En 1990, Picos gemelos, de David Lynch, introdujo un elemento absolutamente inédito en la televisión a pesar de ser habitual en todas las demás ramas del arte, incluido el cine: el misterio absoluto y no resuelto. La televisión había sido hasta entonces el reino de las seguridades, donde hasta lo sobrenatural obedecía a reglas que debían cerrarse con algún tipo de explicación y no había lugar para los cabos sueltos, lo difuso, lo completamente ambiguo. No fue un camino popular ni que la televisión fuese permeable a imitar -más allá de su status de culto, el éxito de Picos gemelos fue demasiado marginal como para formar escuela- hasta que en 2004 la serie Lost, de la cadena ABC, hizo de esas características -el misterio, lo inexplicable, lo impreciso- su principal atractivo para enganchar a millones de televidentes, con una historia que hasta el día de hoy sigue planteando polémicas acerca de qué era realmente de lo que trataba. Desde entonces, el miedo a los misterios de aristas surrealistas parece disolverse; prueba de ello es la reciente serie francesa Les revenants, que culminó una temporada de narrar una historia en la que unos muertos -que no obedecían a los formatos “comprensibles” de los fantasmas o los zombis- volvían a su pueblo natal, sin explicar absolutamente nada acerca de los motivos de dicho acontecimiento (sin que esto afectara el impacto o la popularidad de la serie). El canal HBO, siempre listo para hacer de punta de lanza, ha decidido incursionar en este género misterioso al que algún crítico imaginativo le encontrará un nombre con gancho. Esta incursión fue creada, no por casualidad, por uno de los cerebros detrás de Lost, y se llama The Leftovers (los remanentes, o más bien los sobrantes). Y tal vez necesite en estas latitudes un pequeño mapa contextual para saber al menos un poco más hacia dónde se está dirigiendo.
A los que el Señor rescate
Para entender lo entendible de The Leftovers hay que conocer un poco algunas particularidades de las variables mayoritarias del cristianismo estadounidense, radicalmente distinto del que se profesa en el resto del mundo. En un país en el que 73% de sus habitantes se identifica como cristiano, tan sólo 25% de éstos es católico, mientras que el resto se divide en diversas variantes de protestantismo evangélico, que suelen compartir entre sí algunas obsesiones comunes de la escatología cristiana que han dejado de ser prioridad para la Iglesia Católica, como la Segunda Venida de Jesucristo (la parusía), lo que ha dado pie a una particular imaginería alrededor de las tribulaciones que supuestamente la precederán. Entre ellas, una de las más populares es la que se conoce como the rapture (el arrebatamiento), una idea propagada por el evangelista angloirlandés John Nelson Darby, que tras una lectura bastante literal de un versículo de la Primera epístola a los tesalonicenses, llegó a la conclusión de que un grupo selecto de cristianos será “arrebatado” de la Tierra y ascendido al cielo para no tener que sufrir las vicisitudes del Apocalipsis y el Juicio Final.
El tema se ha hecho tan recurrente en los discursos de los fundamentalistas evangélicos que han crecido generaciones convencidas de pertenecer a los que verán este arrebatamiento y serán testigos del Juicio Final (del que esperan salir con un veredicto favorable), lo que explica la proliferación de cultos escatológicos (en el sentido de cultos del final de los tiempos, no de cultos excrementicios) que persisten en pleno siglo XXI en la mayor superpotencia mundial.
Esta obsesión con el arrebatamiento, las posibilidades de conseguirse un pasaje en ese ómnibus celestial o de hacer méritos durante la espera para llegar de cualquier forma a buen destino, ha tenido como consecuencia productos culturales tan curiosos como la serie de 16 novelas de Left Behind (“dejados atrás”), escritas por Tim LaHaye y Jerry B Jenkins, un par de escritores cristianos.
Para un lector no estadounidense y no evangélico, las historias de Left Behind pueden parecer una especie de parodia perversa: una serie de aventuras con héroes que podrían haber surgido de alguna película de acción de los 80, pero que son parte de los que no fueron rescatados en la primera selección de Jesús y que deben combatir contra las fuerzas del Anticristo -que es convenientemente rumano y producto de la inseminación artificial-, compuesta por ateos, musulmanes, judíos, etcétera. Poco conocidas y tomadas en serio fuera de las fronteras del país del norte, dentro de éste llevan vendidos 65 millones de libros y siete de sus títulos ocuparon en su momento el primer lugar de la lista de best-sellers de The New York Times, lo que dio origen a adaptaciones en cómic y a tres películas de bajo presupuesto basadas en la saga. También se prevé una superproducción protagonizada por Nicolas Cage que lanzaría la serie al mercado mundial.
