Más allá de lo que cantaba Gardel, 20 años es bastante, sobre todo en el vertiginoso mundo del rock. En abril de 1994 no existía el mp3, MTV todavía pasaba música y se suicidaba Kurt Cobain, cantante, guitarrista y líder de Nirvana. El rubio fue uno más en sumarse al “club de los 27”, el fatídico grupo de rockstars fallecidos a los 27 años, como Jim Morrison, Jimi Hendrix y Brian Jones.
Kurt Donald Cobain nació el 20 de febrero de 1967, en Aberdeen (Washington). De niño era hiperactivo, al punto de que le recetaron Ritalina para bajar los decibeles. Pero lo que más lo tranquilizaba era dibujar: lo hacía constantemente y sobre cualquier superficie. Cuando tenía siete años, una tía le mostró algunos discos de los Beatles y le regaló un bombo, que Kurt golpeaba mientras cantaba “Hey Jude”. El día de su cumpleaños número 14, un tío le preguntó qué quería de regalo, si una bicicleta o una guitarra. Eligió la segunda y tomó unas pocas clases, las suficientes para aprender “Back in Black”, el himno de AC/DC. “Es más o menos los acordes de ‘Louie Louie’, y es todo lo que necesitas saber”, dijo Cobain, en los testimonios que recoge el libro Come as you are (Michael Azerrad, 1993). Guitarra en mano, Kurt fue moldeando la idea de ser músico. En el instituto conoció a Buzz Osbourne, quien estaba formando la banda The Melvins, de los que se hizo amigo y pasó a ser una de sus influencias más directas. En un ensayo de los Melvins, Kurt entabló relación con Krist Novoselic, dos metros de genes croatas, quien también quería hacer algo con la música. Al principio armaron una banda de covers de Creedence, pero la idea no prosperó.
Para 1987 se tomaron en serio la idea de formar un grupo, con Cobain a la guitarra y la voz, y Novoselic al bajo, pero conseguir baterista fue un problema que demoró años en resolverse. En octubre de ese año, Kurt escribió un anuncio en la revista The Rocket, en el que dejaba claras las influencias de la incipiente banda que ni nombre tenía: “Se busca baterista serio. Actitud underground, Black Flag, Melvins, Zeppelin, Scratch Acid, Ethel Merman. Versátil como el infierno”. Luego de que desfilaron tres bateristas distintos, se quedaron con Chad Channing.
A fines de la década del 80, a unos 250 kilómetros de Aberdeen, en Seattle, empezó a generarse un pequeño circuito de rock alternativo denominado grunge, bajo la tutela del humilde sello Sub Pop, con bandas como Soundgarden y Green River. Cobain y compañía apuntaron su furgoneta directo hacia allí. A esa altura Kurt ya había leído algo sobre el budismo y decidió ponerle a su banda “Nirvana”. Luego de remar y remar -pelearon para editar su primer single en 1988, “Love Buzz”, un cover pesado de la banda holandesa Shocking Blue-, a mediados de 1989 editaron su primer disco: Bleach, en el que invirtieron 600 dólares, que no tenían y pidieron prestado.
Bleach no es un álbum para tirar cohetes. De sonido sucio y rudimentario (por 600 dólares no se puede pedir más), es más bien anodino. Se destacan canciones como “About a Girl” -la más limpia y de melodía más pop del disco-, “Blew” y la obsesiva “School”, que tiene un contundente riff que lleva toda la canción y una letra minimalista de 15 palabras. Como era común en la movida alternativa, el disco tuvo mucha rotación por las radios universitarias. De a poco empezó a correrse la bola sobre los conciertos salvajes de la banda. Kurt cantaba y tocaba con actitud de “no me importa nada” y “no tengo ganas”, con sus famosos buzos de lana que parecían dos talles más grandes y su melena rubia que a veces le tapaba toda la cara. En alguna ocasión, el salvajismo se iba al extremo y Cobain se tiraba contra la batería como un kamikaze, o rompía cualquier cosa que estuviera a su alcance.
Hoy Seattle, mañana el mundo
Nirvana no estaba contenta con Sub Pop y el trato que le dio a Bleach, así que quería deshacerse del sello cuanto antes. Empezaron a golpear puertas. Kurt también estaba disgustado con el sonido de la batería y decidió echar a Chad. Luego de probar a varios, su amigo Buzz le presentó a Dave Grohl, de 21 años. Un fanático de Led Zeppelin que se pasó años de su adolescencia encerrado en su cuarto tratando de imitar a John Bonham, machacando la batería como si cada beat fuera el último. A Cobain le pareció que era el correcto. Al final, ficharon por el sello DGC , una filial de la multinacional Geffen Records, dejando de lado el romanticismo de lo indie. El resultado lo conoce hasta el escucha de rock más distraído y haragán: Nevermind (1991).
La diferencia entre Nevermind y su antecesor es abismal. No sólo en cuestiones obvias de producción -el trabajo de Butch Vig lo hizo sonar más prolijo y radiable-, sino en las composiciones de Cobain: menos minimalistas, más guitarreras y con melodías más pop, dignas de ser tarareadas. En cambio, las letras no son muy pop que digamos: “Soy tan feo, / pero está bien, / porque vos también” (“Lithium”). En las únicas acústicas del álbum, “Polly” y “Something in the Way”, Kurt habla de un violador en primera persona y de la vida debajo de un puente, respectivamente.
