Ingresá

El próximo capítulo

6 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

True Detective, la nueva apuesta de HBO.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Como se ha dicho muchas veces en los últimos años, la televisión está pasando -al menos en el hemisferio norte- por una segunda edad de oro, fogoneada por las tremendas libertades narrativas y expresivas que permitieron algunos canales de cable y el descubrimiento de las posibilidades creativas de un formato que permite estirar una narración mucho más allá de las dos horas y media de una película. Pero todas las edades de oro se han terminado en algún momento. A 15 años del primer episodio de The Sopranos -serie que suele ser considerada el comienzo de todo este auge, muchos se preguntaban si ese momento privilegiado no se estaría terminando junto con la extraordinaria Breaking Bad. Parecía que se habían encontrado los límites expresivos del medio. Más allá de la revolución que implicó la llegada de Netflix, que ofreció una nueva forma de consumo, lo cierto es que desde el debut de Breaking Bad, hace ya un lustro, ninguna nueva serie -pese a la excelente calidad de algunas- parece siquiera intentar llevar más allá los notables parámetros de calidad impuestos por productos como The Wire o Arrested Development. Pero, una vez más, HBO parece haber asumido ese riesgo: aunque todavía es temprano para hacer pronósticos triunfalistas, tal vez True Detective, la nueva apuesta del canal de cable, sea la esperanza de que esta revolución de la más popular de las artes no se haya detenido.

El gótico yanqui

Hay cierta ironía en el nombre True Detective (‘auténtico detective’ o ‘detective de verdad’): hace referencia al realismo de la serie, basada más en conversaciones y retratos verosímiles de personajes que en acción televisiva (al tercer capítulo, todavía no se ha visto un tiroteo, y la dosis tradicional de violencia en pantalla es mínima); pero también remite a los títulos de las revistas de relatos policiales pulp de los años 30, que fueron una respuesta realista y callejera a los edulcorados y aristocráticos mundos detectivescos propuestos por Arthur Conan Doyle y Agatha Christie. Hoy es evidente que en general las historias de detectives de las revistas pulp estaban tan estetizadas y llenas de facilismos como las otras, pero hechas a partir de un modelo más áspero y callejero.

En las entrevistas previas al lanzamiento, Cary Joji Fukunaga -director de los ocho episodios que componen la primera temporada- indicó como referencia el naturalismo de The Wire, de David Simon, pero las similitudes no van mucho más allá de la abundancia de diálogos y la escasez de características heroicas en sus personajes. True Detective gira alrededor de la persecución de un asesino serial -el más extraordinario y poco frecuente de los criminales-, narrada en dos tiempos por dos antiguos compañeros de caso. Ambos son interrogados en la actualidad, por lo que deben recordar hechos acontecidos 15 años atrás. De esta manera, la narración se establece como una serie de largos flashbacks que se contrastan con el presente de los policías. Sus parlamentos son más reflexivos y filosóficos que realistas, y ellos -Martin Hart (Woody Harrelson) y Rust Cohle (Matthew McConaughey)- cupan posiciones antagónicas: Hart representa al hombre común, integrado y familiar; Cohle es un espíritu trágico, solitario y nihilista. Son presentados como una pareja dispareja que parece no haber encontrado un territorio común (el motivo de su distanciamiento es uno de los misterios aún no develados de la serie) y que, al contrario de las películas de amigotes de policías supuestamente incompatibles, tal vez no lo encuentren.

Pero no sólo los monólogos de los personajes escapan al naturalismo propuesto por The Wire: una de las cualidades de True Detective que salta a la vista es su extraordinaria fotografía, tal vez la más estetizada que se haya visto en televisión. Las locaciones de Luisiana, estado frecuentemente retratado en el cine y la televisión, fueron seleccionadas de tal manera que la serie parece filmada en un territorio surrealista, y no en el húmedo y frondoso estado sureño que conocemos por las películas. Cuando creemos que estamos frente a un campo lejos de la costa, puede sorprendernos de pronto un barco que cruza el horizonte; se privilegian pueblos y edificaciones aislados entre sí, conectados por carreteras siempre desiertas, de los que emergen pequeñas comunidades humanas que parecen sobrevivientes de algún desastre humano o natural. Un entorno de profunda decadencia e insólita belleza, en el que las eventuales alucinaciones de Cohle ni siquiera parecen tan alucinatorias. Un mundo sucio, de una permanente sordidez latente que se aproxima a los infiernos subterráneos de Twin Peaks (hay toda una serie de connotaciones religiosas alrededor del crimen), y que a la vez denota la influencia lúgubre de series policiales escandinavas, como The Killing o The Bridge, pero con un marcado componente de lo que el crítico Greil Marcus llamaba the weird old America (la vieja y extraña América), presente en la banda de sonido de T Borne Burnett y en la canción de los créditos, a cargo de los fantásticos y fantasmales The Handsome Familiy.

