiedad mi diario”. En ocasiones alude a otros diarios que, en ese momento, se encontraban en vías de construcción, como el de su amigo (y “socio”, juntos fundaron la editorial Arca) Ángel Rama o el de José Bergamín. En otras, juega con la oposición binaria, con la bipolaridad entre publicar y no publicar: “Creo muy fecunda extraer diariamente fecunda, la publicación -en la forma ocasional de una lectura- de estas líneas”. Más adelante escribe: “Quiero tener presente esto: no debo publicar este diario. Acaso pueden publicarse páginas, pero sólo lo referente a un tema determinado”. Pero, por sobre todas las cosas, José Pedro Díaz se construye como Narciso porque es consciente de su escritura y de sus frustraciones.
El reflejo
El caso de José Pedro Díaz es singular, porque es un narciso que vive y comparte su intimidad con un narciso mucho más egocéntrico: Amanda Berenguer. No es un juego de dominaciones. Tal vez sea una competencia infantil a un nivel puramente inconsciente. En todo caso, se trata de lo que ocurre en un matrimonio intelectual, una variante rioplatense -y en versión de maligno tango- del matrimonio Ted Hughes-Sylvia Plath.
José Pedro siempre marca los defectos de Amanda y pocas veces sus virtudes: “Minye, caprichosa. Eso hace que cualquier intento que haga de satisfacerla la lleve a una actitud de rebeldía inmediata que, a veces, no puedo comprender en absoluto en su motivo inmediato. Lamento con periodicidad esas actitudes en ella. Cuando veo en ella ese temperamento, no hay casi posibilidad de quitarle esa tensión. Siento como si el razonamiento no tuviera que ver con ella -y de hecho no tiene que ver-, y por lo pronto, juzga mal hasta mis reacciones sentimentales que, a menudo, tienden al más extremado deseo de satisfacerlo. Esto es nervioso”. “Sensación de piedad y serenidad. El sentirme solo, como ahora, me hace bien. Le dolería mucho a Minye que leyera esto, pero debo atreverme a escribirlo”. “Muy molestado con Minye y Minye conmigo por supuesto, por su tendencia -que siempre me saca de quicio- de hacer juicios terminantes y negativos sobre terceras personas al comentar un acto que a mí me parece sin importancia de ellos”.
Por si fuera poco, las virtudes de su Minye nunca son personales; siempre son literarias: “Más tarde, en casa, Minye leyó lo que tiene escrito del poema […] La sacudida fue impresionante. A ella le fue imposible leer los últimos versos […] Yo siento que Minye encontró sus raíces con soltura y que ya tiene su instrumento”. Claro que para tener el paisaje completo habría que leer los diarios de Amanda Berenguer, cuya mayor parte se habría perdido, según el encargado del archivo Berenguer en la Biblioteca Nacional.
Pero no existe conflicto; sólo escritura que se multiplica desde la máscara. Esto puede ser paradójico, ya que la obra de José Pedro Díaz se centra en una escritura del yo, como lo es la novela "Los fuegos de San Telmo". O bien, como crítico, indaga, cuestiona las escrituras del yo de otros escritores como Gustavo Adolfo Bécquer, Gerard de Nerval o Felisberto Hernández. Por su parte, la obra completa de Amanda Berenguer -"La constelación del navío", reunida en 2003 y dedicada a su esposo- es una escritura del yo cuyas páginas no son otra cosa que singulares espejos.
Aun así, queda el pasaje de "La dama de Elche", en el que Minye describe a su marido -y se describe- de la siguiente manera: “Soy Amanda / mujer de José Pedro / seguro como un cedro encrestado / poderoso / como la montaña / necesario y distante como el río / que nos da de beber / no lo habitan las palabras / el viento vela su inaccesible escarpado amor”. Esta descripción corresponde a la vejez de José Pedro, cuando ya se había convertido en una figura emblemática del 45, fundador de la editorial Arca, pedagogo emérito tanto en el Instituto de Profesores Artigas como en la Facultad de Humanidades, crítico atractivo para varias camadas académicas. Sin embargo, el diario retrata a un joven introvertido: “Luego de haber meditado, por accidente, sobre la tipología de Jung, encuentro que yo configuro uno de los que él llama introvertidos”. Un narciso, entonces, que apenas se atreve a reflejarse en la fuente.