El álbum estuvo influido por la música de los Pixies. Cobain se hizo fanático del grupo luego de grabar Bleach, cuando escuchó Surfer rosa (1988), el primer larga duración de los de Boston, y luego Doolittle (1989). La influencia quedó plasmada sobre todo en la estructura de las canciones, con la dinámica suave/fuerte/suave (que definió el sonido de Nirvana): versos calmados con bajo y guitarras limpias, en los que Kurt canta suave; y estribillos estridentes de guitarras distorsionadas, en los que Kurt grita quebrando la garganta. Por ejemplo, “Smells Like Teen Spirit”, el mayor éxito del álbum e himno indiscutible de los 90, tiene un verso a lo “Gouge Away”, con el bajo tocando cada nota linealmente, sin dibujo alguno; y un preestribillo a lo “Gigantic”, con repetición obsesiva de palabras. Por otro lado, el segundo hit del álbum, “Come as You Are”, tiene un famoso riff con efecto chorus que es casi igual al de “Eighties”, de Killing Joke, aunque Cobain le dio un mejor uso.
Nevermind tuvo un éxito que no esperaban Nirvana ni su sello discográfico, que lanzó una primera tirada de 45.000 copias, y a los dos meses ya había vendido un millón (hoy se estiman ventas a nivel mundial de más de 30 millones). El éxito fue tan rotundo, que a principios de 1992 el álbum desbancó del número uno de las listas a la gran bestia pop: Michael Jackson, y su álbum Dangerous. Gracias a Nirvana la movida alternativa del grunge se hizo famosa a nivel mundial (en 1992 tocaron en Buenos Aires, en el estadio de Vélez Sarsfield), pero a un costo paradójico para el trío liderado por Cobain: se volvió mainstream.
Por ese tiempo, Kurt se hizo un consumidor cada vez más asiduo de heroína y se le agravó un problema estomacal que sufría desde la adolescencia, por el que probó varios tratamientos sin éxito. Para completar el panorama, empezó a salir con Courtney Love (cantante y guitarrista de Hole, también aficionada a la heroína), quien se convertiría en la Yoko Ono de Nirvana. Se casaron a principios de 1992 y tuvieron una hija, Frances. Pero la música siguió: Nirvana editó Incesticide (1992), un compilado de rarezas y lados B, e In Utero (1993), en el que repitieron las fórmulas de Nevermind, pero con letras más oscuras: “Ojalá pudiera comerme tu cáncer / cuando te ennegrezcas” (“Heart-Shaped Box”); “mirá el lado bueno, el suicidio” (“Milk It”); “dame un más allá a lo Leonard Cohen / para que pueda suspirar eternamente” (“Pennyroyal Tea”); “Violame, / violame, mi amigo, / violame otra vez” (“Rape Me”).
Qué sponsor, la muerte
Kurt Cobain se quitó la vida con una escopeta el 5 de abril de 1994. Su temprana muerte lo transformó en un ícono, más allá de su música. Su biografía extramusical brotó con información como para hacer 24 horas seguidas de un Intrusos en el grunge. Se empezaron a tejer todo tipo de teorías alternativas y conspirativas sobre su muerte (hasta el día de hoy siguen apareciendo fotos supuestamente inéditas de su día fatal e incluso existe un sitio web que clama por justicia: justiceforkurt.com), alimentadas por libros como ¿Quién mató a Kurt Cobain?
Con el paso de los años, Kurt y Nirvana fueron ensalzados cada vez más por muchos medios especializados en rock, al punto de llegar a la sobrevaloración. El caso más exagerado es el de la revista Rolling Stone y sus benditas listas (ya son tantas que tendrían que hacer la lista de las mejores listas). En una de ellas eligieron a Cobain en el puesto 12 de “Los 100 mejores guitarristas de todos los tiempos”, por arriba de gente como Jeff Beck, Ritchie Blackmore, Pete Townshend (quien rompía las guitarras antes de que Cobain viniera al mundo) y Angus Young. En la lista de los mejores cantantes lo acomodaron por arriba de personajes como Jim Morrison, Roger Daltrey, John Fogerty e Iggy Pop. Sólo un fanático a ciegas de Nirvana podría creer que Cobain está arriba de toda esa gente, tanto a nivel de influencia como compositivo (ya ni hablar de la parte técnica). Eso sí, el Unplugged de Nirvana, editado en 1994, es uno de los mejores junto con el de Eric Clapton.
Antes de morir, Cobain redactó una carta de suicidio (negada por las teorías conspirativas, claro está), que se encuentra íntegra en la biografía Heavier than Heaven (Charles Cross, 2001). En ella, Kurt decía, entre otras cosas, que ya no se emocionaba ni escuchando ni creando música y que se sentía culpable por ello. La misiva cerraba con una frase tomada del clásico “Hey Hey, My My (Out of the Blue)”, de Neil Young: “Es mejor arder que apagarse lentamente”. Cobain fue concluyente, pero la letra de Young sigue así: “El rey se fue, pero no se ha olvidado. El rock & roll no puede morir nunca”.