Al concluir la cuarta temporada de Juego de tronos -a la que de ahora en adelante denominaremos GOT, abreviatura de su nombre en inglés, Game of Thrones, que al fin y al cabo es como todo el mundo la llama-, la serie basada en la saga literaria de George RR Martin A Song of Ice and Fire se convirtió en el producto más exitoso en la historia del canal HBO, superando a Los Soprano, que hasta el momento era la joya de la corona. Esto teniendo en cuenta, además, que es la serie más pirateada del mundo, por lo que sus espectadores se cuentan no por millones sino por miles de millones.
Curiosamente en la extensa entrevista que la Rolling Stone le dedicara, como si fuera una estrella rockera, Martin confiesa que justamente series como Los Soprano fueron una de sus grandes influencias a la hora de comenzar a escribir su saga literaria; le impresionó cómo un personaje como Tony Soprano era capaz de lidiar con problemas familiares y afectuosos, y al mismo tiempo destrozarle la cara a un adversario con un caño, lo que planteaba la posibilidad de trabajar con zonas moralmente turbulentas.
Por supuesto, Martin no es el primero en escribir sobre esta clase de personajes, ni el primero en escribir sobre territorios imaginarios más o menos inspirados en el Medioevo, pero el secreto de su captura de millones y millones de atenciones ha sido su capacidad para escribir sobre ambas cosas simultáneamente y hacerlo realmente bien, y el talento de HBO ha sido poder transmitir esa complejidad a la pantalla chica sin traicionar su riqueza y siendo consciente de que dentro de su posible ridiculez formal (estamos hablando de dragones), se puede hablar de cosas muy serias y presentar personajes muy ricos. Repasemos un poco algunos de los logros que ha conseguido esta serie durante este cuarto año de éxito ininterrumpido; quienes no la hayan visto, saltéense estas páginas porque no entenderán un pomo; para los demás, será una suerte de conversación.
En su cuarto año de crecimiento, GOT sigue haciendo más o menos lo mismo, pero se niega a repetirse. Esto puede sonar contradictorio, pero se puede explicar en la variedad de las situaciones y personajes similares. Un ejemplo de la capacidad de Martin para generar personajes perfectamente distinguibles entre sí son dos de sus creaciones más odiadas, el cruel rey adolescente Joffrey Baratheon y Ramsay Snow, el Bastardo de Bolton. Ambos son muy jóvenes, de nulas capacidades sociales y con una tendencia psicopatológica al peor y más gratuito de los sadismos. Con la muerte de uno de ellos (Joffrey), se podría considerar que el otro es algo así como su suplente. Sin embargo, estos dos personajes, que en otra serie apenas si cambiarían de rostro, son radicalmente diferentes: mientras que el sadismo de Joffrey parece provenir de la simple malcrianza en una peligrosa omnipotencia y de un ego completamente desbalanceado, el de Ramsay tiene un motivo casi el opuesto: se trata del hijo de una violación, bastardo de un señor feudal. De hecho comparte el mismo apellido con Jon Snow (nieve), que es el genérico para los bastardos en el norte de Westeros, así como Snake (serpiente) lo es en Dorne. Es decir, no son villanos intercambiables, sino que casi representan una reflexión sobre la capacidad de degeneración en las distintas clases.
Por otro lado, si se comparan con ojo clínico los dos capítulos dedicados a grandes batallas -el noveno de la segunda temporada (“Blackwater”) y el noveno de la cuarta (“The Watchers on the Wall”)- con escenas equivalentes del cine, está claro que el presupuesto de la serie todavía está muy lejos de las cifras con las que puede contar un Peter Jackson, pero conscientes de ello, los productores requirieron para ambos episodios los servicios del escocés Neil Marshall, director que tiene una gran habilidad para realizar películas de acción como Centurión o Doomsday, mucho más baratas de lo que parecen. Marshall, un cineasta con una particular habilidad para filmar ambientes oscuros y brutales, decidió desarrollar ambas batallas en una noche amistosa a la hora de ocultar carencias, y concentrar las peleas de multitudes en fragmentos pequeños pero variados. Si bien este juego de elipsis no llega nunca a sustituir los despliegues bélicos del ya mencionado Jackson en El señor de los anillos o de Mel Gibson en Corazón valiente, el resultado en ambos casos fue más que decente, y aunque ninguno de los Cuervos de la Muralla tiene la presencia de Tyrion en la batalla de Blackwater -con ese monólogo brillante y ausente en el libro, en el que le dice a los defensores: “Son hombres valientes los que están frente a nuestros muros. Vamos a matarlos”-, la coreografía del combate en el patio de Castle Rock, perfectamente diseñada para que el espectador sepa siempre quién es quién, de dónde proviene y cómo evoluciona la lucha, debería ser materia obligatoria en los cursos de dirección para los cineastas jóvenes que creen que recortando cualquier escena en decenas de fragmentos incomprensibles se puede narrar una acción con muchos personajes.
