-Hagamos un poco de historia: el reggae acá, paradójicamente, en principio se relacionó a barrios y clases más pudientes, por cuestiones que tenían que ver con la posibilidad de traer discos del exterior, y vos venís a quebrar un poco esa idea...
-Sí, yo arranqué en Villa Biarritz aunque puedo hablarte de antes, de Puticlub, la banda de ska que de alguna manera me subió arriba de un escenario, con la que actué ante 8.000 personas en el Palacio Peñarol en un espectáculo organizado por el Palacio de la Música, del que hay un disco que se llamó Rock en el Palacio (1987). En Puticlub era bailarín; además, por esa época me había hecho unos amigos en Pocitos y Carrasco que organizaban fiestas en las que se congregaban muchas tribus urbanas, los new romantic, los punks, los tecno, etcétera; hablo del año 85, por ahí. Ahí se originó el caldo de cultivo del rock uruguayo.
-Vamos más atrás en el tiempo, entonces. ¿En qué barrio naciste? ¿Cuáles fueron tus primeros contactos con la música?
-Nací en la Unión, no tenía mucho contacto con la música más que por la radio. Después tuve una novia con la que fuimos a bailar a un boliche de moda en Malvín que se llamaba Dancing Days y quedamos finalistas en un certamen de baile, se bailaba soul picado. Por esa época estaba la película Break dance. Ahí justo era un cine y se exhibían imágenes de la película. Arranqué a copiar los pasos del moreno que bailaba con la escoba y la rompí; ganamos por eso, por hacer algo nuevo. A partir de ese momento me empezaron a invitar a las fiestas que te mencionaba, con todas aquellas tribus urbanas. Ahí nos pasábamos casetes grabados de los discos de vinilo que traían de afuera. Ahí estaban Víctor [Nattero], Juanfer [Casanova], Juan Bervejillo, el Pompón [Alejandro Bourdillon] el Mono [Álvaro Reyes]. En esas fiestas fue que el Mono me invitó a Puticlub: necesitaba alguien que metiera escena bailando para una banda nueva que mezclaba cosas de ska.
-¿Vos conocías el ska?
-No, ni idea, yo estaba con el break, pero me enganchó por el lado de lo negro, de lo rebelde y por el momento de efervescencia que vivía a esa edad. La banda no duró mucho pero quedaron un par de canciones grabadas.
-¿Cuál es tu relación con el candombe?
-Soy sobrino nieto de Lágrima Ríos y primo hermano de Rodolfo Morandi, el que compuso “Candombe roto”, un himno del barrio; por ahí tengo mi veta candombera. Además tenía otros tíos que fueron boxeadores y eso influye en la escena, en el baile. A mí nunca me vas a ver quieto.
-¿Cuándo empezás a cantar?
-Después de Puticlub, en ese caldo de cultivo que era Villa Biarritz, en la bohemia, me vinculo con gente ante la posibilidad de “hacer una moneda” para divertirnos; la diversión era mostrarnos. Pasábamos la gorra con la guitarra y cantando, después se perfeccionó y un loco del barrio llevaba un tanque desfondado con un palo y una cuerda que hacía las veces de contrabajo. Ahí surge el reggae; Peter Tosh, Marley, Jimmy Cliff... Escuchaba lo que estuviera emparentado con el ska y fue el momento en que me interioricé acerca de dónde venía esta música, el origen y hacia dónde iba. Ahí nacieron mis primeras letras, que se verían plasmadas en el disco debut de 1991 de Kongo Bongo.
-¿Te habías transformado en un personaje de la feria?
-Ahí va; rapeaba y cantaba, me encantaba porque me hacía sacar un poco la pena que sentía en esa época, una revolución en mi vida que no te imaginás. Por ese combo de la feria conozco a Chole [Alfredo Gianotti], que se arrimó un día al verme cantar “La cotorra criolla” [primer rap en español de Perucho Conde] y me invitó a bailar un día que tocaba Kongo Bongo. Cuando los vi aluciné: era todo lo que yo venía escuchando, me invitaron a subir y como me habían afanado la mochila arranqué a rapear: “Mirá que la mochila que perdí es como mi casa”. Apareció la mochila y de la emoción no paré de cantar. Después me invitaron a los ensayos y quedé como cantante, ya que se había ido Marcelo García Martín. En Kongo Bongo tocaba Gabriel Otero, Cacho Rodríguez, Jorge Mendive, Gustavo Casenave, que, hoy por hoy, es el uno; se fue a Estados Unidos con la cabeza gacha, con media beca, estudio en Berklee y el diploma se lo dio Chick Corea.
-Sí, es curioso que ahora cuando viene a dar conciertos al Solís pocos sepan que arrancó tocando reggae con Kongo Bongo.
