-En 1983 acompañaste la creación del TUMP (Taller Uruguayo de Música Popular). ¿Qué recordás de esa época?
-Fue una época llena de ilusión. Ese año se fundó el TUMP el 5 de diciembre, unos días después del acto del Obelisco. La apertura del TUMP fue toda una movida, constituida intelectualmente por Luis Trochón, a quien se plegó muchísima gente importante, como Leo Maslíah, el Choncho [Jorge] Lazaroff, Fernando [Cabrera], [Eduardo] Larbanois y Juan Peyrou. Nosotros no creíamos que íbamos a cambiar el mundo, pero sí que se venía una época muy fuerte de cambios, y de algún modo uno se sentía protagonista. Yo era un chiquilín, y el TUMP implicaba la posibilidad de tener contacto con tipos que admiraba y que aún admiro mucho. Además, estar en esa movida me posibilitó estudiar, en una época en la que vivía en una pensión y no tenía un mango. Así fue que estudié con Rubén Olivera, a quien considero uno de mis maestros.
-Diez años después llegó Mateo x 6.
-Más o menos ese año conocí a [Eduardo] Mateo. Cada vez que tenía una oportunidad me reunía con él en algún bar o en el propio TUMP, donde Mateo llegó a dar una clase. Siempre me pareció un tipo genial. Yo había escuchado Mateo solo bien se lame [1972] cuando tenía 12 años y me había deslumbrado. Cuando a Ney Peraza se le ocurrió hacer Mateo x 6, nadie dudó de que era una gran idea. No perseguimos ninguna intención de homenaje, sino más bien expresar cómo queríamos y nos gustaban esas canciones y cómo habían surgido -a partir de la investigación de Guilherme [de Alencar Pinto] para su libro Razones locas- 77 canciones inéditas de Mateo. Ésta fue, de cierto modo, la génesis de Mateo x 6. Después se fue dando que nos convocaban para tocar, y salvo durante un período de dos años, en 2012 y 2013, estuvimos 21 años en los escenarios.
-¿Cómo vivís la convivencia del músico y el gestor cultural?
-Muy feliz. Me costó lograr cierto equilibrio, y de hecho prácticamente no estaba tocando. Pero entre febrero y marzo ocurrieron dos cosas que me sacudieron mucho. La primera fue el concierto Mateo x 6 en el Auditorio Adela Reta, que fue muy conmovedor, pero además fue increíble por la cantidad de gente que asistió. La segunda fue mi especial de Autores en vivo, ciclo en el que grabé junto con 13 músicos; ahí me di cuenta de que no podía seguir sin cantar, incluso cuando esta tarea de gestión cultural me encanta.
-¿Cómo definirías el estado actual de la sala Zitarrosa?
-En ebullición o a punto de entrar en ese estado. Hay muchas novedades programadas para el próximo año, que me parecen interesantes en cuanto a sus aportes. También se están desarrollando muchos cambios en el medio: hoy en día es imposible dirigir una sala sin tener en cuenta la sobreoferta absurda de espectáculos nacionales y extranjeros que hay en este país. Ésta es una sala que trabaja mucho y que cuenta con casi 100.000 espectadores y más de 400 eventos anuales; creo que esto es demasiado. Una de las razones es que 40 días al año incluye extensión escolar, a partir de la que se presentan grupos, seleccionados a partir de un llamado público. Esto, además de los espectáculos que se presentan de noche, genera una agenda muy sobrecargada. Creo que es una de las cosas a las que hay que apuntar, ya que a veces menos es más. Por tener cierto número de espectáculos menos, no reduciremos nuestros espectadores. Hay que hilar un poco más fino, y en eso estamos trabajando, ya que el corazón de cualquier sala es su programación; todo lo demás debe ser funcional y debe estar a disposición de la música y del público. La sala tiene que tener la posibilidad de generar diversidad y calidad utilizando su infraestructura del mejor modo posible. Si tenés un espectáculo que convoca 50 personas en una sala para 540, ese bien público no se está utilizando correctamente, sobre todo teniendo en cuenta que en la actualidad la propia Intendencia de Montevideo [IM] cuenta con salas hermosísimas y de menos tamaño. Para contar con una alternativa queremos terminar de consolidar el espacio Felisberto Hernández, donde en los inicios de la sala funcionaba una cafetería. Estamos trabajando en el proyecto de ese espacio, donde hemos organizado recitales de poesía, conferencias de prensa y talleres. Para el año próximo será modificado, y no sólo a nivel estructural. Entre otros proyectos, estamos manejando la posibilidad de incluir conciertos en horarios no convencionales, para 60 o 70 personas, persiguiendo una política definida entre cultura y sociedad. Cuando llegué a la sala pensé que era necesario trabajar de nuevo en la imagen institucional, no porque la de entonces fuera mala, sino porque era la misma desde que su inauguración, en 1999.
