Ingresá

Complejo Bulevar, de Bascans, Sprechmann, Vigliecca y Villaamil, 1975. Foto: Gustavo Hiriart

De todos

6 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Exposición sobre 50 años de experiencias de cooperativas de vivienda.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Más de una vez me ha sucedido que, al contarle a un extranjero que vivo en una cooperativa de viviendas, en su mirada aparece un gran signo de interrogación, mientras probablemente en su mente se dibuja alguna imagen de comunidad hippie de los años 70. Conviene preguntarse por qué algo tan normal para un uruguayo suena tan extraño afuera; y preguntarse también si siempre fue tan normal, o en qué momento y cómo se volvió parte de nuestra cultura habitacional.

Éstos son algunos de los temas que aborda la exposición Cooperativas de vivienda en Uruguay: medio siglo de experiencias, presentada inicialmente en el Muséu da Casa Brasileira de la ciudad de San Pablo, que se podrá visitar en Montevideo este fin de semana del Patrimonio (10 y 11 de octubre) en la Casona Mauá de la Ciudad Vieja, y luego, del 16 al 20 de noviembre, en el hall de la Facultad de Arquitectura (Farq) de la Universidad de la República, como parte de los festejos de su centenario.

El trabajo que da origen a la muestra es una investigación en curso de la Unidad Permanente de Vivienda de la Farq, producida entre ésta y la facultad paulistana Escola da Cidade. La curaduría estuvo a cargo de los arquitectos Alina del Castillo y Raúl Vallés por la facultad uruguaya, y Luis Octávio de Faria e Silva y Ruben Otero por la brasileña.

La exposición, que muestra una primera etapa de la investigación, hace foco en 21 casos de estudio localizados en Montevideo. Esa selección deja fuera, por falta de documentación, algunos ejemplos importantes, lo que se explica por el intento de desmantelamiento del sistema cooperativo a manos de la dictadura y el exilio de algunos de sus principales actores. De todos modos, el grupo que se muestra permite ver claramente la calidad, tanto individual como colectiva, de los proyectos elegidos, y extrapolar la relevancia del cooperativismo de vivienda como sistema, en tanto solución habitacional y propuesta urbana, tecnológica y social.

Si bien aún no fue posible presenciar la exposición en Uruguay, en la librería de la Farq ya se puede conseguir el catálogo que, además de acompañar la muestra, es en sí mismo un libro interesante y bien documentado (actualmente se prepara la segunda edición corregida). Los proyectos seleccionados se presentan uno por uno (precedidos por seis textos, más el prólogo elaborado por el decano de la facultad). Es destacable el trabajo de redibujo que nos acerca, en algunos casos por primera vez, información gráfica de las obras, y también vale mencionar el conjunto de fotografías de Andrea Sellanes, que son el hilo conductor del catálogo y describen la participación de los usuarios en la construcción, en especial la de las mujeres.

La carreta y los bueyes

Tal como lo relata en el catálogo el arquitecto Miguel Cecilio, protagonista del nacimiento y desarrollo del sistema cooperativo de viviendas, las primeras experiencias en este terreno fueron anteriores a la Ley Nacional de Vivienda de 1968, que les dio marco y de la que Cecilio fue uno de los redactores.

A principios de la década del 60, la sociedad uruguaya se encontraba sumida en una profunda crisis, con altos niveles de desempleo y una altísima inflación. Por primera vez un organismo público, la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), realizó un estudio para cuantificar el déficit habitacional, a la vez que propuso un plan para comenzar a corregirlo. Según Cecilio, “los resultados del plan de la CIDE no recibieron una inmediata aplicación, pero su difusión fue fecunda, pues generó una conciencia generalizada respecto de la magnitud del problema”. La producción pública de vivienda se concentraba en el Instituto Nacional de Viviendas Económicas (INVE) y el Banco Hipotecario del Uruguay (BHU), ambos fundidos, por recibir los retornos de sus préstamos en pesos fuertemente devaluados debido a la mencionada crisis.

En ese contexto, el INVE contaba con un convenio con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para la construcción de 1.000 viviendas, pero era incapaz de hacerlo efectivo al no poder constituir la contraparte local. El momento creativo surge cuando el Centro Cooperativista Uruguayo (CCU) le plantea al INVE “aunar una serie de contribuciones, por un lado el esfuerzo de las familias mediante el aporte de su mano de obra, y por otro el de las intendencias cooperando con un terreno”, como lo cuenta Cecilio. Establecida pues la contraparte, base económica de todo el sistema, desde el CCU se proyectaron las primeras tres cooperativas en el interior del país, que albergaron a 100 familias: Isla Mala, en Florida; Éxodo de Artigas, en Fray Bentos; y Cosvam, en Salto. Tanto en estos primeros proyectos como en muchos otros de los que aparecen en la exposición sobresale la figura del arquitecto Mario Spallanzani.