Semejante escenario es parte de un proyecto de sorprendente unidad: toda la temporada está dirigida por el mismo cineasta, Cary Joji Fukunaga, y guionada por el escritor Nic Pizzolatto, quien no casualmente había adaptado algunos episodios de The Killing a su versión estadounidense. Pero más allá de las evidentes virtudes del texto y el diseño de producción, lo que más ha llamado la atención en los episodios emitidos fue el extraordinario desempeño de sus protagonistas principales: Woody Harrelson y Matthew McConaughey.

Dos potencias que no se saludan

Aunque son actores admirables, ni Harrelson ni McConaughey son figuras con las que al espectador medio le resulte fácil identificarse. Posiblemente, éste sea uno de los aciertos de True Detective. Proveniente de la inocua comedia televisiva Cheers, Woody Harrelson aprovechó su natural mirada maníaca para saltar al cine con roles no pocas veces sórdidos y siniestros, como el del asesino psicópata de Natural Born Killers (Oliver Stone, 1994) y Larry Flynt (Milos Forman, 1996). Tanto su carisma algo extraviado como su combativa ideología (es un ecologista bastante extremo, un defensor de la legalización de la marihuana y parte del movimiento que ha puesto en duda la auténtica responsabilidad de los atentados del 11 de setiembre) lo han convertido en un rostro muy conocido pero algo marginal en la primera plana de actores de Hollywood. Matthew McConaughey, por su parte, debutó con un rol menor pero impactante en la nostálgica y brillante Dazed and Confused (Richard Linklater, 1993), para luego dedicarse a una serie de papeles algo esterotipados, en los que se valió de su atractivo físico para hacer de galán sureño (su acento es sumamente distintivo), sin particular destaque. Sin embargo, con dos películas de 2012 más o menos independientes (Mud y Killer Joe), McConaughey probó que no es sólo una cara linda y se mostró como un actor de espectacular energía expresiva. Aceptó roles que distan mucho del de galán rubio; incluso adelgazó varios kilos más de lo que preferirían sus admiradoras, lo que le ha dado un aire algo cadavérico e insano.

Son dos actores distintos, cuyos pasajes (o retorno, en el caso de Harrelson) de Hollywood a la televisión -algo cada vez más frecuente en los actores de cine; una prueba más del prestigio actual de las series- los pusieron no sólo como protagonistas, sino también como productores ejecutivos de True Detective, serie que desde los créditos los presenta con igual status, lo que plantea un duelo histriónico, comparable al de Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman en The Master (Paul Thomas Anderson, 2012).

Como decíamos antes, los roles de Harrelson y McConaughey son profundamente antitéticos: el primero es sociable, integrado, gracioso, algo simplón y -más allá de sus bravuconadas- poco proclive a la violencia; el segundo es sombrío, culto, antipático, arrogante y secretamente peligroso. Uno vive luchando por ocultar sus fallas (un alcoholismo no asumido, la infidelidad sexual); el otro las ostenta como medallas. Esto ha permitido que McConaughey, como buen rebelde, haya tenido las escenas más impactantes y los parlamentos más elaborados. Pero el trabajo de Harrelson no tiene nada que envidiarle en matices; sólo posee una energía apenas más asordinada.

Con semejante dúo protagónico, es casi inevitable que hasta la trama policial quede relegada a un segundo plano y se convierta casi en una excusa para estudiar estas dos personalidades disímiles pero igualmente insatisfechas.

Como algunos críticos han señalado, el universo de True Detective es eminentemente masculino. Pese a la presencia de actrices notorias, como Michelle Monaghan, el centro dramático se encuentra en estas dos formas tan opuestas de asumir la masculinidad de mediana edad. Esto no la convierte en una serie machista, sino en una representación de la virilidad, que en algunos aspectos podría considerarse el equivalente inverso de Girls. Pero el tono existencialista explícito y supragenérico hace que el producto final sea mucho más abierto a los espectadores de cualquier sexo. De hecho, uno de los objetivos más claros de True Detective es el de introducir en una serie el tipo de preguntas que tal vez no sorprendan a un seguidor del cine de Bergman, pero sí al espectador televisivo promedio. Una intención que llegó a asustar -por su posible pesadez- a algunos de sus responsables, como el propio Woo- y Harrelson, quién insistió en acentuar algunos aspectos payasescos de su personaje para compensar la densidad general de la historia (y, tal vez, compensar el rol sentencioso de McConaughey, cuyas lapidarias frases se están popularizando por toda la web).

El plan de la serie es -a la manera de American Horror Story- narrar una historia completamente distinta cada temporada, con distintos personajes, pero conservando el elenco y el clima general. Con tres capítulos emitidos es difícil saber si la serie conservará su energía original y si cumplirá con sus promesas de intensidad dramática. Por el momento, se presenta como un ejercicio de virtuosismo histriónico y cinematográfico que amenaza con volverse un fenómeno. Por ahora es, como su trama, un fascinante misterio.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura