El 30 de octubre se cumplieron 40 años de la pelea de boxeo más formidable y conocida de todos los tiempos, la que enfrentó en Kinshasa, Zaire (ahora República Democrática del Congo) a Mohammed Alí y a George Foreman. Una pelea en la que Alí recuperó el título de Campeón del Mundo de los Pesos Pesados, título que había perdido al negarse a prestar servicio militar en la Guerra de Vietnam.
Para quienes desconocen la historia mínima del boxeo mundial, la pelea Alí-Foreman, a la que suele denominarse rumble in the jungle (gresca en la jungla), fue un evento equivalente a los logros de Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, al triunfo de Uruguay en Maracaná en 1950, al primer puesto de James Hunt en el circuito de Zandvoort en 1975, a la medalla de oro en salto alto con garrocha de Yelena Isinbayeba en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 o a la victoria de la selección argentina de básquetbol ante el dream team estadounidense en esos mismos e inolvidables Juegos Olímpicos. Es decir, algo que supera a lo meramente deportivo y que pasa a la dimensión de lo legendario y lo simbólico, en este caso el regreso triunfal de un campeón perseguido por sus ideales.
Resumiendo brutalmente los eventos de Kinshasa -que están narrados en forma insuperable por Norman Mailer en la nouvelle periodística The Fight (1975)-, Mohammed Alí se había negado a ir a Vietnam (aunque el riesgo de que lo enviaran a la línea del frente era nulo) por considerar que los vietnamitas no les habían hecho nada a los negros estadounidenses y que su país era el invasor. Como consecuencia, se le inhabilitó de combatir durante cinco años -posiblemente sus mejores años en cuanto a estado físico- y estuvo a punto de ir a la cárcel. Cuando finalmente fue absuelto y pudo volver a los rings, se encontró con que el título mundial estaba en manos del demoledor George Foreman, un boxeador mucho más joven y mucho más fuerte de lo que Alí había sido jamás, y contra quien ni sus mayores fans le daban chances de que ganara. Sin embargo, en una pelea épica, Alí soportó pacientemente el tornado de golpes de Foreman durante siete rounds, dejando que éste hiciera el mayor desgaste físico -pero recibiendo mientras tanto un castigo inhumano-, y en el octavo round, habiendo conseguido que su oponente se agotara, lo noqueó con una rápida sucesión de golpes. Y Alí se convirtió en el mayor campeón de boxeo de todos los tiempos, y en el sujeto de una infinidad de documentales, que en estos años parecen amontonarse y vale la pena repasar.
Un hombre registrado
Con una imagen carismática y atractiva, y tan hábil con las palabras como con los puños, Alí fue seguido desde el principio de su carrera por decenas de cámaras que lo convirtieron en una de las figuras más filmadas -tanto encima como abajo del ring- del siglo XX. Sus apariciones en todo tipo de documentales deportivos o políticos dedicados a su figura o en los que tiene una participación importante superan en mucho al centenar, y entre ellos hay de todo. Los más destacables son posiblemente Muhammed Alí: The Whole Story (Joseph y Linda Consentino, 1996) -un panorama amplio y completo de su carrera como boxeador y personalidad pública- y When We Were Kings (Leon Gast, 1996), ganadora del Oscar a Mejor Documental, que solamente se enfoca en la ya mencionada pelea de Zaire, y que puede verse como si fuera una obra de ficción, ya que su contenido es tan dramático y asombroso que parece producto de la imaginación de un guionista con mucho afecto por lo improbable y lo heroico.
Pero el 40º aniversario de este combate trajo consigo una nueva entrada a su filmografía documental -I Am Alí (Clare Lewins, 2014)-, que viene a sumarse a varias obras recientes que retratan al boxeador de Mahoma (como lo calificara Patti Smith) desde varios puntos de vista y que ayudan a construir una figura más grande que la vida misma. Como todos los deportes con alta exigencia física (y grandes ganancias), el boxeo provoca frecuentemente daños físicos a largo plazo, lo cual, por supuesto, no es privativo de este deporte (pregúntenle a Gabriel Batistuta acerca del estado en el que el fútbol le dejó sus piernas). Alí es alguien qué pagó en su físico su paso por el boxeo, que lo dejó con un mal de Parkinson que casi lo ha inmovilizado y últimamente tiene grandes dificultades para comunicarse. Es más que probable que este aluvión de documentales tenga algo que ver, además de con las cuatro décadas de la pelea de su victoria en Zaire, con algunos rumores acerca de la endeble salud de Alí.
I Am Alí es esencialmente una hagiografía, es decir, la vida de un santo y un héroe que, como hace mucho énfasis la película, también ha sido, al parecer, un padre afectuoso y un personaje sensible y entrañable. Homenaje en todos los sentidos de la palabra, I Am Alí no encuentra un área cuestionable en su figura central, pero a pesar de su unilateralidad y su admiración al borde de lo meloso, el documental se deja ver sobre todo por la inclusión de un lado doméstico y familiar no siempre evidente en los retratos del altivo deportista.
