“Che, ¿no te querés meter en una banda que estoy armando?”. Es probable que algo similar le haya dicho Malcolm Young a su inquieto hermano menor, Angus, hace cuatro décadas, en noviembre de 1973. Y como siempre sucede, elegir el nombre de un grupo es difícil. Su hermana Margaret les recomendó una sigla que leyó en su máquina de coser, que significa que el aparato funciona con corriente alterna o continua: AC/DC. Así arrancó la historia del grupo de rock más grande de Australia, aunque los Young hayan nacido en Glasgow, Escocia.
AC/DC se unió a la vieja escuela del rock desde el primer instante, con una instrumentación básica y sin pretensiones: dos guitarras, bajo y batería. En los inicios el cantante fue Dave Evans, un tipo con una onda glam a lo Marc Bolan (T-Rex) que duró poco y nada; con él grabaron y editaron un único single: “Can I Sit Next to You, Girl”, en 1974. Angus Young se encargó de la guitarra líder; sus solos y movimientos frenéticos, con la exaltada imitación del famoso “paso del pato” de Chuck Berry, enseguida lo colocaron como la principal atracción del conjunto. Y para darle más color, en los primeros toques se ponía disfraces de todo tipo: del Zorro, de Superman o de gorila, hasta que su hermana -otra vez- le aconsejó que se vistiera como colegial, con los pantalones cortos y el portafolio de cuero colgado al hombro.
Las influencias del grupo quedaron documentadas en la grabación más vieja que se conoce: In The Beginning (1974), un bootleg con pésimo sonido pero que sirve como testimonio de sus primeros toques -en Youtube está disponible completo-. En él se escuchan covers de los inventores del rock & roll, como Little Richard y Chuck Berry, y de los Rolling Stones, con himnos como “Jumpin’ Jack Flash” y “Honky Tonk Woman”.
La era Bon Scott
Luego de idas y vueltas con los integrantes, en 1975 consolidan su primera formación estable: los Young en guitarras, Phil Rudd en batería, Mark Evans en bajo y Bon Scott como vocalista, quien sustituyó a Dave Evans y puso las cosas en su lugar, con una impronta rockera más clásica. El debut discográfico internacional de AC/DC fue con High Voltage (1976), y desde el inicio del primer tema quedó marcada la esencia de la banda, que es la misma desde hace 40 años: una base rítmica de acero inoxidable, sólida y compacta, para mover la patita al ritmo de la batería, con punteos a lo Chuck Berry -muchas notas dobles- y solos que exprimen las posibilidades de la escala pentatónica y demuestran que no importa cuántas notas se tocan, sino cómo. Keith Richards, fan declarado de la banda, en una entrevista definió de esta manera el sonido de AC/DC: “Van directo al punto”. La escasez de adornos también quedó plasmada desde el principio en las letras, simples y directas en forma y contenido: generalmente hablan de mujeres, de sexo o del rock, como la primera del disco: “It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock ‘n’ Roll)”, “es un largo camino hasta la cima si quieres rock and roll”. En 1976 también lanzaron Dirty Deeds Done Dirt Cheap, en el que una vez más la canción que da nombre al disco es un clásico infaltable en los shows en vivo de hoy.
En 1977, año en el que al abrir la puerta de cualquier antro de rock salía un punk, o dos, editaron Let There Be Rock. El tema homónimo es una oda al rock, empezando por la música: un riff pesadito y apurado, dos solos bien rocanroleros y una estrepitosa coda. La letra narra el nacimiento del género con una paráfrasis del Génesis. El disco cierra con “Whole Lotta Rosie”, canción que tiene uno de los primeros riffs marca de la casa, hijo del clásico blues de Muddy Waters “Mannish Boy”.
En 1978 publicaron Powerage, el primer disco de estudio con Cliff Williams, quien reemplazó en el bajo a Mark Evans. Uno de los temas más destacados del álbum es “Riff Raff”, que tiene un cóctel de riffs y solos que van directo al pecho del escucha. Como en todo disco de AC/DC, no falta el metarock: “Rock & Roll Damnation”. Y el rock también tiene que hablar de chanchadas, por eso, la oda al pecado tuvo su canción: “Sin City”.
Con tres acordes y la simpleza de siempre, empieza el riff, la batería cuadrada arranca a machacar el ritmo y Bon canta: “Viviendo fácil, / viviendo libre. / Pasaje para un viaje sólo de ida. / No me preguntes nada, /dejame ser”. Y, señores, habemus himnum: “Highway to Hell”. Y con él abre el disco homónimo de 1979, la cumbre creativa de AC/DC hasta ese momento. En este álbum no faltan los adictivos y bien redonditos riffs, como el de “Girls Got Rhythm”, ni los estribillos poderosos que levantan a cualquiera que ande medio dormido, como los de “Touch Too Much”, y la ya nombrada “Highway to Hell”. La banda usa más coros -cantados por Cliff y Malcolm- para acompañar los estribillos, y eso los levanta aun más.
