Dios probablemente sea una de las bandas más míticas que haya dado el rock argentino. Con una formación particularísima (voz, bajo y batería) y unas letras que metían en una licuadora a Rimbaud con lo más visceralmente cotidiano de la vida en Buenos Aires, la banda se disolvió cuando le faltaba poco para terminar de grabar su único disco, y de todo aquello queda un ectoplasma flotante de lo que fue una época: una especie de lado B oscuro y bituminoso del menemismo argentino que casi era una anticipación de la debacle que llegaría poco tiempo después. Intentando recoger esta posta, Mariano Baez llegó a Uruguay, en el marco del 32º Festival Cinematográfico Internacional de Montevideo, para presentar Escuchar a Dios, exhaustivo documental de la banda.
-La primera vez que escuchaste a Dios fue en 2002, cuando ya estaban separados…
-Más o menos, sí. Que recuerde, era por esa época, y sí, lo agarré sin saber lo que era el disco. Al único que conocía era a Tomás [Nochteff], al que más o menos por esa época había escuchado con otra banda. Lo ubicaba más o menos, pero era muy misterioso el caso de Dios. De hecho, te diría que mucha gente que escuchó el disco, a Pedro [Amodio] no le conoce ni siquiera la cara. Aunque en internet circuló alguna foto, era una especie de misterio. Y Javier [Aldana] tocaba con Mujercitas Terror y con Drogadictos, pero era una personalidad muy errática, del sur, y no se sabía mucho de él. A mí me pasó eso, lo escuché y fue muy contundente: no se parecía a nada, las letras te hacían pasar algo nuevo, algo que no escuchaste decir de esa forma.
-Es cierto que Dios tiene algo distintivo e incomparable, tanto fuera como dentro de Argentina.
-Cuando hablamos de esto siempre menciono que uno muchas veces se sienta a intentar componer buena poesía, pero la verdad es que no es fácil. Un montón de bandas tienen letras y le ponen letras a la música, pero lo que pasa con las letras de Dios es que son poesías con muchas imágenes, bien compuestas, que trascienden el tiempo. Temas como “Los campesinos” hubieran estado bien hace 200 años y van a estar bien de acá a 200 años más. Por eso, por más que se los relacione con el menemismo, con una época y eso, letras como “La princesa” van a estar por la historia de la humanidad. Eso es lo que hace que lo escuches hoy y que, por más que se anticipe a los 90, esté hablando sobre algo que se había visto hace 20, 40 años y que se va a seguir viendo siempre. La tradición poética argentina es muy de la metáfora, de una cosa muy velada, hermética; los Redondos, por ejemplo, tienen un coqueteo con cosas medio trotskas, pero si hablás con su público de repente preguntás “¿de qué está hablando?”, como en el sketch de Capusotto. En ese sentido, Pedro empezó a hablar muy directamente y sin dejar de ser poético; eso es muy interesante.
-Son bastante curiosos los en vivo que aparecen en el documental. Por las letras y el mito, uno se hacía una imagen bastante salvaje de la banda y, en cambio, te encontrás a Pedro cantando sentado, con las piernas cruzadas.
-Eso era lo que yo decía la otra vez cuando me preguntaron en la función. Me imaginaba algo súper salvaje, una especie de Jim Morrison. Eso era un problema que hasta me contaba Tomás: mientras que ellos le metían una actitud tremenda, él estaba de espaldas o sentado. Había una diferencia de actitudes notoria. Incluso me sorprendió como persona, es una persona muy tranquila. Uno escucha a Dios y se imagina “éste debe ser un punk absoluto, un irreverente”, y sí, es un tipo con un espíritu libre, pero con la conciencia de hombre de trabajo, como esa idea trabajadora pero hasta del arte. Pero eso es lo que lo hace un buen poeta, convivir con esa moral que está chocando constantemente con un espíritu sensible y artístico.
-En ese sentido, el que tiene en el documental un discurso más articulado sobre el arte es Tomás Nochteff.