En The Trials of Mohammed Alí (Bill Siegel, 2013) emerge en cambio un Alí no muy simpático, dogmático en su fundamentalismo religioso, obsecuente en su obediencia al polémico Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam -organización que reúne a la mayoría de los musulmanes negros-, abusivo con sus contrincantes y aliados, especulador en sus relaciones sociales, inflexible y violento en sus opiniones. Sin embargo, no parece que haya ninguna intención de denunciar o exponer “el lado oscuro de Alí” en el documental, sino más bien de celebrarlo. Para el director Siegel es aun más importante la importancia de Alí como agitador político y defensor de los derechos de los estadounidenses negros, para quienes fue mucho más que una figura de apoyo testimonial, sino alguien que ayudó a cimentar el orgullo de su cultura en forma articulada y radical. Una figura que no desentona al lado de las de Malcolm X o Rosa Banks como símbolo de rebeldía y lucha por los derechos civiles igualitarios.
La mayor parte de las entrevistas de la película corresponden a integrantes de diversa edad de la Nación del Islam, y el punto de vista de los autores parece corresponderse con la filosofía de los entrevistados, que parecen reivindicar especialmente al Alí más dogmático e intransigente, dos cosas que sin dudas era y es, pero cuyos puntos de vista se suavizaron desde los combativos años 60, cuando literalmente un francotirador le podía volar la cabeza -como a Martin Luther King, como a Malcolm X– en cualquier momento. Pero aunque The Trials of Mohammed Alí es un documental mucho más áspero y menos disfrutable (en parte por su edición morosa y escasa en peleas), es -tal vez en forma involuntaria- el que menos tiene de elogio incondicional a Alí, una figura colosal pero, como todo humano, con sus lados sombríos, y contiene material muy poco conocido, como la hilarante participación del boxeador en una obra de teatro de carácter político.
Pero para los adeptos al boxeo, el más fascinante y emotivo de los documentales sobre Alí (junto a When We Were Kings, obviamente) es Facing Alí (Pete McCormack, 2009) que consiste -junto con filmaciones de las peleas- en una completa serie de entrevistas a los principales contrincantes de Alí durante su carrera en el box. Protagonista en ausencia, Alí sólo aparece en filmaciones de época, dejando en su lugar hablar a quienes lo enfrentaron y fueron derrotados por él o lo derrotaron.
Pocas cosas más conmovedoras ha dado el mundo del deporte que la cariñosa amistad entre Alí y Foreman, los antiguos enemigos feroces de la mayor pelea de boxeo de todos los tiempos. Dos hombres religiosos -Alí sigue siendo un firme musulmán, Foreman se volvió evangelista luego de retirarse- que se reconocen ya no como adversarios, sino como compañeros en roles opuestos de un evento histórico irrepetible. Foreman terminó siendo gran amigo de su vencedor y habla de él con un afecto único. Más sorprendente es ver al irreductible Joe Frazier -a quien Alí había calificado injustamente como un “Tío Tom” en una de las acostumbradas mojadas de oreja que solía hacerles a los boxeadores con los que se iba a enfrentar-, finalmente admitiendo haber aceptado las disculpas del bocón Alí y reconociéndole su grandeza como boxeador y como hombre comprometido con su tiempo.
Cuando eran reyes
Pero con todo lo fascinante que es el discurso de Alí -que puede recordar en combatividad e indisciplina al del argentino Diego Maradona, pero con una coherencia que le faltó al futbolista- y cada una de sus peleas, todos los documentales terminan girando alrededor de esa pelea de la que se acaban de cumplir cuatro décadas y que no ha sido superada en importancia simbólica por ningún otro evento deportivo. Con la perspectiva del tiempo, cada uno de los documentales deja en claro que aquel día no importaba que el adversario de Alí no fuera un caucásico descendiente de esclavistas sino el brutal, pero en definitiva gentil (y para nada menos negro) George Foreman. Ni tampoco que el anfitrión de la pelea no fuera un héroe tercermundista sino el brutal dictador Mobutu Sese Seko. Ni que el organizador del evento fuera un delincuente como Don King. En ese combate todos eran figuras simbólicas y todo era simplemente un marco irreal para el regreso de un héroe imposible. El hombre negro y excluido que se había parado frente al Estados Unidos blanco y rico que quemaba niños en Vietnam, y le había mostrado un puño, y había sido castigado pero no se había doblado. Ese día Alí volvía al ring con el mismo puño en alto, en el corazón de África, con una arrogancia tan altiva que ya era una forma de belleza, a enfrentarse con alguien que no era George Foreman, sino -a pesar de Foreman- la representación del desbalance de poder, de toda la fuerza de la opresión, de todas las injusticias vividas por Alí en la defensa de su identidad y su cultura. Y el público de Zaire lo entendió y cantó constantemente: “Alí bumayé. Alí bumayé”. Alí, matalo. Y en el octavo round el adversario cayó, y sigue cayendo una y otra vez en estos documentales llenos de una fibra humana única e irrepetible.