Mundo masculino
En segundas lecturas uno puede entender que el diario de José Pedro no es tal, porque de un diario deberíamos esperar intimidad sin tapujos, descaro, incluso algo de exhibicionismo. Pero piénsese, también, en la época en que fue escrito: en el correr de las décadas del 40 y del 50. El dato no es menor, porque el diario de José Pedro Díaz corresponde a un tipo de sensibilidad epocal. La generación del 45 estuvo ataviada por lo patriarcal y lo machista. El poder crítico se encontraba en manos de los hombres: ellos ocupan los verdaderos puestos de poder como la docencia en la Universidad y en el instituto de profesores, la dirección de editoriales y las páginas culturales. La sexualidad siempre se reprime; nunca se manifiesta. Véase, por ejemplo, las reseñas a los primeros libros de Armonía Somers a cargo de Emir Rodríguez Monegal o Ariel Badano. O, en el propio diario de Díaz, los chismes relacionados con las conductas sexuales de Orfila Bardesio e Idea Vilariño, intelectuales mujeres que fueron la excepción a la regla de esos “alacranes” (el término es acuñado por Ángel Rama).
Cuando la sexualidad no aparece, se desata la máscara del pudor: “Tratando de concentrar, mi sentimiento es éste: siento pudor, inseguridad, al proponerme publicar estas notas”. El pudor es una máscara que esconde la intimidad. Y la intimidad en pareja se escribe de una manera superficial como algo certeramente anodino: son los proyectos comunes (La Galatea, la casa en Mangaripé, un aborto de Amanda Berenguer, el nacimiento de Álvaro Ruy -su hijo-, las relaciones distantes con su familia política).
Curiosamente, asoma una intimidad grupal que describe puntualmente al grupo de Mangaripé. Respecto de este punto resulta evidente que este diario pasa por el filtro de la literatura y ésta actúa como una máscara tras la que se esconden las obsesiones y las angustias de José Pedro Díaz. Todo se define mediante una escala de valores literarios: tanto los libros como sus autores.
En ello cabría destacar que la mayor parte de los intelectuales que se describen a lo largo de las páginas de este diario tiene o tuvo cierto poder: José Bergamín, Borges, Juan Ramón Jiménez. También figuran aquellos que sirven de centro y apoyo a la creación literaria: “Imagino estos días la realización de una novela cíclica que comenzaría con la visión de la Italia Meridional o Nápoles, del pueblo de Marina di Cammerota con la primera generación americana y su ascensión y que terminaría con temas autobiográficos de la infancia hasta la juventud […] Hay ya material de sobra”. El resultado sería "Los fuegos de San Telmo".
Esto puede hacer pensar que al diario le hace falta más carne. El morbo, sin embargo, aparece tímidamente. Por ejemplo, en una anécdota sobre Roberto Ibáñez -con quien, en definitiva, mantiene una lucha de poder- o las descripciones de Rodríguez Monegal (cuyo apellido confunde a propósito con el de Martínez Monegal) o de Sabat Ercasty.
Ciudad luz
Otro centro interesante de este libro es el viaje que realizó el matrimonio mediante la Beca Gallinal -que financiaba estadías de artistas en Europa por períodos de uno y dos años- en noviembre de 1950. El tramo correspondiente en el diario de Díaz bien podría ser definido como una guia Michelin de la poesía y la crítica uruguaya que tiene como centro del periplo Francia, pero también incluye Italia, Bélgica y Holanda. En ese panorama luminoso, destaca por contraste el desolador ambiente de una España franquista y de un Marruecos que los coloca al borde del asco. Sobre todo, Europa es la aventura del descubrimiento: museos, espacios, figuras poéticas internacionales -Tzara, Neruda, Octavio Paz, etcétera-, la compra de un Picasso, el proyecto de traslado de una biblioteca sino-uruguaya, las visitas a una finca italiana.
También el registro del viaje se regula de acuerdo a un termómetro literario, lo que vuelve a acercarlo más a una memoria que a un diario. Esto se confirma en el último cuaderno, en el que se consignan dos regresos a Europa, en 1971 y en 1987. De este período también se transcribe una carta de Díaz a Juan Carlos Mondragón que complementa la visión de los hechos, como el homenaje que se le realizó en Marina di Cammerota por la edición italiana de “Los fuegos de San Telmo”.
Lo que domina el último cuaderno son los recuerdos, usualmente confrontados con un ahora cada vez más indiferente: “Aquello que sentíamos como un testimonio que nos permitía evocar toda una larga tradición clásica, que nos obligaba a sentir la presencia de Virgilio, con lo que ello comporta de vínculo con el mundo de la cultura, simplemente desapareció: en el lago Averno está instalada una estación para el ejercicio del sky náutico, con las necesarias lanchas y los instrumentos para cultivar el salto del sky”.
Como bien afirma Tatiana Oroño: “Un diario está afincado en lo vivido. Y eso hace que lo vivido se mude al diario, salga de la vida y entre a la casa de las cosas contadas”.