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Taller literario del escritor uruguayo Roberto Apratto (centro). / Foto: Nicolás Celaya

Sangrar en la página

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El auge actual de los talleres literarios.

Hay quienes piensan o podrían considerar que los talleres literarios constituyen una amenaza para la supuesta salud de la literatura, en tanto fábrica de escrituras homogéneas. Hay quienes tienen la opinión de que son sencillamente una banalidad, para algunos inclusive pueden rozar lo vulgar y constituir una especie de profanación del mismo acto de escribir. Espacios vacuos donde generar dinero y nada más y nada menos. Algunos lo consideran un espacio idóneo para sociabilizar y hasta para buscar pareja, y hay quienes lo vivencian como una experiencia mecánica, es decir, un lugar donde ajustar y desajustar enunciados, donde modificar el texto cual máquina. Podría pensarse, siendo audaz, que los talleres literarios tienen algunas similitudes con una terapia psicoanalítica: alguien asiste semanalmente, paga el costo de la sesión, y contingentemente encuentra lo que fue a buscar, aunque vale señalar que antes puede atravesarse un sendero de sufrimiento, goce, reflexión y palabras, muchas palabras.

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Editar

Hace unos años Hernán Casciari en el blog de la revista Orsai, escribía: “Si hubiera que creer en algo alrededor de la creación literaria y sus secretos, yo solamente creería en dos verdades: desde siempre, en el decálogo del buen cuentista que escribió Horacio Quiroga a principios del siglo pasado; y desde este siglo, en publicar textos online, más o menos todos los días, para que los lea y comente un grupo de desconocidos de cualquier parte del mundo. No hay nada mejor para mejorar tu prosa que alimentar un blog”. Resulta extraño este comentario, porque ante todo parece una falsa oposición (que obedecería a cuestiones temporales) entre una especie de escritura analógica y otra digital, y lo que resultaría más extraño aun, es la supuesta superación o más bien sustitución de una por la otra, sin entenderlas como parte de una misma cadena causal. El decálogo de Quiroga comienza con una premisa entre mayéutica y cristiana: “Cree en un maestro -Poe, Maupa-
ssant, Kipling, Chéjov- como en Dios mismo”; la escritura en blogs supone justamente una transvaloración de este punto, primero porque Dios es el propio blogger y de ser así, su propio maestro plural-virtual, en tanto lugar que estaría siendo ocupado por los millones de personas que escriben y leen blogs en el mundo. Si bien ésta resultaría una lectura posmoderna, la pregunta que subyace es: si tenemos todo tan aceitado y a la “mano”, ¿por qué este año los talleres literarios se han expandido cual silenciosa epidemia por Montevideo y por el interior del país? Otra pregunta sería para qué sirven y por qué la materialidad del encuentro estaría siendo un soporte para la elaboración efectiva de literatura.

Desmalezar

En los años 70 los talleres literarios afloraron especialmente en Argentina, a partir de la idea de un grupo de alumnos de la cátedra Literatura Iberoamericana (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires) que dictaba el profesor Noé Jitrik. Con respecto a este punto en Uruguay, Lauro Marauda comenta: “Pertenezco a algo así como una segunda generación de coordinadores de talleres literarios. Con su nuevo formato circular de intercambio y horizontalidad, es un fenómeno relativamente reciente en Uruguay, iniciado por los docentes y escritores Jorge Arbeleche, Sylvia Lago y Rossana Molla en Montevideo, en la sombría década de 1970. Ellos representan la vanguardia de esta actividad, nacida en una época de palabras perseguidas y expresiones silenciadas.... Poco después de los pioneros, Milton Schinca, Suleika Ibáñez, Leonardo Garet, Jorge Albistur y yo mismo incursionamos en esta novedosa experiencia. A partir de escritores reconocidos y desconocidos, docentes de diversas materias del lenguaje, amantes de las letras y, últimamente, egresados de Quipus, los talleres se expandieron sin pausa pero por muchas causas.”

Quipus es un centro donde se estudia científicamente el fenómeno taller, se forman lo que denominan animadores a la lectura, coordinadores, y se promueve su expansión en todo el país. Desde hace nueve años, con un plantel docente integrado por Carmen Galusso, su directora, la psicóloga social Lía Schenck y el profesor Fabián Severo, siguen un programa, expiden títulos y reciben varios avales institucionales importantes. Según palabras de Marauda, Quipus ha trabajado en conjunto con ProArte, las intendencias de Montevideo (Esquinas de la Cultura) Rivera, Florida y San José, las fundaciones Mario Benedetti y Lolita Rubial, ha colaborado con el Plan Nacional de Lectura y otras instituciones culturales y educativas. Por otra parte, desde hace más de diez años dispone de un fondo solidario para publicaciones. Creado a partir de la donación de un tallerista, Orosmán Mayol, y luego reforzado por otros asistentes a los talleres, ese fondo les permite generar un sistema de préstamos para ediciones individuales, que al ser reintegradas, abren paso a las siguientes. En 2004 recibieron el premio Morosoli por dicho fondo. Hasta el momento, publicaron 28 talleristas en forma individual y se hicieron cuatro libros colectivos de 1.000 ejemplares cada uno, aproximadamente. Por su parte, Roberto Appratto señalaba: “Empecé a tener taller de escritura en 1990, cuando había muy pocos en Montevideo. Yo lo pensé como una manera de transmitir mi experiencia de docente y escritor, y así siguió a lo largo de los años. Traté siempre de actualizar la información que pasaba al taller”.

