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Sebastián Casafúa, durante la entrevista con la diaria.

Foto: Mauricio Kühne

De inquilino a propietario

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Sebastián Casafúa, ex cantante de Psimio, y su primer disco solista.

Desde sus comienzos a finales de los años 90 con la banda Kirlian, que logró cierta notoriedad a partir de un demo de cuatro canciones que se distribuía en el pub Perdidos en la Noche y que se pasaba bastante seguido en el programa Agítese antes de oír, Sebastián Casafúa llamó la atención por su estilo particular, signado por melodías largas y versos cargados de imágenes fuertes. Años después, como frontman de Psimio, fue parte de los grupos que capitalizaron la inversión de algunas marcas y la atención que los medios pusieron en el rock nacional entre 2003 y 2005. Hace tres meses editó Las causas del siniestro, su primer disco solista por el sello Contrapedal y La Lupa Libros. Sobre editar un disco en estos tiempos tan distintos hablamos con él.

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-En este disco hacés referencia a “El inquilino”, una canción de Kirlian. ¿De qué habla?

-De lo que hablan todas las canciones del disco nuevo: de gente traumada y con problemas interiores. “El inquilino” hablaba de una cuestión hasta adolescente, decía: “Crecer es más que eyacular”, esas cosas que pasan a los 20 años.

-En Las causas del siniestro parece haber reflexiones sobre el paso del tiempo y la edad. ¿Es así?

-Las referencias a la vida adulta en este disco vienen por varios lados. Primero que nada, por el lado sonoro; la propuesta estética del disco está buscada de esa manera. El disco surge de la decisión de seguir haciendo música pero no de seguir en una banda, de la determinación de que el formato “banda de rock” democrático y con esa cosa de amistad y de “juntos vamos a conquistar el mundo” murió y nació otra cosa que está buenísima: que las canciones se muevan solas en el formato que más nos convenga. Componer las canciones de manera acústica, sencilla, despojada y sin ningún tipo de presión. No es que con Psimio hubiera algún tipo de presión, pero de alguna manera estábamos condicionados a un estilo, ya sea por lo que esperaba la gente a la que le gustaba Psimio o por lo que esperaba la gente que integraba la banda. Todo eso quedó de lado; la idea era hacer canciones de la forma en que salieran y tenía que ver con las cosas que yo estaba escuchando más, que era música menos rockera, menos pesada. Las canciones que compuse para este disco nacieron de la guitarra acústica. Cuando terminamos el segundo disco de Psimio, en 2006, y nos separamos dos años después, yo tenía un par de bosquejos de canciones que fueron la génesis de lo que sería Las causas del siniestro. En ese mismo plan seguí componiendo canciones con la guitarra acústica y salieron todas éstas. Podríamos decir que hay un momento bastante definido en el tiempo, dentro del cual surgieron todas las canciones, por lo que se puede pensar que reflejan una etapa de liberación artística y laboral. Y bueno..., hago lo que quiero, toco como quiero. Y no sólo como quiero, toco como puedo también, porque una cosa es componer con una banda en la que hay gente que toca mejor que vos, que tiene mejores ideas que vos, y otra cosa es verte vos solo resolviendo una situación con una canción.

-¿Con qué resultados te encontraste?

-Me gusta cómo quedó el disco, suena bastante parecido a como esperaba. Al principio pensaba que las canciones iban a sonar bastante más despojadas de lo que finalmente terminaron sonando. Viste que el disco tiene esas baterías programadas, secuencias que armamos en el estudio, bajos, dos o tres guitarras. Yo pensaba que el disco iba a sonar realmente despojado, que iba a ser de guitarra y voz, y al final sólo dos canciones terminaron quedando así: “Final” y “Estocolmo”. Sin embargo, a medida que fuimos produciendo el disco íbamos curioseando y viendo cómo quedaban ciertas ideas, y así fue que una serie de canciones desnudas fueron adquiriendo esa personalidad que finalmente presentan en el disco.

-¿Cómo fue ese proceso de producción?

