¿Por qué el autor elige analizar la elección de 1926? Al parecer, sería una instancia de menor trascendencia histórica que la elección que frenó el primer impulso batllista en 1916 con la derrota del colegiado colorado, la elección que catapultó a Luis Batlle Berres a la vicepresidencia en 1946, o la elección que terminó de acabar con ese modelo de país en 1958, depositando a los blancos en el gobierno después de casi un siglo.
La respuesta es que el libro está escrito por un historiador que se ha especializado en el batllismo. Se trata del estadounidense Milton Vanger, quien estudia este movimiento político en Uruguay hace 62 años (ver la entrevista que dio a la diaria en http://ladiaria.com.uy/UBG) y cuya condición de extranjero seguramente le haya facilitado el acceso a los archivos de Batlle, privilegio del que sólo él goza junto con el difunto Juan Pivel Devoto. A esta particular ventaja se le suma la longevidad del autor, de más de 87 años, lo que le permitió realizar tareas naturalmente imposibles para el grueso de los historiadores actuales, como haber entrevistado al histórico líder nacionalista Luis Alberto de Herrera y al ex presidente de aquel momento, José Serrato (1922-1926), ambos actores protagónicos en la historia relatada.
La elección de 1926 comparte características con otras de principios del siglo XX. En el ambiente todavía circulaban rumores de un alzamiento revolucionario nacionalista, en este caso conducido por Nepomuceno Saravia (nieto de Aparicio Saravia). A pesar de que éste no contaba con el respaldo de sus líderes partidarios, el posible levantamiento no fue desestimado por el gobierno. También los nacionalistas temían al otrora clásico fraude electoral del Partido Colorado, que domina el Ejército y que no parece muy dispuesto a abandonar el gobierno si se ve derrotado en la elección.
Pero Vanger muestra que 1926 tiene sus particularidades. La elección no sólo enfrenta directamente a las mayores figuras partidarias de las dos divisas, José Batlle y Ordóñez y Luis Alberto de Herrera, sino que arroja un resultado que impide por pocos votos al Partido Nacional conseguir por primera vez la mayoría en el Consejo Nacional de Administración (órgano del Poder Ejecutivo bicéfalo que controlaba las políticas económicas). La conducción de este consejo queda en manos de Batlle -en su último cargo público- y Vanger muestra cómo, en una elección que se dirimió por apenas 1.526 sufragios de diferencia, fue decisivo para la derrota de los blancos que concurrieran fragmentados en dos lemas.
Batlle, el líder reformista de la época, no duda nunca en los meses previos a la elección que el candidato colorado debe ser el riverista y conservador Juan Campisteguy, ya que de lo contrario sabe que no conseguirá el apoyo necesario en la interna de su partido. Así, desactiva otras candidaturas de hombres que parecían ser más fieles al batllismo: Julio María Sosa y Gabriel Terra.
El caso revela una total intransigencia del líder colorado, que muestra su peor talante a la interna del partido. Sosa, que se autodenomina el “más batllista de los batllistas” y aspira a ser el candidato por este grupo a la presidencia, es desacreditado desde un primer momento por Batlle, quien sin embargo termina habilitando su frustrada candidatura pero por fuera del batllismo. La estrategia del ex presidente para con Terra parece una suerte de inquisición laica hacia su figura. Batlle le objeta abiertamente en un artículo de El Día que Terra haya apadrinado la boda de su hija en una “ceremonia católica de importancia”, algo imperdonable para una figura pública batllista. Sin embargo, los hechos de los próximos años demostrarían el acierto de Batlle de vetar ambas figuras: Sosa terminó coincidiendo con el fascismo y Terra, dando un golpe de Estado y desintegrando el gobierno colegiado en 1933.
Todo lo relatado en la obra está reflejado por numerosos y extensos testimonios y documentos que el autor utiliza para reflejar las situaciones vividas durante y después de la elección. El acceso al archivo de Batlle le posibilitó a Vanger reparar en sucesos a menudo no muy ventilados.
Un ejemplo es lo que estuvo por proponer el ex presidente ante la paridad del resultado del acto electoral. Dos días antes de que asumieran las nuevas autoridades y cesara el mandato de Serrato, todavía no se sabía quiénes debían asumir la presidencia y el Consejo Nacional de Administración, ya que el Senado, que era el que debía declarar a los ganadores, tenía la información de la Corte Electoral de una escueta ventaja colorada de 1.594 votos, pero a la vez los nacionalistas, que dominaban esta cámara, habían denunciado algunos episodios fraudulentos. En caso de no conocerse el resultado antes del inicio de un nuevo período de gobierno, Batlle pensaba poner a disposición de Serrato a los jefes militares y policiales. Pero si el mandatario decidía abandonar el gobierno (tal como había anunciado que lo haría), los jerarcas de ambas fuerzas debían responder al propio Batlle.
Para suerte del país, finalmente los blancos aceptan la derrota en el Senado y son electos Juan Campisteguy como presidente y José Batlle y Ordóñez como presidente del Consejo Nacional de Administración, junto con el vierista Luis Caviglia. Pero Batlle no va a durar mucho al frente de este colegiado: la investigación también revela cómo Herrera logra romper las relaciones entre Caviglia y Batlle durante los primeros meses de sesión del consejo electo, lo que deviene en la pérdida de unidad de acción del Partido Colorado en este órgano y también en el abandono de Batlle de su cargo.
El trabajo de Vanger permite aterrizar al lector en la forma pragmática y autoritaria con la cual Batlle resolvió una contienda electoral. Aquí, el histórico líder colorado actúa como un dirigente frío y calculador, que sufre tanto o más con la búsqueda de un equilibrio dentro del Partido Colorado que con la competencia nacionalista. De hecho, terminará siendo víctima de su propia interna partidaria.