El martes ocurrió uno de esos muy ocasionales eventos que pueden concebirse como importantes en la escena musical. Desde noviembre, como si fuera un ser que con el calor hubiera salido de su cámara criogénica, Montevideo se colmó de conciertos y nuevos escenarios. Se destaca el ya conocido entorno de toques al aire libre de Ideas+, pero sobre todo la muy lúcida gestión de Patricia Papasso, que aprovechó la estructura de la sala Vaz Ferreira (durante varios años prácticamente cerrada con llave en el subsuelo de la Biblioteca Nacional, sólo ofreciendo el espacio a los ácaros) para realizar el ciclo Esquizodelia (con bandas de dicho sello) y el Out/Aut, que supo incluir en su grilla bandas y solistas como Laura y los Branigan, La Hermana Menor, Los Hermanos Láser, Garo, Diego Rebella y Eté y los Problems.
El armado de los shows del primer ciclo, con una excelentemente calibrada articulación entre los organizadores y Tevé Ciudad, fomentó una puesta en escena atractiva, con luces fluorescentes y una acústica propia de la arquitectura del auditorio, que resulta poco usual en los pocos lugares que suelen abrirse a estas bandas, más acostumbradas a los sótanos, los boliches microscópicos, las librerías, los hostales o espacios improvisados. En cierto punto, hay una imperiosa necesidad de terrenos intermedios entre estos lugares y los escenarios masivos.
Más allá de las señales de buena salud que constituyen estas aperturas y emprendimientos, el martes, en la presentación de Julen y la Gente Sola se sintió la particular efervescencia y la emoción que suele caracterizar el puntapié de una carrera o, quizá, la cristalización de una nueva escena o micromovimiento. El disco de la joven banda, recientemente disponible para descargar en el sitio j julenylagentesola.bandcamp.com, había sido extensamente señalado por medios como la diaria, entre otros, y el interés respecto del grupo se desperdigó rápidamente. De este modo, se congregó en la sala gente que ya curtía el trabajo de esta formación desde sus primeras apariciones, en los materiales colgados en la página Estampita y Nikikinki, pero mucha otra para la que era la primera vez de verlos en vivo. Enfrentando el riesgo de no estar a la altura de las expectativas, el toque no tuvo ni un solo pifie, al tiempo que no perdió un ápice de la vitalidad y emoción que respetaban el tono confesional -pero no por ello autístico y autolesivo- de las canciones. De algún modo, Julen terminó de configurarse en algo así como el nuevo mascarón de proa de una generación más joven del indie actual, parte de los retoños que quedaron de aquellas otras bandas ya superinstaladas en la escena independiente, como Carmen Sandiego y Tres Pecados (resurgida de las cenizas en la nueva formación liderada por Pau O’Bianchi, de Alucinaciones en Familia).
En el marco de toques urgentes pero cada vez mejor armados y concebidos, mañana y el domingo tendrá lugar la cuarta edición del Peach and Convention, evento que traduce al inglés la famosa esquina de Jaime Roos, convirtiéndola en escenario y feria de comida, ropa y discos independientes. Quien fue a todas las ediciones puede dar fe de cómo la organización fue puliéndose -pueden hallarse antecedentes en las ferias de sellos hardcore en el skatepark del Buceo- y cómo, de alguna manera, el escenario se convierte en una muestra muy práctica de lo que está por venir o, al menos, de algunas de las inquietudes de los grupos más jóvenes. Además, la estructura del festival (cogestionado por los músicos y sellos Esquizodelia, Feel de Agua, El Octavo, Estampita y Vía Láctea) no admite a músicos que hayan repetido participación en las últimas dos ediciones (punto que deja afuera a Carmen Sandiego y Julen y la Gente Sola, mencionados más arriba). Esta decisión favorece el propósito de no anquilosarse en algunas bandas de referencia.
Juventud, divino tesoro
Quizá sin una grilla tan variopinta como la del año pasado (edición que será recordada por la súbita irrupción de Jaime Roos, que dijo unas palabras y fue celebrado por los presentes), la nómina de músicos abarca varios géneros y edades, desde las recientes O’Neill e Hijo Agrio a conformaciones con larguísima trayectoria, como RRRRRRR (entre múltiples reencarnaciones, disoluciones y disputas, viva desde 1987) y Estado de Fetidez, activa desde sus comienzos más punk en 2000.