Estas primeras experiencias sirvieron de insumo para las definiciones de la Ley Nacional de Vivienda, que en su décimo capítulo le da marco al cooperativismo de vivienda. Crea la figura de la cooperativa de usuarios, en sus modalidades de ayuda mutua (el usuario aporta horas de trabajo en obra) y de ahorro previo (el usuario aporta un porcentaje del costo de la obra); las cooperativas matrices (unidades cooperativas asociadas) y los institutos de asistencia técnica (IAT, equipos interdisciplinarios que asesoran a las cooperativas). Además, la ley habilita a las cooperativas para que promuevan programas sociales, que provean servicios y promuevan tanto la integración del grupo que las conforma como la de éste con el barrio en el que se radica. En términos conceptuales, la norma de 1968 estableció el derecho a la vivienda digna y el mínimo habitacional aceptable, introdujo el concepto de planificación y creó el Fondo Nacional de Vivienda, la Dirección Nacional de Vivienda y la Unidad Reajustable.

La realización de aquellas tres cooperativas en el interior y la aprobación de la ley encendieron la mecha: el ingeniero Benjamín Nahoum afirma en su texto del libro que en 1975, tan sólo siete años después, “las estadísticas del BHU mostraban que uno de cada dos créditos que se solicitaban al Plan para construir viviendas, era para hacerlo por cooperativas”. Más allá de la enorme necesidad de vivienda y de la disponibilidad de mano de obra ociosa por los altos niveles de desocupación (lo que favoreció la construcción por ayuda mutua), Nahoum remarca la importancia del contexto cultural al explicar la rápida apropiación del modelo por parte de los usuarios: “Antes de 1968 existían cooperativas de las más diversas ramas; un sistema financiero de acceso a la vivienda que se basaba en el ahorro previo; la participación de los propios interesados, articulados de diversas maneras, en la producción de su hábitat, y la propiedad cooperativa de los medios de producción”.

Cuestiones disciplinares

Al inicio de este texto, al hablar del presunto extranjero, omití (no sin intención) la posibilidad de que se tratara de un arquitecto; ahí la cosa cambia. El interés que existe en el mundo de la arquitectura sobre el sistema cooperativo de vivienda uruguayo y sus mejores ejemplos puede resumirse en la presencia del Complejo Bulevar (conjunto que hace pocos días celebró sus 40 años) en la más grande exposición de arquitectura latinoamericana del Museo de Arte Moderno de Nueva York (ver ladiaria.com.uy/ADjr). De alguna manera la actual exposición, y especialmente la investigación de la UPV, vuelven a poner en la mira una producción fundamental en la historia de la arquitectura nacional, que, como suele ocurrir (ya fuera por falta de material o de interés), estaba injustamente desatendida.

Más allá de la importancia cuantitativa de las soluciones habitacionales (uso conscientemente ese frío término) y de las características de movimiento social del cooperativismo (que no me animaría a tratar aquí), me interesa remarcar ahora los desafíos que generó y continúa generando dentro de la disciplina arquitectónica.

El proceso de proyecto participativo e interdisciplinario requirió adaptación y flexibilidad de parte de los arquitectos, que, al tiempo que cedían grados de autoría (y autoridad), incorporaron, como nunca en obras de gran escala, la noción de habitante, con sus necesidades y deseos. La producción, en especial la que involucra a los usuarios en la construcción, se convirtió en tema fundamental del proyecto, en muchos casos adaptando o creando tecnologías y soluciones constructivas ad hoc, que incluyeron la prefabricación en obra o en plantas compartidas entre cooperativas matrices. También supuso un desafío el problema de la escala, que abarca la unidad y sus variantes (y sus posibilidades de crecimiento y adaptación), el diseño del espacio y los equipamientos colectivos (el conjunto Vicman en Malvín Norte es un excelente ejemplo de esto), la morfología y la relación con el tejido urbano en el que se inserta la obra (o la creación de ese tejido en casos de la periferia, como sucedió con Mesa 1, en La Cruz de Carrasco).

En relación con este último punto, se constata lo que plantea en su texto del catálogo la arquitecta Alina del Castillo: “La escala de estas intervenciones, combinada con la introducción de lógicas de ocupación del suelo ajenas a las de la manzana tradicional, generó interrupciones en el tejido urbano al modo de islotes”, retazos de ciudad con identidad propia que no siempre establecen una continuidad con su entorno inmediato (actualmente muchos de los conjuntos han sido enrejados, lo que refuerza esta sensación de barrio dentro del barrio). Algunos proyectos contemporáneos construidos en zonas más céntricas, como las nuevas cooperativas en el Barrio Sur contra el Cementerio Central, intentan romper, con mayor o menor acierto, con esa condición cerrada de algunos conjuntos más antiguos. Además, desde mediados de los años 90 se comenzó a utilizar la modalidad del reciclaje para cooperativas, en especial en la Ciudad Vieja, como forma de densificar (además de preservar) zonas de la ciudad que cuentan con servicios subutilizados.

La exposición Cooperativas de vivienda en Uruguay: medio siglo de experiencias nos permite conocer más sobre una realidad que, además de sus implicancias sociales y disciplinares, forma parte de nuestra identidad colectiva; un patrimonio físico y cultural que debemos cuidar y del que podemos extraer algunas claves para construir los próximos 50 años.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura