Conocida como “la capital del sur”, la ciudad de Nanjing -hasta hace poco denominada “Nanking” en Occidente- fue capital de China en varias ocasiones históricas, incluyendo la primera república surgida luego de la revolución de 1911. Lo era en 1937 cuando estalló la Segunda Guerra Sino-japonesa, un conflicto no declarado (lo que permitía a Japón saltearse varias de las convenciones bélicas) que luego se fusionaría con la Segunda Guerra Mundial y que terminaría siendo uno de los escenarios más sangrientos de toda esa conflagración.
Las acciones que se sucedieron durante las seis semanas posteriores a la toma de la entonces capital china por los japoneses son conocidas como “la masacre de Nanking” o más frecuentemente como “la violación de Nanking”, y en ambos casos la denominación es muy literal. Bajo la complacencia de sus autoridades o bajo sus órdenes, los soldados nipones sumieron la ciudad -en la que sólo había quedado su población más modesta, ya que los políticos, los adinerados y los extranjeros la habían evacuado- en un estado de anarquía y horror absolutos. Los asesinatos en masa de prisioneros militares y de cualquier hombre sospechoso de haber sido parte del ejército chino se extendieron por toda la ciudad y se autorizó tácitamente a los soldados japoneses saquear a voluntad la ciudad y disponer a su gusto de la población remanente, lo que produjo una oleada masiva de violaciones de un grado de perversidad y salvajismo sin precedentes incluso tomando como parámetro la habitual crueldad de las guerras asiáticas.
El grado de atrocidades realizadas por los soldados japoneses fue tal que tanto el general de las fuerzas atacantes, Iwan Matsui (luego juzgado y ejecutado por su papel en aquellos días) como el príncipe Asaka -tío político del emperador Hirohito y principal mando de las tropas japonesas-, fueron retirados de sus cargos en los frentes de batalla, a pesar de haber resultado victoriosos en el plano militar. Los historiadores calculan que entre 150.000 y 300.000 personas fueron ejecutadas durante los primeros días de la ocupación de Nanking, y el número de violaciones comprobadas (incluyendo niños de ambos sexos y un gran número de mujeres forzadas a ser parte de los prostíbulos militares, donde en su mayoría murieron de simple agotamiento físico) supera ampliamente las 30.000, habiéndose convertido -como sucedió años más tarde en la Alemania ocupada por las tropas soviéticas- la violación no en un incidente eventual sino en una auténtica política de ocupación.
No es de extrañarse que semejantes monstruosidades hayan generado una grave herida entre ambas naciones que a 75 años de los acontecimientos sigue siendo un factor de discordia y resentimiento entre China y Japón. Pero, a pesar de ello, la masacre de Nanking demoró mucho más tiempo que otras atrocidades de la Segunda Guerra Mundial en ser reconocida en su plena dimensión, y el proceso de su denuncia es relativamente reciente. Suele achacarse el silencio general de los gobiernos chinos a la necesidad dictada por la Guerra Fría de mantener buenas relaciones entre ambas naciones, pero en los últimos tiempos tanto el crecimiento de China en su carácter de potencia como el descubrimiento de varios documentos desconocidos terminaron con este extraño relegamiento en la jerarquía de lo atroz.
Casi toda la bibliografía seria referida a los hechos de Nanking en 1937 es posterior a la década de 1990 y fue generada por la publicación del libro "La violación de Nanking: el holocausto olvidado de la Segunda Guerra Mundial" (1997), de la historiadora estadounidense de origen chino Iris Chang, que volvió a recordarle al mundo aquellos trágicos eventos ocurridos 60 años antes. La investigación de Chang produjo una gran polémica, especialmente en Japón, donde fue acusada de exagerar los hechos y de dar una visión demasiado parcial, pero la fuente principal del libro eran los diarios personales de dos de los principales testigos de la matanza, la misionera estadounidense Minnie Vautrin y el empresario alemán John Rabe, que Chang redescubrió, siendo publicados ambos diarios poco tiempo después.