Entre las propuestas más insulares de la nueva camada está la banda Planetarios, una desprolijísima fusión entre cumbia y punk que en cierto punto retrotrae a la movida cumbiera de La Plata, aunque con una propuesta mucho más áspera y estridente. En algún sentido, esta idea de lo áspero parece un sello de las nuevas generaciones. En los discos de la primera camada de bandas indie, el lo-fi parecía una especie de celebración de bandas como Guided by Voices, Pavement y Beat Happening, una búsqueda estética concentrada en las atmósferas que brindaba ese sonido. En los sellos más recientes, como Estampita -una especie de estratificación de Nikikinki Records, parte de cuya gracia era ser una especie de espacio sin ningún tipo de criterio en cuanto a qué subir y qué no-, salvo en algunos casos como Comunismo Internacional, el lo-fi parece más bien producto de las circunstancias: un carácter propio de la inmediatez de grabación y las facilidades que brindan las nuevas tecnologías.
La disputa de la juventud es un bizantinismo clásico del punk, un movimiento que en su cúspide llegó a concebir como irrecuperablemente viejos a músicos como Jonathan Richman, que en el primer álbum de Modern Lovers tenía arriba la abultadísima cifra de 25 años (algo por lo que llegó a cantar su famoso tema “Dignified and Old”). En un plano paralelo al de la edad, también corre el del profesionalismo; muchas veces se instalaba el conflicto neurótico de necesitar la frescura de la ejecución amateur, en un marco en el que con la experiencia dejaban de serlo (por supuesto, no era todo tan blanco y negro, y había casos como el de los calibradísimos Television). El punk tiene una sobreabundancia de casos, como el de Swell Maps, considerada por algunos la banda más profesionalmente no profesional que haya existido, o The Mekons, que comenzó como una banda de no-músicos de carácter más que nada político, que se fue profesionalizando hasta convertirse en una muy cuidada banda de alt-folk.
El caso de las distintas conformaciones de Pau O’Bianchi puede ser un buen ejemplo de estos aconteceres. De sus comienzos en Tres Pecados con discos hoscos e inmediatos, como Pesadillas y grabaciones lo-fi experimentales como Dios salve a la muerte, transitó a su formación actual, Alucinaciones en Familia, que es, por lejos, el trabajo más pop y cuidado de su autoría, una superbanda que ya oficia en la interna de los sellos como una especie de Broken Social Scene. Posiblemente, Alucinaciones en Familia sea el grupo más maduro de las formaciones de los sellos jóvenes; esto sorprende, teniendo en cuenta el poco tiempo que pasó desde sus primeros discos. En la otra esquina, entre lo más entrópico y poco enarbolado se puede encontrar a los ya mencionados Planetarios, Los Zalvajes y O’Neill (que en la conformación de temas posee, sin embargo, una asombrosa sensibilidad pop).
Las cabezas de la hidra
Fuera de esta evidentemente forzada bipartición en cuanto a pulido de sonido, Hijo Agrio es una de las bandas más intensas que haya dado la escena actual, un grupo rodeado de oscuridad y lisergia, con un pie bien metido en el stoner rock, que lo distancia de la mayoría de las bandas uruguayas. En algunos toques, verlos en vivo sorprende por cómo, aun utilizando la misma amplificación, llega a un nivel de ruido que no había alcanzado ninguna otra banda. Citando la fantástica This is Spinal Tap (Rob Reiner, 1984), algo así como si le hubieran encontrado el volumen 11 al amplificador.
Un lugar distinto ocupan las bandas con integrantes ya mayores, Chino e Iván y los Terribles, a las que en algún momento en este espacio se había emparentado, no sólo por ciertos lazos generacionales en común, sino por la omnipresencia distorsionada del bajo como instrumento líder.
También hay otras bandas, como Vaimaca (que presenta un dub muy bien arreglado, bastante distinto a todo lo emparentado al reggae que circula por acá), Cielos de Plomo y Jhona. Las dos últimas sólo tienen un tema de difusión, por lo que es difícil sacar conjeturas de su sonido, pero se caracterizan por un trabajo muy cuidado en las atmósferas. En la última prima un tenor poético que ya se podía ver en Bruno Stroszek o Ataque Chino, y que de cierta manera responde al perfil más auterista de Vía Láctea Ediciones.
Más allá de ser un buen estetoscopio de la música independiente, Peach and Convention muestra cómo, a pesar de los constantes cierres de lugares y espacios para tocar, la música fluye como un organismo que, como la hidra mitológica, cuando se le corta una cabeza brotan tres más. Un mito de perpetua juventud y múltiple renacer que toca al sonido y los tópicos de las mismas bandas.