-En el primer disco hay varias canciones de él; son cosas que se van perdiendo y quedan en el círculo de la banda, como el sentir de que se haya ido nuestro hermano Marcel Curuchet, que también tocó en El Congo, arrancó con nosotros… hoy es una luz que nos ilumina, igualmente los gurises de No Te Va Gustar [NTVG] se portaron divino y se encargaron de todo; no tengo palabras. Pero retomando la historia de El Congo, ensayábamos en Malvín, en la casa del Pájaro Ogara, el profesor. Todo se había desarrollado en torno al profesor. Era una banda bastante experimental que desarrolló algo muy bueno; además estaba Mendive, que tenía la posibilidad monetaria de conseguir material de afuera, aparte de ser un gran baterista de reggae. Una época muy formativa.
-¿El asunto del reggae venía de la mano de Mendive?
-Sí. También ensayábamos en Shangrilá, en su casa, donde tenía un estudio bien “pro”, con una batería de catálogo y una consola gigante que en esa época era un despelote. Debutamos discográficamente y quedamos con la idea de que la íbamos a romper todos los veranos. Hasta que en el 92 aparecen Mano Negra y el barco Cargo 92, con quienes tocamos. Fue fantástico pero eclipsó tanto a la banda que Chole quedó de alguna manera conectado con ellos y de ahí nació Abuela Coca. Ahí Chole da un paso al costado y sale en el 96 De la noche a la manhã, nuestro segundo disco. Para ese disco entran Marcel Curuchet y Álvaro Reyes en teclas y guitarra y Andrés Martínez Pez en bajo, con Ogara, Mendive y yo.
-Podríamos hablar de dos etapas bien definidas donde incluso la banda cambia de nombre de Kongo Bongo a El Congo, con dos primeros discos y esta trilogía de discos hoy completada con la flamante edición de Rojo.
-Exactamente, la primera etapa arranca en el 87 y culmina con el renacer de El Congo, en el 2000.
-¿Cómo nace la idea de la trilogía Verde verdad, Amar y llorar, Rojo, que parte de los colores de la bandera de Etiopía?
-Partimos del juego de palabras entre “verde” y “verdad”, que yo traía en el avión cuando regresaba al país y después a Chole se le ocurrió Amar y llorar, para terminar el Rojo. Igualmente fue una idea que manejamos en banda y fue brotando en una tormenta de ideas en la que terminamos vinculándola a los colores de la bandera de Etiopía.
-El Congo es la banda más importante del reggae local, pero da la impresión de que siempre está por despegar, si lo comparamos con NTVG y su explosión fuera de fronteras, abarcando otros géneros pero incluyendo el reggae.
-Entiendo a dónde vas; tienen un gran vendedor también, El Congo nunca apostó al hit. Sólo tiende a demostrar que es una banda de reggae pop uruguaya, aunque casi todos los temas tienen ese potencial.
-Habría que definir hit, porque si contaran con la difusión y el fenómeno de repetición seguramente varias serían exitosas…
-Es como te digo: todo está vinculado a la mercadotecnia, El Congo no tiene un video que muestre un agiornamiento, debemos eso que de alguna manera también incide.
-¿Y todo eso se define como falta de apoyo o es culpa de ustedes?
-Sinceramente es pelotudez nuestra, de repente por querer buscar el mejor momento de la banda, como por ejemplo en este disco que la banda suena ajustadísima, con una gran unión entre nosotros y las canciones. La idea ahora es apostar un poco más a la imagen para agiornarnos de una buena vez. Estamos en el debe con la mercadotecnia.
-Han tocado con bandas importantes del palo reggae, como The Wailers. ¿Cuál ha sido la repercusión?
-Junior Marvin, el guitarrista, quedó encantado. Yo canté “War” con ellos; para mí fue un sueño, me largué a llorar. Me impactó y me motivó tanto que me hizo encontrar un perfil más espiritual, no sólo de la música sino también de cómo siente el músico de reggae: no es algo pasajero que le cantás una noche de verano a una chica, son vivencias, el amor, la fraternidad, la armonía, etcétera. Toda la filosofía que profesaba Bob Marley.
-Igualdad social y racial, ése es el contenido del reggae.
-Claro, además es el discurso de Haile Selassie, el Cristo negro, emperador de Etiopía, que es a quien toman como dios los rastafaris. Una manera de ver el mundo, una filosofía, porque no es una religión. No hay iglesias, las hay ortodoxas coptas que mantienen una raíz de donde proviene esta filosofía. El rastafarismo es un grito de libertad, vibraciones positivas, para ascender de abajo hacia arriba, promulgando el camino de redención hacia África, el continente negro de todos sus hijos. Etiopía se toma como referencia porque fue el único territorio no dominado; su bandera es verde por las estepas, amarilla por el sol y roja por la sangre.
-¿Dónde comulga El Congo con el rastafarismo?