El nazi bueno
Para quienes tienden a ver la naturaleza humana en exclusivos tonos de blanco o negro según la procedencia política, la historia de la masacre de Nanking presenta algunos problemas, ya que su héroe más reconocido -reverenciado en el sur chino como el “Schindler de Nanking” o “el Buda alemán”- no sólo era un acaudalado empresario sino también un notorio integrante del partido nazi alemán, representante del gobierno de Hitler en Nanking y principal organizador de la Comisión Internacional responsable de la Zona de Seguridad donde se refugiaron decenas de miles de civiles durante la invasión de Nanking.
John Rabe fue sin duda un personaje extraordinario, cuyo rol fue muy similar al de Paul Rusesabagina durante los horrores de la guerra civil entre tutsis y hutus, y que fue representado en la película "Hotel Rwanda" (Terry George, 2004). Rabe asumió su tarea de salvación de vidas (fue elegido como líder por los demás occidentales justamente por su pertenencia al partido nazi, lo que suponían que lo haría más simpático ante los militares japoneses) con gran valor y energía, hasta el punto de que fue llamado por su compañía (la Siemens) -y posiblemente por el mismo Hitler- para que regresara a Alemania, ya que era considerado un factor de discordia en las relaciones entre los dos países, entonces ya aliados. Una vez allí, intentó difundir los horribles detalles de la toma de Nanking, pero sus documentos fueron confiscados y destruidos por la Gestapo.
Al igual que la mayor parte de lo acontecido en Nanking, el papel de Rabe fue desconocido en Occidente durante décadas y, de hecho, el empresario tuvo enormes problemas laborales a causa de su antigua filiación nazi y murió en 1950 sin que casi nadie le reconociera su labor humanitaria, con la excepción de los habitantes de Nanking, cuyos ciudadanos sobrevivientes realizaron una colecta -al saber que Rabe estaba en una mala situación económica- para enviarle dinero y regalos a este alemán bondadoso que, junto con los demás europeos responsables de la Zona de Seguridad, protegió -y posiblemente le salvó la vida- a cerca de 250.000 refugiados chinos para quienes la masacre de Nanking no fue un holocausto olvidado.
La exactitud visual de los films que representan a Rabe, como "Ciudad de vida y muerte" o "John Rabe", produce una paradoja visual, ya que no sólo se ve en ellas a un personaje heroico, pacífico y humanitario que suele portar un brazalete con una esvástica o el pin que identificaba a los miembros del partido Nacional-Socialista alemán. Por una casualidad los cuidados médicos en Nanking estaban a cargo de la Sociedad de la Esvástica Roja, una organización china hecha a imagen y semejanza de la Cruz Roja occidental, pero que tomaba como su distintivo (como es evidente por el nombre) la esvástica -un símbolo típicamente oriental que en Asia no se considera sinónimo de nazismo-, aunque con sus brazos apuntando hacia la izquierda, es decir, en la dirección opuesta a la de la esvástica nazi. Pero no es nada que no se pueda solucionar revisando la información histórica disponible.
Rabe no fue el único alemán a destacar en la Zona de Seguridad de Nanking. Su principal colaborador fue el abogado y diplomático Georg Rosen, quien, de hecho, fue el que diseñó el concepto del sector, inspirado en uno similar que se había establecido en la ya tomada Shanghái. Rosen, que en aquel momento estaba relegado en el servicio diplomático alemán por tener algún parentesco de origen judío, sobrevivió a la guerra y retomó su carrera diplomática, llegando a ocupar el puesto de embajador en Londres, tras lo cual asumió -hasta su retiro, en 1960- el cargo de embajador en una pequeña capital sudamericana: Montevideo.
Puesta nuevamente sobre el tapete de la discusión histórica, era sólo cuestión de tiempo que el cine chino, que está pasando por un período de notable pujanza nacionalista y revisión de la historia reciente de su nación, comenzara a producir películas que reflejaran o se preguntaran qué había pasado realmente.
