-Tu primera gran aparición fue en "Expresión regional chamamecera", programa que enviaba móviles al interior para dar a conocer músicos locales, algo que vos también hiciste con Pequeños universos (programa del canal Encuentro).
-Sí, cuando yo era chico Expresión regional era un programa de radio de chamamé, y en esa época no sólo se pasaba música grabada sino que también se iba a tocar el chamamé en vivo, generalmente durante la siesta. Después hicieron de éste un programa de tele, primero en la ciudad de Posadas -la capital-, donde la gente aprovechaba a bailar donde tocaban los grupos. Después empezaron a salir al interior del interior, o sea, a los pueblos de la provincia de Misiones. Yo toqué en Apóstoles, cuando llegaron a mi pueblo. De ahí me fui a Posadas y medianamente comencé a hacer mis armas dentro del baile, porque de hecho, al principio, fui músico de baile. Pero no llegué a ser un buen músico de baile, aunque haya empezado con él. Digamos que sí se vincula, aunque Pequeños universos no intenta ir a rescatar nada, ni siquiera trata de decirles a los demás qué es lo que debiera verse en la televisión. A veces hay en uno un aspecto medio altruista cuando se dice “esto debería verse en la tele y no todo lo demás”. Cuando, en realidad, lo que Pequeños universos anhela es simplemente mirar lo que hay. Y entre lo que hay -hay mucho para ver- uno pone su atención en algunos aspectos; yo la pongo en esos aspectos, en los que se ven en el programa. Hay mucho más para ver. Pero no es muy pretencioso: aspira a ver pequeñas situaciones musicales y contar pequeñas cosas, ya que a veces uno quisiera contar todo y no termina contando nada. A lo sumo lo que pueden hacer es disparar o generar un interés en el otro, sobre un mundo sonoro que a veces no se sabe que existe. Y creo que de alguna manera lo logra, si bien hay veces en que se logra más que en otras.
-En "Pequeños universos" le dedicaste dos capítulos a Uruguay: uno al candombe y otro a la murga.
-La gente de Argentina pudo conocer cosas que no conocía de Uruguay, como la música del Lobo [Fernando] Núñez, y de hecho yo no conocía la gran tradición de la murga y del canto colectivo, y de la belleza que es todo eso. Fue muy lindo. Yo había podido escuchar algo por un amigo fotógrafo, Eduardo Torres, que me dijo: “Tenés que ir al Velódromo”. También hay un lugar muy bello, al que vine las primeras veces que viajé a tocar acá, que es Medio y Medio, en Punta Ballena. Y una vez me escapé y pude conocer el Velódromo, que me gustó muchísimo. Y cuando empezamos a pensar que con Pequeños universos podíamos escaparnos hasta aquí, hicimos dos capítulos que valieron la pena. Después investigamos para ir al interior uruguayo, pero quedó para otro momento. Por ahí los uruguayos podrían decir que hubiéramos podido hablar de otras cosas, pero a veces el programa no es sólo lo que uno quiere y le gustaría, sino además lo que uno encuentra. Uno hace lo que puede con lo que tiene, y con las limitaciones.
-No te has dejado seducir por la industria cultural: tu último disco -"Pynandí”, 2008- te llevó cinco años de trabajo. Tengo entendido que ahora grabaste un disco en vivo en el teatro Colón.
