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Mónica Navarro.

Foto: Pedro Rincón

La Madonna del tango

9 minutos de lectura
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Con Mónica Navarro y su nuevo disco, Calle.

Después de ver Ellas, el cáncer, el peluquero -documental de Álvaro Carballo y el español Julio Alonso que por estos días se emite en los andenes del metro de Madrid- salimos en busca de Mónica Navarro, una de sus protagonistas, quien además está estrenando su último paquetito de tangos, Calle, el sucesor de Perra y el número tres de un viraje que comenzara en 2007, del rock hacia el arrabal, en el que hoy debuta como compositora, dejando bien atrás la distorsión para zambullirse en el bandoneón.

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Editar

-Después de haber superado un escollo tan profundo como tu enfermedad, en lo que se puede considerar que ganaste más que un partido, ¿qué no volverías a hacer?

-¡Uy, qué pregunta! Yo no soy una mina muy pensante a ese nivel: es como que tengo una inteligencia sensible, pero a veces no sé expresarla en palabras. Es que me pasaron muchas cosas juntas, tantas al mismo tiempo e indiferenciadas, que no podría establecer si pensé o no en la muerte. Lo hice y dejé de hacerlo, me pasaron ambas al mismo tiempo. Sé que estaba confusa. Me asusté mucho igual.

-Alguien me contó que se encontró contigo hace unos días y te dijo a modo de chanza “Mónica, basta con la buena onda” ya que siempre estás irradiando sonrisas y felicidad. Eso sin dudas debe haber jugado un rol fundamental.

-Ya sé quién fue..., me dice que me ando riendo por la calle, y eso sí que tiene que ver, sin dudas la risa ayudó. Hay muchas cosas asociadas a la enfermedad y, obvio, nadie quiere estar enfermo, ni siquiera resfriado, pero el cáncer era una enfermedad que ni se nombraba, se agarró “aquello”, “tuvo la larga enfermedad”, “el bicho”, bastante asociado con la muerte. Si bien sigue estándolo, han cambiado las cosas y las posibilidades de mejorarse agarrándolo a tiempo y haciendo las cosas bien son mayores. Yo no tenía antecedentes, pero tampoco estoy segura de eso, porque antes la gente se moría y no sabías bien por qué. Es muy complejo el lugar de quienes están alrededor del enfermo, porque no estás preparado. Después, ¿a quién le contás?, porque el otro no conoce tu viaje, por eso están buenos los grupos. Los grupos siempre están buenos, los de amigos, de laburo, etcétera, pero en estos casos está bueno tener un grupo con un tema común, que en definitiva es su esencia, el tema a compartir. Porque hay cosas que las podés compartir, pero no en profundidad, porque el que entiende es quien está en el mismo viaje o pasó por él. Fue doloroso depender tanto de los demás.

-Entonces, ¿qué se aprende y qué no volverías a hacer?

-Yo después de haber tenido cáncer soy más frívola -a full-: antes decía “soy rockera, me visto de negro” y ahora quiero estar espléndida, quiero verme bien porque me vi hecha mierda. Ahora tengo mi pelo -¡tengo pelo largo!-, me gusta vestirme bien, voy al gimnasio, me hago limpieza de cutis y me encanta ¡La puta que lo parió, lo que me estaba perdiendo! Dejé de vivir con prejuicio el verse bien, porque uno vive con eso mientras te ves bien, pero cuando te ves mal ya la cosa cambia. Cuando tuve cáncer por segunda vez me sacaron el seno derecho y usaba una prótesis externa, viví como un desprendimiento el regalarle a mi hija remeras que por el escote no podría volver a usar. Pero eso por suerte fue pasando y termina en anécdotas de gente que no tiene teta y termina en una fiesta buscando la prótesis debajo de la mesa. A mí me dijeron que como había tenido dos veces cáncer en el mismo seno era muy probable que repitiera en el otro. Ahí les dije: “Paren las rotativas, no quiero la otra teta ni ahí, me la sacan ya”. Mi oncólogo me apoyó en la decisión y me pasaron a otro médico al que fui preparada para pelear, porque es mi salud y mi decisión. Así fue. En total me operaron siete veces, la voz fue todo un tema y me hizo llorar mucho, por el hecho de que te intuben para la anestesia, donde agreden la laringe y las cuerdas vocales. No podía afinar una nota y lloraba sin parar, imaginate eso, más todo el cuadro por el que estaba pasando. Estoy muy agradecida a mis maestras, que me ayudaron a reconstruir de a poquito la voz, aprendiendo a renunciar, a que no iba a poder cantar de la misma manera que lo hacía antes. Laburé muchísimo con eso y es donde digo “ésta soy yo”, en el esfuerzo. Pienso en mi viejo, que falleció hace poco… se estaba muriendo y nosotras con mi hermana bailábamos al costado de la cama, entonces papá me miró y me dijo: “siempre riendo” y me dije ¡claro! Siempre es así, ahí me di cuenta de que ése es mi capital, soy ese capital, soy ésa que se ríe y quiero reír. Eso me ayudó muchísimo en la reconstrucción.

