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El Rubik de 2014

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Diez grandes discos del año que pasó.

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Los años son cada vez más difíciles de analizar desde el terreno de la música. Con subgéneros que se subdividen a la n como múltiples mutaciones de virus, todo parece ir demasiado rápido para agarrar un nuevo movimiento o acontecimiento al vuelo. Quizá como elemento más interesante de esta lista de lo mejor del año en música internacional, sea un movimiento más sincero y despojado, distinto de ese enaltecimiento hípster del entrecomillado y el guiño.

10. Love Ain’t No Mystery, de Lewis: La historia es casi demasiado buena para ser verdad. En 1984 un músico desconocido, lacónicamente llamado Lewis, saca L’amore, una obra romántica marcada por el minimalismo y arreglos de teclados ochentosos, que pasó por aquella década sin pena ni gloria. Más de 20 años después, gracias a los trabajos de excavación obsesiva de los melómanos de la red, el disco se redescubre como una auténtica joya y comienzan las laberínticas averiguaciones sobre la vida del compositor (incluso se llega a suponer su muerte). Luego de un par de años, no sólo descubrimos que Lewis no está muerto, sino que también tiene otro disco de los 80 en su haber -el mucho más futurista y exagerado Romantic Times- y un disco en pleno proceso de posproducción. El resultado es Love Ain’t No Mystery, un trabajo obsesivo y casi mántrico que se aparta radicalmente de los arreglos electrónicos de su pasado, y en el que escuchamos únicamente a Lewis con su guitarra y una voz ya mucho más desgastada, pero igualmente melancólica y profunda, volviendo una y otra vez sobre versos hasta que empezamos a descubrir pequeñas transformaciones, cambios de tono y verdades ocultas entre ellos.

9. A Million Miles Away, de MACROSS 82-99: Nacido de las profundidades del submundo virtual de los memes y el coleccionismo de samples, el género vaporwave surgió de una nostalgia tramposa, tomando el smooth jazz de ascensor, la sensualidad cromada de saxofones de películas eróticas de los 90, el pop de oficina y samples de Sade. MACROSS 82-99 posiblemente no sea la banda que haya llevado de forma más insigne los recursos del vaporwave (en ese sentido habría que remitirse a Saint Pepsi y el excelente último trabajo de Flamingosis), pero es de las que se lanzaron más de lleno a los beats bailables, con un disco redondísimo e imposible de escuchar sin comenzar a mover los hombros.

8. Soused, de Scott Walker + Sunn O))): Si el arte se tratara de romper todos los límites de lo que puede ser una pintura, una película o una canción, el exponente máximo de esta noción sería Scott Walker. De orígenes estadounidenses, pero radicado en Inglaterra, Walker comenzó su carrera como líder de una banda melódica para chicas llamada Walker Brothers, pero posteriormente fue volviéndose un músico cada vez más reclusivo, llegando a un mundo cada vez menos relacionado explícitamente con la música, más cerca del teatro, el cine o el arte en términos cuasi abstractos. Luego de la tremenda trilogía de Tilt, The Drift, Bisch Bosch (con el último en su trabajo más logrado, una pieza avant garde que le saca varias cabezas a todo el experimentalismo operístico de los últimos años), el músico se une con la banda más densa y oscura que haya dado el drone y el sludge metal: Sunn O))). Compuesta por capas de distorsión cada vez más densas y enlentecidas, el dúo de Seattle es la versión más fidedigna de un auténtico alud de nieve negra. Entre la negrura letrística y compositiva de Walker y la del sonido de las guitarras de Sunn O))) el resultado era esperable: uno de los discos más densos y tenebrosos que se hayan editado en el año. Quizás no llegue al nivel de perfección y riesgo formal y tímbrico de Bisch Bosch, pero hay Walker para rato, con un mundo de referencias que van desde una oda sadomasoquista a Marlon Brando hasta canciones de cuna iroquesas y referencias a movimientos totalitarios.

7. Transgender Disphoria Blues, de Against Me!: En 2012, Thomas James Gabel, cantante de Against Me! anunció en los medios su decisión de cambio de género, suplantando su antiguo nombre por el de Laura Jane Grace. En sus tiempos de “Thomas” venía sufriendo durante años el conocido síndrome de disforia de género, que acarreó en la oscuridad durante años, mientras se cimentaba como una voz tan desafiante como vital en la escena de los anarcopunks (con auténticos himnos como “I Was a Teenage Anarchist”). Transgender Disphoria Blues es, tal como lo indica el nombre del álbum, una obra casi conceptual sobre el doloroso proceso de aceptación. Lejos de ser un disco autolesivo, en un año atravesado por álbumes de tono confesional, esta obra tiene un poder inmenso: el dolor se vuelve fuerza y la autoafirmación se aparta radicalmente de la victimización.

6. Faith in Strangers, de Andy Stott: Faith in Strangers comienza con “Time Away”, un tema ambient en el cual sólo escuchamos una bocina solitaria, que resuena en una vastedad oscura, como si fuésemos un náufrago flotando en la inmensidad del océano mientras un buque se abre paso de forma lejana, sin percatarse de nuestra presencia. Si en su anterior trabajo, el excelente Luxury Problems, nos metíamos a través de las voces sampleadas de Alison Skidmore en un mundo envuelto en una sensualidad fría, el efecto de Faith in Strangers es menos envolvente, pero más fascinante. Una obra en la que sentimos seguir a nado, a una distancia prudencial y fascinada, un ser u objeto que avanza lentamente por la superficie marina, sin tener idea de nosotros, parte de un mundo completamente desconocido.

