El arribo y éxito del canal Netflix y su sistema de difusión audiovisual vía web significó, como se sabe, el comienzo de una producción propia de series, pero también de documentales distribuidos especialmente por este medio. No es casualidad la elección genérica: las series y los documentales -históricamente dos géneros subalternos (aunque por motivos diametralmente opuestos) ante el siempre prestigioso y artístico cine- se han convertido en los formatos más distintivos y creativos de la producción audiovisual del siglo XX, relegándose los cines por lo general a los estallidos circenses de la animación 3D.
The Square (La Plaza) fue el primer documental producido y estrenado por Netflix -que de cualquier forma adquirió un interesantísimo catálogo de documentales ajenos- a principios de este año. Desde entonces ha sido uno de los caballitos de batalla del sitio, ganándose una de las nominaciones al Oscar a Mejor Documental de la última entrega de premios de la Academia de Hollywood y una aclamación casi unánime de la crítica cinematográfica. Esa aclamación tal vez no haya provenido exclusivamente de sus innegables virtudes estéticas y narrativas, sino también de la correspondencia ideológica de los planteos de sus protagonistas con los de la crítica occidental, que encuentra en esta película de Jehane Noujaim -directora egipcio-estadounidense educada en Harvard y formada en Estados Unidos- un vehículo perfecto para entender en un grado mínimo la turbulencia política que azotó a África y Medio Oriente durante lo que conocimos como la Primavera Árabe, particularmente a las revueltas llevadas a cabo en la plaza Tahrir de El Cairo.
Salvando las distancias geográficas y culturales, las acciones son claramente reconocibles mutatis mutandis para cualquier rioplatense que, por ejemplo, haya seguido las revueltas de Plaza de Mayo que llevaron a la caída del presidente Fernando de la Rúa o, yendo un poco más atrás en el tiempo, que recuerde la primavera democrática que terminó con las dictaduras del Cono Sur. Al igual que en aquellos acontecimientos cercanos y como ha sido histórico en las revueltas populares, la plaza en sí vuelve a adquirir en este documental su carácter privilegiado de escenario de movimientos de masas y punto de encuentro y choque entre el activismo callejero y las fuerzas del orden constituido.
Las cámaras -editadas y dirigidas por Noujaim pero cargadas (en ocasiones con grandes riesgos personales) por cinco camarógrafos distintos- siguen las acciones de un grupo de asistentes a la plaza perfectamente individualizados, durante un plazo que va desde la Revolución Egipcia de 2011 hasta la caída de Mohamed Mursi luego de las protestas de junio de 2013. Entre los retratados hay algunos de los más notorios portavoces de los manifestantes, como el actor y director Khalid Abdalla -posiblemente la figura más conocida del cine egipcio actual-, el cantante de protesta Ramy Essam y la conductora televisiva Botaina Kamel. Pero los principales portavoces son un joven activista llamado Ahmed Saleh y el renuente y conflictuado integrante de la Hermandad Musulmana Magdy Ashour.
The Square está lejos de ser un documental con pretensiones de objetividad; desde un principio toma partido claramente por los revolucionarios de Tahrir y ni siquiera con la totalidad, sino con el ala más occidentalizada, laica, femenina y de inclinación más progresista o izquierdista. Hay villanos evidentes en la presentación de los hechos que hace la película, y éstos son en primera instancia el régimen de Hosni Mubarak, luego los militares del gobierno de transición y por último el gobierno de Mohamed Mursi y la Hermandad Musulmana, aliados estos últimos, en primera instancia, de los autoproclamados revolucionarios de la plaza, para convertirse luego en sus más encarnados enemigos. Las “cabezas parlantes” interpeladas por el documental son en general chicos y chicas muy jóvenes, que suelen esbozar un discurso muy simple e idealista, con tan poco artificio como las omnipresentes canciones de Essam, poco más que eslóganes.
Filmado en distintos estilos pero homogeneizada en la edición mediante un secuenciado de imágenes temblorosas que dan la impresión de vértigo aun cuando la cámara está fija, el documental intenta convertirse en uno más de los manifestantes, sin voces en off ni narraciones contextuales , obedeciendo a un estricto orden cronológico que introduce la incógnita permanente -especialmente para quienes no hayan seguido los devenires de la política egipcia reciente- de si la plaza va a culminar siendo el escenario de una fiesta o un símil de la desgraciada plaza de Tiananmen.
