A partir de este sábado (y durante toda la semana) se estará proyectando en Sala Pocitos de Cinemateca la serie Decálogo de Krzysztof Kieslowski, tour de force televisivo/cinematográfico que en cierto modo resumió las principales características del cine del director polaco. Filmada en 1988, la serie es formada por diez capítulos independientes, cada uno de ellos vinculado a uno de los diez mandamientos de la religión cristiana. Aun así, no hay una especificidad biunívoca de cada uno de ellos, por lo que la asociación con cada uno corre por el esfuerzo interpretador del crítico o el espectador, resultando la serie un modelo para armar, en el que se puede interpretar tanto desde aspectos puramente morales/religiosos, hasta metacinematográficos o incluso políticos (mal que le pese a Kieslowski, que tempranamente en su carrera quiso distanciarse tanto del oficialismo como de los movimientos de resistencia polacos).
Muerto tempranamente a sus 54 (habiéndose retirado en el apogeo de su carrera -la Trilogía de los tres colores, casi unánimemente aclamada por la crítica- por razones vinculadas a su frágil salud), Kieslowski tuvo una relación productividad-calidad quizá sólo asemejable a la de Rainer Werner Fassbinder (quien murió a los 37 años), pudiendo contarse en tan sólo sus últimos nueve años (desde 1984 a 1993) 17 obras cinematográficas. Ver Decálogo también es la historia de ese proceso.
Una de las claves para entender el cine de Kieslowski se encuentra rastreando aspectos biográficos y de formación del director. Nacido en Varsovia, pero con una infancia conflictiva entre varios de los pequeñísimos pueblos que rodean la ciudad, el polaco pudo, desde este particular distanciamiento inicial, ver el complejo urbano y sus peculiaridades con ojos diferentes a los de la mayoría de los capitalinos. No es desestimable el peso de su formación católica, que marcará, por razones muy a la vista, su estilo y temas en común. Luego de lograr esquivar milagrosamente el servicio militar obligatorio (habiendo mantenido una estricta dieta que lo colocara por debajo del peso necesario para integrar filas) ingresó en 1957 a la Escuela de Técnicos Teatrales de Varsovia, en la que aprendió el oficio de elaborar sets, así como vestuario y actividades afines. A pesar de ser corto su paso por dicha institución (en una entrevista Kieslowski dijo: “Como todo lo bueno en Polonia, terminó pronto”), no es desestimable el peso del teatro en su obra, no sólo en lo que refiere a la construcción del drama, sino también a la dirección de actores y cierto aspecto artesanal en su estilo (logrando en films posteriores, como La doble vida de Verónica o la Trilogía de los colores, grandes proezas visuales que, curiosamente, nunca dejan de parecer de lo más natural).
Época documental
Luego de ser rechazado dos veces por la prestigiosa escuela de cine Łód z(de la que saldrían grandes figuras internacionales como Roman Polanski y Andrzej Wajda), logra entrar, consolidándose en poco tiempo uno de las características notorias de su primer cine, que es el de un estilo documental, más cercano al materialismo pragmático que al humanismo existencial en el que más tarde derivaría. Prácticamente todos los documentales de esta época son una sucesión de joyas engarzadas, que incluyen obras como Tramwaj (1966), X- Ray (1974), Curriculum Vitae (1975) y El punto de vista de un portero (1977). Específicamente este último cortometraje, en el que se retrata la vida de un portero radicalmente burócrata y obsesionado con la seguridad y el orden, le llevó a replantear radicalmente su relación con sus objetos de estudio. Cuenta Kieslowski en varias entrevistas que, lejos de ser lo que pretendía, en su exhibición en el Festival de Cracovia de 1979, descubrió que todo aquello que retrataba de él era motivo de burlas de la inmensa cantidad de espectadores, sintiendo que había convertido a su entrevistado en algo completamente diferente de lo que pretendía. Pero en el éxito de ese último film cristalizó la necesidad de apartarse del campo documental.
