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Leonard Cohen. Foto: leonardcohen.com, s/d de autor

Los viejos de siempre

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Qué pasó en el rock clásico en 2014.

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Todos pasan los 60 años, algunos acarician los 70 y uno cumplió 80. Peinan canas, son viejos, veteranos, o como se los quiera llamar. No se trata del futuro gabinete ministerial de Tabaré Vázquez: son músicos, que podrían quedarse en la comodidad de sus mansiones, jugando con sus nietos y viendo cómo se agrandan sus cuentas bancarias con las regalías de las eternas ediciones remasterizadas. Sin embargo, salieron al ruedo con material nuevo, con el abrumador peso de su obra siempre a cuestas. 2014 fue un año en el que legendarios músicos y bandas anglosajonas lanzaron material nuevo, digno de un breve repaso.

“No es porque sea viejo, / no es la vida que llevé, / siempre me gustó lento”, canta Leonard Cohen, quien cuenta ocho décadas, desde el primer tema (“Slow”) de su Popular Problems, la vuelta luego de Old Ideas (2012). El bardo canadiense regresó más en forma que nunca -quizá sea su mejor disco en 20 años, desde The Future (1992)-, con sus temáticas clásicas (amor, guerra, religión, etcétera), su profundísima voz contrapunteada con dulces coros femeninos y la irresistible oscuridad de siempre: “No hay dios en el cielo / ni infierno debajo; / así dice el gran profesor, / de todo lo que hay que saber. / Pero recibí la invitación / que un pecador no puede rechazar, / y es casi como la salvación, / casi como el blues” (“Almost Like the Blues”).

Luego del extraordinario Psychedelic Pill (2012) -en compañía de Crazy Horse, con la vedette “Driftin’ Back”, una canción de 27 minutos que se roba el álbum- y dos discos de versiones –Americana (2012) y Letter Home (2014)-, otra leyenda, también canadiense, Neil Young (de 69 años), volvió con Storytone. El álbum, de material exclusivamente nuevo, resulta ambiguo, ya que mezcla composiciones arregladas con orquesta (“Plastic Flowers”, “Who’s Gonna Stand Up?”, por ejemplo), con canciones tipo big band de los 40, a puro vientos (“Say Hello to Chicago”), y temas con banda de corte blusero (“I Want to Drive My Car” y “Like You Used to Do”). Por supuesto, en las letras no hay ninguna ambigüedad: “¿Quién va a levantarse y salvar la Tierra? / Todo esto arranca con vos y yo” (“Who’s Gonna Stand Up?”).

Vamos las bandas

Varios grupos de rock longevos lanzaron discos en 2014. El ejemplo más destacable es Hypnotic Eye, de Tom Petty and the Heartbreakers, el sucesor del formidable Mojo (2010). Si el periodismo musical anglosajón sufriera menos de esnobismo y dejara un poco de lado su fetichismo por el synthpop, lo “alternativo” y los hispsters flacuchos de camisa a cuadros y ukelele en mano, el disco de Tom Petty y compañía sería el disco del año. Si todavía importara el rock -así, a secas-, ese género que solía tener como protagonistas exclusivas a las guitarras eléctricas y, de vez en cuando, algo en el medio a lo que se le llamaba “solo”, Hypnotic Eye estaría en el Olimpo de la música del año que pasó.

“Voy a hacer mi camino por este mundo algún día, / no me importa lo que nadie diga. / Sueño americano, esquema político. / Voy a averiguar por mí mismo algún día [...]. Tengo un sueño y voy a luchar hasta conseguirlo”, canta Tom, al abrir el disco con “American Dream Plan B”: ritmo cuadrado, guitarra podrida y dale que es tarde. El álbum es un despliegue de temas rockeros de fuste, como “All You Can Carry” (gran riff y solo punzante), “Forgotten Man” (con ritmo a lo Bo Diddley) y “U Get Me High” (un mid-tempo con una coda en la que el bajo y las violas arman una orgía sonora de novela).

En Hypnotic Eye también encontramos poderosos blues-rock, como “Burnt Out Town” y “Power Drunk”; y baladas como “Sins of my Youth”, en la que Petty hace toda una confesión: “Te amo más que los pecados de mi juventud”, una comparación que sólo puede hacer un rockero de 64 pirulos. El disco cierra a toda gloria, con “Shadow People”, una power ballad de más de seis minutos: “Personas en la sombra, / ¿qué hay en sus cabezas?, / en el coche a tu lado, cuando el semáforo se pone rojo. / Podría estar pensando en el amor, / podría estar pensando en el odio”.

Después de Black Ice (2008) y su exitosa gira de más de dos años por todo el mundo, AC/DC vivió el golpe más duro desde la muerte de Bon Scott: Malcolm Young (de 61 años), miembro fundador, infalible guitarrista rítmico y cabeza del grupo, empezó a sufrir demencia y abandonó la banda que había formado con su hermano Angus hacía 40 años. Malcolm estuvo trabajando en el material nuevo -según contó su hermano menor en diversas entrevistas- hasta que no pudo más. Decidieron seguir adelante, y Malcolm fue suplantado por su sobrino Stevie Young (de 57 años), como ya lo hiciera de forma transitoria en la gira de Blow Up Your Video (1988), cuando el mayor de los Young hizo una pausa para rehabilitarse de su adicción al alcohol.

Así las cosas, en 2014 los popes del hard rock lanzaron un álbum que ya lo dice todo desde su título: Rock or Bust (“rock o fracaso”). Su nombre se tomó más en serio cuando el baterista, Phil Rudd, tuvo problemas legales por temas de drogas, amenazas de muerte y afines, y, hasta ahora, no se sabe qué será de él y si tocará en la gira de presentación del disco -en los videoclips oficiales brilla por su ausencia-.

