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“La reconquista: proceso de restauración democrática en Uruguay (1980-1990)”, de Julio María Sanguinetti. Editorial Taurus (Santillana). Montevideo, 2012.

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Editar

Esta vez el Bibliopola uruguayensis que nos chusmea sobre el mercadito editorial local vino con un ladrillo de tapas coloradas bajo el ala. Desde su presentación el 17 de abril en el Hotel Radisson La reconquista: proceso de restauración democrática en Uruguay (1980-1990), el último libro de Julio María Sanguinetti, se viene vendiendo como pan hirviente y, ya con la cocarda de la cuarta edición en menos de tres meses, pinta para ser más que el bestseller del año, un verdadero longseller (logro más esquivo que el anterior, un “más vendido” que se sostiene en el tiempo).

Todo editor sueña con consolidar un puñadito de longsellers que le permita reunir los morlacos para ir tirando, mientras busca pegarla con algunos bestsellers contextuales que se vayan escalonando hasta que el balance anual haga recomenzar el giro de la calesita. Santillana, con Sanguinetti como autor estrella de las ediciones nacionales de su sello Taurus, parece haber sacado la sortija. La agonía de una democracia: proceso de la caída de las instituciones en el Uruguay (1963-1973), el anterior libro del ex presidente, a más de tres años de su primera edición sigue con firmeza su sino de longseller.

Intenciones de verdad

La agonía de la democracia y La reconquista forman una suerte de díptico y comparten, según su autor, la “intención de verdad” que debe guiar al historiador en la reconstrucción de “los hechos” tal como sucedieron. Esta pretendida preeminencia del dato fáctico inmaculado por sobre la interpretación y la mirada que lo ordena, este fetiche de “los hechos” (como si no hubiera todo un ovillo epistemológico para desenrollar con mucho cuidado en esa pretensión), esta intención va acompañada con melindres de reflexión metahistórica.

Pero si queremos jugar en ese tablero hay que poner todas las fichas y admitir que “los hechos” no cuentan su propia historia, de manera que presentar cualquier acontecimiento del pasado como una estructura con principio, desarrollo y fin constituye una operación, digamos, literaria y, por ende, productora de ficción (resumen salvaje de algunas de las ideas de Hayden White, cuyo rechazo de la distinción tradicional entre relato histórico y relato literario reconoce Jacques Le Goff en el mismo libro que cita Sanguinetti como autoridad y que nuestro bibliopola también leyó por arribita, Pensar la historia).

En esta perspectiva los dos libros comparten sobre todo un complicado lugar de enunciación. Como hasta los pájaros saben, desde el plebiscito del 80, que rechazó la reforma constitucional propuesta por el gobierno de facto, hasta el referéndum del 89, que ratificó la Ley de Caducidad (período que aborda La reconquista), Sanguinetti fue un actor protagónico de la vida política del país (y lo siguió siendo). Ahora bien, apelando a un “despojamiento” de esa condición y a un repliegue de la memoria personal en pos de la objetividad de los sacrosantos hechos, Sanguinetti elige narrar en tercera persona su versión sobre la transición, reservando la primera para algunos “fragmentos de memoria” (así los llama) que, diferenciados del cuerpo central del libro por una tipografía y encuadre propios, van agregando notas de color a lo narrado. Sin embargo, muchas veces una y otra escritura sólo se diferencian en ese detalle gramatical y perfectamente los “fragmentos de memoria” podrían estar en el tronco del relato o, a la inversa, algunos de los “hechos como fueron” podrían ir con la tipología reservada a la memoria.

Actos de fe

En ese lugar ambiguo del narrador, en esa pirueta retórica que hace que permanentemente Sanguinetti se refiera a sí mismo como algunos jugadores de fútbol después de los partidos, en tercera persona, ahí está la clave del pacto de lectura que nos exige el libro: hay que comprar las 500 páginas y además el distanciamiento objetivo y desapasionado de esa tercera persona que, de a ratos, sólo para aligerar la tensión de esos años bravos que relata, le deja lugar a un pedacito de intimidad en primera persona. De última, es una cuestión de fe, igual que tener fe en la coincidencia total del pasado tal como fue (“los hechos”) y la explicación histórica que lo sustenta (“la reconquista”). Habrá muchos dispuestos a comulgar y muchísimos que ni locos.

Los que “ni locos”, porque intuyen que en ese empeño por difuminar la primera persona no hay sólo un aséptico deslinde entre memoria e historia, sino también una técnica de Photoshop para sacar impurezas, como en esas fotografías publicitarias que muestran la tersa y (hasta irreal) perfectísima piel de una nalga turgente para sugerir el poder de seducción de un desodorante. El producto que defiende La reconquista es el culto y refinado estadista Julio María Sanguinetti y su gestión de gobierno.

A nuestro pajarito amigo no le parece mal que la gente quiera defender lo que ha hecho a lo largo de su vida, siempre y cuando se tenga presente la módica engaña pichanga que implica toda pieza publicitaria. Así que más allá de “intenciones de verdad” y de “hechos documentados” La reconquista puede leerse, como bien dijo en el acto de presentación Luis Alberto Lacalle, como un “libro de campaña”, “dinamizador de fuerzas políticas”. Al tomar la palabra, puchereando como un niño al que sus padres le descubren golosinas prohibidas en los bolsillos, Sanguinetti le respondió que él intentaba hacer historia.

Ya sin cargos legislativos y alejado de la dirección de su partido, esta nueva tarea de historiador, de escritor comprometido, es el deber que la hora le señala a Sanguinetti para con sus correligionarios. Y hay que reconocer que, sacando lustre a su devaluado prestigio de hombre de letras, de penúltimo humanista de la política vernácula, el tipo se arremanga para laburar y cumple. Ésa es la historia del ex presidente: su granito de arena en la lucha por imponer un cierto relato de la historia reciente.

No creo que Sanguinetti esté muy de acuerdo con las opiniones históricas y políticas de Pacho O’Donnell, otro historiador programático, pero tendrá que concederle eso de que “la historia es política y la política es historia”, como dijo el argentino hace bien poquito en entrevista con la diaria.

Coda

En estos tiempos de imperio taquillero de La reconquista, otro de los libros más vendidos ha sido justamente el de Pacho O’Donnell Artigas: la versión popular de la Revolución de Mayo (Aguilar), una mirada a nuestro prócer desde el revisionismo histórico de la otra orilla. Corriéndolo también muy de lejos a Sanguinetti, pero con mejor entrenamiento deportivo, viene Tato López y su libro de entrevistas con el Maestro Tabárez, El camino es la recompensa (Aguilar).

Nuestro pajarito amigo se quedó pensando en lo poquito o mucho que puede decirnos sobre el Uruguay de hoy en día el éxito comercial de estos libros, se quedó pensando en esa tríada de héroes nacionales: don José Gervasio, don Julio María, don Óscar Washington; “For export del Uruguay”, como dijo don Alfredo en “Guitarra negra”. Y en ese matadero de relatos estamos todos.

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