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Ante el reestreno en 3D de Jurassic Park.

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Esto fue el King Kong de los 90. Quienes ya crecieron en la era de los efectos de computadora integrados a imágenes fotográficas no tienen idea del impacto que fue ver dinosaurios con el mismo realismo con que uno podía ver un elefante en una película de Tarzán. Hay un plano cenital en el que un velociraptor salta hacia arriba (en dirección a la cámara) para tratar de morder a Lex, y me acuerdo de que mi reflejo fue levantar los pies. ¡Eso es naturalismo e identificación! No me había vuelto a pasar en las muchas veces que lo reví en video, pero ahora, con este reestreno, volví a subir los pies (y eso que conozco el film de memoria). Capaz que es por el 3D.

Pero sospecho que el factor más importante es el tamaño de la pantalla. Es parte del estilo de Steven Spielberg lidiar con la profundidad de campo, objetos grandotes en primer plano, movimientos de cámara que afectan en forma muy ingeniosa la distribución de los volúmenes en el cuadro. Todas ésas son técnicas para incrementar la identificación, la sensación de que uno está adentro de la película, para que sintamos emociones correspondientes a las de los personajes. Quizá por eso mismo lo del 3D es medio redundante. Sí, la sensación de profundidad es más “real”, pero ya lo era bastante en 2D, sin las desventajas del 3D. Aunque es muy recomendable, para quienes no tengan el privilegio de disponer de una pantalla doméstica de muchas decenas de pulgadas, conocerla o reverla en la pantalla grandota de un cine, con o sin 3D.

Jurassic Park es todo un mojón en la historia de los blockbusters. A poco de estrenarse en 1993 rompió el récord de taquilla que pertenecía a ET, el extraterrestre (1982), del mismo Spielberg, y lo sostendría hasta que Titanic (1997) dio inicio a la actual supremacía de James Cameron. Figura como la 16ª película de mayor boletería de todos los tiempos (datos ajustados por la inflación). Fue un marco también en la historia de los efectos especiales. Los efectos basados en imágenes generadas en computadora ya se veían en largometrajes desde Tron (1982), pero solían ser una “tridimensionalización” de objetos rígidos futuristas, y con una textura visual que delataba su carácter de animación. Las primeras integraciones “realistas” de elementos maleables generados por computadora a imágenes fotográficas surgieron en dos películas de Cameron: The Abyss (1989), y luego en Terminator 2 (1990). Jurassic Park siguió por el mismo sendero, pero daba muchos saltos adelante: los movimientos eran más complejos y no correspondían a elementos fantasiosos sino a una reconstrucción de bichos “reales” (aunque extinguidos). De acá en más, quien pudiera bancar los costos y tuviera la debida tenacidad, podría mostrar realmente cualquier cosa en una pantalla.Los derechos de la novela de Michael Crichton fueron adquiridos por una millonada un año antes de su publicación en 1990. Tal como se preveía, fue tremendo best seller. La película multiplicó su efecto, generando una manía mundial de dinosaurios y un alza en el interés general por la paleontología.Esto, paradójicamente, tuvo como efecto negativo para la película que hubiera avances muy veloces en la investigación que terminaron invalidando la exactitud científica de las representaciones de los dinosaurios. Hoy en día se sabe, por ejemplo, que los velociraptores tenían plumas y sus brazos eran más bien alas (con lo que el bicho no podría manipular el pestillo de una puerta, como lo hace en la película).

Resurrección

Es una obra perfecta. Un tipo de perfección, por supuesto, del que sólo es fácil hablar cuando uno trabaja en una tradición muy codificada como es el clasicismo hollywoodense. Viene siendo la última de las películas no-serias de Spielberg con un estatuto de clásico. Quizá después de eso el estilo de Spielberg ya empezó a lucir un poco envejecido, o será que su verdadero interés se desvió hacia las películas más serias, más adultas.

