En forma cada vez más decidida, el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, en su décimoséptima entrega desde que fuera relanzado a fines de los 90, asume y se identifica con su perfil latinoamericano. La competencia es exclusivamente regional y está integrada por nueve películas de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Perú, Venezuela y México. Pero el festival incluye también un panorama iberoamericano, con películas de esos mismos países más Colombia, El Salvador y España, y un panorama internacional, esencialmente europeo y norteamericano.
Se exhiben además cinco películas uruguayas, la mayoría de las cuales está destinada a estrenarse en el circuito comercial en el curso del corriente año. Hay también una exhibición itinerante de cine latinoamericano por distintas zonas de Maldonado, integrada mayormente por películas uruguayas ya estrenadas, y una programación de cine realizado por niños y adolescentes (muestra del festival Ojo al Piojo, de Santa Fe).
Entre los diversos discursos de la ceremonia de apertura, en el cine Cantegril, el sábado 9, Alejandra Trelles, de Cinemateca Uruguaya, quien junto con María José Santacreu es responsable de la programación, enfatizó el privilegio de ver una película de perfil no industrial en una sala repleta con capacidad para unas 550 personas, un costado espectacular y social del arte cinematográfico que tiende a perderse con el visionado doméstico, y que además propicia el intercambio en caliente de opiniones y debates informales.
El pronóstico de Alejandra se quedó corto: la película de apertura dio lugar a una extensa fila afuera de la sala Cantegril, el público ocupó todas las butacas disponibles y hubo mucha gente que la vio parada en los pasillos y las escaleras. Las funciones, en los días siguientes, siguieron realizándose con mucho público, tengo la impresión de que más que en ediciones anteriores del Festival, pero la presencia masiva en la apertura puede deberse a la expectativa excepcional por la película exhibida, el documental Maracaná, de Sebastián Bednarik y Andrés Varela, basado en la investigación recientemente editada en formato libro de Atilio Garrido. La película se hizo casi exclusivamente con imágenes de archivo, la mayoría de las cuales fueron recientemente ubicadas en el archivo de Cinemateca Uruguaya, que no se exhiben desde la época de su producción.
La realización implicó un considerable esfuerzo de montaje, restauración y tratamiento de las imágenes. El material permite visualizar, como nunca antes, esa historia real incorporada a las mitologías futboleras de Uruguay y Brasil, y entrar en contacto (para quienes no pudieron leer el relato, mucho más detallado, de Garrido) con elementos menos recordados, como la huelga de jugadores de fútbol en la que el capitán Obdulio Varela impuso un importante liderazgo (que tendría sus repercusiones luego en el Mundial). Esa huelga no era sino una faceta de la -actualmente- inconcebible poca valorización de los jugadores. La película permite también medir el grado de seguridad que se tenía con respecto a la victoria de Brasil, muy palpable, sobre todo en el repugnante discurso del intendente de Río de Janeiro previo a la final.
En ambiente
La banda sonora de Maracaná articula una trama compleja de grabaciones de archivo (relatos de Solé, sonido de noticieros); entrevistas realizadas especialmente a gente como Gerardo Caetano, Rafael Bayce, Eduardo Galeano, João Máximo; piezas musicales para ambientar (Fabini, “Uruguayos campeones”) y otras que ofician como comentario dramático (sobre todo, extrañamente, Vivaldi). Lo de “dramático” tiene todo que ver, porque el espíritu que adoptaron los realizadores dista de ser académicamente puntilloso, en el sentido de que no tuvieron problema en ilustrar determinado momento con alguna imagen que no corresponde a ése sino a otro (por ejemplo, algunas de las imágenes de la concentración de los jugadores son del Mundial siguiente, el de 1954, celebrado en Suiza). Varias de las imágenes mudas o con una sonorización original técnicamente precaria fueron ambientadas con efectos sonoros adicionales (sobre todo los pelotazos), para agregar envolvimiento. Los realizadores no tienen ningún problema en reconocer ese proceder, común en los audiovisuales documentales o periodísticos. Tenían el objetivo de hacer una película más entretenida y fluida (cosa que no deja de romper un pacto implícito en la categoría documental, y que merece ser discutida).
La película es ágil y emotiva, al menos para las partes involucradas. Por favorecer el factor agilidad, quizá en algunas partes se pasa un poco de escueta. Habría sido precioso que se sacara mejor provecho de la disponibilidad de esas imágenes; nos habría permitido una visión más detallada, más detenida de alguna jugada, y habría ganado en comprensibilidad con una repetición o algún apoyo gráfico, o con un relato más analítico. Lejos de darle peso a la película, podría haber incrementado el envolvimiento y la intensidad de la apreciación. También habrían sido orientadores gráficos que mostraran datos sobre los que se necesita una visión sintética (una tabla con los resultados de las selecciones uruguaya y brasileña, los nombres de quienes hicieron goles, cuántos goles hicieron, etc.).
La exhibición en el cine Cantegril tuvo como emoción agregada la presencia del futbolista Alcides Ghiggia, quien la estaba viendo por primera vez. Para mostrar que la situación de injusticia con respecto a los jugadores vigente en el 50 nunca llegó a resolverse, Ghiggia comentó que, increíblemente, era el primer homenaje que recibía en Uruguay (en el extranjero sí ha recibido algunos). El público irrumpió espontáneamente en un aplauso sólido cuando la narración llegó al gol de la victoria. Fue conmovedor pensar que, además de la hazaña, estaban aplaudiendo al veterano jugador. Cuando anotó su histórico gol en el Maracaná, hace 64 años, no hubo aplauso alguno, sino el silencio más demoledor del que se haya tenido noticia. Ésta es la ilustración más contundente de ese factor comunitario del cine, referido en el discurso de Alejandra Trelles.
El público montevideano tuvo la posibilidad de magnificar esa experiencia con la función de Maracaná en el estadio Centenario, el miércoles, en pantalla gigante y con la tribuna América repleta, con un espíritu bastante distinto del de la aventura cinematográfica vivida en forma general en este Festival de Cine, pero no tan distinta de su futbolera función de apertura.