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El punk nuestro de cada día

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De vez en cuando viene bien para el espíritu colocar un CD de rock nacional en el reproductor de turno y escuchar que arranca con la expulsión de un acorde distorsionado y podrido al mejor estilo “Holidays in the Sun”, de Sex Pistols. Sin vueltas ni firuletes, directo al grano como dermatólogo apurado. Un punteo minimalista, versos con guitarras muteadas con la palma (palm mute, para los entendidos), un estribillo con un contagioso “oh, oh, oh, oh” y una letra que probablemente le habla a una mina (“cuando apareciste estaba de paseo el cancerbero / y volaron por el aire / reinas, torres y monedas / de la fuente del deseo”); con esos ingredientes Buitres cocina su infalible plato de punk rock desde hace 25 años. Y lo vuelve a hacer desde el puntapié inicial de su duodécimo disco (Canciones de una noche de verano): “La fuente del deseo”.

El corte de difusión del nuevo álbum, “Anillo de papel”, de tintes pop cincuenteros y aires rockabilly -con sus guitarras limpias, sus rítmicas palmas y sus amanerados coros “uh” y “ah”-, podía hacer pensar que la vuelta de Buitres luego de cuatro años venía más volcada hacia el pop, pero el disco tiene la dosis justa para no pasarse al extremo; además, las aproximaciones pop suenan frescas y alejadas del chicle radiable omnipresente. Así las cosas, encontramos temas de pura cepa punk, como “Noches de cine”, con una buena machacada de batería en la introducción, el riff punk por excelencia que liga dos acordes a la carrera repetidamente -estándar patentado por Steve Jones en “God Save The Queen” (sí, es la segunda vez que se nombra a Sex Pistols; es que cuando se trata de punk rock puro y duro, de ahí salió todo, señora)- y Gabriel Peluffo que canta sobre La Dolce Vita, y una de las escenas más famosas de la historia del séptimo arte: “Cine en verano, / la plaza es un primor. / Anita Ekberg de pronto me miró, / extraña situación, la imagen se congeló, / Mastroianni en la fuente no sabía qué hacer”.

Los temas punkeros pueden pecar de abusar demasiado del recurso del coro “uh uh”, pero, como siempre, seguro darán lugar a los momentos más tribuneros en las presentaciones en vivo, con esa interacción entre la banda y su fiel público de la que Buitres ha hecho escuela en el ámbito del rock vernáculo. De las canciones punk, probablemente la mejor es “Normal”, que, al igual que la que abre el disco, parece que le habla a una muchacha: “Sólo tengo que decir / lo indispensable, nada más, / aquello urgente y callar. / Caminabas y te vi”. El estribillo arranca con la típica metáfora buitrera: “Las flores alumbran tu pelo, / los dioses están muriendo a mi lado. / Se encuentran al fin nuestros sueños / y por un instante / todo parece normal”.

Entre las canciones que se distancian del punk rock cuadrado -vaya pleonasmo- hay algunas muy interesantes. Por ejemplo, “Canelón”, una canción country-rockabilly de hipnótico ritmo, con una melodía vocal pegadiza y certeros punteos en las bordonas que hacen recordar a lo mejor de la desaparecida banda Vieja Historia, pero con el toque buitre, inherente a las guitarras de Gustavo Parodi y Pepe Rambao, y a la particular voz de Peluffo, que se manda una de las mejores interpretaciones vocales del disco. Como buen tema country, la letra habla de una leyenda: “En el río Canelón, / una noche una niña se perdió. / Las muchachas del lugar / no se atreven por el puente pasar”.

El álbum también tiene espacio para temas más tranquilos, como la balada acústica “Zurcidos invisibles”, con sus coros femeninos y el final en plan power ballad, en el que, sobre el nacimiento de las guitarras eléctricas, Peluffo se lamenta: “Y ella no está, / se va, / como el dolor, / no duele más. / Vino y se fue / a otro lado del juego, / sin beso ni adiós”. Otro tema de corte acústico -pero de tempo más acelerado- es “Esa mirada”, con su insistente coro que repite el título del tema hasta que nos dan ganas de ver esa mirada para comprobar el porqué de tanto entusiasmo.

“¿Dónde estás?” es una canción con una introducción idéntica a la de “I’ll Feel a Whole Lot Better” (The Byrds), que quizá también le hable a una mina, pero su letra arranca con una metáfora que puede hablar de todo y de nada: “Mariposa de metal, / dónde fuimos a parar. / Aquel viento no alcanzó, / el invierno nos atravesó”. Pero luego se devela el misterio y queda claro a quién le habla -sí, a una mina-: “El beso extraña a los labios, / el tesoro al ladrón, / y mis manos a vos, ¿dónde estás?”. El álbum cierra con un toque distinto: la dulce “Música de bordeadoras”, un tema de atmósfera melancólica con un delicado piano sobre el que Peluffo canta acompañado otra vez por un coro femenino: “Quiero que el mundo entero / escuche que te quiero”.

Canciones de una noche de verano está producido por el estadounidense Jimmy Rip, un músico de vasta trayectoria: actual guitarrista de Television, que también supo colaborar con Jerry Lee Lewis y tocar la guitarra en el mejor disco del señor Mick Jagger: Wandering Spirit (1993), entre otras tantas andanzas. Rip también mete mano a las seis cuerdas en dos temas: “Noches de cine” y “Música de bordeadoras”. El trabajo de producción es, sin duda, uno de los más finos de la discografía de Buitres, con un sonido pulido, de guitarras claras, brillantes y potentes, y con cada plano de instrumentos bien balanceado y destacado en la mezcla.

Quizá el lado más flojo del disco sea el de las letras; primero, por su contenido: la mayoría tratan de casi lo mismo (una mujer, el amor, la pareja y afines), y luego por su forma, que tampoco varía demasiado (muchas metáforas, algunas un poco zonzas o simplonas, y alguna inversión de manual: “El beso extraña a los labios, / el tesoro al ladrón”). Pero se podría argumentar a favor de la banda -aunque lo mismo vale en su contra- diciendo que ésa, más o menos, siempre fue la línea que siguió Buitres en sus letras: es difícil que cambie en el duodécimo disco. En ese aspecto nunca fueron los Pistols del punk rock nacional, así que tampoco cabría esperar contenidos más comprometidos, como la anarquía, el aborto o qué va a pasar con el futuro.

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