Memoria visual
La primera mención cinematográfica de la masacre de Nanking fue temprana: formó parte de una serie de documentales propagandísticos producidos por el legendario Frank Capra. "La batalla de China" (1944) fue dirigida por el entonces exiliado director ruso Anatole Litvak y era esencialmente un producto de propaganda que pretendía explicar a los estadounidenses el escenario bélico de la China continental, narrando los eventos previos a la entrada en el conflicto de Estados Unidos y haciendo hincapié en las monstruosidades japonesas realizadas en el gigante asiático. Entre ellas se mencionaban el brutal bombardeo de Shanghái, en 1937 (una mención bastante hipócrita si se tiene en cuenta la demolición desde el aire de las ciudades japonesas que en aquellos días estaban realizando los bombardeos “a tapiz” de los B-29), y las atrocidades de Nanking, de las que se presentaban por primera vez registros fílmicos documentales. Curiosamente, "La batalla de China" era bastante optimista respecto de lo ocurrido en Nanking, ya que estimaba las muertes en dicha ciudad en unas 40.000, una cifra mucho menor que las que calculan aun los historiadores más conservadores de la actualidad.
La primera película de ficción que trató específicamente el tema de Nanking, precediendo en algunos años al libro de Chang, fue Black Sun: "The Nanking Massacre" (Mou Tun Fei, 1994), realizada en Hong Kong, a la que se sumó parte de la serie "Men Behind the Sun", una tetralogía planteada en teoría como denuncia de los múltiples crímenes de guerra cometidos por los japoneses en China. Aunque reverenciados por los fanáticos del gore por sus minuciosas y morbosas escenificaciones de las monstruosidades niponas, los films de la serie "Men Behind the Sun" son, más que una denuncia, una explotación del horror histórico bastante descarada y "Black Sun" no es mucho más que eso: una película más bien desagradable y excesivamente violenta pero en la cual, sin embargo, algunos de los hechos más horribles (como la competencia de los soldados japoneses camino a Nanking para ver quién era el primero en decapitar con su katana a 100 chinos) están basados en hechos documentados. Para entender la existencia de algo como "Black Sun" hay que entender la costumbre del cine chino de tomarse extremas libertades con la historia de su país (son habituales las películas en las que los héroes patrios son retratados como superhéroes místicos, personajes de comedia, o que simplemente deforman los hechos a gusto de la producción), pero aun así es una película difícil de tomarse en serio y resulta mucho más difícil aun encontrarle algún valor que la redima.
Otra cosa fue el documental estadounidense "Nanking" (Bill Guttentag y Dan Sturman, 1997), que se apoyaba en el recientemente editado libro de Chang y que generó una clase distinta de atención. Se trataba de un trabajo sobrio que intercalaba filmaciones de la época con testimonios de sobrevivientes y con una serie de actores leyendo -y dándoles rostro y entonación- fragmentos de los diarios de Vautrin, Rabe y otros testigos. Como fuente de información audiovisual, "Nanking" es la más completa y balanceada, pero sería el cine de ficción chino el que llevara la denuncia a un nuevo nivel.
El horror, el horror
Dirigida por el joven y extraordinario cineasta chino Lu Chuan, "Ciudad de vida y muerte" (2009) -también conocida como Nanking! Nanking!- está filmada en riguroso blanco y negro, lo que le da una textura documental que luego refuerza su propia dinámica. Sin centrarse en ningún personaje en particular, la película recoge a un puñado de figuras históricas (entre los que están los europeos ya mencionados) junto a algunos personajes ficticios, intercalándolos en una descripción cronológica de la captura de la ciudad y su posterior saqueo. Durante su primera hora los diálogos son casi inexistentes y dejan que las imágenes hablen por sí mismas, pero luego hay cada vez más voces a medida que la violencia meramente bélica da paso a otra violencia más meditada y negociada.