Este cambio, lejos de ser de corte abrupto, se fue dando progresivamente, con films en los que lo documental y lo ficcional se fundían entre sí, con películas como Personal (1975) y El aficionado (1979), obra que sirvió de entrada a su cine en salas uruguayas, en la que se traía la historia de un aficionado a las filmaciones caseras que, tras ser condecorado tempranamente en algunos concursos cinematográficos estatales, termina siendo masticado por la maquinaria burocrática polaca.
Teatro + cine + televisión = decálogo
El Decálogo será, en cierta medida, el punto en que todos estos cambios cinematográficos y planteamientos morales encontrarán realización. Quizá como ninguna otra serie se haya podido ver este matrimonio entre teatro, cine y televisión, al tiempo que debate metafísico y realidad cuasi documental de la situación polaca. Esta última distinción lo colocó, pese a la calidad inestimable de su producción, en una posición compleja, rechazado tanto por el oficialismo polaco (que se quedaba con su aspecto más crítico del régimen) como por los cineastas más militantes (especialmente motivados por el movimiento Solidaridad), que veían el cine del director demasiado metafísico y ombliguista, cuando un montón de artistas y políticos estaban presos. Sentarse a ver Decálogo es una labor ardua -sobre todo por la dureza de los primeros dos capítulos- que pronto devela pequeños grandes placeres. En lo que en principio trataría de retratos escindidos entre sí, pronto uno empieza a ver elementos que se solapan, personajes que aparecen casi fantasmalmente (especialmente hay un joven rubio que hace aparición encarnado en varios personajes, al que muchos han interpretado como los ojos de Dios que mira impotentemente el trágico desenlace de los hombres), referencias que hacen eco una de otras, mensajes que se resignifican de un capítulo a otro.
En todos los capítulos los personajes se encuentran enfrentados ante una realidad externa que los coloca en el borde de un acto. Muchas veces, en un estilo propio de tragedia griega, cualquiera de las decisiones acarrea un mal específico. En referencia a esto, resulta ejemplar el caso de Decálogo 2, en el que un doctor se enfrenta a la realidad de una mujer que tiene a su esposo en un estado de cáncer terminal, al tiempo que está embarazada de otra persona. La mujer le plantea al médico que si su esposo muere criará a su hijo; si el esposo sobrevive a su enfermedad, abortará. En esta situación, el mandamiento específico que parecería ser invocado sería el de “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”, vinculado a la mentira que le dice el doctor, jurándola en nombre de Dios. Sin embargo, tal como dice Slavoj Zizek en los múltiples ensayos que escribió sobre el director polaco, el tema de la mentira es una constante en todo el Decálogo, y se podría decir en toda la obra de Kieslowski. A veces es necesario vivir o preservar una mentira para hacer el bien; a veces es necesario que esa mentira caiga, aun cuando uno caiga con ella.
En Decálogo 9 aparece fugazmente una jovencita que está siendo atendida por el médico protagonista del capítulo, contándole que es una gran cantante, pero que de querer seguir con su carrera debe someterse a una peligrosa operación del corazón. En este caso, la joven deberá decidir entre elegir una vida sencilla y feliz o una arriesgada pero más vinculada a su destino, aun cuando está marcada por el peligro. Es interesante traer este tema porque, en cierto modo, es un esbozo de lo que será el personaje interpretado por Irene Jacob en La doble vida de Verónica (1991). Sin embargo, lo que parece estar de fondo es esa misma pregunta que se hacía el director a sí mismo: seguir haciendo films aun sabiendo que peligra su estado de salud -tempranamente mostró problemas de riñones y cardíacos-, o entregándose a una vida más feliz, dispuesto a disfrutar de sus pequeñas cosas. La respuesta quedó apenas contestada, porque Kieslowski moriría al año de haber optado por la segunda opción. Ver Decálogo es una oportunidad para hacer nuestras sus dudas.