La cuarta temporada estuvo basada en Tormenta de espadas, el tercer libro de la saga de Martin, inteligentemente dividido en dos, ya que era excesivamente extenso para ser resumido en diez escasos capítulos (ya la segunda temporada había sido demasiado comprimida en relación a Choque de reyes), y presentó alternativamente algunos de los mejores momentos de la serie hasta el momento, así como algunas señales preocupantes con respecto a su futuro.
Momentos memorables
La tercera temporada de GOT ofreció una escena que está destinada a pasar a la historia de la televisión: la infame Boda Roja, en la que, de sopetón, varios de los personajes más queridos -casi toda la familia Stark- fueron cruelmente ejecutados a traición por el clan Frey, en una escena sin precedentes en ninguna otra serie. Ya había sido toda una sorpresa cuando, en la primera temporada, el protagonista central, Ned Stark (que además era el único actor realmente conocido, por su rol en El señor de los anillos, Sean Bean), fue decapitado en el penúltimo episodio, pero la Boda Roja, más que una tragedia particular, fue un barrido general.
¿Qué podía ofrecer la cuarta temporada que rivalizara con semejante clímax? En realidad nada, porque los seguidores de la serie ya habían perdido la inocencia y sabían que estaban frente a un creador algo despiadado -Martin-, capaz de dejarlos sin sus personajes más queridos así como si nada, por lo que, aun de repetirse situaciones similares, ninguna de ellas podría repetir el impacto de la brutal matanza de los Stark. Sin embargo, la cuarta temporada fue tal vez la más pródiga en momentos clave de la extensa trama pergeñada por Martin.
Para empezar marcó el final de varios de sus más infames villanos, como el repulsivo Joffrey, quien también encuentra su fin en una boda -conocida por los fans como la Boda Púrpura- en la que es envenenado. Pero también muere el patriarca de los Lannister, Tywin (ejecutado por su hijo Tyrion), los dos hermanos Clegane (aparentemente) y la loquísima Lysa Arryn. Además, hubo pérdidas entre los personajes queridos, en particular, uno cuya muerte también es una demostración del sadismo de Martin y de los guionistas de GOT: Oberyn Martell es presentado como un príncipe sureño de la tierra de Dorne (un territorio de características moro-hispánicas) que viaja a King’s Landing aparentemente para asistir al casamiento de Joffrey, pero con el secreto objetivo de vengar la muerte de su hermana, algo de lo que cree -acertadamente- que los Lannister son responsables. El personaje apenas estuvo en la serie un puñado de capítulos, en los que se lo presentó como alguien hedonista, pansexual, elegante y misteriosamente digno, quien inesperadamente se ofrece como campeón de Tyrion, que ha sido acusado injustamente de haber asesinado a su sobrino Joffrey. A causa de esto, Oberyn deberá enfrentarse al gigantesco Gregor Clegane, conocido como la Montaña. El enfrentamiento se plantea como una lucha de David contra Goliat; David (Oberyn), desgasta a la Montaña en lo que parece conducir a un triunfo épico del pequeño y ágil contra el forzudo y brutal. Pero en el último minuto, cuando Oberyn ya venció, tiene un momento de distracción y Clegane no sólo lo atrapa, sino que le aplasta el cráneo, en una de las muertes más brutales que se hayan visto en la televisión, consiguiendo que los supuestamente impertérritos espectadores queden nuevamente con la boca abierta.
Pero no sólo de sorpresas y muertes vive la serie. La cuarta temporada contó a su favor también con un mayor presupuesto, que brilló en una magnífica cinematografía, que aprovechó mejor que nunca los escenarios naturales donde se desarrollaron las acciones, mientras que la institucionalización de algunos de sus recursos técnicos (la inclinación de los planos indicando la jerarquía de los personajes, por ejemplo) alcanzó niveles virtuosos.
También se destacaron las evoluciones de los personajes, algunas de ellas sutiles, otras más evidentes, que demuestran el profundo trabajo de las personalidades que hace de Martin un gran escritor. Por ejemplo, las dos hermanas Stark, Arya y Sansa, han evolucionado hacia distintos grados de dureza; mientras que Arya se ha vuelto cada vez más masculina y, si se quiere, insensible hacia la violencia con la que coexiste durante toda la temporada, Sansa realiza un viaje similar hacia la insensibilidad, pero por medio de la hipocresía y la manipulación del entorno. Las evoluciones pueden ser positivas o simplemente corrupciones, en este mundo poco maniqueo; a Jaime Lannister, a quien habíamos visto pasar de ser un asesino de niños a convertirse en un héroe trágico en la tercera temporada, le volvemos a ver aristas oscuras (ver recuadro), y otros como The Hound parecen dar un paso adelante en una dirección más humana, para luego dar dos atrás.