Uno de los aspectos de esta perfección es la manera en que todos los elementos están encastrados, interrelacionados. En la presentación, por ejemplo, cada evento tiene su interés intrínseco pero al mismo tiempo proporciona un dato que va a tener su consecuencia más adelante. En ello hay mucho mérito del guionista David Koepp, pero la cosa trasciende el guion (obsérvese cómo, cuando Grant encuentra los huevos de dinosaurio en el parque, suena el mismo leitmotiv que habíamos escuchado antes, por única vez, en la escena de la incubadora). Y está el ingenio sobresaliente de Spielberg para dosificar la introducción de material relevante, descomponiendo la presentación en distintas etapas sin que eso implique una dilución, sino, al revés, una ampliación del asombro. El velociraptor, por ejemplo, primero es presentado sin que sepamos exactamente de qué se trata: hay un perfil muy borroso de menos de un segundo, y un plano de su ojo de reptil. Hay también unos planos subjetivos desde su propio punto de vista (a lo Tiburón), pero la información más importante está en la estructura de protección armada a su alrededor, los rostros de preocupación que insinúan una poderosa amenaza y que aun así resultan insuficientes para impedir un accidente mortal (aquí se introduce el elemento de terror). Dos escenas más adelante, en un sitio paleontológico, la excavación de un esqueleto de velociraptor y el comentario escéptico de un niño son pretexto para que el doctor Grant hable de su peligrosidad y describa su modo de atacar (de paso, la garra de velociraptor que Grant usa para ilustrar su exposición queda como un símbolo de su aversión por los niños; más adelante, cuando se asume como figura paterna para Lex y Tim, se deshace simbólicamente de esa misma garra.) Ya en el parque, cuando vemos nacer el dinosaurito del huevo y el doctor Wu dice que es un velociraptor, este dato nos llega intensificado por la preparación anterior, y es el enlace para la escena siguiente, en la jaula de los velociraptores -los espectadores más observadores reconocen el escenario de la primera escena, dato reforzado por la reaparición de Muldoon-, une la información práctica de la primera escena con la información teórica de la tercera. Muldoon nos tira entonces datos no disponibles para los paleontólogos: la inteligencia, la velocidad, la habilidad para saltar. Todavía no vemos a los monstruos, pero constatamos la velocidad con la que devoran un búfalo. Con toda esa preparación, cuando más adelante tenemos el dato de que las defensas fueron desactivadas y los raptores se escaparon, nos queda claro que ahora sí se pudrió todo, y ese dato da inicio al acto final en el que finalmente vamos a visualizar a los bichos-villanos y que va a involucrar todo el conocimiento y el miedo que fuimos adquiriendo (esos factores repercuten en el epílogo, en que el inofensivo pelícano representa la evolución de los dinosaurios a aves, factor reforzado aquí por el leitmotiv asociado al aspecto maravilloso de los dinosaurios).

Por supuesto, en todo eso juega el espíritu blockbuster que Spielberg sabe cuidar. En su preocupación por la claridad narrativa, la sutileza no es su principal atributo: el braquiosaurio tiene rostro de criaturita tierna a lo Walt Disney, el velociraptor una cara demoníaca. El arco de desarrollo de Grant en lo referido a su aversión por los niños se resuelve en forma neta, rápida y previsible hacia el lado más dulzón. La línea repetida de Hammond, “no ahorré gastos”, no tendría por qué ser reiterada tantas veces. Nedry es un villano caricato de película infantil. Muldoon, que practicaba la caza en Kenia, anda todo el tiempo vestido como si estuviera en un safari. ¿Y cuántas decenas de veces se emplea en la película ese recurso de énfasis que consiste en un acercamiento gradual a determinado objeto?

La violencia está muy matizada con respecto al libro, y los toques de humor (que son constantes) mantienen las tensiones (que son muchas) a un nivel vinculado con la risa. El humor es un placer que no necesita justificación, pero aquí tiene la ventaja adicional de quitarle seriedad a la lamentable moraleja tipo “complejo de Frankenstein” (no se debe y no se puede meter con ciertos terrenos sacrosantos de la Creación). Además contrasta positivamente con la tendencia a cierta grandilocuencia ampulosa de blockbusters más recientes, establecida cuando mermó la influencia de Spielberg (El señor de los anillos, Los juegos del hambre y tantos más).

Por otro lado, ese mismo marco de claridad y ese tono de tensión/humor son la base para una colección de escenas antológicas como pocas películas pueden ostentar. Hay unos momentos desesperantes cuando un aparente triunfo se transmuta en catástrofe (el tierno dinosaurito que acaba de nacer es un velociraptor; Grant se las ingenia para distraer al tiranosaurio y Malcolm echa todo a perder; Ellie se exulta por haber logrado restablecer la energía del parque y de inmediato es atacada por el velociraptor). Toda la serie de eventos vinculados al primer ataque del tiranosaurio es espectacular, pero es especialmente aflictiva la situación de Malcolm en el compartimiento trasero del jeep mientras el bicho corre detrás de ellos, incluido el detalle del retrovisor con el dicho “Los objetos en el espejo parecen más cerca de lo que están”. Luego están Grant y Tim tratando de bajar del árbol mientras un auto se les cae encima, apenas contenido por las ramas del mismo árbol, que van enlenteciendo la caída. Está el montaje alternado en el que Ellie está a punto de reconectar la energía mientras que, sin que ella tenga idea de eso, en el medio del parque Grant y los niños justo están traspasando una reja electrificada con potencia de 10.000 voltios. El temblor de la cuchara de Lex en la gelatina representa su pánico al constatar que entre las pinturas de dinosaurios en la pared hay una sombra que se mueve, que tiene forma de dinosaurio. Y luego tenemos la antológica escena en la cocina en la que los niños intentan ocultarse de los velociraptores.

A esos momentos de suspenso y miedo se suman otros que son de maravilla: lo son para los personajes deslumbrados con las proezas de la genética, y se trasladan a los espectadores deslumbrados con los efectos digitales: por ambos medios, se da la concreción de sueños que tenemos por inalcanzables, como ver de cerquita un braquiosaurio, contemplar un lago lleno de braquiosaurios y parasaurólofos bebiendo agua (como quien ve gansos y patitos), poder abrazar un triceratops, o verse rodeado por una bandada de galimimos, por no hablar de la imponencia de los paisajes hawaianos (que se hacen pasar por la “isla Nublar”).

No hay mejor entretenimiento que éste en la cartelera; además de, a quienes les pueda interesar, una lección de cine.

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