• Arraianos (Enciso Cachafeiro, 2012): Esta película está cerca de ser un documental contemplativo, que observa, sin conceptualizar, el cotidiano en las regiones linderas de Ourense (Galicia española) y Barroso (Portugal): paisajes, arquitecturas y personas retratados en imágenes de rara belleza, de un mundo que, salvo por pequeños detalles de indumentaria, parece totalmente desprovisto de “modernidad”: lidiar con vacas, cantarolear temas tradicionales en un boliche, plantar, ir a la misa. Sería un documental si no fuera porque esas personas, cuando hablan, casi siempre se dedican a declamar textos improbablemente literarios y filosóficos (proceden de una obra del escritor Jenaro Marinhas del Valle), con un efecto buscadamente enigmático. Hay toda una poética en el tratamiento sonoro, que trabaja musicalmente los cencerros de las vacas (una herencia de Buñuel), o usa simbólicamente las crepitaciones de una quemada como fondo para una increíble secuencia de montaje de fotos antiguas.
• Jards (Eryk Rocha, 2011): Jards Macalé es un músico de la periferia del tropicalismo y muy poco conocido fuera de Brasil, que mezcla el swing de un Gilberto Gil con la herencia del samba de breque y una emocionalidad tan bizarramente recargada que linda con la vanguardia. En esta película casi no hay historia ni conceptos: con una sensibilidad audiovisual muy distinta, pero digna de la de su padre Glauber, Eryk Rocha sigue a Macalé en momentos del cotidiano y también durante la grabación de su último disco. Entre una canción y otra hay interludios de poética audiovisual, que entreveran viejos súper 8, imágenes en blanco y negro, granuladas, contrastadas, enlentecidas. Es improbable que en todo el festival haya alguna película visualmente tan deslumbrante como ésta (la fotografía es de Miguel Vassy, el mismo de Elena, de Petra Costa).
• Érase una vez yo, Verônica (Marcelo Gomes, 2012): La protagonista es una psiquiatra recién formada que hace su primera residencia en el Hospital de Clínicas de Recife. Su nuevo cotidiano la confronta con personas de bajos recursos económicos, que padecen angustias, depresión, dolores físicos, ansiedad, desesperación y la discriminación de los demás por la propia locura, problemas que rara vez tienen solución. Además de dudar ante un poder médico que dictamina una distancia con los pacientes, Verônica se mira a sí misma como una paciente en un mundo sin divisiones claras, que entrevera su trabajo, sus relaciones afectivas, sus deseos sexuales. La ciudad invade la historia: playa, carnaval, los ruidos urbanos siempre presentes, el paso del tiempo sentido por su padre enfermo que anhela aspectos del pasado tapados por el boom inmobiliario. Aquí hay dudas, callejones sin salida, sensualidad, y un cierto optimismo dentro del desencanto sobre la posibilidad de hacer alguna diferencia con pequeños gestos.
• El rascacielos latino (Sebastián Schindel, 2012): Quién diría: amén de ser la principal tarjeta postal de Montevideo, que el Palacio Salvo (su historia y su proyecto arquitectónico) está relacionado con “logias iniciáticas” frecuentadas por inmigrantes italianos a inicios del siglo XX, con vínculos con la masonería, el templarismo, el fascismo, La divina comedia y el posible paradero de los “desaparecidos” (así dice la tesis conspirativa) restos mortales de Dante Alighieri. Este documental no se ocupa prioritariamente del Salvo sino del proyecto mellizo del Palacio Barolo, en Buenos Aires, del mismo arquitecto, Mario Palanti. Los hermetismos y misterios de la historia podrían desembocar en una especie de Péndulo de Foucault criollo, si se tratara de ficción. Pero la historia es interesante y hay muy lindas imágenes de ambos edificios en secuencias que tienen un dejo de los documentales arquitectónicos de Resnais.