-Sí, el 6 de octubre hice un concierto en un ciclo llamado Intérpretes argentinos en el teatro Colón. Fue un concierto muy hermoso y muy simbólico, en el sentido de que una música de estas características se presente en un teatro tan grande y prestigioso. Cuando me reuní con el director le dije que uno no toca todos los días en un teatro con estas características, y que tenía ganas de hacer un registro en vivo. Siempre quise hacer un disco en vivo. Incluso cuando uno lo piensa, dice: “Lo haría en el Colón”. Mi música, desde Tarefero de mis pagos hasta acá, se ha vuelto cada vez más camarística, y de alguna manera no desentonó con el contexto y la acústica del teatro. Al concierto lo dividí en dos partes: por un lado, un sexteto -muy parecido al concierto de ayer- y otra segunda parte con un proyecto que ya venía haciendo hace unos años, con un maestro llamado Rafael Gintoli, además de arreglos para cuerdas de la orquesta Estación Buenos Aires. Uno siempre se siente seducido por lo que se llama la industria o el mercado, porque, de alguna manera, el tema es de qué manera uno interactúa con todo esto, y la industria es una herramienta con la cual se puede mover cierto grupo de personas para ir en alguna dirección. En realidad el músico lo que más quiere es tocar, y a veces hacés discos para que la gente se entere de lo que estás haciendo para salir a tocar eso, también a nuevos lugares. Vas aprendiendo a interactuar sin que eso te coma, por decirlo de alguna manera. Por sobre todas las cosas, uno trata de crear su propio mundo sonoro y expresar su perspectiva de las cosas. En la música instrumental también hay un relato, no sólo en las canciones; no es conceptual ni literal, pero es un relato al fin.
-Decís que te parecés más a un hombre de pueblo que de ciudad, cuando hace muchos años que vivís en Buenos Aires. ¿Cómo es eso?
-No sé si me defino como un hombre de pueblo, también me gusta la ciudad. Pero, indudablemente, hay un montón de cosas provincianas que tengo que no se van. Hay cosas de la ciudad también, y uno no puede negar que carga con cuestiones burguesas. Lo que importa es otra cosa, como qué tan cerca estoy de lo que anhelo y de mis expectativas artísticas o filosóficas, o de mis grandes preguntas, y qué tan honesto soy en ese camino. Honesto conmigo mismo y con mis necesidades. Después, a medida que uno va viviendo en diferentes lugares, va tomando muchas cosas de ellos, y algunos aspectos se modifican y otros no. Si uno nació en un lugar y hay cosas que se han cristalizado y que se vivieron intensamente, eso sí que no se modifica. A veces la ciudad te da muchas herramientas, y otras te aliena. Supongo que trato de buscar un término medio de todo eso; son más de 20 años que vivo en la ciudad. No se cuánto se me pegó o no. Como decía, hay cosas burguesas que se pegan, como la manera de vestirse; cuando recién llegué iba de alpargatas a todos lados.
-Pero en vos no hay nostalgia.
-No soy muy nostalgioso de la provincia, en el sentido de que debiera volver. Me siento bien donde estoy, porque la vida, por alguna razón, me puso ahí, y yo no estoy renegando de eso. Si no, sería imposible caminar, vivir. No está mal donde estoy. Pero a veces uno extraña esa pureza y esa capacidad de ver las cosas del modo en que se veían ahí. No sé si la palabra es extraño; sí siento la diferencia. Uno se sorprendía con el sonido, con las cosas, con la música, de una manera mucho más sensible. Y por eso algunas cosas se extrañan, como el calor de la siesta en el que te dejan sordo las chicharras, con la radio de chamamé arriba de la heladera, en los patios, y de golpe la frescura de la tardecita cuando empieza a caer el sol.
-El público vibra con tu acordeón y viaja por estas escenas rurales del litoral...
-Puede ser. Uno puede viajar a todas esas cosas, pero el lugar más lindo para viajar es un estado del corazón. La música es una oportunidad -como dice Atahualpa [Yupanqui]- de encontrar la sombra que el corazón ansía. En realidad el viaje es para adentro, aunque uno lo llame para afuera. Es poder llegar a ese saboreo menos cotidiano y ordinario. A veces sucede.
-Los modos de construir tu mundo sonoro parecen haber encontrado un camino propio: el del descalzo.
-Sí, la imagen del descalzo mucha gente la toma como la libertad, y otros como la pobreza rural. Todas estas imágenes son legítimas, aunque hay otra que la define más simple: música de un lugar donde hace mucho calor. Cuando era niño tocaba siempre el acordeón descalzo. Por eso el disco se llama “Pynandí” [descalzo en guaraní], es recordar cuando empecé a tocar el acordeón en el patio de mi casa, con mi tío Marcos y mi papá, Lucas, en la carpintería. En la siesta, antes de que empezaran a trabajar, tocábamos el acordeón. Lindas imágenes. Como la del tarefero y el cosechador de yerba mate...