-La producción del disco la hizo Max Capote. Cuando nos pusimos a trabajar él me dijo: “Yo quiero ser el productor, no quiero compartir la producción”, lo cual me parecía bárbaro, porque si bien eran mis canciones, eso me sacaba presión y también me interesaba mucho por el tema de la inseguridad de esta nueva etapa. Es decir: “Tengo canciones, ¿estarán buenas?”. Me resultaba muy cómodo que él metiera mano. Al final, mi injerencia en las canciones fue mucho mayor de lo acordado en principio, pero fue un proceso muy armonioso, no es que yo metí mano por meter mano. En un momento nos dimos cuenta de que trabajar juntos les venía bien a las canciones, que su punto de vista se llevaba bien con el mío y que eso aportaba a la obra final. Lo que yo digo siempre es que Max tiene una visión del rock bastante básica, en el sentido de que lo piensa en épocas; para él es Elvis o los Beatles, un poquito de los Rolling Stones, un poquito de los Kinks; pero no es Radiohead, ni Mogwai, ni Sigur Ros, ni Coldplay, ni Nirvana siquiera. Esos backgrounds chocaban y al final fue una buena cosa.

-¿Qué hace una mención a Pete Best en “El góspel de los que no creen en nada”?

-En el momento en que me metí a hacer el disco no me propuse hacer letras en el estilo que venía desarrollando en Psimio, no quería ser demasiado profundo, quería ponerme a jugar bastante más. La historia de Pete Best tiene que ver con que el tipo resultó un personaje caricaturesco por lo que ya sabemos: el tipo quedó fuera de The Beatles un minuto antes de que explotara. Me imagino al tipo queriéndose patear las bolas cuando pasó todo lo que pasó. Si fue así o no, yo no lo sé. Pero estaba interesante pensar que Pete Best tenía un rencor sumamente profundo escondido y que en algún momento lo iba a sacar a relucir. Así se generó una historia cien por ciento de fantasía y ridícula que consistía en que Best movilizaba hordas de personas que junto a él se iban a vengar del mundo tirando pájaros con alas de Gillette y cables que caían. Una situación como de cine catástrofe, tipo Tarántula o Los pájaros.

-¿En qué momento de tu carrera estás?

-En la del beatle que quedó afuera. Creo que de una manera inconsciente, desde el momento en que la estás peleando todo el tiempo y tenés bandas e invertís plata, tiempo, energía e ilusión, y que ves que en esta escena siempre estás en la misma, te sentís un poco Pete Best. Pensás: “La concha de la madre, otra vez lo mismo”, y en relación a cosas sencillas, ni siquiera hablo de trascender, o ser popular, o generar ingresos. Me refiero a la hora de la frustración cotidiana en millones de cosas que van desde ir a tocar y que no estén las condiciones dadas hasta situaciones con mánagers que nunca son ideales, cosas que te desilusionan o que te rompen los huevos. Quizá uno mismo haga lo propio con estas personas y las desilusione. Esa frustración del rock nos hace un poco Pete Best.

-Teniendo en cuenta esa frustración con la escena local, ¿cómo pensás mover el disco?

-No me puedo quejar. Para mí no es una desilusión general; de hecho, tengo la posibilidad de sacar un disco con mediana repercusión, como puede ser esta nota, que debo de ser parte de ese 5% que tiene acceso a una nota en un medio popular. Sin llegar a estar en la cresta de la ola ni mucho menos, tengo acceso a facilidades ya sea con medios o con productores. Pienso manejar el disco con toda la mesura, prudencia y humildad que me sea posible. O sea: “Tengo un disco nuevo, te lo doy y ojalá te guste. ¿Puedo tocar acá? ¿Lo podés pasar? ¿Podemos tocar juntos?”. Con mucho más independencia y con más experiencia también. Es mi disco, no tengo ningún tipo de cancha marcada, como tampoco condicionantes porque no hay una banda con la que tenga que discutir decisiones. En estos tres meses de vida que tiene el disco eso me ha dado satisfacciones y la sensación de haber hecho lo correcto. De a poquito hay cosas que están apareciendo.

-Tu forma de cantar cambió bastante.

-Eso es responsabilidad de Max Capote. Yo tenía las canciones y tenía la voz que siempre tuve. Max me dijo: “Vamos a probar otra cosa: acercate al micrófono, entoná lo mejor que puedas, pero tratá de susurrar un poco más. Las canciones piden una sensualidad que vos no les estás dando”. A mí se me caía un huevo por el juicio aquel del rockero que no puede cantar bajito. Yo pensaba que las canciones eran compatibles con mi forma de cantar, con la vieja voz. Max, en un proceso de ensayo y error, logró encontrar una forma de cantar que yo no sabía que tenía y que efectivamente fue el zapato de la cenicienta de las canciones. Eso me encantó porque fue un crecimiento.

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