-Hablemos de música.

-Lo interesante es que la música ante el viaje humano es intrascendente, no importa, puede ser un vehículo más de compañía. Al lado de esa cosa que tiene que ver con la vida, con la muerte, con el amor, con la soledad, el resto es un pasatiempo. Ojo, no es menor que algo te ayude a pasar el tiempo, pero es otra historia, otro viaje. Hay gente -a la cual respeto- que dice “yo si no hiciera música…”. No, yo te vivo con música o sin ella, he sido feliz laburando de secretaria, vendiendo medias, laburando en una librería. ¿Cuál es?

-¿Cómo hacés compatible esa alegría constante que te caracteriza con la melancolía del tango?

-No lo vivo como melancólico…

-“He llegado hasta tu casa... / Yo no sé cómo he podido / si me han dicho que no estás, / que ya nunca volverás...” ¿No te parece melancólico?

-Diste con la canción. Yo no soy romántica ni ahí, no soy una mujer esperanzada ni ahí. Si tuviéramos una línea de tiempo, la nostalgia está atrás y la esperanza adelante; me chupan un huevo, yo estoy en el presente, hoy.

-En el primer disco hacés una formidable interpretación de “Nada”, que es melancolía pura, incluso de tu segundo disco observé al reseñarlo que por momentos era bastante denso. Puedo entender la interpretación y la actriz que habita en vos, pero la melancolía en el tango está...

-Terminé de grabar Perra antes de operarme, ese disco fue un viaje. Por ahí estaba grabando y me ponía a llorar, mis compañeros no decían nada, pero sabían que me operaba otra vez, ya habían venido mis viejos a cuidarme. Después de grabar tuvimos un show 
-dos días antes de operarme- en un lugar divino y salió bárbaro, pero en la euforia y con alguna copa anduve bailando hasta arriba de las mesas, porque no hay nadie más peligroso que aquel que no tiene nada que perder. Me divertí como loca, hasta que subí al auto para volver y no paré de llorar… cuando llegué a casa mi viejo me arropaba… Pienso en eso ahora y me emociona, haber sido testigo de tanto amor dirigido hacia mí… Estoy súper agradecida.

-En este nuevo disco debutás como compositora, dejando claro que te atraen los extremos, porque elegiste dos temas bien distintos: por un lado, la muerte en la sentida “Silencio y adiós”, que dedicás a tu padre, y por otro, la gripe en “Influenza”. ¿Son tus primeras composiciones?

-Porque todo es trascendente e intrascendente a la vez, son las primeras composiciones que muestro. “Influenza” la tenía desde Perra, ahí empecé a hacer intentos, pero siempre mi pregunta era: ¿yo escribo porque quiero escribir o porque creo que los otros quieren que escriba, porque en realidad el lugar del intérprete no es tan valorado como el lugar del intérprete-compositor? Ahí me dije: “soy una chanta, porque en realidad escribo por creer que los otros esperan que lo haga, pero ¿a mí qué me importa lo que los otros esperan? Cada uno que se maneje”. Y me largué. Despedirme de mi viejo fue muy iluminador, bello, una despedida romántica y poética, fue alucinante, un evento solemne. Este disco se divide en dos partes: sonidos y silencios, porque en el momento de la muerte el silencio es inmenso, tan macro mambo, cada uno vive su viaje interior. Mi familia es re Macondo, hablo mucho de la muerte porque me parece que al hablar de ella uno habla de todo lo contrario. No voy a olvidar más cuando murió mi abuela en Corrientes, que llamé por teléfono para hablar con mi mamá y me atendió un tío que al preguntarle “¿cómo están todos?” me dijo: “pero cómo estás, che, amiga Mónica, qué alegría escucharte, estamos bárbaro, doña Porota muerta, tu mamá recién salió”. Otra vez murió un primo joven y lo velaron con músicos, bien a lo Kusturica, con los músicos acompañando el cortejo por el pueblo. Imaginate: un casamiento duró cuatro días bailando chamamé en la tierra.

-¿Cuál es el apellido de tu madre?

-Ésa es la familia de mi mamá, que es Navarro, en realidad yo me llamo Mónica Tortora Navarro. Tortora es la familia de mi papá, con la cual no tuve mucho vínculo, los conocí de niña, pero después él perdió contacto. La familia de mi vieja es muy tribal, ocho hermanos, con muchos hijos, del campo, Corrientes, con códigos distintos de vínculo, de la familia y compartir. En ese casamiento de cuatro días le dije a mi hija “guardate esta foto”. Mirabas la mesa larguísima con toda la familia comiendo y chupando... Ésa es mi herencia.

