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Lauren Bacall. / Foto: sin datos de autor, difusión.

La mirada

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Lauren Bacall (1924-2014)

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Nancy Keith, la mujer de Howard Hawks, la descubrió en la portada de una Harper’s Bazaar, y aunque era una modelo sin experiencia actoral, convenció a su esposo de que le hiciera una prueba de casting para el rol principal de Tener y no tener (1944), la película protagonizada por Humphrey Bogart que estaba preparando. A pesar de su apellido escocés -su nombre artístico, en realidad-, Lauren Bacall era una chica neoyorquina de padres judíos europeos llamada Betty Joan Perske, que hacía pequeños trabajos de modelaje mientras estudiaba actuación y esperaba alguna oportunidad de conseguir un pequeño rol en alguna película, por lo que, cuando la convocaron para protagonizar una superproducción junto a una de las mayores estrellas de Hollywood, estaba aterrada.

Tener y no tener es uno de los libros menos interesantes de la bibliografía de Ernest Hemingway, pero eso no le importó mucho a la Warner Bros ni a Hawks, quienes, comprensiblemente, decidieron quedarse con el título del libro y con la prestigiosa firma de Hemingway y tirar por la ventana todo el texto, reemplazándolo por una copia bastante descarada de la exitosísima Casablanca (1942), estrenada dos años antes. Un atrevimiento que, como si fuera poco, tenía al principal rival literario de Hemingway en Estados Unidos, William Faulkner, como guionista y que salió bien: a pesar de sus deudas con Casablanca, Tener y no tener (1944) sigue siendo una película formidable, y gran parte de su carisma perenne se lo debe exclusivamente a la presencia 
de Bacall.

Posiblemente haya muy pocos debuts cinematográficos como el de Bacall en Tener y no tener; aunque la actriz todavía no había cumplido 20 años, todo gira en torno a ella, desde su primera aparición en la pantalla. Como Rita Hayworth en Gilda (1946), Marilyn Monroe en Una eva y dos adanes (1959) y Claudia Cardinale en 8 1/2 (1963), Bacall es más un arquetipo femenino que un personaje; en este caso, la mujer soñada por todos los escritores de novelas policiales negras, la que atrapa cajas de fósforos en el aire y enciende cigarrillos con un solo movimiento grácil, mientras suelta una frase de imposible ingenio, la que sabe mucho más de lo que debería haber aprendido en tan pocos años de vida, y la que puede quitarle la iniciativa a un viejo lobo de mar endurecido, como el que interpretaba Bogart, hasta dejarlo inerme a sus pies junto a todos los espectadores.

Esta presencia impactante fue construida a medias entre Hawks y la propia Bacall. El primero le enseñó a hablar desapasionadamente y trabajó su voz hasta darle esa distintiva ronquera casi masculina que la acompañaría toda su carrera. Bacall hizo su aporte casi por accidente: como estaba muy nerviosa en sus escenas con Bogart, bajaba su mentón apretando la pera contra su pecho y elevando sólo sus enormes ojos verdeazules, para sostener los del actor; así creó lo que se conoció como “la mirada”. Se non è vero, è ben trovato.

Aunque Tener y no tener no llegó a ser un éxito del calibre de Casablanca, convirtió a Bacall en una estrella instantánea que sedujo a todos a su alrededor, incluyendo a su coestrella. Ese mismo año, Bogart se divorció de su esposa, Mayo Methot, y se casó con la actriz 25 años menor, formando la que sería una de las parejas hollywoodenses más famosas del siglo XX.

La voz y el humo

Todos los que hemos traducido del inglés al español nos hemos topado con el escollo del maldito adjetivo cool, que se resiste porfiadamente a ser trasladado en forma adecuada a nuestro idioma. Tal vez sería más fácil simplemente introducir una fotografía de Lauren Bacall cada vez que surja. Todo el mundo entendería.

En una de sus famosas frases aparentemente superficiales, Andy Warhol sentenció: “La belleza es una primera señal de inteligencia”. En el caso de Bacall, se podría decir que la inteligencia era la primera señal de su belleza; mientras que Marcelo Tinelli y el sistema de promoción machista de objetos sexuales actual hacen lo imposible por encontrar y hacer famosa a la chica con las tetas más grandes y el rostro más estúpido, la delgada, ligeramente masculina y no excesivamente curvilínea Bacall -en su primera aparición cinematográfica respondía al apodo de Slim, “flaca”- irradiaba inteligencia en cada foto y la confirmaba en cada declaración.

Bacall tenía el corazón a la izquierda y junto a Bogart encabezó el movimiento de artistas de Hollywood que se opusieron a la caza de brujas emprendida por el maccartismo. Pero también fueron los primeros en distanciarse de los principales acusados cuando comprendieron que ni siquiera su fama los iba a proteger de la ferocidad anticomunista. De todos modos, Bacall siempre se mantuvo en el ala más izquierdista del Partido Demócrata y le encantaba definirse en público como una “liberal”, palabra que en Estados Unidos se utiliza en forma muy similar a como aquí utilizamos el término “progresista”.

Su amplísima filmografía supera, por supuesto, a Tener y no tener -la única película de la que hemos hablado en esta nota-, ya que siguió dignificando films con su presencia cuando ya había pasado los 70, llegando a destacarse incluso en 2003 en Dogville, de Lars Von Trier, junto a una aplicada discípula de la elegancia como es Nicole Kidman. Pero, de algún modo, su carisma y personalidad ya estaban completos en aquella primera película, y la mitad de los fotogramas que acompañaron la noticia de su muerte provenían de ella.

Lauren Bacall podría considerarse la pesadilla de Tabaré Vázquez y todos los oncólogos: es difícil encontrarla en una foto en la que no esté fumando con una singular clase; por otro lado, seguramente sea difícil encontrar a una mujer que no haya querido parecerse a esa que fumaba como si fuera inmortal. Tal vez haya sido este vicio el que finalmente le dio muerte de un ataque cerebral, pero hay que decir que demoró 89 años en hacerlo, así que Bacall es hasta en la muerte un pésimo ejemplo para los cruzados de la salud, los moralistas y los hipocondríacos en general.

En todo caso, el de ayer fue otro día melancólico de este año espantoso en el que los cinéfilos no hemos parado de escribir obituarios de gente querida y personajes maravillosos. “Creo que tu vida entera se refleja en tu cara, y que uno tiene que estar orgulloso de eso”, había declarado una Bacall ya señorial en 1988. Si tenía razón, la suya debe de haber sido una vida muy hermosa.

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