• Vikingland (Xurxo Chirro, 2012): Vikingland, en su elaboración a partir de 18 horas de VHS recogidas por un marinero gallego, tiene curiosas resonancias con La sombra del iceberg, aquella arrebatadora película construida por Antti Seppänen en base al extenso material en súper 8 encontrado entre los despojos de un misterioso marino. Sin embargo, la película de Xurxo Chirro es, pese a coincidencias temáticas, algo así como el reverso del film finlandés. Allí donde se intentaba construir la presencia de un ser esquivo, un espectro, a partir de su particular mirada (reconstruida de manera poética por Seppänen), en Vikingland percibimos la mirada del dueño de la cámara vuelta sobre sí mismo, como un intento desesperado de existir, al menos en material fílmico (y grabado de la manera más metódica, amateur y monótona posible). Los films caseros suelen ser materiales centrados en lo presentacional de los objetos: las personas que filman no filman su vida, sino cosas, generalmente posesiones: su auto, su nueva casa, los regalos de Navidad para sus hijos. Vikingland es eso: presentacional buscado cuando uno no tiene nada propio, cuando tu casa es el océano, cuando vos sos el único objeto a mostrar.
• Soy mucho mejor que vos (Che Sandoval, 2013): Che Sandoval ya había dejado un excelente precedente en Te creis linda (pero eris la mas puta), una película que es a lo chileno lo que 25 watts fue a lo uruguayo. Con una notoria mejor producción que el film mencionado, Soy mucho mejor que vos retoma la historia de un personaje secundario, Cristóbal, el Naza, un hombre que acaba de ser abandonado por su mujer, deambulando por las calles de Santiago de Chile tratando de levantarse una mina. Más allá de la explosividad de los localismos lingüísticos y las cuotas de humor entre absurdo y amargamente realista, Soy mucho mejor que vos eleva la pregunta de qué significa ser un hombre, en tiempos en que los paradigmas (especialmente en países todavía marcados a fuego por valores machistas) comienzan a derruirse, preguntas que el Naza no puede ni llegar a formular del todo, completamente embebido en un anhelo revanchista que nunca llega a tomar forma.
• El caso Dumont (Daniel Grou, 2012): Basada en hechos reales (al punto de que todos los diálogos en el estrado fueron extraídos literalmente del registro taquigráfico del juicio), el film trae el caso de Michel Dumont, un hombre que debe enfrentar los cargos por un crimen de violación que no cometió. La película es minuciosa, con un inteligente juego de flashbacks y morosos movimientos de cámara, cumpliendo la función de dar forma y volver visibles diversos aspectos del caso que ocurrieron por fuera de la esfera pública. Una película importante en tiempos en que lo judicial comienza a percibirse como un poder lejano a la encarnación misma de la ley y la igualdad.
• Bárbara (Christian Petzold, 2012): Representante oficial de Alemania para los últimos premios de la Academia y con el galardón a Mejor Director en la pasada Berlinale, Christian Petzold trae a pantalla la historia de una Bárbara, una experiente doctora de Berlín que es derivada a una clínica pediátrica en un pueblito a orillas del Báltico, como castigo a su intento de cruzar la frontera hacia Alemania Occidental. Con diversos retratos contados de a cuentagotas, entre los que destaca el rol protagónico de Nina Hoss (musa recurrente de Petzold) armada como una mujer enigmática con un ánimo marmóreo, del que cada tanto se escapan ciertas fisuras de humanidad (una femineidad muy a lo Krzysztof Kieslowski, se podría decir), Bárbara es el mejor ejemplo de un film pequeño, un artefacto perfecto y pulido armado en base a una economía narrativa impecable.
• Aquí y allá (Antonio Méndez Esparza, 2012): Ganadora del Premio de la Semana de la Crítica, Aquí y allá narra en un tono limítrofe entre la ficción y el documental la vida de Pedro, un mexicano que luego de trabajar varios años en la ciudad de México vuelve a su modesto pueblo en la sierra de Guerrero, para intentar construir una vida definitiva con su familia. La película logra hacer un retrato de la dificultosa realidad de muchos mexicanos, con el acierto técnico y ético de no hacer de ellos mártires ni explotar su pobreza. En todo momento, tal como dice el corrido que funciona como canción de créditos y leit motiv del film, no se trata de gente pobre ni rica, sino la gente que rodea a Pedro, con la que le gusta estar, y logra un retrato en el que “digno” es uno de los adjetivos que más perfectamente calzan. Aun así la película flaquea en los momentos más dramáticos, cuando la realidad no basta y es necesario tirar algunas cuerdas de la actuación y la ficción que parecen estar cortadas.