-¿Cuál Mónica hace la de la gripe y cuál el otro tema?

-La misma. Y sí… yo convivo con muchas Mónicas a la vez, hay una lapidaria que me trata mal y otra que por momentos me mima… y sí, capaz que por ahí hay dos extremos: la que manda y castiga y la otra, buena y dócil…

-¿Por qué Calle?

-El tango es re punk, en el sentido en que el tipo dice “está todo mal”, lo relaciono ahora con un especial que hicimos en el programa Blíster en el que Juan [Casanova] de Traidores decía “el lema de mi generación era no future”. Discépolo lo mismo, es re punk, “Cambalache” es proto punk. Es imponente el Tape Rubín. Calle son esas imágenes que decís, me parece una forma increíble de relatar, una palabra que describe toda una época y va determinando el contexto histórico.

-¿Cómo elegís las canciones que vas a interpretar?

-Soy de escuchar mucha música, o mejor, era de ésas a las que les encantaba saber de esa banda que no conoce nadie. Después me empezó a pasar que me divierte más hacer música que escucharla, pero bueno, escucho y soy de poner música mientras estoy haciendo otras cosas, entonces me pasa que algunas canciones me pegan sopapos, me llaman y ahí digo: “no puede ser lo que dice la canción”. Ahí la pongo 1000 veces.

-¿Y por qué versionar Miriam entró al Hollywood?

-Es un cuento simple y a la vez sórdido, porque los personajes son como decadentes, un relato sin ilusiones extravagantes. Hace poco leía a Mandrake [Alberto Wolf] contando que quien en realidad entra al bar es una veterana chuponeando con un pendejo y que él hubiera deseado hacer el cuento como si fuera mujer, pero no le salía. Por eso decidió contarlo al revés. Me parece muy tanguera esa cosa de ir al boliche y ver “la misma hilera de botellas”, de tomarse una copa y contemplar, de sentarse en un boliche a no hacer nada. Esa cosa que perdimos de contemplar, porque nosotros tenemos que hacer todo el tiempo.

-Hace poco hablaba con Estela Magnone sobre esa necesidad imperiosa de decir y mostrar que reina hoy y relega a los intérpretes. ¿Vos irías en ese camino de dejar de ser intérprete?

-Yo no me siento aún compositora, así que hablo desde la intérprete, que es el lugar en el que me siento mejor. Quien compone no puede cantar la canción como si fuera de él o ella, seguramente yo pueda leer de “Miriam” algo que Mandrake no puede leer en “Miriam” en la lectura de la historia, porque la hizo él. Él cuenta una historia de la que es testigo, pero yo soy testigo de él y de ella a través de sus ojos. Yo lo veo escribiendo a él y es como que en esta cosa de interpretar cantás ecos y es lo que me parece alucinante de ser intérprete. Todo el mundo tiene una lectura distinta de la misma canción, mientras que para quien compone puede ser más complicado objetivarla, porque sos vos cantando lo que adjetivaste, la historia que escribiste. Creo que son dos viajes bien distintos. No todos los cantautores son intérpretes de sus canciones: pueden cantarlas pero no necesariamente ser sus intérpretes. Para mí un cantautor que es intérprete de sus canciones es Fernando Cabrera, que tiene una alta visión de las cosas, no cuenta el cuento, lo ve desde arriba, describe una cosa; ese cuento ya objetivado le permite estar en otro lugar de la flexibilidad.

-Hay otra parte que tiene que ver con un personaje. En “Influenza” sobrevuela Tita Merello, y ya forma parte de tu estilo.

-Mirá, para ser totalmente honesta, copio a Tita Merello, así de simple, lo mismo me pasa con Elba Berón, que es otra grossa para mí… y Liliana Herrero también. Siempre hago el cuento porque una vez le escribí: “Liliana, yo te copio”. No es que le copie lo que ella hace, quiero copiar lo que ella es, desde ese lugar, que agarra una canción y la hace explotar. ¿Cómo yo no le presté atención a esta canción? ¿Qué estás cantando? No canta, es otra cosa lo que está haciendo. Eso es lo que yo quiero copiar. Y ella me contesta: “Ay, qué bueno saber que me copiás, porque entonces yo te confío que le copio a Mercedes Sosa y Elis Regina”. Y le sacás la ficha y claro, boludo, es así, copiar es maravilloso, la copia no literal. De Tita me gusta copiar lo divertido, esa cosa de bombacha suelta, y Elba Berón me parece guarra.

-¿Te quedás a vivir en el tango?

-Me voy a quedar a vivir, en primer lugar, eso es lo que más espero, y después… no sé, qué sé yo, capaz que sí. Cuando me fantaseo yo quisiera ser Madonna, ésa haciendo rock y pop, y quisiera ser Madonna en el tango -tengo amigos que me gastan por esto- pero me veo siendo Madonna en cualquier lugar que me haga sentir bien.

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