5. Benji, de Sun KillMoon: Mark Kozelek, antiguo integrante de Red House Painters, siempre se había conocido por su tono “confesional”, pero difícilmente haya un trabajo más directo y transparente como el logrado en Benji. Lo doméstico, rural e íntimo es algo que ya ha sido abordado por una multitud de artistas del alt-folk -con John Darnielle como uno de sus mayores emblemas- pero lo más particular de Sun Kill Moon es lo diáfano de sus relatos, unas historias sin artilugios y prácticamente sin metáforas, pero al mismo tiempo, con un tono que no le tiene miedo a caer en algún lugar común cuando tiene que hacerlo, ni en un punto emotivo que habría sido expurgado en una composición más aséptica y cerebral. Benji es, como se venía diciendo, un álbum confesional sobre la relación entre un artista y sus orígenes -quizás, incluso, con su país- pero enmarcado en unas historias que parecen provenir, más que de una minuciosa pluma de compositor, de la voz de un desconocido durante un viaje de avión, en un taxi o en la barra de un bar.

4. Singles, de Future Islands: En un terreno musical cada vez más atomizado, es difícil encontrar algo semejante a un acontecimiento. Hay múltiples nichos, múltiples públicos, una multitud de microconciertos para microidentidades y microestéticas, y todo parece perderse en la fragmentación. En este complejo marco, difícilmente haya habido un suceso singular tan sorprendente como la presentación en vivo de Future Islands en el programa de David Letterman, donde veíamos una actuación antológica de Samuel T Herring, una especie de Kevin Spacey de camiseta negra apretada bailando de una forma extrañísima y alternando sus versos románticos y melódicos con sonidos guturales que parecían propios de un conjunto de doom metal. La imagen de Herring golpeándose el pecho, con una exposición emocional imprevista para todo aquello a lo que estábamos acostumbrados, fue la puerta de entrada a una de las bandas más intensas en vivo, con un disco con temas que no pueden llegar a las cimas del single “Seasons”, pero con momentos cercanamente impactantes y emotivos. En un terreno de la crítica en el que, en medios como la Pitchfork, pareció casi omnipresente esa nueva camada de hip hop o r&b gélido del estilo de FKA Twigs, Future Islands es tanto una anomalía como un hálito de vida.

3. Say Yes to Love, de Perfect Pussy: En los últimos años, gran parte de las bandas de espíritu punk más combativo fueron lideradas por mujeres. Say Yes to Love está marcado por un sonido hardcore tan saturado, que a veces es difícil distinguir las letras detrás de la furiosa voz de Meredith Graves. Sin embargo, es cuestión de agarrar el librillo para descubrir ese mundo que se agita como una violenta colonia de hormigas rojas detrás de la corteza muerta de un árbol. 2014 fue un año de discos confesionales, pero de ésos marcados por confesiones incómodas, violentas, una supuración de verdades distintas a la suave introspección proustiana. Say Yes to Love es entrar a la cabeza de Meredith Graves, un sincericidio eccematoso, con un nivel de análisis que por momentos parecería como si el pensamiento fuese tan rápido y tan hondo que en su carrera se pisara los mismos talones. Un disco que extrae de lo autodestructivo su propia fuerza. Un sistema al borde del colapso, que parece invencible y al mismo tiempo perpetuamente roto.

2. Lost In the Dream, de The War on Drugs: Lost In the Dream avanza de principio a fin como planeando sobre la cabeza del escucha con la gracia de esas aves que prácticamente no necesitan aletear. Tal imagen es el equivalente más exacto de las guitarras, que atraviesan suavemente todo el disco, casi fundiéndose con el teclado, de una forma orgánica pocas veces vista en el rock actual. Luego de álbumes inmensos como Slave Ambient, la banda llega con un disco de exploración sónica, pero que al mismo tiempo parece tomar de forma dignísima la posta de muchas figuras claves del rock clásico, como Tom Petty, Bruce Springsteen, o incluso Dire Straits. Una colección de temas perfectos, como “Red Eyes”, o “Under the Pressure”, marcados por una solidez sonora y compositiva difícil de comparar.

1. To Be Kind, de The Swans: Es un mundo difícil para los viejos. O quizás, al contrario, demasiado fácil. En un entorno en el que la mayoría de bandas antiguas se reúnen en giras para convertirse en una pseudo banda de covers de lo que supieron ser en su juventud, el caso de los Swans es completamente inusual, con un Michael Gira de ya 60 años (y de más de 30 de músico) en el pico de su capacidad, originalidad y calidad compositiva. The Seer ya había oficiado como una maximalista obra de arte que mostraba los difusos límites de lo que podía realizar la nueva formación de los Swans (un colectivo con múltiples mutaciones, que fueron desde lo industrial hasta lo folk, pero siempre en un camino propio, casi una corrida con los ojos vendados por los pasillos de una cristalería), y era difícil que pudiera llegarse nuevamente a puntos tan altos. Sin embargo, nuevamente con un disco doble, To Be Kind es la muestra de que con los Swans hay material para rato, con canciones que más que canciones parecen distintas etapas de una especie de ritual, una misa pagana en donde la catarsis y el hybris se prolongan al ritmo de esos in crescendo que perduran durante diez, 15 minutos, sin que dejemos un segundo de prestar atención. To Be Kind es la vuelta a un placer herético perdido, lo que tocarían los druidas de volver a los sacrificios en la actualidad. Una vuelta nietzscheana a Dionisos, o un recordatorio de lo que quedó atrás en el rock, pero también de todo lo que sigue pudiendo ser.

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