"Ciudad de vida y muerte" es por momentos tanto o más violenta que "Black Sun" y, como tal, poco aconsejable para los espectadores sensibles, pero hay un mar de diferencia entre el horror constante, implacable y riguroso de esta película y el morbo explotador de su predecesora. La película de Chuan, difícil e inevitablemente deprimente, nunca pierde su carácter de ser algo necesario para entender las dimensiones humanas de aquel desastre, y dentro de su persistente negrura le da espacios a eso que Italo Calvino llamaba “lo que no es infierno dentro del infierno”, justificando el “vida” de su nombre mientras ofrece algunas de las imágenes más realistas que el cine haya dado del carácter inhumano de una guerra total.
A pesar de su crudeza la película ganó el favor de la crítica, pero también generó reacciones de extrema adversidad tanto entre los nacionalistas de derecha japoneses -que niegan hasta el día de hoy la dimensión de la masacre- como entre algunos chinos que consideraron ofensivo que la película describiera a un sargento japonés (Nakaizumi Hideo) como un personaje moral horrorizado por las acciones de sus compatriotas.
El tema fue retomado por el principal de los cineastas chinos de la actualidad, Zhang Yimou ("Sorgo rojo", "Héroe") en "Las flores de la guerra (2011), basada en una nouvelle de la escritora china Geling Yan, posiblemente inspirada en las vicisitudes de Vautrin, quien debió proteger del abuso de los soldados a las alumnas del colegio Ginling. La película convierte la historia en la saga de un enterrador estadounidense (Christian Bale) que se hace pasar por cura para defender simultáneamente a las alumnas de un colegio católico y a un grupo de prostitutas refugiadas en sus instalaciones. El tono general es de melodrama y, a pesar de algunas escenas de enorme poder, sufre del mismo problema de "La vida es bella" (Salvatore Coluccio, 1997) al intentar tratar un tema tan serio en el formato de un género, lo que de alguna forma termina relativizándolo.
Tanto "Ciudad de vida y muerte" como "Las flores de la guerra" tienen un marcado costado nacionalista (encarnado en ambas películas por soldados de enorme valor y sacrificio individual) y posiblemente indignarían al crítico francés Jacques Rivette, quien en su ensayo "De la abyección" -basándose en la más bombástica afirmación de Godard de que “el travelling es una cuestión de moral”- calificó de despreciable al italiano Gillo Pontecorvo por haber estetizado con un travelling una escena de muerte en Kapo (1959), una película sobre los campos de concentración nazis. En tiempos con menos juicios teóricos, ni la película de Chuan ni la de Yimou se ahorran una gran cantidad de planos virtuosos y espectaculares, pero en "Las flores de la guerra" el resultado parece estar al servicio de un esteticismo más bien desubicado. Ambas películas fueron un éxito de taquilla en su país de origen.
Otras miradas
Suele criticársele con razón al cine occidental ser terriblemente etnocéntrico a la hora de tratar realidades de otras latitudes, colocando personajes europeos o estadounidenses en lugares decisivos en realidades históricas en las que su papel fue insignificante. Sin embargo, en el caso de la masacre de Nanking realmente puede decirse que el rol de la escasa veintena de occidentales que permanecieron en la ciudad -especialmente los ya mencionados John Rabe y Minnie Vautrin- fue esencial para reducir los estragos producidos por las fuerzas ocupantes y salvar como mínimo varias decenas de miles de vidas.
