Hay muchas historias a lo largo de las seis películas de La Guerra de las Galaxias, pero sobre todo hay dos. Una pasó “hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana”, y desde su primera entrega (Episodio IV: Una nueva esperanza, de 1977, escrita y dirigida por George Lucas) sentó las bases de un universo y un imaginario que a lo largo de las últimas décadas se ramificó hasta lo inabarcable, desde la historia “canónica” (la que conforman las obras que Lucas acepta dentro de la línea oficial) hasta el universo expandido (que incluye novelas, historietas, videojuegos y series animadas que no están propiamente incorporadas a la línea narrativa, pero que no pueden ser negadas porque producen en grandes cantidades y devuelven montos equivalentes anualmente) y, como generan tantas obras de culto, sobre todo en la ciencia-ficción, millones (no es una exageración) de fanfiction: ficción hecha por fanáticos, generalmente con bajos recursos, aunque hay algunas piezas que se despegan (se puede encontrar una guía interesante en http://jedifiction.com). La historia grande, entonces, es la de una galaxia y su vida política. Las dos trilogías cinematográficas narran un lapso de 40 años; en la primera, una república se corrompe y es disuelta por un canciller que la convierte en un imperio totalitario; en la segunda, una rebelión combate y derroca al emperador. Pero también está lo mínimo: la familia Skywalker es el centro de la micro- historia que atraviesa y potencia los cambios macro.
Ahí estaba todo: amor, política, religión (no es otra cosa la orden de los Caballeros Jedi), familia; pero, sobre todo, un imaginario de alienígenas, naves, planetas de geografías extravagantes y sables láser, que retomaba elementos de la ciencia- ficción de unas cuantas décadas antes para reproducirlos con efectos visuales un poco más avanzados (y mucho, para la época). Hay, además, conceptos subterráneos sugerentes, como un par de ideas freudianas (¿qué imagen más edípica que la lucha con el padre con objetos fálicos en mano?), algunas moralinas medio autoayudísticas (la lucha maniqueísta entre el bien y el mal), nociones de filosofía y estética de Oriente (el estilo de lucha de los jedis se inspiró en el de los samurái) y un poco de semiótica: el personaje de Luke Skywalker (Mark Hamill), columna vertebral de la segunda trilogía, fue pensado por Lucas en función de las etapas del viaje arquetípico del héroe que Joseph Campbell conceptualizó, basado en un análisis de las figuras centrales de todas las religiones (desde Jesús a Buda), en su libro El héroe de las mil caras. La saga, igual, no fue muy bien recibida por el mundillo de la ciencia-ficción de la época, que rechazaba la incorporación de las películas al género y, no sin razón, le atribuía marcas más propios del fantasy o fantasía heroica.
El escritor JG Ballard, en la época uno de los nortes de la comunidad de autores del género, fue muy poco entusiasta con las primeras películas en sus artículos críticos y en sus declaraciones: en una entrevista para The Paris Review, calificó a la saga de “fantasía escapista” (un insulto, viniendo del hombre que afirmaba que la misión de la ciencia-ficción era hablar no sobre el futuro sino sobre el presente). Pero más allá de valoraciones sobre la calidad, es innegable que La Guerra de las Galaxias permeó irreversiblemente la cultura popular mundial, desde el imaginario visual hasta escenas y citas (dato de color: “Luke, yo soy tu padre”, la frase más famosa, nunca se dice en pantalla, igual que el “elemental, mi querido Watson”, que nunca aparece en las novelas de Sherlock Holmes escritas por Arthur Conan Doyle).
Han disparó primero
La otra historia sucedió hace menos, en galaxias no tan lejanas. Es la historia detrás de las cámaras, que a lo largo de las décadas ha aportado miles de anécdotas, como la famosa censura de una escena de Episodio IV en la que el cazarrecompensas Han Solo (interpretado por Harrison Ford e inspirado en Francis Ford Coppola) mata a tiros a un alienígena con el que conversa en una mesa de un bar. En la versión original, Solo disparaba primero, de garrón; en una versión secundaria, los ejecutivos de Lucasfilm (la productora detrás de toda la saga, además de la de Indiana Jones) decidieron limar un poco la áspera moral del personaje de Ford: no se les ocurrió una mejor y más desprolija forma que agregar un disparo del extraterrestre -que, claro, no acierta-, y la escena se convirtió en un mamarracho. Es sólo un ejemplo de cómo las decisiones de los hombres de traje se colaron en el otro mundo a través de una barrera que en el caso de las películas de Lucas fue particularmente flexible y que motivó mucho odio entre los fans, plasmado en el documental satírico de Alexandre O Philippe, El pueblo contra George Lucas, de 2010.
Es por eso que los cultores temblaron (los que quedaban, los que no habían temblado y huido tras la cursi y nefasta Episodio II: El ataque de los clones, de 2002) cuando trascendió la noticia de que Disney había comprado Lucasfilms por 4.000 millones de dólares. El creador de la galaxia lejana declaró en el comunicado oficial de la empresa que “era hora de pasar La Guerra de las Galaxias a una nueva generación de cineastas”. Además de infinidad de fotos paródicas (un Darth Vader con orejas de Mickey, un Tribilín-Han Solo), internet se llenó de rumores; el primero que se confirmó fue que Disney está preparando la séptima película, con Lucas acreditado como “consultor creativo”, con vistas a editarla en 2015.
Como parte del contrato de compra, Lucasfilms preparó para Disney un borrador de argumento de la película, que está hoy en manos del guionista Michael Arndt (Toy Story 3, Little Miss Sunshine). Según supo el sitio web Vulture, la historia está ubicada unos cuantos años después de Episodio VI y tendrá apariciones de los protagonistas de la trilogía anterior. Los actores se mostraron en general abiertos a la idea, en especial Harrison Ford y Carrie Fisher (la princesa Leia), mientras que George Lucas anunció que no está interesado en tomar la dirección. Se manejaron varios nombres para el puesto, entre ellos los de Quentin Tarantino, Steven Spielberg y Zack Snyder (Watchmen, 300), que manifestaron que no había chance. Hombres vinculados a otros proyectos como JJ Abrams (que trabajó en televisión con Lost y Fringe, y está hoy a cargo de la etapa más nueva de la saga Viaje a las estrellas [Star Trek]) y Joss Whedon (creador de Buffy, la cazavampiros y comprometido por unos cuantos años a dirigir la franquicia Los Vengadores) también rechazaron la propuesta. El último que dijo que no fue Guillermo del Toro (El laberinto del fauno, Hellboy), que la semana pasada dijo a The Guardian que estaba demasiado ocupado como para aceptar la oferta. Por ahora, el puesto sigue desierto. Habrá que ver si antes de 2015 la Fuerza acompaña.