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El músico en la platea

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La edición del libro Los que iban cantando: detrás de las voces (Ediciones del TUMP, 2013), de Guilherme de Alencar Pinto, el año pasado colaboró, entre otras cosas, a revivir la atención en la figura de Jorge Lazaroff (1950-1989), uno de sus integrantes más notorios, y para recordar que el Choncho no sólo era un compositor personalísimo, sino que también fue una voz alta y distintiva dentro de un movimiento no sólo musical, sino también teórico, que proponía una nueva y radical aproximación estética e ideológica al arte en general y a la música en particular. Esta aproximación tiene su expresión más clara en la propia obra de Lazaroff, llena de elementos conceptuales bastante claros y discursivos, pero también tuvo su continuación en un trabajo docente que ha tenido extensas ramificaciones, en la expresión pública del compositor en las entrevistas de su tiempo y en un conjunto de escritos periodísticos realizados en una época en la que el trabajo de músico y el de crítico no parecían colisionar sino complementarse discursivamente en una idea del artista como actor social y no como mero proveedor de entretenimiento.

El presente Escritos reúne el trabajo crítico de Lazaroff, concentrado en 11 notas/reseñas para la revista Asamblea y otras 11 para Brecha, sumadas a un par de autobiografías, algunos diálogos y los planes de un seminario. Se trata de un trabajo bastante escueto y (lógicamente) no orgánico, pero que sin embargo es bastante representativo del estilo y la ideología del autor de Tangatos. Lo primero que resalta es el humor, frecuentemente presente en sus canciones, que emerge tanto de una personalísima adjetivación como de la capacidad para generar momentos farsescos o destratar con elegancia (o mediante dudas e inocencias fingidas) alguna propuesta que le resultara particularmente antipática. Cuando Lazaroff escribía sobre un espectáculo -en un momento en el que cada show tenía algo de evento histórico- lo hacía desde una tábula rasa en la que no presuponía ningún conocimiento por parte del lector de las características del artista y el espectáculo, algo que no sólo es de buen periodista, sino que también era inevitable en los tiempos previos a Youtube. Así, es tan divertido como instructivo leerlo narrar su asistencia a un show de José Luis Rodríguez El Puma, en el que aparentemente terminó cubierto de espuma del escenario, lo que le sirve para montar una farsa acerca de El Puma que sigue siendo graciosísima en estos tiempos en que el venezolano no hace reír a nadie.

Más polémicas que sus observaciones referidas a El Puma -al fin y al cabo, un payaso de las bofetadas para alguien como Lazaroff- pueden resultar las líneas que le dedica a artistas de la Nueva Trova cubana como Pablo Milanés y Sara González, que por entonces -los albores de la primavera democrática del Cono Sur- habían desembarcado en estas latitudes como semidioses portavoces de la divina palabra del socialismo caribeño, desplazando con emotividad y armonías edulcoradas bañadas de “mensaje” a las voces locales que ofrecían propuestas musicales arriesgadas y ásperas con textos más elípticos (algo que tal vez no haya cambiado mucho, si se tiene en cuenta el entusiasmo deslumbrado que siguen provocando rimadores de eslóganes y agitadores profesionales de caderas como los Calle 13 en el público local). Tanto Lazaroff en Brecha como Jaime Roos en Jaque se bajaron del escenario para permitirse polemizar con un culto que, por más que fuera orientado a artistas del Tercer Mundo socialista, tenía mucho de cipayo. La lógica de desmantelamiento de los espectáculos de Milanés y González que propone Lazaroff no es muy distinta -aunque sí más educada y respetuosa- que la que le aplicara a El Puma. Incluso Joan Manuel Serrat, en su colaboración con Mario Benedetti (difícil imaginarse dos tótems más altos para la izquierda cultural de los 80), es sometido a una evaluación similar. Si esos textos conservan su tinte polémico hoy en día, cuesta imaginarse lo que fue en su momento.

Tal vez lo más llamativo de las reseñas de Lazaroff sea la mirada absolutamente modernista (en el sentido global que se le da al término, no en el específico de la teoría literaria hispanohablante, que se refiere a un movimiento literario en particular) de Lazaroff en relación con la música, concebida en su caso como un arte aún en permanente desarrollo evolutivo hacia nuevas formas expresivas acordes con nuevas sociedades, cuya búsqueda se propone como una continua comparación de inconformismos similares. Aunque Lazaroff escribía en momentos en que en Montevideo desembarcaban la teoría y la estética posmodernas, es imposible imaginar cualquier tipo de sintonía de la estricta moralidad creativa del compositor con el relativismo hedonista que crecía y que tal vez afortunadamente no llegó a vivir. La obsesión de Lazaroff, explícita en textos como “Problemáticas”, presente en Escritos, era la de generar una alianza entre la música popular y la vanguardia culta que permitiera a la primera no embrutecerse o volverse previsible y a la segunda mantener sus vínculos con el oyente no entrenado y las masas populares. El siglo XXI hubiera sido muy frustrante para Lazaroff.

Pero no por esto hay que imaginarse al Lazaroff teórico como alguien estricto y dogmático, sino como alguien en permanente diálogo dubitativo con sus interlocutores. De hecho, el texto más notable de esta antología (y el más conocido de su autoría) es “¿?”, que como su nombre indica consiste exclusivamente en preguntas que van desde dudas armónicas a inquietudes político-sociales, y que -aunque se puede intuir que Lazaroff ya se había respondido la mayoría de ellas- se presenta como un compendio de los problemas de difícil solución a los que se enfrentaría cualquier teoría estética de la libertad, un valor jamás olvidado en estas páginas.

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