-En ninguna parte, en lo espiritual del amor y confraternidad entre las personas, en la no violencia.
-Porque hay un mensaje mal comprendido al respecto, que culmina en los dreadlocks y en la marihuana, mientras que el resto se pierde.
-Claro, porque fue lo que promovió Chris Blackwell cuando convirtió en una megaestrella a Marley. Parecería que a la gente sólo le quedó esa parte de Europa, fascinando a las rubias suecas, pero en realidad fue una persona muy mística y comprometida hasta sus últimos días. No olvidemos también que en el reggae entra mucha cosa, por eso hay que informarse.
-Esto nos lleva irremediablemente a la pregunta sobre la posibilidad de legalización del mercado de la marihuana en estas costas.
-Me parece bárbaro, primero que se esté hablando del tema, desnudándolo con lo que tiene que ver con el miedo y la vergüenza. Eso adelanta; ahora, lo que no está bueno es la información del gobierno en cuanto a lo que quería hacer. La intención está bien, más aún lo del autocultivo, que es súper innovador en la región. Pero la información deja mucho que desear, porque si uno quiere disfrutar de algo va y lo hace y no tiene que pedirle permiso a papá gobierno. Y lo bueno también está en que no tendrías que ir a buscar lo que te gusta a un lugar que está en manos de gente en contrapunto con la Policía.
-Después de los lamentables hechos ocurridos recientemente en perjuicio de Tania Ramírez, no podemos dejar pasar la oportunidad para hablar del racismo en Uruguay.
-Me parece lamentable que se esté viviendo esa realidad en el Uruguay del siglo XXI, acá, donde hay tanto del folclore negro, ya de hecho el folclore, la milonga, el origen etimológico del tango, el candombe, entonces esa parte donde no se respeta…
-¿Vos aquí te sentiste discriminado por el color de tu piel?
-Siempre tuve educación para poder mostrarme sin que tuviera que ver con eso, quizá sin darme cuenta me ha pasado, pero nada puntual… Bueno, sí, en mi casa por ser más clarito sí, por parte de mis hermanos o de mi madre incluso, sobre todo mis hermanos, que son más negros. Hay mucha susceptibilidad, es una manera de resguardarse, es como que viene en el disco duro. Nosotros vemos que hay una especie de racismo solapado en la gente, con ese “dale, morocho”, “negrito”, “moreno”... O sea, hay una comunicación franca hacia la persona, entonces la otra persona que es negra lo recibe con confianza, pero ese punto se puede perder cuando va hacia un lado u otro, según en qué lugar lo digas.
-Para lo malo y lo bueno se dice “negro” antes...
-Claro, pero cuando se es despectivo es de la manera más horrenda, ya viene de la escuela: “Negro cachumbambé, levantá la pata y toma café”. Yo de eso me reía. En el fútbol me decían “Mokambo” y yo me imaginaba un negrito que la movía. Siempre tuve dentro de mi familia figuras, gente que se la creía y no se la daba para atrás. A mí me parece que en la raza negra hay un debe en mostrar las raíces, esto de Haile Selassie, que venimos de un continente de reyes, que hay una cultura riquísima que no se ha dado a conocer, y los culpables somos nosotros. Si no tenemos una base desde ese lado es muy difícil. Creo que necesitamos volver a África, no físicamente sino en lo educativo.
-Claro, rebatir la idea del negro como esclavo por la de una tierra de reyes de la que fue arrancado en contra de su voluntad...
-Exacto, se exterioriza la cultura cuando estamos en carnaval y las comparsas hablan del lamento del negro y todo eso, pero ya se sabe que venimos en galeras, amarrados, y por suerte la llevamos de alguna manera suave. Claro, hay cosas que no; mi abuela me contaba que había una vereda para negros y otra para blancos; los bailes exclusivos para negros, a los que entraban de etiqueta y no podía ir cualquier negro, de ahí el “negro usted” y el “negro che”. Y eso también es cosa del negro, de discriminar, y no me lo puede negar nadie, es bien de acá. Yo me crié con unos negros de la Unión que cantan músicas de Brasil y viven el sentirse negros súper orgullosos y sin sentir vanidad. Con lo de “afrodescendiente” o “afrouruguayo” no me siento identificado. Es una palabra larguísima que me sectoriza más y me pone dentro de una bolsa, me etiqueta...
-Ok, pero tu sobrenombre tiene que ver con tu color y me pasa que no sé cómo llamarte porque para mí sos Apagón. ¿Ahora qué va a pasar con eso?
-Apagón está puesto justamente para quebrar esa línea de “disculpame, morocho”. Nooo... “¡Apagón! ¿Qué pasa?”. ¡La paro de pecho! Apagón de la Curva de Maroñas no hay, Apagón es el cantante de El Congo.