-Claro, Tomás es justamente el artista, es alguien que asumió la posición de artista, dijo “no quiero trabajar” y tomó esa decisión y la llevó adelante hasta las últimas circunstancias. No por nada ahora está haciendo eso. Pedro era todo lo contrario en ese sentido. Incluso cuando ellos tocaban, Pedro era el que decía: “Yo voy a tocar si pagan una entrada, y la gente que venga a ver a un espectáculo tiene que pagar por lo que yo hago”. Tomás estaba todo por el todo, conocía más esa idea del artista que tiene que hacer un recorrido para hacerse conocido y todas esas cosas de que hay que transar para hacerlo. En lo de Pedro, las letras hablan un montón de eso. En esas dicotomías, si uno resuelve ser artista y dice “vivo del arte, estoy contento”, probablemente esa tranquilidad de tener resuelta tu existencia, en vez de hacerte generar, plantearte tu vida, te deja sin mucho en que pensar. Esa dificultad de cuál es el camino que hay que tomar te hace pensar mucho las cosas.
-En ese sentido es muy interesante cómo el documental logra delinear tres personajes/perfiles completamente distintos.
-Contar una historia, encontrar personajes, es algo que me gustó bastante y que vi cuando empecé a hacer el documental. Yo, más o menos, lo pensé porque rescatar esa banda me parecía algo importante, necesario, casi de misión, de patrimonio cultural. Eso de que no tengo que pensar en The Velvet Underground para que me impacte, que ya hay cosas en mi ciudad. Eso no se encontró, no le dieron pelota, pero existe. Entonces cuando me lo planteé, la única forma de hacerlo era si los tres accedían. Si uno de los tres no accede, no me voy a meter con la obra de alguien que no está de acuerdo con eso. Lo primero que hice fue entrevistarlos, primero a Tomás, después a Pedro…
-Pedro fue el más complicado de convencer, ¿no?
-Pedro estaba bastante negado a hacer el documental, no quería saber nada con la banda, porque estaba en otra cosa. Viste que a veces nos es difícil reencontrarnos con nuestro pasado. Aparte ellos habían tenido, más allá de la banda, una historia como amigos. Al final, un poco le expliqué los motivos y accedió. Fui a Mallorca y ahí hablamos, y al final le llevé videos de Dios y se re copó y se puso re contento. Igual fue una de las entrevistas que más me costaron.
-¿Cómo ves al rock argentino ahora?
-Hay cosas que para mí están buenísimas. Algunas bandas. Pero es más o menos lo que marca una tendencia hacia un lugar. En Argentina siempre hay una tendencia de decir “bueno, ahora la onda es hacer canciones de este tipo, con determinada sensibilidad”. En un momento pasó con la onda sónica de Babasónicos, pasó con el rock chabón, que estaba desde un tiempo y después se cristalizó… El documental habla un poco de eso, de que Argentina sufre un poco esa dicotomía de siempre dividirse entre lo culto y lo popular. Es una cosa que heredamos del peronismo y el radicalismo, de Boedo y Florida en adelante. Argentina siempre tuvo eso. Ahora está esa onda de que ser medio cabeza es re copado, de ser medio futbolero; todos hablan medio mal. Incluso Él Mató [a un Policía Motorizado] tiene bastante de eso. Al final terminó saliendo eso de la oportunidad para los chicos sensibles de cantar como la hinchada. Hace diez años, mucha de la gente que ahora va a ver Él Mató... no quería saber nada del fútbol. No sé, es cosa de tendencias. Lo popular-popular igual siempre está en otro margen. Hablo de algo que bordea lo under, que tiene que ver, yo qué sé, con el esnobismo o con las nuevas generaciones. Está esa cosa en el tono de este nuevo popular sensible que tiene estas nuevas generaciones, no lo encuentro demasiado diferente a la vieja guardia del rock nacional, pero con nuevas influencias. Yo qué sé, [Alfredo] Rosso dice que el rock nacional está atravesando un gran momento, que el problema es que los periodistas no están a la altura. El tema es que si Beat Happening hizo todo esto hace 20 años, entonces no digas que el rock nacional está atravesando un buen momento o que es original. Está bien, algunas cosas se rescatan, pero estamos en la misma. Dentro de diez años nos vamos a dar cuenta de que más o menos todos hacían lo mismo, y que había dos o tres bandas que estaban buenas, nada más.