El domingo 3 de marzo se inaugura en Sala Cantegril la 16ª edición del ya clásico Festival Internacional de Cine de Punta del Este, evento anual de una semana de duración en el que la ciudad fernandina será invadida por 40 films de 25 países (de Brasil a Turquía, pasando por otros como España, El Salvador y Estados Unidos), con una remarcada presencia del cine latinoamericano. El festival, como ya es costumbre, además de exhibir sus obras en la sala Cantegril, en el Teatro de la Casa de Cultura de Maldonado y en Life Cinemas Punta del Este (nueva incorporación), desembarcará en diferentes rincones del departamento, incluido el Liceo Nº 1 de San Carlos en la serie de los ciclos de cine itinerante.
Las invasiones argentinas
Intentar agrupar conceptual o temáticamente un evento tan vasto siempre es una actividad arbitraria, pero a modo de ayudar al lector interesado en asistir, lo primero que habría que remarcar es la definición de Argentina como país invitado, ampliamente representado por un importante número de películas provenientes del país vecino. Viendo algunos de sus films, sorprende cómo en una gran cantidad de obras los viajes son un tema recurrente, a menudo trazando un paralelismo con el estado interno de los personajes, o una sensación de hastío que se ve cristalizada en el movimiento. En esta categoría podríamos pensar en películas como El campo (Hernán Belón, 2012), La araña vampiro (Gabriel Medina, 2011), El amigo alemán (Jeanine Meerapfel, 2011), Días de pesca (Carlos Sorín, 2012) e incluso Puerta de Hierro, el exilio de Perón (Víctor Laplace, 2012), que tal como lo indica el título, narra los días de Perón en su exilio en España.
En un cine cuya historia y transformación (especialmente con el Nuevo Cine Argentino, con la porteñísima e inaugural Pizza, birra, faso [1998] -a pesar de ser coescrita y dirigida por nuestro compatriota Adrián Caetano-) estuvo fuertemente marcada por Buenos Aires, parecería como si la capital se irguiera como una presencia fantasmal e incómoda de la que es preciso escapar, en la que es imposible enfrentar los miedos y dramas que penden como una espada de Damocles. Justamente, tanto en El campo como en La araña vampiro y Días de pesca, los protagonistas emprenden un viaje para encontrar algo que perdieron -aunque ni siquiera saben qué es ni dónde se encuentra- o reparar algo, sin saber si tienen todas las piezas consigo.
En El campo una pareja de padres primerizos (Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia, los dos con una noción de cámara envidiable) viaja a un terreno recientemente comprado, en el que pretenden relajarse y, en algún punto, reencontrarse. La película se irá sedimentando en un creciente drama psicológico en el que es difícil precisar si el creciente malestar de la protagonista está fundamentado o si es fruto de un progresivo deterioro mental. En este registro por momentos la película se aparta del drama y roza el terror del cine de Polanski, específicamente con El bebé de Rosemary, sólo que en un terreno invisible e imaginario.
Similar confluencia de géneros se percibe en La araña vampiro, en la que Gabriel Medina hace confluir en un mismo film drama familiar, comedia de citadino en el campo, western y horror. A primera vista, la película no podría estar más lejos de su predecesora, la divertidísima y urbana Los paranoicos, pero lo que en cierto modo se repite es el drama de un personaje poderosamente inhibido por sus neurosis y miedos (en ese sentido, el papel de Martín Piroyansky -premio a Mejor Actor en los BAFICI- está a la altura del que hiciera Daniel Hendler), atravesado ciertos conceptos y viajes casi religiosos (lo que en Los paranoicos es la onírica escena de una enseñanza zen en un formato más cercano a lo cómico, acá es el centro de la trama).
Esta sensación de abandono de la capital como escenario de la cinematografía argentina parecería adquirir densidad y forma, casi como un ectoplasma en el fascinante y prácticamente mudo cine de ensayo de Martín Oesterheld en su película La multitud. Con ciertos visos a Desierto rojo y algo de Lisandro Alonso, la película deambula como un fantasma por los márgenes de la ciudad de Buenos Aires, registrando gigantescos espacios abandonados como La Ciudad Deportiva de La Boca y el parque de diversiones Interama. No hay voz en off, no hay mensajes específicos ni información extra, sólo las imágenes de esos rincones olvidados, lejos de la “verdadera ciudad” que crece a lo lejos como una aglomeración de edificios que parecerían una manada de tristes elefantes pastando.
Con un aire similar circula la película Post Tenebras Lux, obra del críptico director mexicano Carlos Reygadas, en el que presenta un film en el que prima un sentimiento de peligro incorpóreo, como el diablo en los sueños de la niña que parecería estar contemplando todo desde una distancia de observador. La fotografía, con un extraño lente que desenfoca los bordes (similar al que usó el ruso Sokurov en Fausto) capta momentos de inusitada belleza, como la escena inicial de la niña jugando con unas vacas y perros en un lodazal, nuevamente obsesionados con el amanecer y el crepúsculo, como ya hubiera sido retratado en Luz silenciosa. La película generó reacciones paroxísticas: fue abucheada en Cannes y amada en otros festivales, pero de una forma u otra es de esos films en los que uno no abandona la sala indiferente.
Pantallazo uruguayo
Además de una sección especializada en música (llamada “Territorios de la Música Iberoamericana”), que va desde el fado portugués (en la película El fado de Bia, de Diogo Varela Silva) a la murga uruguaya (Voz de murga, de Micaela Domínguez Prost), el festival cuenta con la exhibición especial de cinco películas uruguayas próximas a estrenarse en salas comerciales.
Una de las más esperadas es Tanta agua, de Ana Guevara Pose y Leticia Jorge Romero, que fue muy bien recibida en la última Berlinale y en el Festival de Cartagena (ver nota siguiente) que trae a pantalla a Néstor Guzzini (quien actuara en Tres, de Pablo Stoll), un padre que se interna con sus hijos en las Termas del Arapey, para enfrentarse al dantesco escenario de que no cesa de llover e intenta encontrar una forma de convivencia entre sus hijos aburridos.
También se exhibirá Rambleras, película en la que Daniela Speranza (directora de Mala racha) trabaja hace varios años, y El rincón de Darwin, con la participación estelar de Jorge Temponi, Carlos Frasca y Jorge Esmoris. La única película que representará a Uruguay en la competencia latinoamericana es Todavía el amor, escrita en la clave del brasileño Eduardo Coutinho sobre personas que salen sus noches a bailar el tango, contando historias de amores, alegrías y decepciones.
En fin, el panorama es tan amplio que muchas películas quedaron fuera de mención, pero del 3 al 10 marzo es una gran oportunidad para conocer el panorama de obras que se están realizando en un marco internacional pero con claro énfasis en lo latinoamericano, territorio que suele tener escasa presencia en las carteleras montevideanas.