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El ministro de Economía y Finanzas, Fernando Lorenzo. (archivo, julio de 2012)

Foto: Javier Calvelo

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Para Lorenzo, está ocurriendo un cambio en la estructura productiva que “recién estamos empezando a ver”

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Ayer, en la segunda jornada del foro “Pequeños países, grandes oportunidades”, el ministro de Economía y Finanzas, Fernando Lorenzo, presentó la experiencia de Uruguay como plataforma global de servicios, haciendo foco en las herramientas necesarias para el diseño de la estrategia productiva. Para Lorenzo, el concepto de economías pequeñas está definido por el escaso poder para afectar los mercados internacionales en que se insertan, “son tomadoras de precios, pero también de condiciones”, aclaró. Pero señaló que hay otros rasgos que “importan mucho más”.

En primer lugar, el grado de especialización de estas pequeñas economías, que es mayor que el de economías más grandes; las razones son “muy obvias”, dijo. “Necesariamente sus recursos están limitados por el tamaño” de la economía, afirmó.

Las economías pequeñas tienen también, por lo general, menores posibilidades de aprovechar las ventajas de economías de escala, ya que éstas “no surgen” en su proceso de internacionalización.

Asimismo, las dotaciones iniciales de factores juegan un papel “importante” en su proceso de internacionalización. Para Lorenzo, “no se debería perder de vista estos aspectos” al trazar las estrategias de inserción. No obstante, por otro lado, cuestionó las posibilidades “reales” que ofrecen estas formas de especialización “intrínsecas y naturales” en la inserción internacional.

Refiriéndose al caso de Uruguay, Lorenzo explicó que la dotación de recursos renovables agropecuarios genera una “determinación” de sus oportunidades, ya que juega un rol “importante” en su inserción internacional. Asimismo, Uruguay tiene, tanto en lo que se refiere a esta producción intensiva de recursos naturales renovables como en la actividad logística y turística, “posiciones competitivas consolidadas”.

Las características que han permitido que estos rubros se hayan consolidado como servicios globales de exportación son varias: la “agregación” de valor, el “eslabonamiento” entre varios sectores, el “cambio tecnológico”, la “innovación” vinculada y la “sofisticación” explícita en los productos.

Esto, a su vez, ha propiciado una demanda “mayor y más especializada” de mano de obra, explicó el ministro, lo que según dijo “trajo nuevos retos para continuar y consolidar el proceso de internacionalización”. “En Uruguay está ocurriendo un cambio estructural productivo”, afirmó, y predijo que los procesos de internacionalización de los servicios “recién los estamos empezando a ver”.

Para Lorenzo, las oportunidades que Uruguay tiene hacia el futuro en esta materia van a estar “directamente vinculadas a sostener, mantener y acrecentar el acervo de capacidades y habilidades de sus recursos humanos”. “Naturalmente, esto desafía a las políticas públicas a interactuar con la realidad de un modo bastante distinto a como lo ha hecho en el pasado”, concluyó.

Por el buen camino

Jim Krczywicki, del World Trade Center de Dublín, señaló que la apuesta de Irlanda fue a constituirse como plataforma de servicios: “Irlanda se jugó la carta de ser puerta de entrada a Europa” y de esta manera la isla logró reclutar sedes de empresas que buscaban instalarse en el continente. Destacó que además, un atractivo del país fue que ofrecía una fuerza laboral “capacitada y con buen nivel cultural”. Asimismo, destacó diversas iniciativas de apoyo del gobierno irlandés. Esto llevó a que, 30 años después, se consolidaran industrias de todo tipo, principalmente de servicios financieros, farmacéuticas, de biomedicina y microtecnología. Posteriormente, Krczywicki habló de las similitudes entre las economías uruguaya e irlandesa con el objetivo de demostrar que Uruguay cuenta con cualidades como para afianzarse en América Latina, de la misma manera en que lo hizo Irlanda en Europa.

Los aspectos coincidentes que destacó fueron la reducida población, gran concentración en las proximidades a la capital, la calidad de la educación a la que calificó como “muy buena”, las condiciones fiscales “favorables” y las políticas adoptadas en la materia, que definió como “estables”. Además dijo que Uruguay cuenta con una infraestructura digital “avanzada” y valoró especialmente la salida al mar, aunque consideró que Uruguay tenía una ventaja adicional en la existencia de diversas conexiones viales con los vecinos. Por último, afirmó que ambos países son lo “suficientemente” pequeños para ser “neutrales” y concluyó su presentación asegurando que Uruguay “ya va por buen camino”.

Parecido, pero al revés

Otro país que compartió su experiencia, en la que se destaca la inversión en innovación y desarrollo (I+D), fue Israel. Michel Hibert, de la oficina del Chief Scientist, ente responsable de los acuerdos de cooperación científicos que mantiene el país, explicó que en Israel se emprende la inversión en I+D “al revés”, es decir, se concentra la investigación en el mercado, para luego trasladarla al plano académico.

“Investigar en las universidades está bien”, aseguró Hibert, pero “la idea es llevar las propuestas que tienen mercado propio: que sean las industrias y las compañías las que lideren el proceso”, explicó.

De esta manera, en la oficina en la cual trabaja se preocupan, en primer lugar, por “captar” las necesidades de las empresas y, posteriormente, trabajan con el gobierno en la inversión asociada. Lo novedoso es que el sector público no incide en las ideas y necesidades de la empresa: “Somos como un subcontratante de la industria”, ilustró. “Una vez que plantean sus propuestas, alguien de la oficina traslada sus demandas a las universidades y demás planos académicos”, agregó.

Respecto al período de aprobación de los proyectos a apoyar, explicó que es importante que sea “breve” (en el caso de Israel, dijo, no supera los cuatro meses), ya que, de lo contrario, “las empresas se largan por su cuenta”.

En cuanto al apoyo financiero, contó que el plan es que el gobierno “comparta el riesgo con las empresas”, ya que, de esta manera, las empresas están más propensas a innovar. Sin embargo, se plantean como límite que la inversión de parte del gobierno no sea mayor a la de las empresas; “si no, recaería la mayor parte del riesgo asociado a la I+D sobre la entidad estatal especializada”, explicó.

Asimismo, en Israel el gobierno implementa un sistema de control anual en el cual la empresa responsable del proyecto debe presentar los resultados obtenidos, para su seguimiento. El experto explicó que si la empresa “fracasa”, no hay repercusiones, ya que el “préstamo” del gobierno pasa a considerarse una donación. Pero si el proyecto trasciende con éxito, la empresa debe devolver parte del monto solicitado para la inversión, igualmente, “a largo plazo”: entre 3% y 5% anualmente. Para Hibert, resulta importante señalar que el objetivo es “apoyar al proyecto innovador, no a las empresas”.

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