Es decir, para los estadounidenses los conceptos de arrebatamiento y de los dejados atrás son un componente serio de su mitología reciente, y aunque la referencia no sea estrictamente directa, es ineludible para entender la trama y a lo que apunta The Leftovers, que parte de una premisa inquietante: ¿qué pasaría si, efectivamente, un gran número de personas desapareciera súbitamente de la Tierra de una forma en la que la ciencia no pudiera explicar? ¿Cómo seguiría adelante la sociedad?
Las respuestas incomprensibles
Con sólo cuatro episodios emitidos es difícil evaluar críticamente The Leftovers, incluso lo es hacerse una idea relativamente precisa de su óptica, ya que, como se puede imaginar, la serie trabaja sobre una red de intrigas que se resuelven en cuentagotas (y generalmente para abrir nuevos misterios, al mejor estilo Lost, aunque -de momento y dejando de lado su premisa- con menos elementos de ciencia-ficción). La historia es la siguiente: hechos que se narran sucintamente en un breve prólogo nos hacen saber que en una fecha del futuro próximo 2% de la población desaparece de forma inexplicable, dejando a los científicos, gobernantes y autoridades religiosas sin ninguna respuesta factible (hasta el momento, la serie no da detalles acerca de las características físicas de la desaparición). La acción -y la serie propiamente dicha- se retoma tres años después, cuando la sociedad comienza a reacomodarse ante la pérdida de decenas de millones de sus integrantes, pero sensiblemente alterada en su percepción de lo posible y lo metafísico.
El mundo de The Leftovers comienza a llenarse de sectas y de mesías, pero al mismo tiempo su condición continúa en forma secular, ya que, a pesar de las similitudes de los hechos con el rapture anunciado por John Nelson Darby, los desaparecidos no son necesariamente personas que se hayan caracterizado por su santidad (ni siquiera son cristianos en su totalidad), no se ha encontrado un elemento en común que explique su posible abducción (en un gracioso segmento de recuerdo de algunas celebridades desaparecidas desfilan figuras tan disímiles como Shaquille O’Neal, Mariah Carey y George Takei). En los tres años posteriores a la desaparición tampoco hay ninguna otra señal que indique absolutamente nada de lo que va a pasar, por lo que la sociedad parece funcionar en piloto automático hasta que suceda algo; los adolescentes se dedican a drogarse o a jugar a ponerse prendas sexuales, los adultos elevan a los desaparecidos a la categoría de “héroes” (como si fueran bajas de alguna guerra o de algún atentado terrorista) y otros ensayan respuestas trascendentales más o menos serias, de las cuales algunas son percibidas como peligrosas, y vistas con desconfianza, por el gobierno.
El núcleo de la trama es el pueblo de Mapleton (Nueva York), y en particular la familia del jefe de Policía, Kevin Garvey (Justin Theroux), a quien en un principio imaginamos como una de las víctimas de las desapariciones pero luego veremos como parte de algo más complejo. Aunque hay varias ramas narrativas entrelazadas, la mayoría de las acciones -hasta ahora- depende de la relación de Garvey con una secta surgida luego de las desapariciones, llamada los Remanentes Culpables, quienes fuman constantemente, visten de blanco estricto (por lo que los llaman “los fantasmas”), viven en comunidad y bajo un voto de silencio, comunicándose por escrito mediante frases ambiguas que recuerdan a los koan zen, y poniendo en escena diversos happenings que producen estallidos de violencia entre los familiares de los desaparecidos. Los Remanentes parecen saber algo, pero por supuesto el resto de la gente no (y los televidentes menos). Al mismo tiempo, un líder carismático llamado Wayne parece tener otras respuestas y es perseguido en forma violenta por el gobierno, contando entre sus seguidores con el hijo del jefe de Policía de Mapleton. Y en el interín los perros no se comportan como antes.
Como se ve, muchos misterios y todavía poco para evaluar, salvo algunas escenas muy evocadoras y bien dirigidas por el habitualmente reaccionario Peter Berg; nada que despierte gran entusiasmo pero sí la bastante intriga como para que cada semana uno se acerque para ver hacia dónde se dirige la cosa. El secreto de The Leftovers es que parece querer aproximarse -o amaga hacerlo- a algunos de los tótems más complejos de la cultura estadounidense actual: la relación con las víctimas de la política de su país, el extremismo religioso, las divisiones carismáticas, la disolución de la sociedad civil, etcétera, en una clave que puede llegar a ser una sátira brutal e incisiva o un simple jugueteo con misterios superficiales. De momento, la serie sigue hermética y reacia a entregarse, pero al parecer de eso se trata.