AC/DC volvió como siempre, pero más breve que nunca: con un disco de 35 minutos (el más corto de su carrera, y 20 minutos más corto que el anterior -los solos de Angus ya no son tan dicharacheros como los de fines de los 70-). Aun así, en Rock or Bust encontramos lo que todo seguidor de los australianos busca: el tema con el típico riff a lo AC/DC, con el rasgueo seco de acordes (“Rock or Bust”, “Play Pall”); la canción con coros poperos estilo “Thunderstruck”: “na, na, na, na” (“Miss Adventure”); el tema con coros de ultratumba pasados de whisky y estribillo cansino e insistente (“Dogs of War”); la canción seudoblues que parece autobiográfica (“Hard Times”) y el tema con riff demoledor zeppelinero que abre paso para que Brian Johnson chille a placer (con sus 67 añitos a cuestas): “Rock the House”. Cabe destacar que el estilo de guitarra rítmica de Stevie Young es tan similar al de su tío que, por momentos, es posible no recordar su ausencia; por algo el asunto quedó en la familia.

Una tapa con un ángel caído que se prende fuego, tiene cara de malo, ojos rojos y al que le cuelga del cuello una cruz de tres puntas, que, además, es el símbolo de la banda, cierra la ecuación semiótica: es un disco de metal, pero no de cualquier banda, se trata de los “dioses del metal”, Judas Priest. El grupo liderado por el pelado Rob Halford (63 años) volvió luego del larguísimo y complicado álbum doble Nostradamus (2008) a redimir las almas metaleras con Redeemer of Souls, una hora de metal clásico.

Las famosas guitarras gemelas que marcaron a fuego al género -así como también lo hizo la parafernalia de cuero sado-gay con la que siempre se arropó Halford- ya no pertenecen al mismo dúo, ya que Richie Faulkner entró en lugar de KK Downing, para tocar junto con Glenn Tipton. El disco nuevo probablemente dejó más que satisfecho a todo fan de metal -también, a secas- que se precie de tal, ya desde el arranque con “Dragonout” y sus condimentos clásicos del género: power chords a placer, solos de guitarra que parecen ejercicios de digitación para ver quién completa más rápido la escala pentatónica y el infaltable estribillo mortuorio: “Fuego en el cielo, / miedo paralizante, / sabés que vas a morir”.

Uno de los temas más destacables del álbum es “Halls of Valhalla” (típica temática metalera: “Valhalla” es el “salón de los muertos”, según la mitología nórdica), en el que Halford se manda su clásico grito agudo digno de poner a prueba algún vitral de iglesia. Pero, sin duda, el plato fuerte del álbum es “Sword of Damocles” (en éste enfilaron para el lado de los griegos), un tema con un estribillo potentísimo y de tintes épicos, que, si lo hubiesen incluido en Painkiller (1990), hoy sería un clásico.

La costumbre de no contentarse con los restos

Hace años que una de las preguntas más trilladas en el mundo del rock es: “¿Cuando vuelve Pink Floyd?”. Lo hizo en 2014, pero la larga espera de 20 años no valió tanto la pena. Hace tres décadas que Roger Waters dejó la banda, y en 2008 falleció el pianista Richard Wright; por lo tanto, el reciente The Endless River consta de material cultivado en zapadas instrumentales durante la grabación del último álbum de la banda, The Division Bell (1994), en las que, por supuesto, se destacan la viola de David Gilmour y el piano de Wright -y la mayoría del material figura bajo la firma de ambos-.

Se trata básicamente de un disco de música ambient; debería tomarse como tal y escucharse con la misma actitud y disposición que cualquier disco de Brian Eno. Algunos pasajes instrumentales (como partes de “It’s What We Do”) pueden hacer recordar a “Shine On You Crazy Diamond”, pero para eso es más productivo, directamente, poner Wish You Were Here, y alejarse del déjà vu. The Endless River cierra con el único tema con letra del disco, “Louder Than Words”, en el que, paradójicamente, Gilmour canta: “Es más fuerte que las palabras / esto que hacemos”. Y tiene razón, porque en media nota que se desliza por los dedos de Gilmour hay más sentimiento y pasión que en la mayoría de los artistas veinteañeros que Rolling Stone pone en su tapa.

Otro grupo “del palo”, Yes, que solía ser progresivo, editó Heaven & Earth, con otro cambio de vocalista: la incorporación de Jon Davison. El disco es un cúmulo de canciones anodinas de las que pocas se salvan de la quema y seguro nadie recordará. Quizá la única realmente destacable sea la de cierre: “Subway Walls”, que consta de nueve minutos de algo que podríamos llamar -con mala gana- “rock progresivo”.

Pero el fiasco más grande fue la “vuelta” de “Queen”. La prensa especializada venía hablando hacía tiempo de un supuesto disco para el que se usaría material de sesiones viejas -algo similar a Made in Heaven (1995)-, ya que, como se sabe, Freddie Mercury murió hace 23 años y John Deacon desapareció de la escena musical a fines de los 90, sin dejar rastro alguno de sus cuatro cuerdas. Las especulaciones se materializaron en Queen Forever, un compilado que en su portada anuncia “tres temas nuevos”, y no son más que reversiones de canciones que ya se habían escuchado antes en otros lados: “There Must Be More to Life Than This” (original solista de Mercury; en esta versión, a dúo con Michael Jackson), “Love Kills” y “Let Me in Your Heart Again”. Por lo menos, esta vez, no se trata de “Queen + algún fulano que ande por la vuelta”.

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