Gabriela Onetto escribe en uno de los varios blogs que gestiona y que utiliza como plataforma para difundir sus talleres, cuyas metodologías siguen de algún modo la línea del paradigmático taller literario de Mario Levrero: “Mis propuestas se alejan bastante de lo ‘técnico’, del análisis, del decirle a la gente cómo tiene que escribir: el acento está puesto en el encuentro con la voz personal y auténtica de cada uno, y para eso hay que trabajar sobre el escritor mismo, afinando su percepción, abriendo su mundo, incluso aportando dimensiones del inconsciente. Desde luego, hay orientación, objetivos y criterios subyacentes a los que yo, como coordinadora, me atengo, pero siempre pensando en una evolución a lo largo de cierto tiempo. Por eso, suelo seguir una modalidad más “permisiva” durante los primeros tiempos de trabajo con la gente”.

Onetto empezó formalmente los talleres por internet al público en 2001, en compañía de Mario Levrero, con quien tuvieron una sociedad hasta el fallecimiento del autor. Es el mismo Levrero que en la entrada del viernes 8 de setiembre de 2000 de La novela luminosa anota, al hacer referencia a uno de los varios grupos que coordinaba en Montevideo: “Vinieron unos cuantos. Leyeron excelentes trabajos. Todos escriben mejor que yo. Me satisface. Aunque es una pena que no vayan a dedicarse a la literatura: parece que se conforman con escribir para el taller. Y bueno. Ahí yo no puedo hacer nada”. En relación con esto es importante lo que señala Daniel Mella, quien desde marzo se encuentra realizando lo que denominó “Usina Literaria”: “Muchas veces no son capaces de obligarse solos porque vienen con muchos preconceptos de cómo escribir, porque no se sienten singulares, que es de algún modo lo que todo escritor busca, y entonces la tarea es ayudar a desmalezar esas cabezas….”.

La mayor parte de los talleres estaría basada en ejercicios de escritura que estiman pertinentes sus gestores y que promueven la creación y la excelencia en los procesos de escritura.

“El tema de los talleres de literatura ha planteado un modelo de expansión cultural que es central en algunos casos y alternativo en otros. El rol fundamental de un taller de cultura es poner al alcance de la mano de muchas personas las técnicas de creación, recreación, lectura, análisis y eventualmente otros contenidos, de forma dinámica y amena, a la vez que se pretende mantener la rigurosidad y el marco teórico”, opina Rafael Courtoisie.

En la mayor parte de los consultados hay una insistencia en “destruir las fronteras de los géneros”, como señala la poeta Laura Alonso, quien hasta el año pasado, en conjunto con Claudia Magliano, gestionó un taller que si bien no tuvo los meses de duración que las poetas creían pertinente, tenía una clara impronta poética, trabajaba desde lo interdisciplinario, se proponía la lectura de autores en el terreno del ensayo y el pensamiento, parte quizás un poco resistida. “Nos interesaba la conciencia de quien escribe sobre sus procesos, una vez elaborado el texto”, señala Alonso.

Por otro lado, Andrés Echeverría, con una línea similar a la antes comentada, sostiene un emprendimiento de taller que comenzó hace algunos años en Parisson Libros y que actualmente funciona en la Casa de la Cultura de Piriápolis. Según el escritor, éste funciona a partir de tres ejes. Primero: estudio de autores y temáticas concernientes a la literatura (generaciones literarias, versificación, épocas, estilos, etcétera). Segundo: visitas al taller de escritores e investigadores vinculados a los autores o temas que se estén trabajando. Tercero: como consecuencia y finalidad de los dos primeros puntos, se propone escribir con consignas relacionadas a los temas o autores tratados.

Máquinas de escribirnos

“Máquinas de escribirnos” es el nombre del taller a cargo de Álvaro Pérez García (Apegé) dictado en La Lupa Libros. Luego de vivir dos años en Buenos Aires, comenta el autor que tenía que reconstruir su ámbito profesional y laboral. “En Buenos Aires aprendí algo que ahora está dando frutos: si tenés algo para dar, dalo. Allá es el mundo de los talleristas, hay uno por cuadra y de todo lo que a uno se le pueda ocurrir. Nosotros somos más pudorosos, pacatos y, quién sabe, menos corajudos. También está el tema de la legitimidad, que nos pesa mucho, más en los circuitos culturales, por eso de que nos conocemos todos. ¿Quién sos vos para dar un taller de escritura?, me preguntaba, mientras estuve meses dando vueltas sobre si lo armaba o no. Largué los talleres en marzo y para mi enorme sorpresa hubo una demanda importante”, comenta.

Por su parte, Daniel Mella desea ver a sus “alumnos” con un libro terminado al final de la Usina Literaria que funciona en la librería Lautréamont: “Comenzamos trabajando con consignas, tendiendo siempre a que en algún momento surja el proyecto propio, un cuento, una novela, un ensayo, y a trabajar sobre eso en el taller, en el entendimiento de que la creación literaria es solitaria, pero mucho mejor si es colectiva al mismo tiempo, colectiva en el sentido de que puedas ver cómo lo que estás haciendo resuena en los otros, qué funciona, qué no. La idea es que al final del ciclo tengan un libro terminado.”

Para finalizar, es de señalar que la dinámica de los talleres se potenciará con el desembarco por primera vez del Festival de Literatura de Buenos Aires, que tendrá lugar el 25 y 26 de setiembre. Es precisamente en su segundo día que se realizará un encuentro de autores con un grupo mínimo de lectores que estén dando sus primeros pasos en la escritura de ficción o no ficción y deseen compartir sus textos con voces de expertos, en el Expreso, como se lo ha denominado, participarán Felipe Polleri, Maca Wojciechowski, Hugo Burel, Daniel Mella, Apegé, Mario Delgado Aparaín y Sabela de Tezanos.

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