William Gibson acaba de publicar The Peripheral, su décima novela hasta la fecha, decimoprimera si contamos The Difference Engine (La máquina diferencial en la traducción de la editorial La Factoría de Ideas), escrita en colaboración con Bruce Sterling. La ocasión, entonces, es propicia para repasar a vuelo rasante la bibliografía gibsoniana, que no es del todo fácil de conseguir en Montevideo, en papel al menos, salvo por las que permanecen como las dos últimas novelas de este autor traducidas al castellano: País de espías e Historia cero, ambas en el sello Plata de Ediciones Urano.
La consagración de William Gibson se dio con Neuromancer (Neuromante, 1984), para muchos la novela de ciencia ficción más importante de la década de 1980 y momento fundacional de la estética (o el subgénero) ciberpunk. Leída 30 años más tarde, sigue siendo brillante, y es interesante encontrarle elementos que después no fueron incorporados a la serie de novelas más estrictamente ciberpunk de su autor, semillas, podría decirse, de una carrera ucrónica o alternativa de William Gibson. Por ejemplo, buena parte de la novela transcurre en una estación orbital, y el tratamiento de esa escenografía (con atención a cosas como la rotación, la fuerza centrífuga, la gravedad artificial, etcétera) es bastante similar al que cabía encontrar en la corriente neo-hard de la ciencia ficción más setentera, la de Larry Niven, por ejemplo. Del mismo modo, hacia el final aparece una referencia a inteligencias alienígenas que parece salirse del ámbito más estricto del ciberpunk, urbano, noir y deliberadamente alejado de las marcas de género más comunes de la ciencia ficción.
Vale la pena detenerse también en las diferencias de corte formal entre Neuromante y el resto de la obra gibsoniana: en esta primera novela la acción está narrada siempre desde el punto de vista del protagonista, el “cowboy de consola” Henry Case, arruinado neurológicamente por sus antiguos jefes y ganándose la vida como puede en una bastante distópica Chiba City, Japón. En novelas posteriores (en todas las novelas posteriores, de hecho, con la única excepción de Pattern Recognition, de 2003, traducida como Mundo espejo y para no pocos lectores la mejor novela de Gibson) siempre encontramos un conjunto de protagonistas (dos en Virtual Light, cuatro en Mona Lisa Overdrive) cuyos relatos fuertemente focalizados en sus “puntos de vista” van intercalándose capítulo tras capítulo.
La trilogía del Ensanche
Antes de Neuromante Gibson había publicado una serie de cuentos en revistas y antologías; la mayoría podrían cómodamente ser considerados ciberpunk, pero también apuntan a otras líneas de exploración narrativa, esos caminos no tomados que señalaba más arriba, acaso porque el ciberpunk resultó ser la opción más fértil. De todas formas, entre estos cuentos primerizos (que serían recopilados en el libro Burning Chrome, de 1986, traducido al castellano como Quemando cromo) se destacan tres: “Johnny Mnemónico” (1981), “Quemando cromo” (1982) y “Hotel New Rose” (1984), cuya trama transcurre en el Sprawl (“Ensanche” en la traducción), una megápolis futura (la acción, si bien Gibson no lo señala explícitamente en sus ficciones, se ubica hacia 2030) que se extiende entre las actuales Boston y Atlanta, en un paisaje de edificios inmensos y domos, con su propio clima y por fuera del ciclo planetario del día y la noche gracias a la permanente iluminación artificial.
Gibson escribiría después dos novelas también ambientadas en esta megaciudad, de modo que es muy común encontrar referencias en las bibliografías en uso a la “trilogía del Ensanche”, que además de Neuromante incluye Count Zero, de 1986, traducida como Conde Cero, y Mona Lisa Overdrive, de 1988, traducida, hay que reconocer que con imaginación, como Mona Lisa acelerada. El arco narrativo que une estas novelas, además de revisitar lugares y corporaciones y de trabajar la noción de “ciberespacio” en tanto ámbito de realidad virtual o “alucinación colectiva”, es la historia de una IA, una inteligencia artificial. En Neuromante se habla de dos computadoras que se fusionan para dar origen a una entidad superinteligente que se convierte en algo así como la suma del conocimiento humano. Para el momento en que transcurre la acción de Conde Cero (siete años después de los acontecimientos de su predecesora) esta IA se ha fracturado, no queda del todo claro por qué, en una serie de subentidades que se manifiestan en el ciberespacio con las imágenes y personalidades de los espíritus divinos del vudú haitiano conocidos como loas. En Conde Cero, entonces, vemos a estas entidades “guiar” o “manipular” a los personajes a modo de piezas de ajedrez, mientras que en Mona Lisa acelerada atisbamos algo así como un “plan” para la humanidad de estas facetas o fragmentos de la IA. Esta última novela, además, incorpora la idea de una conexión wetware o bioware (es decir, entrar al ciberespacio sin una consola) y la noción borgesiana del Aleph, enteramente resignificada en un contexto de ciberespacio y realidad virtual. En cierto sentido, Mona Lisa acelerada es la más compleja de las creaciones de Gibson y, al menos para este reseñista, su mejor novela.
La trilogía del Puente
Uno de los clichés más reiterados de la crítica literaria o cultural a este género es que el cambio tecnológico se ha vuelto tan vertiginoso que la noción del futuro ha de reformatearse, y así la ciencia ficción, que había reclamado para sí cierta posición de relieve a la hora de hablar del porvenir, se habría quedado atrás en ese sentido. De ahí que no falten declaraciones del tipo “la ciencia ficción está agotada”, generalmente propuestas por gente -el argentino Pablo Capanna sería un buen ejemplo- que no ha leído ciencia ficción publicada después de 1980. La obra de Gibson, pensada desde esa problematización del concepto de “futuro”, plantea un recorrido bastante claro: su segunda trilogía, o “trilogía del Puente”, está ambientada mucho más cerca del presente de su escritura que la primera (de hecho, para 2014, ya pertenece a una historia alternativa, en tanto sus novelas transcurren entre 2006 y 2012 aproximadamente), pero las estrategias para generar significado siguen siendo las de la ciencia ficción, lo cual, en sus mejores momentos, genera una poderosa sensación de extrañeza.
Los libros que la integran son Virtual Light (1993, traducida como Luz virtual), Idoru (1996) y All Tomorrow’s Parties (1999, traducida como Todas las fiestas de mañana). Quizá Luz virtual pueda pensarse como la más floja de las novelas de su autor. Recoge cierto clima de novela negra (tan presente en Neuromante) y lo modula hacia un thriller enfocado hacia la acción, con un ex policía devenido guardia de seguridad buscando a una chica que vive en la favela del Puente y encontró unos lentes de alta tecnología codiciados por la mafia. Esa focalización en los elementos de acción y aventura (picaresca, incluso) la hace más fluida y fácil de leer que cualquiera de los libros de la trilogía del Ensanche, pero también le quita brillo e interés; quizá Gibson se dedicó conscientemente a enmendar ese pequeño bache con Idoru, definitivamente entre sus dos o tres mejores novelas, que incorpora una idea posteriormente explorada a fondo, la de la posibilidad de detectar “puntos nodales” en la historia, personas, acontecimientos o cosas que tienen el potencial de generar cambios de gran alcance. En Todas las fiestas de mañana esa idea es central, y uno de sus personajes -el protagonista de Idoru, de hecho- predice la emergencia inminente de un punto nodal que cambiará drásticamente la civilización.
La trilogía Blue Ant
Con Pattern Recognition (2003, Mundo espejo), Spook Country (2007, País de espías) y Zero History (2010, Historia cero) Gibson deja de lado el futuro, a su manera. Las tres novelas transcurren en la primera década del siglo XXI y remiten, más o menos explícitamente, a una serie de acontecimientos presentados como de gran importancia, incluso con carácter de “punto nodal”. Así, Mundo espejo remite al atentado al World Trade Center del 11 de setiembre de 2001, País de espías a la Guerra al Terror y la ocupación de Irak, e Historia cero a la crisis financiera de 2008. El recurso que comenzaba a despuntar en la trilogía del Puente -hacer aparecer en la imaginación del lector un futuro apenas diferente a nuestro presente como si fuera un mundo completamente exótico- es empleado al máximo de sus posibilidades, y de hecho no falta quien señale que, en rigor, esta tercera trilogía (se la llama “trilogía Blue Ant” por una empresa ficcional que es mencionada en los libros, o también “trilogía de Bigend” por uno de los personajes recurrentes, el millonario belga Hubertus Bigend) transcurre en una suerte de “presente alternativo”.
Este recurso podría pensarse en relación a no detallar las tecnologías o los gadgets en sí mismos sino más bien concentrarse en el “efecto” de la tecnología en las sociedades y los individuos, en la manera en que las tecnologías nos hacen quienes somos y siempre nos han hecho quienes somos. En ese sentido, se vuelve emblemático el personaje de Cayce Pollard, protagonista de Mundo espejo y personaje secundario de Historia cero, con su capacidad para “analizar tendencias” (en la misma línea del Colin Laney de Idoru y su habilidad para detectar “puntos nodales”) y su “alergia” a las marcas comerciales, que deriva, en Historia cero, en la creación de una “marca secreta” que deconstruye el discurso de la publicidad y resignifica la noción de producto comercial.
Las novelas de la última trilogía de Gibson construyen también una suerte de “mundo secreto” (quizá el “mundo espejo” que privilegiaron los traductores de Minotauro) sutilmente aludido; en País de espías, por ejemplo, buena parte de la trama tiene que ver con las actividades de un ex agente de inteligencia (el padre de la Cayce Pollard de Mundo espejo) que pretenden alterar el orden de las políticas del gobierno de maneras jamás explicitadas y con resultados tampoco expuestos en la novela. Del mismo modo, las marcas secretas aludidas en Historia cero apuntan a una suerte de realidad aparte del consumo y las tendencias. En ese sentido, el gesto de emplear recursos de ciencia ficción para novelar el presente (cuando la mayoría de los novelistas, evidentemente, novelan el pasado) le sirvió a Gibson para escribir sus libros más alejados, a primera vista, de la ciencia ficción. Y, a la vez, los más extraños e inquietantes.
Cabe ponerse a pensar si la ciencia ficción es un género, si es un conjunto de procedimientos, si es un catálogo de temas y figuras; leer la obra de Gibson desde esa discusión también es posible. The Peripheral, por otra parte, no sólo está ambientada en el futuro sino que, de hecho, plantea dos futuros alternativos o quizá más. ¿Será el retorno de su autor a la ciencia ficción? ¿O será que realmente jamás se fue?