-¿Qué imagen proyecta actualmente la sala?
-En lo vinculado a lo gráfico, cambiamos el logo: le quitamos una frase que había en los afiches - “una sala con alma”- y la sustituimos por “Sala Zitarrosa, sala de música”, que creemos que resume su espíritu. Cuando recién ingresé me llamó Gisella Previtali, encargada de la oficina de locaciones de la IM, para proponerme incluir cine en la Zitarrosa. Inmediatamente me negué, ya que cortamos otro tipo de actividades porque desperfilaban la sala. Pero el proyecto abarcaba otras cuestiones: el próximo año seremos parte de la Recam, una red de salas de cine digital del Mercosur. En Uruguay habrá cinco salas, y en Montevideo sólo ésta, que tendrá determinadas características. No será un cine como concepto en sí mismo, sino que incluirá espacios en los que se exhibirá cine de autor del Mercosur, y sólo un par de días a la semana tendrá horario central. Esto irá acompañado de actividades muy interesantes en sinergia con la música: por ejemplo, algunos días habrá funciones en trasnoche, y entre las películas posibles, teniendo en cuenta que la sala programa los conciertos con mucha anticipación, se le ofrecerá al músico que toque ese día que elija la película que se exhibirá luego de su presentación; de este modo se busca generar mecanismos de diálogo. Además, el proyector, que recibimos en comodato, nos permitirá transmitir en broadcast los conciertos de la sala en toda la red.
-Frente a la proximidad de salas como el Auditorio del SODRE y el Teatro Solís, ¿cómo se piensa la programación?
-Para mí sería maravilloso que se hiciera en coordinación. Existieron algunas reuniones de directores de sala, en principio con la directora del Solís, Daniela [Bouret], el director del Teatro de Verano, Víctor Cunha, Gustavo Zidán por la sala Verdi, y Élder Silva por el Florencio Sánchez. Más allá de esto, hay comunicaciones personales. Con el Auditorio, que cuenta con una programación muy fuerte, todavía no se ha dado, pero a mí me encantaría. Esto es fundamental, sobre todo porque soy partidario de que la sala sea una sala de propuestas, y no una agenda.
-¿Creés que de algún modo te fue útil tu experiencia con El Tartamudo?
-Sin ninguna duda, aunque llegué a este cargo por concurso, y eso siempre es bueno recordarlo. Si algo bueno me dejó El Tartamudo fue experiencia. En cuatro años programamos más de 1.000 espectáculos, con distinta suerte. Pero la Zitarrosa no es lo mismo en muchos aspectos, incluso cuando es un lugar que debe contar con una amplia oferta musical. Aquí definí que podría haber un espacio para la música tropical, cuando en El Tartamudo era impensable. Yo no soy omni nada, todo lo que realizo es supervisado, pero me hago responsable de lo que ocurre en la sala y del perfil que adquiera, para bien o para mal. Creo que ésta es una de las funciones de un director. ■