La tapa del disco es la única que tiene a toda la banda en primer plano, pero Angus, en vez de aparecer sólo con el traje de colegial como siempre, lleva además unos cuernos en la frente y una cola con punta triangular que sostiene, desafiante. La tapa diabólica y el título del disco fueron los ingredientes perfectos para cocinar el guiso de la controversia, que siempre sienta bien en el mundo del rock. Según indica el libro AC/DC, rock & roll de alto voltaje (Phil Sutcliffe, 2011), la compañía discográfica que iba a editar el álbum en Estados Unidos les sugirió a los miembros de la banda que le cambiaran el nombre, porque estaba preocupada por el mercado evangélico. Pese a que se hicieron los distraídos ante la sugerencia y no fue titulado “Highway to Heaven”, el disco fue el primero de la banda en vender un millón de copias en ese país -en seis meses-, cantidad que los catapultó al mainstream.
La gira de presentación del álbum también fue un éxito, y cuando tocaron en el Madison Square Garden (Nueva York) como teloneros de Ted Nugent, el público arrancó varias sillas del piso y las apiló frente al escenario. AC/DC no es una banda para escuchar sentado comiendo un pancho.
Del luto a los estadios
En la cima de la carrera de la banda ocurre una tragedia inesperada: Bon Scott aparece muerto en el asiento trasero de un auto, después de una noche de juerga. Fue el 19 de febrero de 1980, tenía 33 años. Lo que vino después es la mayor resurrección de la historia del rock. Luego de la lógica incertidumbre, los Young decidieron que lo mejor era seguir en la ruta y dedicar el próximo disco a su amigo muerto. Empezaron las audiciones para buscar un nuevo cantante y el productor Robert Mutt Lange les habló de un tipo que cantaba en Geordie, una banda de Newcastle que editó cuatro discos y era desconocida masivamente -su mayor éxito fue “All Because of You”, número seis en Reino Unido en 1973-. A su vez, un fan de AC/DC mandó a la banda un casete en el que decía que el que cantaba en la cinta era el mejor para sustituir a Bon, un tal Brian Johnson, vocalista de Geordie. Los Young tenían poca idea de quién era, pero ante la doble insistencia lo llamaron para una audición. Brian tenía 32 años y ya no quería dedicarse seriamente a la música, pero igual fue a ver qué onda. En la prueba cantó -según comentó en varias entrevistas- sólo dos temas: un clásico de Tina Turner, “Nutbush City Limits”, y “Whole Lotta Rosie”. A las pocas semanas se fue con la banda a lwBahamas para grabar el álbum Back in Black.
Con unas tenebrosas campanas y un oscuro arpegio en tono menor empieza “Hells Bells”, la primera canción del disco. “Soy un trueno rodante, una lluvia torrencial. / Avanzo como un huracán” fueron las primeras líneas que se escucharon de Brian, con su voz aguda que nace de las entrañas de la garganta. Si Back in Black no es el mejor disco de AC/DC, pega en el palo, en la espalda del golero y entra. Es la biblia del hard rock, con riffs, solos y estribillos memorables. Poco se puede agregar sobre canciones inmortales como “Back in Black”, “Shoot to Thrill” y “You Shook Me All Night Long”. Las letras las escribió Brian, con algunas ideas que le tiraban los Young, y básicamente siguen la misma línea que las de los discos anteriores: mujeres, sexo, rock y el infierno -o todo eso junto-. La quinta canción del álbum es la “balada” del grupo: “Let Me Put My Love Into You”, que en el estribillo tiene una exquisita metáfora culinaria: “Dejame cortar tu pastel con mi cuchillo” (no pida algo más elevado, señora: es AC/DC).
Back in Black fue un éxito brutal. La Asociación de la Industria Discográfica de Estados Unidos (RIAA, por su sigla en inglés) hasta diciembre de 2007 había certificado 22 millones de unidades vendidas sólo en ese país. Diversas estimaciones lo dan como el segundo disco más vendido de la historia por detrás de Thriller (1982), de Michael Jackson, con casi 50 millones de copias en todo el mundo.
Luego del sólido For Those About to Rock (1981), la banda se puso más hard en el Flick of the Switch (1983) y llegó a su bajón de creatividad en sus dos peores discos: Fly on the Wall (1985) y Blow Up Your Video (1988). En los 90 repuntaron -su último himno es “Thunderstruck”, incluido en The Razors Edge (1990)- y pasaron a los grandes recitales en estadios. Hoy son uno de los mejores shows de rock en vivo a los que se puede asistir. Eso sí, al ver un recital de AC/DC se ven todos, porque en cada gira tocan prácticamente el mismo setlist y no son una banda de improvisar; los solos de Angus son un calco de las versiones de estudio. La última gira los trajo a Buenos Aires, donde llenaron tres veces el Monumental de River Plate, en 2009. Es un largo camino hasta la cima, pero llegaron.