Era cuestión de tiempo entonces que el cine occidental tuviera interés en sumar sus propias versiones de ficción sobre la masacre. La más notoria de ellas fue la franco-alemana "John Rabe" (Florian Gallenberger, 2009), que describía las peripecias del industrial alemán que organizó la Zona de Seguridad donde se refugiaron miles de sobrevivientes (ver recuadro). "John Rabe", película sobre quien fue denominado el “Schindler de Nanking”, está modelada, lo cual no es sorpresa, sobre "La lista de Schindler" (1993) y al igual que ésta se aproxima a un tema difícil y casi intratable mediante la metonimia de representarlo por medio de un caso particular y poco frecuente, reproduciendo también cierta tendencia al melodrama, pero a diferencia del correcto (en términos históricos) film de Spielberg, la película de Gallenberger se toma unas cuantas libertades con relación a los hechos -llegando a sugerir un más que improbable romance no consumado entre Rabe y Vautrin (que aparece aquí bajo el nombre Valerie Dupres)- y, extrañamente, es relativamente suave respecto de los horrores que acontecieron incluso dentro de la Zona de Seguridad. Sin embargo, fue la película que más irritó a los japoneses a causa de la inclusión del siniestro príncipe Asaka, lo que ocasionó que su estreno fuera imposible en tierras niponas.
La otra aproximación, hasta el momento, es la coproducción australiano-china-alemana "The Children of Huang Shi" (Roger Spottis- woode, 2008), la que, para ser justos, no es exactamente una película sobre la toma de Nanking sino sobre la extraordinaria gesta del periodista inglés George Hogg, quien condujo a 60 huérfanos chinos desde las proximidades del avance japonés hasta Shandan, un pueblo oculto en las montañas y fuera del alcance del conflicto, recorriendo más de 1.000 kilómetros de tierras inhóspitas patrulladas por los japoneses y las fuerzas chinas nacionalistas. Si bien la película no trata directamente de lo ocurrido en Nanking, hay una larga escena en la que Hogg es testigo de lo que allí sucedía y el fantasma del exterminio presenciado es lo que lo impulsó a hacer lo que luego se llamó “la larga marcha en miniatura”. "The Children of Huang Shi" es un film bastante convencional pero sumamente correcto y contenido, con algunas curiosidades como la de presentar al personaje maoísta más carismático que haya retratado una película occidental (interpretado por el gran Chow Yun Fat) o que la hazaña de la travesía sea vista como un evento intensamente espiritual pero desprovisto de referencias religiosas o místicas.
De cualquier forma, la película recibió duras críticas por algunas libertades históricas que se tomó, como la conversión de la enfermera neozelandesa en la que se basaba uno de los principales personajes en estadounidense, así como que no apareciera Rewi Alley, comunista neozelandés que tuvo un papel esencial en los hechos narrados.
El próximo capítulo
Esta avalancha de libros, películas y documentales que denuncian al ejército japonés generó una reacción adversa y varias respuestas de historiadores japoneses. Entre estas reacciones se encuentra el documental aún no estrenado de Satoru Mizushima “The Truth about Nanjing”, que se anuncia como una respuesta a lo que los nacionalistas japoneses ven como exageraciones y mentiras. Como suele suceder con buena parte del revisionismo histórico más extremo, posiblemente tenga sus elementos ciertos (por lo pronto, los expertos actuales en el tema creen que varias decisiones militares chinas, como la de no rendir una ciudad que ya estaba militarmente perdida, tuvieron su cuota de responsabilidad en la muerte de civiles), pero más allá de algunos matices es difícil que se pueda desmentir en forma significante una monstruosidad tan documentada y que sólo fue oscurecida por motivos de realpolitiks.
La tragedia de Nanking, escondida, bastardeada y finalmente emergente a la luz, es una historia deprimente sin finales felices o al menos justos. El principal responsable de esta hecatombe, el príncipe Asaka -quien dio o consintió la orden de “matar a todos los cautivos” luego de la toma de Nanking-, obtuvo, gracias a un innoble pacto entre el general MacArthur y el emperador Hirohito, la inmunidad absoluta, al igual que toda la familia imperial, y pasó el resto de su vida viviendo en el lujo y jugando al golf hasta su muerte por causas naturales, a los 93 años, en 1981. En cambio, John Rabe murió en la pobreza, Minnie Vautrin se suicidó en 1940, incapaz de superar el fantasma de los horrores a los que había asistido y también Iris Chang se quitó la vida poco tiempo después de publicar su revelador libro. Estas películas son también, en cierta forma, un homenaje tardío a su lucha por conocer la verdad terrible.