Desde hace años se preveía que en el futuro la cooperación tradicional en Uruguay se reduciría. Según el director ejecutivo de la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional (AUCI), Martín Rivero, hoy se puede estimar la cooperación general “en el entorno de los 125.000 millones de dólares”. Aclaró que, “de éstos, más de 50.000 corresponden a los fondos internacionales -mayoritariamente de Estados Unidos y algunos países europeos- para la reconstrucción de Irak y Afganistán”. El director ejecutivo cuestionó que esto sea cooperación. Destacó que, más allá de que las ayudas se hayan reducido a nivel global, lo hicieron en mayor medida hacia América Latina. Hace una década, esta región recibía 12% de la cooperación en el mundo, y si bien en la actualidad no hay estadísticas consolidadas, Rivero afirmó que no superarían el 4% del total. “Hay una tendencia global a concentrarla en las regiones más pobres: África sub- sahariana y parte del sudeste asiático, y la poca cooperación que se ha seguido destinando a este continente se ha concentrado en los países más pobres de la región, como Bolivia y Paraguay”, precisó.
“Teniendo en cuenta este marco, no era necesario ser un especialista internacional de la cooperación para observar que las perspectivas de la cooperación tradicional [hacia Uruguay] como la entendíamos se iban a reducir”, dijo, pero aclaró que eso sucedió “por buenas razones”: el crecimiento y el desarrollo económicos que el país viene transitando hace algunos años. Se advertía que “había que moverse muy rápido y de una manera dinámica, para tratar de sacar el mejor provecho de la cooperación” en las nuevas circunstancias, para tratar de que lo que hay “se destine a las prioridades de desarrollo que el gobierno defina”. Con este objetivo se creó en 2010 la AUCI. Rivero destacó que su objetivo fue “usar mejor los recursos y estar mucho más activos en el escenario internacional; presentar más proyectos y negociar mejores iniciativas para, en definitiva, no quedarnos pasivos ante esta nueva realidad”. “Esto hizo que la cooperación se redujera mucho menos de lo que se esperaba, o de lo que ha pasado en otros países”. Varias agencias de cooperación -la española, por ejemplo- se retiraron de países con niveles similares de desarrollo -Argentina, Brasil, Chile-, pero mantienen una presencia regional en Uruguay. “Esta tendencia se ha dado con muchos otros cooperantes, lo que le ha permitido a Uruguay mantener proyectos a pesar de este contexto de ‘salida de la región’”, evaluó Rivero.
Desde su creación, cada año, la AUCI publica informes de actualización que registran los programas, proyectos y acciones de cooperación en las que participa Uruguay, en tanto receptor, como emisor. En el último informe se destacan las 478 iniciativas activas en 2012, que representan un monto comprometido por los socios cooperantes, de casi 158 millones de dólares, y por las contrapartes nacionales, de casi 99.
Entre la Unión Europea, España, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente concentraron casi tres cuartas partes de la cooperación tradicional bilateral y multilateral que recibe Uruguay, y entre los diez programas y proyectos de mayor monto suman 48% del monto total. Por otro lado, el informe señala que más de la mitad de esa cooperación se destinó a cuatro sectores: medio ambiente, protección social, pobreza y cohesión social, energía y derechos humanos, y acceso a la Justicia.
De la Cruz del Sur
El declive del proceso de cooperación tradicional se encontró con otro proceso, en auge para Uruguay: el de la cooperación sur-sur. Esta modalidad se basa en asociaciones horizontales y recíprocas, impulsada por las necesidades de los beneficiarios que, en la mayoría de los casos, se financian mediante la modalidad de costos compartidos entre los países socios. En 2012 estuvieron activas 62 de estas iniciativas, y “van en aumento”.
La modalidad uruguaya para este tipo de cooperación es técnica y no involucra transferencias financieras. Tampoco construyen infraestructura ni están enfocadas en la compra de equipamiento. Se centra en el fortalecimiento o desarrollo de capacidades, como actividades de formación -pasantías, cursos, talleres, conferencias- mediante el envío de expertos nacionales o la recepción de funcionarios del país socio. Rivero considera que el tamaño relativo de Uruguay dificulta la construcción de la “oferta”. “Un organismo puede ser muy bueno en lo que hace, pero no necesariamente tiene la capacidad de brindar asistencia a otros países en ese tema”, explicó. Por otro lado, “a veces te encontrás con instituciones que te explican que no pueden mandar a sus mejores técnicos a otros países a enseñar, porque se quedan sin gente que cubra sus responsabilidades acá”.
Rivero prevé que cada vez haya más trabajo relativo a la cooperación. “En un momento pensamos que se iba a reducir, pero el hecho de ser parte de los que brindan cooperación requiere mayor gestión. Hay una sofisticación de la cooperación internacional que hace que los conocimientos técnicos y de las demandas de capacidades para ejecutarlas sean mayores”, concluyó.