El cambio más notorio fue el del personaje principal de la serie y tal vez de la televisión mundial actual, el enano Tyrion (Peter Linklage); si en los primeras temporadas su figura era la de un observador irónico y extrañamente moral, que le aportaba un elemento humorístico a un entorno violentísimo, en ésta, en la cual se pasó prácticamente todo el tiempo encerrado en una mazmorra, su figura se volvió trágica, lo que le permitió al actor demostrar matices inesperados, que lo confirmaron como una de las figuras más magnéticas del medio.
Pero las evoluciones generalmente se dan por oposición con otros personajes, aunque no en relaciones amorosas. Martin brilla mucho más estableciendo vínculos de respeto, y hasta de afecto, entre adversarios originales, que describiendo las alegrías del amor romántico. Ni el romance de Jon Snow con Ygritte, ni el de los hermanos Jaime y Cersei Lannister; ni siquiera el trágico amorío shakesperiano de Tyrion y Shae, son tan efectivos o conmovedores (ni en la serie ni en los libros) como las relaciones accidentales que se entablan entre Brienne y Jaime, Jon Snow y Mance Ryder, Arya Stara y The Hound. Para ser una serie en la que las escenas de sexo abundan, y cuya estructura de relaciones se parece tanto a la de un teleteatro, el amor romántico, consensuado y en definitiva feliz está casi ausente, lo cual puede considerarse una muestra más de la concepción más bien oscura del mundo que tiene Martin. Una de las virtudes de esto es que se plantea un escenario muy emparentado con la visión de la Edad Media que proponía el Romanticismo, para describirlo luego con el estilo amargo y sombrío de la literatura antibélica posterior a las dos grandes conflagraciones mundiales del siglo XX. Curiosamente, para ser un escritor fantástico, la gran virtud del estilo de Martin es su realismo.
Todo esto ha sido demostrado en estas cuatro temporadas, que cerraron con una bella toma de Arya navegando hacia Braavos. ¿Y ahora qué?
Futuro incierto
Martin concibió originalmente su saga literaria como una trilogía y fue recién durante la redacción del tercer volumen que, motivado tanto por las nuevas vertientes narrativas que estaba descubriendo como por el monumental éxito de ventas de los dos libros anteriores, decidió ampliarla hasta convertirla en una heptalogía. Pero el problema es que la estructura del tercer libro apuntaba a que no se pudiera postergar más la resolución de sus nudos narrativos principales -la casi destrucción de los Stark en la Boda Roja y la posterior decadencia de los Lannister-, por lo que buena parte de las tramas planteadas en los dos primeros libros efectivamente concluye en Tormenta de espadas.
El final de la cuarta temporada de GOT plantea, por eso, un desafío complejo para los productores de la serie; los lectores de la saga saben que luego del cenit dramático del tercer libro, los dos extensos volúmenes que le siguieron fueron algo decepcionantes, esencialmente porque se disminuyen notoriamente los momentos cruciales, a causa del problema estructural del que hablábamos antes. Martin concibió inicialmente Festín de cuervos como un solo libro pero, ante las dimensiones gargantuescas que tomó decidió dividirlo, tomando sólo las voces de algunos de los personajes para Festín de cuervos y dejando los restantes para Danza de dragones. La dudosa selección tuvo como resultado que la mayoría de los personajes más sosos o menos desarrollados (la familia de Oberyn, Samwell Tarly, Sansa Stark, una Brienne de Tarth sobreexigida) quedaran en el cuarto volumen y los más interesantes (Daenerys, Tyrion, Arya) fueran para el siguiente. Proseguir con esa estructura en la serie sería casi un suicidio comercial, y de hecho HBO ya ha comenzado a apartarse de los lineamientos de los libros, o a adelantar hechos, con el beneplácito de su autor. Por ejemplo, los problemas administrativos de Daenerys en Meereen recién aparecían en el quinto libro. La destrucción psíquica de Theon también es un adelanto.
Algunas innovaciones absolutas, no muy abundantes pero significativas, parecen indicar que las divergencias entre la serie y los libros podrían profundizarse de ahora en adelante, especialmente en virtud de la salud de la serie, que necesita, por su propia dinámica, una sucesión de crescendos que los libros de momento no prometen. En todo caso, la ansiedad que produce la llegada a cuentagotas de los capítulos televisivos ha hecho que millones de televidentes se hayan adelantado a los acontecimientos recurriendo a los libros, lo que ha eliminado buena parte del elemento de sorpresa de la serie. ¿Qué pasaría si las tramas divergieran tanto que la sorpresa volviera a quienes creen que ya saben lo que va a ocurrir? En el fondo, nada sería más propio de Juego de tronos que eso.