La plaza, todas las plazas
Como introducción histórica a los hechos de la Primavera Árabe y la Revolución Egipcia, The Square no sólo es excesivamente subjetiva, sino también muy incompleta: sus personajes laicos no terminan de definirse ideológicamente en pantalla (alguna postal del Che Guevara, alguna observación general sobre el rol de Estados Unidos), el gobierno de Mursi es etiquetado como traidor y represor sin que se exhiban pruebas contundentes, la perspectiva histórica es casi inexistente salvo algunas generalidades, el panorama general de apoyos e inclinaciones políticas es difuso, la postura de los manifestantes ante el golpe militar que derrocó a Mursi es bastante ambigua, y algunos hechos desgraciados (como la oleada de violencia sexual que acompañó a las masivas manifestaciones que acompañaron el último golpe) directamente son ignorados. En el medio, cada tanto, la narración se desinfla en las reflexiones personales del joven Ahmed, un chico de clase baja enérgico y encantador, pero bastante simplista, que intenta moralizar y organizar el caos de sus vivencias inmediatas.
Esto, sin embargo, no invalida en absoluto a The Square, que conserva toda su potencia como documento callejero de una revuelta popular, y que también introduce un elemento de profundo desencanto, que se filtra en las rendijas del entusiasmo discursivo de sus partícipes.
Muchas de las escenas son tristemente reconocibles para los que siguieron el proceso de las asambleas populares porteñas -un fenómeno muy emparentado con el de la Revolución Egipcia-, como cuando se escucha un discurso unitario entre los disidentes de izquierda y centro, entre los cristianos, los laicos y los musulmanes, que ocupan la plaza ante el enemigo común (Mubarak), pero que se derrumba apenas comienza a estructurarse una salida política y la plaza conquistada bajo una lluvia de palos es cooptada por los disciplinados cuadros de la Hermandad Musulmana, que inmediatamente introducen una agenda propia y excluyente.
Cuando vemos -luego de la caída de Mubarak- a un militar de alto grado asegurando que el Ejército jamás apuntará sus armas hacia el pueblo, casi inevitablemente nos preparamos para presenciar una masacre (que por supuesto ocurre minutos después). Cuando otro se burla en una charla íntima de los manifestantes de la plaza asegurando que Mubarak cayó por interés de ellos (los militares) y no por la presión popular, se siente un escalofrío bastante conocido en la espina dorsal. Hay algo muy trágico en la yuxtaposición de los discursos idealistas y entusiastas de los manifestantes y el desarrollo pragmático de los acontecimientos cuando entran a terciar los aparatos de las grandes organizaciones político-religiosas. Esa tragedia llega al punto más desgarrador en el entierro de un joven asesinado en la plaza, donde vemos al padre rodeado de militantes que intentan convencerlo del valor simbólico del sacrificio de su hijo, mientras el anciano está visiblemente desbordado por un dolor inconsolable.
Pero en cierta forma es la reiteración universal de las constantes del impulso popular y la previsible reacción de los poderes de facto lo que de alguna manera convierte a The Square en una tragedia; una tragedia llena de entusiasmo, de enorme poder cinematográfico, pero tragedia al fin. Las imágenes son familiares: jóvenes esencialmente desarmados manifestándose pacíficamente o a lo sumo arrojando piedras de un lado, milicos armados para la guerra del otro. Cuerpos jóvenes acribillados por balas de plomo, portavoces militares asegurando que no se utilizaron municiones de verdad en la represión, y finalmente votaciones en las que los revolucionarios tienen que elegir entre el menor de dos males…Pero es gente hermosa la que protagoniza The Square, no sólo por su juventud e ímpetu, sino porque es retratada bajo una luz que no puede imitar ningún Photoshop, esa claridad que ilumina las caras cuando están limpias de cinismo y cuando, en contra de cualquier racionalización posterior, están llenas de triunfo. En esos momentos la plaza de Tahrir deja de ser esa plaza para ser simplemente La Plaza, el coliseo eterno donde están ellos y estamos nosotros, y ellos siempre están mejor armados y nosotros siempre somos más.
La contradicción es interna -una escena muestra al joven Ahmed refrescándose con una botella de Coca-Cola, como si fuera una imagen arábiga de un comercial de la bebida, para, acto seguido, cubrirse el rostro con un paño para protegerse de los gases lacrimógenos y partir para arrojar rocas contra la Policía Militar-, pero esa contradicción se disuelve en sus momentos de mayor tensión ante la evidencia a la vez más superficial y profunda de las marcas de los poderes. Al contrario de lo que creía el poeta Gil Scott-Heron, la revolución sí será televisada, ya lo ha sido y lo seguirá siendo, y será registrada en documentales y convertida en films que tal vez iluminen y tal vez confundan aún más, pero The Square no habla de razones o de historia, habla de cierto color universal que es raro ver sobre una pantalla.